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  Pío y Ricardo Baroja en Herreros (Javier P. Gómez Benito)
 

 

 

Pío y Ricardo Baroja en Herreros

Javier P. Gómez Benito
 

En 1901, a la edad de 29 años, el que luego sería afamado autor literario, Pío Baroja, junto con su hermano el pintor Ricardo Baroja llevan a efecto un viaje que les conduciría desde Madrid hasta la cumbre del Urbión y regreso. Las vivencias de este periplo, en gran medida soriano, le servirían a Don Pío para plasmarlas en sus habituales colaboraciones en el diario " El Imparcial" de Madrid, que en aquellos lejanos días se publicaba en la Villa y Corte. Con el devenir de los años todas estas narraciones periodísticas fueron recogidas en un libro publicado por la editorial de la revista "Cuadernos para el diálogo" año 1972 y que en aquellas postrimerías de la dictadura franquista lograba abrirse camino con no pocas trabas administrativas y multas por parte del régimen. A través de la revista compré dicho libro, descubriendo en sus páginas con agradable sorpresa la referencia expresa al paso y pernoctación del autor en nuestro querido Herreros. Teniendo la cuestión un interés cierto para mí, hice por aquel entonces algunas averiguaciones en el pueblo, preguntando, claro está, a personas mayores. Por las referencias que me proporcionaron y la observación, éstas fueron las conclusiones a que llegué:

- La primera posada a la cual encaminan a nuestros protagonistas era la regentada por Julián Hernández y Paula Tutor, matrimonio originario de Castilruiz, razón por la cual el posadero vestía al estilo de las gentes de La Rinconada de Ágreda, a su vez, similar a la aragonesa sin connotaciones castellanas; así pues tenemos el dato del pañuelo atado a la cabeza (zorongo o cachirulo). Esta venta, convertida en vivienda, sigue en pie hoy en día y concretamente es la que conformaba una manzana junto con la escuela de niños, vivienda del maestro y la torera, estos tres últimos reedificados y transformado su uso original actualmente.

- De la venta en que sí encontraron cobijo tenemos el dato de ser propiedad de un peón caminero, detalle suficiente para recordar mis informantes, señalándome se trataba de la por nosotros conocida como casa de la Inés, ubicada entre los dos barrios junto al camino carretero y hoy en día derruida, el solar recercado por las propias piedras de dicha deificación es utilizado para guardar perros de caza.

- Acercándose, los viajeros, al pueblo la que pensaron podía ser una majada donde les hiciese frente algún terrible mastín no era si no la entrañable Tejera, conocida todavía por los de nuestra generación.

- Evidentemente los cipreses rodeando a la ermita (La Soledad) no eran tales cipreses, se trataba de los venerables olmos aniquilados décadas después por la plaga conocida como grafiosis.

Ahora tengo la satisfacción de poner a vuestra disposición estos datos junto con las páginas, digitalizadas, correspondientes a la parte referenciada.

"... Al bajar a una hondonada, cuenca llena de juncales y retamares, cruzada por senderos de ganado, perdemos también de vista el Urbión.

Perdida la orientación, discutimos por dónde debemos seguir. Decidimos atravesar la desierta cañada y ascender a una de las lomas que la cierran. Desde aquí vemos a nuestros pies otra garganta más oscura, más tétrica, llena de matorrales, puntos negros que esmaltan las vertientes plateadas por la luna.

A lo lejos se destaca un monte que se alarga como un espinazo blanco y termina luego en una como pared cortada a pico.

Perdemos la esperanza de encontrar albergue durante la noche, entra la desmoralización y mientras andamos sin rumbo fijo vamos engullendo nuestras provisiones y bebiendo algo de licor que nos queda.

Y otra vez delante de nosotros vemos la eterna sucesión de colinas iguales, bombeadas como caparazones de tortuga, y otra vez se destacan los retamares negruzcos y rebrillan los charcos en las hondonadas a la luz de la luna.

La sombra vaga de una casa nos hace avivar el paso. Es una majada con la puerta abierta. Vacilamos en entrar: la idea de que haya dentro algún terrible mastín de los que guardan el ganado nos induce a seguir adelante.

Empieza a llover, atravesamos campos de rastrojos. De pronto una masa negra de árboles se destaca en una loma. Nos acercamos a ella, subiendo por una rampa sembrada de juncales. Es una ermita con un atrio de columnas, rodeada de cipreses.

Hacia abajo, en pendiente, se ve el pueblo, un pueblo de sierra de pobres casas desparramadas en una ladera. Entramos en una calle torcida; las puertas están cerradas; sobre los tejados terreros sobresalen las cónicas chimeneas.

Brilla una luz en un portal, nos acercamos allá de prisa, e inmediatamente se cierra la puerta.

-¿Qué pueblo es éste? -preguntamos.

Y una voz temerosa nos dice:

-Herreros.

-¿Hay posada aquí?

-Más abajo.

Seguimos la calle. Ladran los perros. Se oye una canción. Es un muchacho que se asusta al vernos, y que después, ya más tranquilo, nos conduce a una venta, en la que llama. Sale un hombre de pañuelo a la cabeza y no nos quiere recibir en su casa. El chico nos indica una casuca, en donde llamamos y nos abren al momento. Es la posada más pobre y la gente más afable. El dueño, que es peón caminero, nos lleva al lado de la lumbre.

-¡Ahora llueve, llueve! -pienso yo egoístamente-. ¡Que muja el viento y corra por los campos desolados! Estamos en el asilo seguro, de las gentes del buen Dios, adonde no llega el frío de la noche ni el egoísmo de las malas almas.

Como para negar mi afirmación, salta un gato blanco a mis rodillas. Al pobre le falta una oreja y la cola; pregunto qué le ha pasado; la dueña me dice que un arriero aragonés se entretuvo en calentar las tenazas en el fuego y quemar con ellas la oreja y la cola del gato, y al oír, siente uno intensamente el odio profundo por este estúpido y cruel animal que se llama hombre, el más estúpido y el más cruel de todos cuando se propone serlo de veras.

Después de secarnos al fuego, ponen unos sacos de paja en el zaguán, y nos tendemos en medio de toneles y arcas, al lado de un muchacho joven que duerme metido en una cama que parece una cesta. El muchacho se despierta y hablamos. Nos pregunta si somos fotógrafos, le decimos que no, y cuenta después su vida. Es arriero, tiene un mulo y va vendiendo ciruelas, pasas y orejones por los pueblos. Recorre la tierra de Burgos y la de Soria; dos tierras bastante malas, dice. Se levanta siempre al amanecer y empieza su tarea; en todo el día no come y sólo lo hace antes de acostarse. Cuando concluye la venta de sus ciruelas y orejones, se vuelve a su pueblo, a la Rioja, a trabajar en el campo.

Mientras charlamos se llevan el candil y con el acompañamiento del sonar de los cencerros de las vacas me duermo. A medianoche oigo ruido de pasos en la escalera; entran en el zaguán la mujer y la hija del posadero, aparejan un mulo y salen de casa.

Sin sueño a pesar del cansancio, oigo a lo lejos el rumor del viento y de la lluvia; a la mañana, el cacareo estridente de los gallos. Nos levantamos; el tiempo se ha despejado; tomamos la carretera hacia Soria."

(El Imparcial, 13 enero 1902.)

Javier Gómez Benito

Herreros (Soria) Abril de 2010

He aquí la desaparecida "Tejera"




Y aquí la ermita de la Soledad, con sus actualmente desaparecidos olmos

 

Muchísimas gracias, Javier, por esa callada pero extraordinaria labor de investigación que sobre nuestro querido pueblo vienes realizando desde hace años y que nos has hecho llegar desinteresadamente, tanto a mi hermano Félix como a mí, y a todos aquellos que, perdidos como don Pío y Ricardo, dándose una vueltecita por el ciberespacio, hayan entrado aquí.

 

 

 

 
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