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  Santa Lucía, Un Sueño Hecho Realidad (Roberto Enjuto)
 

 

 

Santa Lucía, Un Sueño Hecho Realidad

Roberto Enjuto

Corría el año 2050 y estaba

Caminaba por la fría calle y estaba deseando meterse en casa, para tomar algo caliente. Era un chico, relativamente joven. Andaría por los treinta y tantos años y no se puede decir que le disgustara su vida. El ministerio para la integración, le había proporcionado un muy buen trabajo y tenía un buen círculo de amigos.

Sin embargo, algo iba mal. Sentía que en su vida, había un vacío, un desconocido y casi ignorado anhelo, que no le permitía ser plenamente feliz, en los momentos buenos.

Llegó a casa y se calentó un buen caldo. El clima dentro, era muy agradable, ya que había programado la calefacción para encenderse una hora antes.

Escuchó un poco de música y a eso de las 11, se dispuso a dormir.

Aquella noche, todo fue distinto. NO bien hubo conciliado el sueño, apareció en una especie de pasillo, en el que se respiraba serenidad. De repente, sintió a su lado una presencia agradable. ¿Quién hay por ahí? Preguntó: Hola. Soy Lucía. Ah!, ¡encantado, Lucía. Yo soy Alfredo. Cuando pronunció estas palabras, sintió que eran absolutamente innecesarias, porque desde lo más profundo de sí mismo, sentía que conocía esa presencia. No sabía explicar por qué; pero le era totalmente familiar, a pesar de que su conocimiento de la gente, se basaba fundamentalmente en el timbre de voz. Todo lo que le llegaba de Lucía, era como parte de él mismo.

Ella le dijo: Me has estado llamando mucho tiempo, Alfredo. Cuando escuchó esta frase, Alfredo no necesitó más, para entender que ese desconocido anhelo que siempre experimentaba, ese vacío aun en tiempos aparentemente felices, eran la llamada a la que ella se refería.

Sin más, le tomó de la mano y le guió a una estancia donde otras personas hablaban animadamente. Ella les interrumpió con suavidad:

Amigos, quiero presentaros a Alfredo. Él acaba de llegar.

Encantado, Alfredo. Respondió uno. Yo soy Luis. Otra voz repuso: YO me llamo Aurora. Una tercera dijo: Yo soy Blas. Así fueron presentándose un grupo de amigos, de muy diversas edades. Alfredo se sentía como en casa. Todavía no sabía explicar por qué; pero sentía lazos muy profundos con esas personas. Uno de ellos hizo sonar un bastón. Era algo tan familiar, que Alfredo preguntó: ¿Tú también eres ciego? -Aquí todos lo somos- repuso Blas.

Entonces, Alfredo comenzó a entender lo que le estaba pasando y por qué todos aquellos años, había experimentado una inexplicable desazón, a pesar de tener una vida, más o menos aceptable. Le faltaba ese contacto cercano con gente que compartiera esa característica de la ceguera. Tanta normalidad, le había usurpado un derecho básico. El de compartir sus sentimientos y problemas, con gente que verdaderamente le entendiera.

Transcurrió esa noche, compartiendo historias y entre risas. Todos disfrutaban los unos de los otros, hasta que de pronto, se escuchó el sonido del despertador.

Ya era la hora de levantarse para ir a trabajar. El recuerdo del sueño, permanecía muy vívido y un nuevo vigor y entusiasmo, hizo que Alfredo se levantara casi cantando, se vistiera rápido y saliera a la calle con otro humor. Entró al bar silbando y pidió su café y tostadas habituales. ¿Qué le pasa hoy a nuestro Alfredo? Se preguntaba en voz alta un camarero: ¡Seguro que se ha enamorao! –Casi-; repuso nuestro amigo. Durante todo el día, Alfredo recordaba y degustaba el sueño de aquella noche, y todo el mundo en el trabajo, percibió un sutil y dulce cambio de carácter.

Deseaba profundamente, que se repitieran las escenas. Deseaba que al irse a dormir, aquel sueño volviera.

Así ocurrió para su felicidad. Cuando concilió el sueño, otra vez se sintió guiado por lucía, a esa habitación grande. Todos volvían a estar allí y ya sin más protocolos, les fue dando un abrazo.

Marga era una chica, más o menos de la edad de Alfredo y desde el principio, parece que hubo entre ellos una química especial. Temas como la informática y la lectura de teatro antiguo, eran cuestiones absolutamente apasionantes para ambos. Pasaron esa noche y sucesivas, charlando y compartiendo experiencias. Manolo estaba más inclinado a la música y tocaba la guitarra. En no pocas ocasiones, amenizaba las noches, junto con el piano de Ricardo.

Así, durante un buen periodo de tiempo, nuestro Alfredo pasaba el día normalmente, en el trabajo o con amigos y secretamente, sentía ese anhelo de que llegara la noche, y volver a entrar en aquel sueño cálido y delicioso. Cada vez le gustaba más, aquel mundo nada onírico por cierto, pero sí surgido como un sueño. Quería que fuera parte de su realidad cotidiana.

Exactamente un año después de su primera experiencia, el 12 de diciembre del 2051, caminaba nuestro personaje hacia su casa; pero iba con pasos entusiastas, para no retrasarse en esa secreta cita.

Aquella noche, tenía un plan que le creaba cierta agitación.

Cuando llegó a la sala de su sueño, todo era como otras noches, aparentemente. Luis hacía sus gracias, se escuchaba el piano de Ricardo, pero parecía como si algo distinto latiera en el ambiente. Había olores deliciosos, como si alguien estuviera cocinando.

En un momento dado, cuando casi iba a llegar la hora de despertarse, Alfredo puso en marcha su plan, no sin cierto miedo a romper el hechizo.

Comentó en voz alta: ¡Cómo me gustaría que esto no fuera un sueño y que fueseis reales! Blas replicó: ¡Eso es lo que iba a decir en este mismo momento! Marga y Tere asombradas, exclamaron al unísono: Es increíble! Hubo un rumor por toda aquella habitación, porque de pronto todos se dieron cuenta de que no estaban solos en aquel sueño, que todos sus amigos eran reales y venían cada noche, al igual que ellos.

Pasado un rato, quedaron todos mudos, porque sintieron la presencia de Lucía, esa chica que les guiaba cada noche y escucharon su voz, no ya como sonido, sino como un susurro en el corazón.

Decía: Vuestro anhelo pleno de amor, me hizo guiaros hasta aquí, para que dejaseis de ser trozos separados de un bloque que merece estar junto. Vuestra determinación para cultivar y enriquecer este sueño, ha hecho que a partir de ahora, se incorpore a vuestra realidad y deseo que crezca el amor cada día y que este bloque recién formado, sirva para que muchos otros trocitos de él, puedan beneficiarse de vuestro amor y ser felices. Este es mi deseo.

Y ahora, ¡Vamos a comer!

Todos salieron a un jardín, donde había una mesa dispuesta con comida deliciosa y siguieron charlando y agradeciendo con una emoción desbordada, el estar allí y sentir que nada de eso era ya un sueño. Para Alfredo y Marga, fue maravilloso saber que su amor no era una ficción y que el otro, existía realmente. Estuvieron charlando y riendo largo tiempo después de la comida, y al final de la fiesta, Manolo cogió la guitarra y comenzó a cantar algo que todos siguieron y jalearon:

Hoy me lleno de alegría, porque al fin he descubierto, esos amigos del alma no en sueños, sino despierto.

Faltaba algo en mi vida, hasta que tú me guiaste, al lado de mis hermanos que hoy comienzan a abrazarse.

Este 13 de diciembre será la fecha querida, en que te recordaremos por fundar esta familia.

Cuando nazcan más hermanos y necesiten tu guía, juntos les acogeremos. Daremos tu bienvenida.

Honraremos esta fecha durante toda nuestra vida.

Gritaremos todos juntos:

¡Que viva Santa Lucía!

 

 

 

a punto de llegar el invierno meteorológico. Era 12 de diciembre y Alfredo apagó con desgana su ordenador. Cogió la chaqueta y abrió su bastón.
 
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