Nos presentó un amigo común. Precisaba el braille para un examen
y quiso aprenderlo con los dedos.
El salón, el libro, la lluvia de otoño vigilando por los
cristales. Le mostré, como una sonata tocada en el piano a cuatro manos, los
secretos de aquellas páginas escritas a gotelé. Ir y venir de manos,
cruzándose, rozándose sin querer, imposible evitar el tráfico de dedos sobre
unas pocas letras, imposible no confundirse la fantasía y el saber.
Veinte años después, esta mañana un paseo en tándem. La hija más
pequeña , recién iniciada, revoloteando alrededor. Sí, el tándem, el
ciclismo en braille, hoy soy yo el alumno.