Aquella mañana, con la Perkins, le había escrito una carta llena de amor apasionado. Se la daría cuando fuese a buscarla a Radio Nacional donde trabajaba.
La metí en el bolsillo de la chaqueta y salí de casa; cogí el tramvía hasta Rigat, donde daban cafés-conciertos de jazz.
Al llegar a la radio, eché mano al bolsillo. ¡La carta no estaba! Ella la esperaba para, por la noche, con tranquilidad, pasarla a tinta y leerla más fácilmente.
A los tres días, fui a Rigat. Nada más entrar Fillipo me dijo: "Toma; esto es tuyo. Tete Montoliu ya nos la ha leído".
Tardé dos meses en volver.