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  El Ánima de Sayula (Teófilo Pedroza)
 




El Ánima de Sayula

Teófilo Pedroza

Este divertido relato en verso, escrito a finales del siglo XIX en Michoacán (México) relata una broma entre amigos: Apolonio decide encontrarse a medianoche con un ánima en pena, porque le han dicho que le ofrecerá dinero a cambio de ciertos servicios. Pero el fantasma resulta ser un puto activo que busca a un vivo para satisfacer sus deseos lujuriosos.

En muy distintas culturas se encuentran ejemplos de cuentos de fantasmas similares, en los que el ánima encarna las actitudes que se consideran antisociales (pereza, falta de control sobre los procesos eliminatorios o prácticas sexuales prohibidas) No es extraño que este relato recibiera la bendición de la Iglesia, dado su contenido moralizante: tradicionalmente, en México la sodomía activa no ha estado estigmatizada entre las clases populares, pero desde el XIX sí ha sido condenada por la psiquiatría oficial y la moral religiosa. El cuento es aún muy popular en el país, y se recita con frecuencia.

 

En un caserón ruinoso

de Sayula en el lugar,

vive Apolonio Aguilar,

trapero de profesión.

Hace tiempo que padece

hambre voraz y canina,

y por eso está que trina

contra su suerte fatal.

No se emborracha ni juega;

sólo comer es su vicio,

mas va tan mal el oficio

que ni para pan le da.

Cuatro tablas, dos petates

un bacín roto de barro,

cuatro cazuelas y un jarro

son de su casa el ajuar.

Su mujer y sus hijuelos,

macilentos y hambreados,

con semblantes demacrados

piden pan con triste voz.

¿Pan allí? ¡Ni por asomo!

Hambre sí, disgustos mil

en aquel chiribitil,

a pasto y a discreción.

Llanto sólo de miseria,

que goteando noche y día

apagó dejando fría

la ceniza del hogar.

Por eso el trapero esconde

entre sus manos la cara,

maldice su suerte avara

que le causa tal dolor.

Y fijando en su consorte

la penetrante mirada,

con voz grave y levantada

de esta manera le habló:

"Es preciso que ya cese

Esta situación horrible...

Vivir así no es posible,

harto estoy de padecer.

Me ocurre feliz idea,

que desde luego te explico;

esta noche me hago rico

o perezco en la función.

Tú sabes que en esta tierra

entre la gente de seso

se cuenta cierto suceso

que ha causado sensación.

Se dice, pues, que de noche,

al sonar las doce en punto,

sale a penar un difunto

por la puerta del Panteón.

Que las gentes que lo ven

huyen a carrera abierta,

y todos cierran la puerta

encomendándose a Dios.

Que por fin un desalmado

se encaró ya con el muerto,

mas de terror quedó yerto,

patitieso y sin hablar.

Esto lo aseguran todos

y mi compadre José

me ha jurado por su fe

que también al muerto vio.

Me asegura que ese muerto

tiene la plata enterrada

y busca gente templada

con quien poderse arreglar.

Y me aconseja que yo,

deponiendo todo miedo,

acometa con denuedo

la empresa del fantasmón.

Pues bien, me siento con bríos

para hablarle al mismo diablo;

a ese muerto yo le hablo

aunque fallezca después.

Mucho peor es morir de hambre

que morir de puro miedo,

y si yo con vida quedo

Seremos ricos después."

"¡Por Dios, Apolonio! -dijo

su mujer muy aflijida-

No juegues así la vida,

deja a los muertos en paz."

"Señora, no retrocedo.

Es una cosa resuelta;

si pronto no doy la vuelta

prepara mi funeral".

Dijo... y con paso veloz.

pálido como un difunto,

salió de su casa al punto,

camino para el Panteón.

Envuelto en tinieblas yace

de Sayula el caserío,

y un aspecto muy sombrío

allí reina por doquier.

Lóbrega la noche está

y al soplo del viento frío

gimen los sauces del río

con quejumbroso rumor.

No se oye voz humana

ni el más ligero ruido;

sólo lejos el aullido

pavoroso de algún can.

Algún pájaro que pasa.

por las tinieblas perdido,

lanza fúnebre graznido

al ir de su nido en pos.

Camina, pues, atrevido,

aquel hombre de faz yerta,

y por fin se ve en la puerta

del tenebroso panteón

la silueta del trapero,

que a la ventura de Dios

va de la fortuna en pos

hasta vencer o morir.

Por fin de repente suenan

doce lentas campanadas,

cuyas notas compasadas,

vibran con sordo rumor.

Notas lentas y solemnes

cuyo sonido retumba

como el eco de una tumba

en el pecho de Aguilar.

Cruza el dintel el fantasma,

mudo, rígido, sombrío,

como el sepulcro más frío

y horrible aborto de horror.

Lleva cubierta la faz

con negro y tupido velo,

y arrastrando por el suelo

lleva también un sudario.

Aguilar, de espanto yerto

y erizado su cabello,

con agitado resuello

corre tras de la visión.

Haciendo un supremo esfuerzo,

cual si jugara la vida,

con voz despavorida

de esta manera le habló:

"En nombre de Dios te pido

me digas cómo te llamas,

si penas entre las llamas

o vives aquí entre nos.

¿Qué buscas por estos sitios

donde a los vivos espantas?

Si tienes talegas ¿cuántas

me puedes proporcionar?"

"Me llamo Perico Súrres

-dijo el fantasma en secreto-

Fuí en la tierra un buen sujeto,

muy puto mientras viví.

Ando ahora penando aquí,

en busca de un buen cristiano

que con la fuerza del ano

me arremangue el mirasol.

El favor que yo te pido

es un favor muy sencillo:

que me prestes el fundillo

tras del que ando tiempo ha.

Las talegas que tú buscas

aquí te las traigo colgando;

ya te las iré arrimando

a la puerta del fogón..."

Dijo...y cual sombra fugaz,

tan rápido como el viento

tras las tapias del Convento

el sombrero se perdió.

Mudo de sorpresa queda

el pobrecito trapero,

y echando al suelo el sombrero

de esta manera exclamó:

"Por vida del Rey Clarión

y de la madre de Gestas

¿qué chingaderas son estas,

que me suceden a mí?

Vengo de lejanas tierras

a buscar aquí la vida,

y la suerte maldecida

me depara un trance atroz.

No tener yo mas alhaja

que la alhaja del fundillo

¡Y que me la pida un pillo

que viene de la eternidad!

Yo no sé lo que me pasa,

pues ignoro con quien hablo;

este cabrón es el diablo

o es mi compadre José.

Lo que me sucede a mí

Es para perder el seso;

Si los muertos piden sieso,

los vivos ¿que pedirán?

Buena fortuna me hallé

en esta tierra de brutos.

Donde los muertos son putos

¿qué garantías tengo yo?

Esto es cuando puede verse

en las crestas del Demonio:

¡Si lo aflojas, Apolonio,

de aquí sin culo te vas!"

Así el trapero exclamó

muy pensativo y mohíno

Del pueblo tomó el camino

y en sus calles se perdió.

Y es fama que cuando oía

hablar del aparecido,

receloso y precavido

se ponía la mano atrás.

MORALEJA

Lector: si por alguna vez,

y por artes del Demonio,

te vieres como Apolonio

en crítica situación;

si tropiezas acaso

con alguna ánima en pena,

aunque te diga que es buena,

no te descuides, lector.

Y por vía de precaución

llévate como cristiano

la cruz bendita en la mano

y en el fundillo un tapón.

Fin

Fuente: A. Jiménez. Picardía mexicana. Costa-Amic, 1958.

 

 

 
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