SIÉNTATE CONMIGO
  Orientales (José Zorrilla)
 

 

 

Orientales

José Zorrilla

Oriental (1)

Dueña de la negra toca,

la del morado monjil,

por un beso de tu boca

diera a Granada Boabdil.

Diera la lanza mejor

del Zenete más bizarro,

y con su fresco verdor

toda una orilla del Darro.

Diera la fiesta de toros,

y si fueran en sus manos,

con la zambra de los moros

el valor de los cristianos.

Diera alfombras orientales,

y armaduras y pebetes,

y diera... ¡que tanto vales!,

hasta cuarenta jinetes.

Porque tus ojos son bellos,

porque la luz de la aurora

sube al Oriente desde ellos,

y el mundo su lumbre dora.

Tus labios son un rubí,

partido por gala en dos...

Le arrancaron para ti

de la corona de Dios.

De tus labios, la sonrisa,

la paz de tu lengua mana...

leve, aérea, como brisa

de purpurina mañana.

¡Oh, qué hermosa nazarena

para un harén oriental,

suelta la negra melena

sobre el cuello de cristal,

en lecho de terciopelo,

entre una nube de aroma,

y envuelta en el blanco velo

de las hijas de Mahoma!

Ven a Córdoba, cristiana,

sultana serás allí,

y el sultán será, ¡oh sultana!,

un esclavo para ti.

Te dará tanta riqueza,

tanta gala tunecina,

que ha de juzgar tu belleza

para pagarle, mezquina.

Dueña de la negra toca,

por un beso de tu boca

diera un reino Boabdil;

y yo por ello, cristiana,

te diera de buena gana

mil cielos, si fueran mil.

Oriental (2)

Corriendo van por la vega

A las puertas de Granada

Hasta cuarenta gomeles

Y el capitán que los manda.

Al entrar en la ciudad,

Parando su yegua blanca,

Le dijo éste a una mujer

Que entre sus brazos lloraba:

-Enjuga el llanto, cristiana,

No me atormentes así,

Que tengo yo, mi sultana,

Un nuevo Edén para ti.

Tengo un palacio en Granada,

Tengo jardines y flores,

Tengo una fuente dorada

Con más de cien surtidores.

Y en la vega del Genil

Tengo parda fortaleza,

Que será reina entre mil

Cuando encierre tu belleza.

Y sobre toda una orilla

Extiendo mi señorío;

Ni en Córdoba ni en Sevilla

Hay un parque como el mío.

Allí la altiva palmera

Y el encendido granado,

Junto a la frondosa higuera

Cubren el valle y collado.

Allí el robusto nogal,

Allí el nópalo amarillo;

Allí el sombrío moral

Crecen al pie del castillo.

Y olmos tengo en mi alameda

Que hasta el cielo se levantan,

Y en redes de plata y seda

Tengo pájaros que cantan.

Y tú mi sultana eres;

Que desiertos mis salones,

Está mi harén sin mujeres,

Mis oídos sin canciones.

Yo te daré terciopelos

Y perfumes orientales,

De Grecia te traeré velos,

Y de Cachemira chales.

Y te daré blancas plumas

Para que adornes tu frente,

Más blancas que las espumas

De nuestros mares de Oriente;

Y perlas para el cabello,

Y baños para el calor,

Y collares para el cuello;

Para los labios.... ¡amor!

-¿Qué me valen tus riquezas,

-Respondióle la cristiana-,

Si me quitas a mi padre,

Mis amigos y mis damas?

Vuélveme, vuélveme, moro,

A mi padre y a mi patria,

Que mis torres de León

Valen más que tu Granada.

Escuchóla en paz el moro,

Y manoseando su barba,

Dijo, como quien medita,

En la mejilla una lágrima:

-Si tus castillos mejores

Que nuestros jardines son,

Y son más bellas tus flores,

Por ser tuyas, en León,

Y tú diste tus amores

A alguno de tus guerreros,

Hurí del Edén, no llores;

Vete con tus caballeros.

Y dándole su caballo

Y la mitad de su guardia,

El capitán de los moros

Volvió en silencio la espalda.

Oriental (3)

Mañana voy, nazarena,

A Córdoba la sultana;

Mi amorosa cantilena

Ya no sentirás mañana

Al compás de mi cadena.

Cuando vuelvan los cristianos

De los moros vencedores,

Lee mis destinos tiranos,

La historia de mis amores,

En la sangre de sus manos.

Valiera más que, cautivo,

En esa torre acabara

La triste vida que vivo;

Que la vida que hoy recibo

Me la vendes ¡ay! bien cara.

¡Adiós! Tu esclavo mañana

Ya no ha de causarte enojos;

Pero es esperanza vana:

Cautivo quedo, cristiana,

En la prisión de tus ojos.

¡Maldita, hermosa, mi estrella!

¿Qué ha de valerme la vida,

Si no he de hallarte con ella

Ni en Granada la florida

Ni en mi Córdoba la bella?

De hoy me será el claro sol

Una lámpara importuna;

Hija del suelo español:

Tú eres mi sol y mi luna.....

La aurora y el arrebol.

Pues en ti pierdo el sol hoy,

Sin tu sol no he de vivir;

Sultana: a Córdoba voy,

Que en las tinieblas que estoy,

Presto, a fe, que he de morir.

Ha prometido Mahoma

Un paraíso, una hurí...

Tú habrás de ser ángel, sí,

En esa región de aroma,

Y hemos de amarnos allí.

Oriental (4)

De la luna a los reflejos,

A lo lejos,

Árabe torre se ve;

Y el agua del Darro, pura,

Bate obscura

Del muro el lóbrego pie.,

Susurra el olmo sombrío

Sobre el río,

Dando al oído solaz,

Y en los juncos y espadañas,

Y en las cañas,

Susurra el aura fugaz.

Se abre en la arena amarilla

De la orilla,

Vertiendo aroma, la flor;

Y las plumas de colores,

En las flores,

Estremece el ruiseñor.

Vierte en gotas cristalinas,

Peregrinas,

El rocío su cristal,

Y en cada perla de plata

Se retrata

El alcázar oriental.

Descorridas las sombrías

Celosías

Del calado torreón,

Está en la árabe ventana

La Sultana

Murmurando una canción.

Y en la atmósfera serena,

Libre suena

La melancólica voz;

Y abajo, en la hierba verde,

Al fin la pierde

Con la ráfaga veloz.

Y al compás de su garganta,

Raudo canta

Contestando el colorín,

Saltando entre los galanes

Tulipanes

Del espléndido jardín.

Y al rumor del dulce trino,

Peregrino,

De arpa, bella y ruiseñor,

Oído prestan atento

Agua, viento,

Olmo, alcázar, campo y flor.

Así la mora decía

Y respondía

En la rama el colorín,

Y esto el moro la escuchaba,

Que velaba

Receloso en el jardín:

"Danme el ánima de un moro,

"Perlas y oro,

"Y coronas en la sien;

"¡Dime, flor, a mi ventura

"Y hermosura

"Lo que falta en el harén!

"Danme chales los califas,

"Y alcatifas,

"Y guirnaldas en la sien:

"¡Dime, huerto, a mi ventura

"Y hermosura

Lo que falta en el harén!

"Danme baños y festines,

"Y jardines

"Que me mienten el Edén:

"¡Dime, río, a mi ventura

"Y hermosura

"Lo que falta en el harén!

"Transparentes como espumas

"Danme plumas,

"Y atan velos a mi sien:

"¡Ruiseñor, di a mi ventura

"Y hermosura

"Lo que falta en el harén!

"Nada, al fin, que les dé enojos

"Ven mis ojos,

"Nada que arrugue mi sien;

"Dime, luna, a mi ventura

"Y hermosura

Lo que falta en el harén"

Llegaba aquí, y una sombra,

En la alfombra,

La lámpara dibujó;

A su lado, en la ventana,

La Sultana

Con el Sultán se topó.

"Tienes torres, dijo el moro,

"Perlas y oro,

"Y guirnaldas en la sien:

"Dime, hermosa, a tu ventura

"Y hermosura

"Lo que falta en el harén.

"¿Qué hay en el huerto sombrío,

"Y en el río,

"Y en el ave y en la flor,

"Que al rayar el claro día,

"¡Vida mía!,

"No te traiga tu señor?

"Di: ¿qué falta a tu belleza,

"A tu riqueza

"O a tu loca voluntad?"

"Señor, esos ruiseñores,

"En las flores,

"Tienen aire y libertad."

Oriental (5)

Larga y pesada es la noche

Si de un cerrado balcón

Al pie, se aguarda la lumbre

De un enamorado sol;

Si a oscuras en una calle

No se siente en derredor

Más que del aura perdida

El interrumpido son.

Larga y pesada es la noche

Para el despierto amador

Que acecha una blanca mano

Que tal vez le hace traición,

Mientras la diestra al estoque,

Ebria el ánima de amor,

De rival desconocido

Recela la condición.

Larga y pesada es la noche

Para quien tanto aguardó,

Que el alba por el Oriente

Viene a ahuyentar su pasión.

Muy larga para el mancebo

Que en Córdoba penetró,

De los ojos de una mora

Enredado en la prisión.

Está el cristiano apoyado

En las rejas donde vio,

Mientras que lloró cautivo,

A la prenda de su amor.

Y en vano a su doble seña

Una respuesta aguardó;

Las celosías tuvieron

Siempre velado el balcón.

Mas viendo que a largos pasos

Veníase alzando el sol,

Entre amorosos suspiros

Así dijo a media voz:

"He llamado a tu ventana,

Mi sultana,

Siempre fiel a mi pasión,

Y enojado me despido,

Pues dormido

Encontré tu corazón

Adiós, mi dulce señora,

Ingrata mora,

Que pues más no he de venir,

Bien harás, de mí olvidada,

Descuidada,

En largo sueño dormir.

"No esperes, no, que tu mano

Vuelva ufano

Enamorado a buscar,

Clavando del foso oscuro,

Sobre el muro,

Una escala en que bajar.

"No esperes que en larga vela,

Centinela

De tu cerrado balcón,

Aguarde ya entretenido,

Si dormido

He de hallar tu corazón.

"No esperes, no, que combata,

Mora ingrata,

De tu celosía al pie,

Mientras en otros amores

Tus favores

Gozando un rival esté.

Que si a mi voz no respondes,

Porque escondes.

Otro amor para mi amor,

Guarda los lances y cuitas

De tus citas

Para quien ha tu favor.

Quédate, aunque yo te amaba,

Por esclava

De un señor y de un harén,

Y muera con tu hermosura

La ventura

De tu existencia también.

"Adiós; duerme, mi sultana,

Y tu ventana,

Testigo de mi pasión,

Te diga si he conocido

Cuán dormido

Estaba tu corazón."

Y así el mancebo diciendo,

De sus celos al furor,

De un tajo las celosías

Con la espada derribó.

Saltó del lecho la mora

A tan descompuesto son,

asomándose a la reja,

Quién era le preguntó.

Mas él, a larga distancia

Revolviendo un callejón,

Tornó la espalda diciendo:

"Dormid en paz, que soy yo."

Oriental (6)

No pude selle mudable

A aquella cuyo nascí.

Rom. gral.

I

Escucha, hermosa cristiana,

Mis amores,

No se estrellen mis dolores

En los vidrios de colores

De tu gótica ventana.

Años ha, bella señora,

Que tu vista encantadora,

Apetecida

De Córdoba en los jardines

Matóme por darme vida.

Y en tanto que te acataban

Y tus favores gozaban

Mil paladines,

Azarque, en inútil queja,

Tus esquiveces plañía

Llorando al pie de tu reja.

Escucha, hermosa cristiana,

Mis amores,

No se estrellen mis dolores

En los vidrios de colores

De tu gótica ventana.

¡Ah! ¡Qué importa que al Profeta

En adoración secreta

Yo bendiga,

Y adores tú al Nazareno,

Si en blanda coyunda amiga

Un solo amor nos uniera!

Cristiana más hechicera

Que el ameno

Paraíso, no te cura,

De las palabras del Conde,

Que han de ser mi desventura.

Escucha, hermosa cristiana,

Mis amores,

No se estrellen mis dolores

En los vidrios de colores

De tu gótica ventana.

II

Así de la luna al brillo

En tono blando y sencillo

Cantaba voz varonil,

Y del moro las querellas

Vertiendo lágrimas bellas

Oía dama gentil.

Abrió a medias su ventana,

Que con flores engalana,

La dama, y así cantó:

Triste su cántico, apenas

Perdido entre las almenas

Un solo instante vagó.

"Cristiana ¡oh moro! nací,

Y me matan con rigor

¡Ay de mí!

Mi religión y mi amor,

Y huyo a mi pesar de ti.

Huye de aquí."

La voz se heló en su garganta,

Cayó y rompióse la lira,

Al moro extática mira,

Mas ya ni le ve ni canta.

No canta, que en llanto amargo,

Sobre el pecho la cabeza,

Ahoga tanta terneza

Un amoroso letargo.

"Por qué (dice desde el foso

El moro), bella cristiana,

Por qué me velas tirana

Ese rostro candoroso?"

La cristiana amada, en tanto,

Miraba y no le veía,

Sólo en el muro se oía

Triste y angustiado llanto.

Y viendo que no responde,

El moro, desesperado,

A llamar iba ya osado

En el castillo del Conde.

III

Sobre alazán de Córdoba brioso,

Ceñido el cuerpo de la doble malla,

El Conde de Tendilla llega en tanto

A su opulento alcázar.

Por la penosa orilla del torrente

Se oye cuál crujen a compás sus armas,

A par que estrepitosas se derrumban

Entre espumas las aguas.

Llegó al castillo, y al tocar al puente,

Miró en el muro pálida a su hermana,

Y volviéndose al moro, amenazóle

Con la robusta lanza.

"¡Infiel al fin! Ya yo me lo sabía",

Dijo el Conde entre sí, lleno de rabia;

Y alzó la voz después: "Mahometano,

¿Son éstas tus palabras?

Si ya no eres cristiano, tu rodela

Y ese corcel apresta que descansa.

Tú lo juraste, moro, que conmigo

Serías en batalla."

"¿Por qué el Conde cristiano me acomete,

Si amor quitó la libertad al alma?

"Tú lo juraste, moro, que conmigo

Serías en batalla."

"Yo cristiano no soy, repuso el moro,

Yo no soy sino amor para tu hermana;

Mas ¿qué importa mi fe, ni la fe suya,

Si como yo me ama?"

"No blasfemes, infiel; si en tu creencia

Tornaras a mirar estas murallas.....

Tú lo juraste, moro, que conmigo

Serías en batalla."

IV

Marchó el Conde de Tend

Y del torrente en la orilla

Aguardó.

¿Qué hace el moro, que injuriado

En la muralla apoyado

Se quedó?

¿Por qué el Conde le provoca

Con voz que al honor le toca

Y con furor,

Y el moro sombrío, en tanto,

Mostrando está con su llanto

Su dolor?

Errante su mirar vaga,

Y almete, rodela y daga

Lejos de él

Con ira arrojó demente,

Y así habló con voz doliente

El infiel:

"Adiós, hurí seductora,

Rosa de pensil cristiano;

Pues que por suerte traidora

Te pierdo agora,

Muere con tu Dios cristiano,

Yo moriré en mi fe mora."

Y hacia el Conde, que le espera,

Rápida y firme carrera

Dirigió,

Y allá en el agua espumosa

La caída estrepitosa

Resonó.

V

Mientras la bella cristiana

En su gótica ventana

Exhala un ¡ay! de pavor,

Del agua allá en lo profundo

Lanza el moro en este mundo

El postrer ¡ay! de su amor.

 

 

 

 
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