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  Lágrimas en el bosque (Abel González Acosta)
 

 

 

Lágrimas en el Bosque

Abel González Acosta

Fue en los primeros días de un frío mes de noviembre, cuando allá, muy cerquita de Vinuesa, provincia de Soria, nacieron dos nuevos pobladores del bosque. Al principio parecían un par de finísimos alfileres, pero poco a poco, según iban pasando las semanas, iban apareciendo nuevas hojas pegadas a sus endebles tallos. A estos dos pequeños indefensos todos los árboles grandotes decidieron llamarlos Palo y Polo.

Palo era muy glotón, y por eso crecía más deprisa que Polo. Cada mañana, nada mas asomar por entre las hojas de los pinos más viejos los primeros rayos de sol, Palo comenzaba a absorber todos los elementos que la lluvia había disuelto durante la noche. Sin embargo, Polo, que era muy friolero no comía hasta el mediodía, cuando la temperatura del ambiente estaba algo más templada, y sólo encontraba en la tierra las sobras que palo le había dejado.

Los meses fueron pasando, y así nuestros dos protagonistas se convirtieron en pinos jóvenes. Polo, que era más reservado, era también muy mimoso. Le encantaba dejar crecer muchas ramas delgadas, para que el viento las azotara con más facilidad, y lograr así rozar con sus finas hojas las de su hermano Palo, por quien siempre sintió una tremenda admiración.

Entre juego y juego pasaron algunos años, y sin darse cuenta Palo y Polo se hicieron dos pinos adultos. Pero pronto comenzaron los problemas. Ellos habían crecido en medio de tres árboles inmensos, que les ahogaban con su sombra y no les dejaban desarrollarse; Don Piñón, Don Tronco y Doña Madera.

Un día, nada más amanecer, y después de pasar la noche comentando entre ellos, y en tono muy bajito, nuestros dos protagonistas hablaron con sus tres compañeros mayores, así que les dijeron: "Nosotros somos aún pequeños porque vosotros nos ahogáis con vuestra sombra. Por eso nuestras ramas son débiles y endebles y en ellas no anidan los pájaros, y queremos pediros que crezcáis más hacia fuera y nos dejéis un poco más de sitio en medio para poder desarrollarnos nosotros".

Don Piñón, Don Tronco y Doña Madera se enfadaron mucho, así que Don Tronco, con su voz ronca les dijo con tono airado:

"¿Pero que os habéis creído, enanos? ¿Es que queréis usurparnos el sitio a nosotros? Pues ni hablar. Nosotros seguiremos siendo los árboles más esbeltos del bosque para que nuestras piñas se vean desde muy lejos. A nuestras ramas seguirán acudiendo los pájaros para alegrar desde ellas el bosque con sus cantos, quienes también anidarán en ellas. Y vosotros, a seguir siendo nuestros pequeños".

"No, os equivocáis. -susurró Palo-. Nosotros sólo queremos crecer igual que todos nuestros amigos del bosque. No pretendemos ser los mejores ni los más esbeltos, sino dos árboles más entre vosotros. Y es que aquí hay sitio para todos".

"Ni hablar, -dijeron al unísono Doña Madera, Don Piñón y Don Tronco con tono desconfiado-. ¡A nosotros nos vais a engañar! Todo seguirá como hasta ahora, que ya tendréis tiempo de crecer dentro de muchos años cuando nos sorprenda la muerte.

Así acabó la discusión, y nuestros dos amigos, Palo y Polo se pusieron muy tristes. Sus hojas se pusieron débiles y amarillentas por falta de la luz del sol, y en sus ramas tampoco se veían Piñas ni posaban pajarillos.

Un buen día, no pasado mucho tiempo, oyeron a lo lejos unos ruidos muy extraños. En un principio estaban muy desconcertados porque se escuchaban árboles que caían y el murmullo de varios hombres. Con el paso de los días el ruido se iba acercando, hasta descubrir que se trataba de unos leñadores que estaban talando, con una sierra muy grande, los árboles más gruesos para hacer muebles con la madera de sus troncos.

De repente, de las hojas de los tres árboles grandullones comenzaron a caer diminutas gotas de rocío. Era el llanto que sufrían al ver como, en poco tiempo, quedarían talados sobre el suelo, sin vida.

Entre sollozos Doña Madera susurró:

"Si os hubiésemos dejado crecer a nuestro lado, y no os hubiésemos privado del sol, habríamos llegado a ser todos iguales, un poquito más pequeños, y no nos cortarían ahora esos malos leñadores".

Pero llegó la hora de la verdad. Cuatro hombres vinieron junto a aquel grupito de árboles. Todos temblaban. Tras observarlos, el leñador más viejo dijo:

"Vaya madera más buena que tienen estos tres pinos tan grandes. Nos van a ser muy útiles para hacer muebles de calidad, especialmente tablones gordos para mesas. ¡Manos a la obra, compañeros! Pero tener cuidado de no dañar a los dos de en medio que no los cortaremos, pues son tan débiles que no nos sirven para nada".

El primero en caer fue Don tronco, luego Doña Madera, y el último, Don Piñón. Uno a uno, mientras los iban cortando con la sierra, se iban despidiendo. "Adiós, adiós, -decían-.

Al fin quedaron Palo y Polo solos en aquel trozo de terreno. Polo extendió sus ramas hacia Palo y le dijo:

"Al fin hemos sido librados de la tala".

"Si, al fin, vaya nervioso que estaba hasta el ultimo momento en que se fueron", -contestó Palo.

A lo que Polo agregó:

"De todo esto que ha pasado debemos de aprender una cosa".

¿El qué?, -respondió palo intrigado-.

Pues que nunca dejaremos que ningún árbol del bosque carezca de lo que necesita para vivir; el sol, el aire, el agua, los alegres pájaros. Todas estas cosas que nos brinda la naturaleza son de todos, y por eso no podemos privar a nadie de ellas". "Mira, Palo -añadió con energía-, me gustaría que me prometieras que nunca extenderás tanto tu sombra de manera que impida que otros árboles crezcan junto a nosotros".

"Vale, Polo, pero tu también tienes que darme tu palabra de que tú también cumplirás esta promesa, -dijo Palo-.

Y desde entonces hay dos árboles en el bosque de Vinuesa que tienen dos ramas casi pegadas; Palo y Polo, a fin de recordarse, cuando por causa del viento chocan la una contra la otra, el pacto que un día hicieron. En aquel lugar volvieron a crecer muchos pinos, y se convirtió de nuevo en un frondoso hábitat donde numerosas especies de animales juegan y se divierten todos los días.

 

 

 

 
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