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  Un Aviso de Bomba, de Recuerdos de mi Vida: Memorias de un Director de Hotel (Mariano Verdejo Vendrell)
 
 
 
 
  Un Aviso de Bomba
  (de Recuerdos de mi Vida: Memorias de un Director de Hotel)
 
  Mariano Verdejo Vendrell
 
  Ocurrió por la noche de un domingo del mes de Agosto. El hotel, lleno a rebosar y yo dando fin a un agradable día libre. La felicidad del día terminó con una comunicación telefónica desde la Recepción del Nuevas Palmeras. Acababan de recibir una llamada anónima informando de la colocación de una bomba en el hotel. Es fácil de imaginar la perplejidad momentánea y la reacción inmediata. Personado en el hotel se me informó de que la explosión de la bomba estaba programada para las doce de la noche. En ese momento eran las diez y media. A esa hora el Restaurante ya estaba cerrado; algunos clientes bailaban en la pista del Bar mientras otros disfrutaban del fresco de la noche en la terraza, frente a la playa. Los más, sobre todo las familias con niños, ya se habían retirado a sus apartamentos. Las acciones más inmediatas fueron hacer llamar a todos los Jefes de Departamento sin excepción, estuvieran o no de servicio, y notificar a la Guardia Civil lo que ocurría. A continuación, movilizar a los Jefes y a su personal de mayor confianza para iniciar, con la máxima discreción posible, un registro exhaustivo de cada rincón del Hotel para tratar de localizar el artefacto explosivo. Personada la Guardia Civil, se planteaba la conveniencia, o no, de hacer desalojar el establecimiento como medida preventiva. La decisión era grave y gravísimas podían ser las consecuencias se decidiera lo que se decidiera. Si despertaba a todo el mundo y ordenaba desalojar el hotel, al día siguiente, hubiera o no bomba, podía producirse un éxodo masivo de clientes con el consiguiente perjuicio económico para la Compañía y la alarma general en la zona. Sabido es que el turismo huye como de la peste de las zonas con peligro de actividades terroristas. Por el contrario, si no desalojaba y realmente estallaba una bomba, las consecuencias son obvias. Víctimas, acaso muertes, quién sabe cuántas y la responsabilidad penal de no haber puesto a salvo a los clientes habiendo recibido un aviso previo. La Guardía Civil, representada por un Sargento y dos números era partidaria del desalojo pero, según manifestaron, ellos no tenían autoridad para ordenarlo. La decisión era de mi sola competencia. ¿A quién pedir decisión o, en su caso, consejo? ¿A C. J. o a C. F., un domingo por la noche? Imposible. No estaban asequibles. Aquí parecía confirmarse la famosa teoría de Murphy: “Si algo podía salir mal, seguro que saldría mal”. Un suceso de esa índole tenía que ocurrir en un domingo por la noche, con los clientes durmiendo en el hotel y sin posibilidad de recibir ayuda o consejo de nadie. Localicé sin embargo a D. J., su propietario, para pedirle consejo. Su respuesta era presumible. Los clientes eran nuestros. La decisión a tomar, también. Nunca como entonces sentí sobre mi espalda la soledad del que manda. Debía tomar una decisión trascendental de probables consecuencias graves en cualquier caso. El registro del hotel fue tan completo como infructuoso. La tal bomba no aparecía. Mi cabeza trabajaba a marchas forzadas sin encontrar una solución intermedia y el tiempo pasaba inexorable. Consideré que hasta la fecha no había ocurrido ningún acto terrorista en zonas turísticas. La primera vez se produciría casi dos años más tarde. Para más “inri”, en fechas más o menos recientes se habían producido amenazas semejantes en otros establecimientos de la zona que resultaron ser bromas pesadas de algún perturbado. Con todo ello in mente tomé mi decisión: No iba a crear una situación de pánico en el hotel ordenando su desalojo cuando la mayoría de los clientes estaban durmiendo desde hacía mucho rato. El sargento de la Guardia Civil acató mi decisión no sin dejarme muy claro que de producirse una explosión sin haber ordenado el desalojo, “nos llevan a todos al paredón”. Palabras textuales. Con la decisión tomada nos aprestamos a esperar que sonaran las doce con la esperanza, para mí casi certeza, de que nada iba a ocurrir y que, una vez más, todo habría sido una falsa alarma. Ni que decir tiene que yo decidí esperar en la Recepción del Hotel. Si lo peor sucedía no quería inhibirme de las consecuencias. Algunos Jefes de Departamento, no todos, decidieron quedarse conmigo. Todas las acciones descritas se produjeron en el espacio de sesenta tensos minutos. Ahora quedaba una interminable media hora de espera a que, para bien o para mal, sonaran las doce de la noche. Y llegó la hora sin que, afortunadamente, ocurriera nada. Esperamos todavía media hora hasta estar seguros de que nada malo iba a pasar. Con suspiros de alivio y una inmensa sensación de lasitud y cansancio dimos la jornada por terminada. Movido y ajetreado final para un, hasta poco antes, tranquilo domingo de Agosto.
  Al siguiente día, lunes, a primera hora, me puse en contacto con C. F. (C. J. se hallaba ausente de Mallorca) relatándole las vicisitudes de la noche anterior. Al tiempo, le pedía instrucciones para el caso de que algo parecido volviera a suceder. La respuesta me marcó claramente el camino a seguir en el futuro si la historia se repetía. “Mariano, es difícil dar instrucciones concretas en un caso así. Solamente el que está en el lugar puede evaluar en toda su profundidad las circunstancias del momento y adoptar las medidas más pertinentes”. ¡Vaya! Como diría mi padre, “para ese viaje no hacían falta alforjas…”. Su respuesta, reducida a términos sencillos, venía a decir, “allá te las compongas”. Ni un ¡Bien hecho, Mariano! Ni un ¡Has corrido un gran riesgo. No vuelvas a hacerlo! Nada de nada… Si hubiera mandado desalojar el hotel produciendo al día siguiente una “espantada” de clientes con el consiguiente perjuicio económico, probablemente me habría dicho algo así como “Mariano, te has precipitado. Tendrías que haber supuesto que se trataba de una falsa alarma. Nunca ha ocurrido algo así en Mallorca”. Si por el contrario hubiera habido una catástrofe (y hubiera salido indemne), el comentario sería a buen seguro distinto: “Mariano, tomaste una gravísima decisión, totalmente errónea. Tenías que haber previsto lo peor”. Bien. Dos cosas quedaron diáfanas para mí. La primera, que nadie quiere “mojarse” en la toma de decisiones de este calibre. Ni siquiera aquellos que ostentan la máxima autoridad. Segunda y más importante: Jamás volvería a repetir lo que hice. Yo no soy nadie para decidir poner la vida de los demás en peligro. Hombres, mujeres y niños hubieran podido desaparecer junto con un ala del Hotel de haberse producido una explosión. La única razón para actuar como lo hice fue pensando en posibles consecuencias de carácter económico, en mi Empresa y en la hostelería de la zona. ¡Pobre razón es esa! Fue una decisión equivocada que, afortunadamente no tuvo consecuencias. Hubiera podido tenerlas e irremediables. Una cosa más que aprendí de mi permanencia en Mallorca. Lo que un Director de hotel no puede ni debe hacer en ningún caso: Poner en riesgo la integridad física de los demás.
 
  Una verdadera bomba ha sido el conocerte, Mariano. Y una bomba, que permitieras colocar algunos testos de tus memorias en mi página. Gracias por ello.
 
 
 
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