El día 1 de septiembre
paséme por la Gran Vía,
vi una puerta cerrada
que al acercarse se abría.
Entré siguiendo un impulso
y al vigilante que había
díjele que iba a ver
a mi amiga Lucía.
Entonces me preguntó:
-¿La que Melchor se aprellida?
-Sí, señor, - le respondí-.
Y Sánchez. Esa mismita.
-Pues..., creo -me replicó,
consultando en una lista-
que allá por el mes de julio,
tan contenta se despedía
cual si a partir de entonces
sólo de visita vendría.
Aquí, en la lista que tengo,
ya no figura Lucía.
Llaméla, raudo, al móvil,
cuyo número tenía,
para saber dónde andaba
y qué era de su vida.
Contestóme de inmediato,
susurrándome entre risas:
-¿Sabes lo que te digo?
¡Que-tra-ba-je-su-tí-a!
¿Recuerdas, cuando hace años,
mi estimada Lucía,
te pregunté, con maldad,
entre chanzas y risas,
cuando yo me jubilé,
que si conmigo vendrías?
Entre sonrisas dijiste:
-De buena gana lo haría,
mas los alumnos que llevo,
¿a quién se los dejaría?
-Los ciegos que valieren,
los cursos superando irían,
los que no valieren,
en el curso quedarían.
-Además, las condiciones
no se cumplen todavía.
Han pasado los años,
Juanma ha olvidado las tiras
y Judith, vuestra amada hija,
ha encauzado su vida.
¿Y ahora, qué, señora?
A buen seguro, sin prisas,
sin tensiones ni jefes chorras,
gozar de la buena vida
y realizar todo aquello
que tiempo atrás no podías.
Que seáis felices juntos
y que esas tres viejas cosillas,
salud, dinero y amor,
entre vosotros convivan.
Que nosotros lo veamos
y en nuestras casas, también vivan.
Pepi Casas
Àngel Mas,
Francesc Vila,
Carlos Andrés.