A la territorial fuime yo
allá por Santa Lucía.
Vi la puerta abierta,
cosa que yo no quería,
y menos incluso aún,
a un ciego que allí vendía
cupones, rascas, extras
y otras fruslerías.
Acerquéme, poquito a poco,
y en voz más bien bajita
para que nadie me oyera
interroguéle asina:
-¿Te quieres venir conmigo?
-De buena gana lo haría;
mas todo esto que vendo,
¿Dónde me lo dejaría?
-Todo aquello que nos toque
con nosotros se vendría,
y lo que no valiere,
la corriente llevaría.
"¡Aquí en la cruz que llevo
contra mi pecho oprimida,
por ella juro llevarte
a disfrutar de este día!"
Subimos al gran tractor
amarillo que yo tenía
y nos fuimos a buscar
a más ciegos que vendían.
Cuando llegamos a un ciento,
la madre y una modista
reservamos mesonazo
para una buena comida.
Y parapregonar rabia
Impotencia, gozo, dicha
y múltiples emociones
que todo Dios sentía,
dando vueltas y más vueltas
Por el barrio de la DT mía
Cantamos a cien voces
el himno a Santa Lucía:
De Lucía, la mártir de Cristo,
que venció con valor sin igual
del tirano tormentos y halagos
hoy cantemos su triunfo inmortal.
Del Jardín de Jesús eres Rosa,
cual capullo de olor sin igual,
que al abrirse el ambiente perfumas
y deleitas al pobre mortal.
De la vista la iglesia de Cristo
te ha nombrado abogada especial,
haz que un día con ella logremos
ver la gloria del Dios eternal.
Esta religiosa letra
trocóse en una distinta,
profana, social, vigente
y más reivindicativa:
De la ONCE, la mártir de listos,
que salvó con valor sin igual,
a los ciegos de todos los sitios
hoy exijamos su fin esencial.
Del jardín del país fuiste rosa
Cual capullo de olor sin igual,
que cuando se abrió fue la cosa
que al ciego diole actividad.
De los listos, librémonos ya
y con ello poder que los fines
de la ONCE vuelvan de nuevo a brillar
como tiempo atrás, ¡qué cojines!
Llegó la hora de comer,
beber y... (no se podía),
tras lo cual, sin saber como
una guitarra aparecía,
un bien afinado piano
en aquel comedor había,
para seguir levantando
codo y camaradería.
como unos cuantoshubo
que su arte ofrecían,
se estableció por las buenas,
una canción o poesía
por cada un voluntario
que exhibirse quería.
Este tocaba el piano,
aquella la guitarrica,
ese de allá cantaba,
esta de aquí, su poesía
declamaba con soltura,
y todos, ¿quién lo negaría?
poniendo mucho amor
y una lágrima furtiva.
No me resisto, que no,
a poner aquí, ¡madre mía¡,
la letra de la canción
que interpretó, repetida,
Joan Machado Serrat
y que dice de esta guisa:
¿Quién me presta un vendedor
Para comprarle cupones
Para darle trabajo
Y mejores condiciones?
Oh, la Once cómo está
Y pobres sus afiliados
Siempre martirizados
Siempre por dignificar.
Sin quiosco y a la luz
todos los días de la semana
cada vez con menos gana
quién soporta esta cruz.
Nuevos productos cada día
Nuevos vendedores
con otras minusvalías
y posibilidades mejores.
¡Oh no eres tú mi original
La que cuidaba su afiliado
Con trabajo asegurado
Sino una empresa más!
Y tampoco me resisto
a dejar constancia escrita
del poema que una señora
francesa, que así decía
con lágrimas de emoción
por la gran merced recibida:
Como en oscura noche los ciegos se encontraban,
en noche sin estrellas ni auroras en sus cielos;
pero de pronto surge el bien porque ansiaban
y ya de la ceguera no queda más que un velo.
¡Oh Luis Braille!, tu invento de puntos misteriosos
son puntos que tu ingenio milagros realizó;
son puntos salvadores que suplen nuestros ojos,
y ponen a nuestra alma con todo en relación.
Por ellos ver podemos lo que antes se perdía
en ese mar sin fondo de niebla..., oscuridad...
Mas ya al tocar leemos en toda esta armonía
con sensación espléndida de la realidad.
No vivimos ya a medias, sino completamente,
y la nostalgia triste llegamos a olvidar;
ya nunca estamos solos, con voz inteligente
tiernas palabras mágicas nos viene el libro a hablar.
¡Oh dicha sin medida poder expansionarse
y en dulces confidencias las penas exponer!
¡Ya no tener obstáculos para ir siempre adelante!,
¡Leer y escribir solos!... ¡Independientes ser!...
Trabaja, pues, ya el ciego que piensa, canta y ama,
que al fin sabe que es libre gracias a su punzón,
y eres tú quien encuentra la llave que él reclama,
tú, que eres prisionero de idéntica prisión.
¡Que todos te bendigan cual hoy yo te bendigo!;
mi vida sólo fuera cáliz de amargas hieles
sin libros que me endulcen y hagan mis horas breves,
sin ese punzón mágico que es mi mejor amigo.
Cuando vibrante el alma se eleve hacia la altura,
en el silencio eterno de eterna noche oscura...
¡que todos te bendigan cual hoy yo te bendigo!
Y con esto y un bizcocho,
salimos con alegría
más allá de las ocho
cada cual a su casita,
comprometiendo presencia
de un año en este día
para celebrar por lo alto
la fiesta de Santa Lucía.