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  Testamento Ovejuno (Caranva Romero)
 

 

 

Testamento Ovejuno

Caranva Romero

En Escaramujos del Monte, pequeño pueblo de agricultores y ganaderos de poca monta, sucedió hace muchos años, tantos que ni el tío Longevo Cabezón sabía cuántos, que viendo acercarse la hora de emprender su viaje al Pacífico, el tío Quebrao, bien por joder a sus hijos o porque de números sabía poco, en hológrafo testamento dejó dispuesto, entre otras cosas, que las diecisiete ovejas de las que era propietario habían de ser repartidas entre sus tres hijos, a razón de los tres sextos para el mayor, los dos sextos para el mediano y un noveno para el menor, con la única condición de que las ovejas no podían partirse.

Muerto el tío Quebrao y conocido el testamento, ni los hijos, que de números sabían a duras penas las cuatro reglas, ni el cura, que de reglas y números sabía un rato, ni el maestro, que por aquel entonces tenía que hacer muchos números para poder vivir, ni el propio juez al que acudieron como último recurso pudieron resolver el problema.

Custodio Lanas, pastor de la localidad, que se había pasado como aquel que dice toda su vida cuidando ovejas y que, por tanto, no se había asomado ni por casualidad a la escuela, cuando se enteró del problema de los tres afligidos herederos, miró un instante al cielo, y tras golpear repetidas veces con su inseparable cachava en el suelo, se fue rápidamente hacia su majada. Escogió de entre sus ovejas la mejor, y con ella a hombros se dirigió a la casa del difunto tío Quebrao. Una vez allí, dijo a los tres hermanos:

--Tomad; os doy esta oveja. Ahora vamos a ver si salen las cuentas: tres sextos de dieciocho, igual nueve; dos sextos, igual seis, y un noveno igual dos. Total: nueve más seis más dos igual diecisiete, y la que sobra me la llevo yo.

 

 

 

 

Testamento Ovejuno

Caranva Romero

En Escaramujos del Monte, pequeño pueblo de agricultores y ganaderos de poca monta, sucedió hace muchos años, tantos que ni el tío Longevo Cabezón sabía cuántos, que viendo acercarse la hora de emprender su viaje al Pacífico, el tío Quebrao, bien por joder a sus hijos o porque de números sabía poco, en hológrafo testamento dejó dispuesto, entre otras cosas, que las diecisiete ovejas de las que era propietario habían de ser repartidas entre sus tres hijos, a razón de los tres sextos para el mayor, los dos sextos para el mediano y un noveno para el menor, con la única condición de que las ovejas no podían partirse.

Muerto el tío Quebrao y conocido el testamento, ni los hijos, que de números sabían a duras penas las cuatro reglas, ni el cura, que de reglas y números sabía un rato, ni el maestro, que por aquel entonces tenía que hacer muchos números para poder vivir, ni el propio juez al que acudieron como último recurso pudieron resolver el problema.

Custodio Lanas, pastor de la localidad, que se había pasado como aquel que dice toda su vida cuidando ovejas y que, por tanto, no se había asomado ni por casualidad a la escuela, cuando se enteró del problema de los tres afligidos herederos, miró un instante al cielo, y tras golpear repetidas veces con su inseparable cachava en el suelo, se fue rápidamente hacia su majada. Escogió de entre sus ovejas la mejor, y con ella a hombros se dirigió a la casa del difunto tío Quebrao. Una vez allí, dijo a los tres hermanos:

--Tomad; os doy esta oveja. Ahora vamos a ver si salen las cuentas: tres sextos de dieciocho, igual nueve; dos sextos, igual seis, y un noveno igual dos. Total: nueve más seis más dos igual diecisiete, y la que sobra me la llevo yo.

 

 

 
 
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