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  Don Truhan Cegorio (Pepe Putilla y Caranva Romero)
 

 

 

Don Truhan Cegorio

(Acto cuarto, escena III, don Truhan habla a doña Once)

Pepe Putilla y Caranva Romero

¡Cálmate, pues, Once mía!

Que son firmes tus cimientos,

y se habla sin fundamentos

de ineptitud y felonía.

Ah! ¿No es cierto, Once de amor,

que en mis tapadas orejas

no entran las muchas quejas

y te gobierno mejor?

Esta bolsa que tengo, llena

de los euros que vendedores

ganan con frío y sudores

en hora mala, en hora buena;

esa guita que envenena

y penetra sintemor

en mis cuentas de señor

que engordan cada día,

¿no es cierto, Entidad mía,

que sólo habla de amor?

Ese pastón que el viento

impele hacia carballares

o robledales sin pares,

que mueve con fuerte aliento;

y metálico acento

con que vibra el ruin señor

y mal especulador

que alarga la agonía,

¿no es verdad, ciegada mía,

que están expeliendo amor?

Y estas palabras que están

entrando insensiblemente

en tu corazón, pendiente

de los labios de don truhan,

y cuyas ideas van

encendiendo en su interior

un fuego devorador

no extendido todavía,

¿no es verdad, luz y guía mía,

que están inspirando amor?

Y esos variados productos

que mal se venden doquiera,

y esos vendedores de fuera

que entran por raros conductos,

como los canales corruptos,

haciendo que todos los ciegos

sean señuelo de juegos

mucho peores cada día,

¿no es verdad, empresa mía,

que están desprendiendo amor?

¡Oh! Sí, hermosísima Once,

entidad sin parangón,

que con tu pobre cupón

en un quiosco o esconce,

pasaste a la edad de bronce

al ciego que en el rigor

de la de piedra, ¡qué horror!,

en la que la mayoría

estaba, Once mía,

mendigando con dolor.

Responde doña Once

Callad, por Dios, ¡oh, don Truhan!

Que no podré resistir

vuestro continuo mentir

y muy oculto afán.

¡Ah! Callad por compasión,

que oyéndoos, me parece

que el afiliado enloquece

y arde su corazón.

¡Ah! Me habéis dado a beber

jarabe infernal sin duda,

que a fuerza de miedo ayuda

a que estéis en el poder

y a los ciegos bien joder.

Tal vez poseéis, don Truhan,

un misterioso amuleto,

que de mí tira en secreto

cual irresistible imán.

Tal vez Satán puso en vos

un palo fascinador

un grito amenazador

y un invitar al adiós.

¿Y qué he de hacer, ¡ay de mí!,

sino caer en vuestro lazo,

o que me toque el cuponazo

y salir corriendo de aquí?

Sí, don Truhan, en poder mío

resistirse aún está;;

yo no voy a ti, cual va

sorbido al mar ese río.

Tu presencia me enajena,

tus palabras me alucinan

y tus hechos me calcinan

y tu aire me envenena.

¡Don Truhan!, ¡don Truhan!, yo te ruego

con desatada pasión:

o márchate, so zumbón,

o échente, por bien del ciego.

 

 

 
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