¡Cálmate, pues, Once mía!
Que son firmes tus cimientos,
y se habla sin fundamentos
de ineptitud y felonía.
Ah! ¿No es cierto, Once de amor,
que en mis tapadas orejas
no entran las muchas quejas
y te gobierno mejor?
Esta bolsa que tengo, llena
de los euros que vendedores
ganan con frío y sudores
en hora mala, en hora buena;
esa guita que envenena
y penetra sintemor
en mis cuentas de señor
que engordan cada día,
¿no es cierto, Entidad mía,
que sólo habla de amor?
Ese pastón que el viento
impele hacia carballares
o robledales sin pares,
que mueve con fuerte aliento;
y metálico acento
con que vibra el ruin señor
y mal especulador
que alarga la agonía,
¿no es verdad, ciegada mía,
que están expeliendo amor?
Y estas palabras que están
entrando insensiblemente
en tu corazón, pendiente
de los labios de don truhan,
y cuyas ideas van
encendiendo en su interior
un fuego devorador
no extendido todavía,
¿no es verdad, luz y guía mía,
que están inspirando amor?
Y esos variados productos
que mal se venden doquiera,
y esos vendedores de fuera
que entran por raros conductos,
como los canales corruptos,
haciendo que todos los ciegos
sean señuelo de juegos
mucho peores cada día,
¿no es verdad, empresa mía,
que están desprendiendo amor?
¡Oh! Sí, hermosísima Once,
entidad sin parangón,
que con tu pobre cupón
en un quiosco o esconce,
pasaste a la edad de bronce
al ciego que en el rigor
de la de piedra, ¡qué horror!,
en la que la mayoría
estaba, Once mía,
mendigando con dolor.
Responde doña Once
Callad, por Dios, ¡oh, don Truhan!
Que no podré resistir
vuestro continuo mentir
y muy oculto afán.
¡Ah! Callad por compasión,
que oyéndoos, me parece
que el afiliado enloquece
y arde su corazón.
¡Ah! Me habéis dado a beber
jarabe infernal sin duda,
que a fuerza de miedo ayuda
a que estéis en el poder
y a los ciegos bien joder.
Tal vez poseéis, don Truhan,
un misterioso amuleto,
que de mí tira en secreto
cual irresistible imán.
Tal vez Satán puso en vos
un palo fascinador
un grito amenazador
y un invitar al adiós.
¿Y qué he de hacer, ¡ay de mí!,
sino caer en vuestro lazo,
o que me toque el cuponazo
y salir corriendo de aquí?
Sí, don Truhan, en poder mío
resistirse aún está;;
yo no voy a ti, cual va
sorbido al mar ese río.
Tu presencia me enajena,
tus palabras me alucinan
y tus hechos me calcinan
y tu aire me envenena.
¡Don Truhan!, ¡don Truhan!, yo te ruego
con desatada pasión:
o márchate, so zumbón,
o échente, por bien del ciego.