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  La Caja de Aritmética (Eutiquio Cabrerizo)
 

 

 

La caja de aritmética

Eutiquio Cabrerizo

Esta mañana he estado más de una hora intentando hacer un sudoku con el ordenador, y a punto de darme por vencido he bajado al trastero del sótano sospechando que en las viejas herramientas desechadas con el paso del tiempo podría encontrar el mejor procedimiento para terminarlo con éxito.

Dentro de un armario arrimado a la pared del fondo: encontré los viejos libros preservados a duras penas del polvo y la carcoma: allí estaba la cartilla en la que aprendí a leer en braille con sus dibujos en relieve que aún guardo en la memoria, Los tres borricos, El prefacio, La primavera, Platero y yo con la estampa orejuda de su protagonista en la primera página, y el manoseado volumen de Las Rimas de Bécquer que me transporta a aquellas tardes felices de la dulce adolescencia.

En el estante de arriba estaban los mapas de los cinco continentes, físicos y políticos, y también el de España. Recuerdo que me los regalaron al cumplir los doce años, el curso que saqué un sobresaliente en Geografía y mis padres creyeron que terminaría siendo un gran geógrafo. Yo también llegué a creerlo influido por la admiración sentida hacia el Señor Aragonés, el profesor que daba la asignatura, y dejé de pensarlo al curso siguiente por arte y parte del que le sustituyó que sabía menos que lo que el primero nos había enseñado.

A la izquierda de los mapas apilados unos sobre otros en desorden, conservo una pauta de aluminio, otra de hierro con dos rejillas, una de seis y otra de ocho puntos por cajetín, la de escribir a Ballu que me ayudó a cartearme con una chica del pueblo mandándole dibujos de corazones con una flechita hechos a punzón, y, debajo de las pautas, una caja de aritmética con los números de plomo, que he liberado del encierro y he subido con ella las escaleras del sótano dejando al burro de Juan Ramón y a Bécquer velando mis sueños de cuando era joven y leía con voz engolada sus Rimas a mis novias de entonces, que se emocionaban viéndome leer con la mayor soltura en braille las poesías que sabía casi de memoria.

Ahora tengo la caja delante de mí abierta encima de la mesa, y me llega el olor leve del mineral acuñado en pequeños prismas con una hendidura junto a la base para mostrar su posición y el molde de cada cifra en la cara superior. Paso las manos por el tablero alveolado de la izquierda y después por el encasillado de la derecha donde duermen en dos filas como soldados las series de los diez dígitos. Arriba del todo los unos y los doses, debajo de los unos sucesivamente los treses, los cincos, los sietes y los nueves. Encabezados por los doses les siguen debajo los cuatros, los seises, los ochos y los ceros. La parte inferior está dividida en nueve casillas de menor tamaño para los signos matemáticos,, como las comas, los de sumar, restar, multiplicar y dividir y aquellos otros un tanto enigmáticos que no alcanzábamos a comprender y confiábamos que los cursos superiores nos ayudarían a descifrar su misterio.

En los recreos las usábamos para formar con los números campos de fútbol, tableros cuadriculados para echar partidas al juego de los barcos, laberintos intrincados por los que competíamos por encontrar la salida deslizando un número tumbado, y otras muchas fantasías recreativas entre las que también se encontraba la de hacer dibujos figurativos colocando los números con la habilidad necesaria sobre el tablero.

En aquel tiempo desconocíamos lo que era un sudoku, pero es fácil intuir que copiarlo con los números de plomo en el tablero de la izquierda, poniendo boca abajo los digitos sin descifrar, nos permite hacer todas las sustituciones necesarias hasta averiguar la cifra correcta.

Dicho y hecho. Como muy bien había supuesto, en un tiempo verdaderamente record he rellenado las cifras que se me resistían con el programa informático y he conseguido resolverlo por completo.

La caja de aritmética es una herramienta perfecta no sólo para realizar con comodidad operaciones matemáticas sencillas, sobre todo cuando no disponemos de calculadoras digitales ni ordenadores con programas de cálculo. también siguen siendo útiles, como en aquel tiempo de la lejana infancia y primera adolescencia recordadas, para hacer adaptaciones de distintos juegos de mesa modernos, entre los que podemos citar incluso el bingo, copiando los cartones en el tablero, y en concreto este ingenioso juego llegado desde Japón que se ha popularizado en los últimos tiempos, en el que conozco muchas personas ciegas que son verdaderas expertas.

Si vivieran ahora nuestros viejos queridos y no tan queridos profesores, seguro que a más de un alumno nos darían algún capón que otro al sorprendernos en plena clase con las antiguas cajas de aritmética haciendo un sudoku.

 

 
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