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  Por si Alguien Quiere Leerme... Todavía (Andrea Muñoz Fernández)
 
 
 
 
  Por si Alguien Quiere Leerme... Todavía
 
  Andrea Muñoz Fernández
 
  A Fabiola y Violeta, por enseñarme el Braille  y todas las posibilidades que ofrece. Y a mi familia, por apoyarme incondicionalmente en todos mis proyectos, hasta en los más soñadores.
 
 
Gracias por regalarme algo de tu tiempo. Soy el Braille, aunque si lees esto probablemente ya lo sabes y conoces mi historia más reciente.
Llevo muchos años acompañando a la humanidad en su cíclico caminar, siendo partícipe en acontecimientos sencillos, pero hermosos en la vida de las personas.
Si bien nací hace mucho tiempo, este no transcurre para mí como para la gente y todavía recuerdo con nitidez mis primeros pasos por el mundo y mi lento pero firme crecimiento, adaptándome a la vida de los humanos y abriéndome a ámbitos hasta entonces imposibles.
Los textos que he ayudado a crear han causado alegría, pena, miedo, indignación, paz... Conmigo los ciegos han tomado parte igual que las otras personas en la literatura, la música, la política, la educación... y esto me produce un tremendo orgullo.
Pero, honestamente, me siento olvidado. Sí, así es: apartado, ignorado, sustituido, como un vulgar artículo de tienda que se ha pasado de moda, y, a pesar de los cada vez menos momentos de optimismo, considero esta situación injusta e ingrata.
A la postre me he cansado de luchar contra mis sentimientos, los sistemas que pugnan por hundirme y los humanos que los defienden, así que... Aquí está, mi último escrito, mis últimas palabras. Simplemente... ¡Se acabó!
Como se ha dicho en ocasiones en textos que he conocido y ayudado a construir, una parte de la madurez consiste en saber cuándo detenernos o cambiar de rumbo para que nosotros o quienes nos rodean puedan seguir caminando sin ataduras inútiles. Seguramente esos dispositivos tan avanzados, en los que mis humanos pueden leer letras escritas por sus compañeros, quienes rara vez tienen acceso a mí, les den la posibilidad de, al fin, no solo conocer todo texto escrito y por escribir, sino también de que los demás acepten las diferencias que no les separan, sino que contribuyen a hacer la vida más valiosa.
Por todo esto, hasta siem... Un momento... ¿Qué ocurre? Siento un contacto, una caricia... Una pequeña mano que, temerosa, roza uno de esos cuadernos llenos de palabras sin sentido lógico, pero que son el comienzo. Me enternece su tibieza, la inocencia y curiosidad de la persona a la que pertenece.
Me dejo llevar por el tacto de la niña que, acompañada por una mujer que le habla con una voz suave, llena de valor infundido y de expectación contenida por los frutos que recogerá gracias a su paciente tarea, trata de descifrar las letras. Y entonces, después de tiempo de esfuerzo y explicaciones, escucho la voz de la pequeña: "c... ca... m... cama". Por la sonrisa de su maestra, en la que cabe toda la alegría del mundo, intuyo, con regocijo y estremecimiento, que esa niña de rostro iluminado, manos inquietas y corazón ansioso acaba de leer su primera palabra.
Mientras reflexiono sobre este nuevo acontecimiento, calibrando si debe influir en mi determinación, centro mi atención en ese cuaderno, uno de los papeles en los que hay pedazos de mí, en cierta manera literalmente, y noto que es transportado y que ahora es una persona muy diferente a la ingenua pequeña la que toca los puntos que allí se encuentran diseminados pero agrupados, como una constelación de estrellas que guardan un orden hermoso pero solo accesible a los que tienen la clave para entenderlo.
Estas manos están más arrugadas, más cansadas por lo que adivino, y las acompaña un hombre de rostro triste que, a pesar de intentarlo, no puede evitar que a mi firme papel llegue una lágrima cargada de mucha vida...
Ya me acostumbré a esas primeras veces en las que alguien cree haberlo perdido todo, estar en la boca de un pozo oscuro al que parecen no tener más remedio que saltar. Pero mi experiencia me ha demostrado que muchas de estas personas, quizá gracias al instinto de hacer sobrevivir las cosas que les importan y les llenan la vida, se agarran al borde del pozo con uñas furiosas, y, dándose impulso con un esfuerzo titánico que les hace nobles, salen de él, se alejan y siguen con su vida prácticamente igual, enterrando las heridas bajo un corazón fortalecido por esta batalla en la que yo les he acompañado.
Aunque la imagen que ofrece este hombre es desoladora incluso para mí, soy capaz, con la perspectiva que dan las vivencias, de ver el resultado y lo encuentro sentado en su casa, alborozado, disfrutando nuevamente de esa novela que siempre quiso releer y comentándola con alguien cercano... Y a mi manera, sonrío. Sonrío porque sé que hay un rayo de luz al final de su noche, y en ese momento, una verdad se abre paso, arrolladora y vivificante, en mi interior.
Si esa niña, si ese hombre, si tanta gente está todavía aprendiendo a interpretar mi código... ¿Cómo voy a desaparecer? ¿Cómo voy a decepcionarles, a privarles del placer de leer por ellos mismos sin la molestia de una voz robótica, de consultar el contenido de una papeleta electoral o el galimatías de un medicamento? ¿Cómo es posible que, si todavía hay humanos que insisten en no olvidarme y confiar en mí a pesar de todo lo que ha venido y está por venir, yo no haga lo mismo?
Quizá esos aparatos que combinan la tecnología con mi tacto no me estén profanando, sino más bien echándome una mano, dándome un impulso para que continúe mi labor de igualar a la gente sin importar su mirada.
Así que a pesar de todo voy a seguir estando ahí para ayudar a las personas, pequeñas y mayores, que necesiten leer y escribir conmigo.
Ahora es mi oportunidad de fortalecerme, de demostrar que me he ganado mi lugar en el mundo. Intentaré adaptarme a los nuevos tiempos, como siempre he hecho, poco a poco y sin dejar que se me olvide.
¡A por otros doscientos años juntos!
 
 
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