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  Año Nuevo (Enrique Labarta Pose)
 

 

 

Año Nuevo

Enrique Labarta Pose

Año nuevo: ojo avizor,

mirémosle con escama;

su programa es el dolor;

porque es el mismo programa

que trajo su antecesor.

La humanidad impaciente,

mira, en vano, hacia el Oriente

para ver surgir la aurora

de otro sol resplandeciente,

que alumbre más que el de ahora.

Desde los tiempos de Adán,

nos atrae el porvenir,

como al acero el imán;

resumen de nuestro afán:

nacer, esperar,... morir.

Y puesto en prensa el cacumen,

pasamos la vida entera

esperando una quimera;

¿qué es nuestro globo, en resumen,

más que una sala de espera?

Cuando enero se inaugura,

siempre el hombre se figura

que, ante sí, la imagen tiene

de un año que nunca viene:

el año de su ventura.

Quien espere, sin cuidado,

en el año hoy estrenado,

su ansiada felicidad...

ya puede esperar sentado,

por toda la eternidad.

Corre la familia humana

detrás de una sombra vana,

con mal pie y esquiva suerte;

su ideal es el mañana,

y su mañana es la muerte.

Por la tierra, a locas vamos

y, de paradojas llenos,

siempre que a enero llegamos,

¡una año más! reclamamos,

en lugar de ¡un año menos!.

En este ignoto año nuevo,

fantástico, gris, ambiguo,

seguirá el placer, exiguo,

siendo del dolor el cebo,

lo propio que en el antiguo.

Y mil años pasarán,

que el dolor no calmarán,

pues, siempre, nuestros pesares

los mismos perros serán,

con diferentes collares.

Al cabo, seguramente,

vendrá un año malandrín

que, con aspecto imponente,

sobre la tierra se siente

y escriba en su lomo: ¡fin!.

Luchar, subir al emporio

del progreso y de la gloria

para no dejar memoria;

la historia de un infusorio

será toda nuestra historia.

En aquel año iracundo,

cuando, tras largo martirio,

se hunda todo y arda el mundo,

un astrónomo profundo

de la vecindad de Sirio,

sentado en una luneta

de su tranquilo planeta,

viendo que esto se deshace,

y se lo lleva Pateta,

dirá: "requiescant in pace";

mientras un sol sin calor,

plomizo, estéril, caduco,

ya próximo al estertor,

con impotencia de eunuco,

falto de savia y ardor,

nos mandará en su agonía,

un rayo de luz sombría,

que bese nuestro sudario

y alumbre el último día

del último calendario.

 

 

 

 
 
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