La nieve anubre La Cueta
con falampos y farraspas,
nidia de sudarios fríos
por los repechos y fanas.
Crece la nevada y crece
en los valles y colladas
como una inmensa cosecha
en la que los hielos granan.
Ay, cómo aúllan los vientos
y cómo lloran las aguas,
y cómo quedan las gentes
huérfanas y amenazadas.
Todos los caminos huyen,
todas las sendas se apagan,
de las fuentes ya se fueron
las cristalinas y janas.
En los hogares callados,
callados que todos callan,
se van quedando ateridos
los labios y las plegarias.
Todo se amustia y La Cueta
se aprieta enganida el alma,
como si el frío le diera
un dolor en cada casa.
Del bastión de Cacabillo,
roca caliza encrespada,
salta el turbión de la nieve
con la fuerza desatada.
Y entre su hervor inclemente,
con su furia huracanada,
quedan sin vida tres vidas
como tres rosas galanas.
Una de ellas, la más bella,
niña rosa, niña blanca,
la que encendía los campares
con la luz de su mirada.
Ay, mi dulce niña rosa,
ay, mi dulce niña blanca,
ay, nido de las tres rosas
por la nieve amortajadas.
Por la angostura del valle
ya vuela, ya, la campana,
y se va abriendo una senda
entre la nieve cavada.
Y ya el resol de la aurora
saluda a la Dama Blanca,
que ha cobrado su tributo
de cada invierno que pasa.
Ya brilla el sol, ya rebrilla
la inmensa nevada blanca,
ya la montaña de nieve
deslumbrante y soberana
es una reina en su trono
vestida de vestes albas,
con tres rosas en el pecho,
las tres, ay, ensangrentadas.
Extraído de Relato de Babia de Luis Mateo Díez.