No me eches tú, Lopillo, tanto morro,
no creas que me cumples mi deseo
hilvanando un soneto, pues bien veo
que hoy la pluma la llevas en el gorro.
No pienses que, con verte, yo me corro,
o que estimo un soneto un devaneo,
pues soy una mujer que pienso y leo;
no trates de engañarme hoy a lo zorro.
Ni pienses que, de cierto, soy Violante,
ni me hables de cuartetos y tercetos,
ni aún en dónde colocas cada acento;
sé bien que lo que cuenta, lo importante
es el decir, al fin, de modo escueto
un concepto, una flor, un sentimiento.