Vital Aza (1851-1912).
De un dolor en un brazo se quejaba
en Palacio una noche el Soberano,
y el médico que vió que se trataba
de una simple neuralgia del mediano,
le hizo tomar una poción calmante
y se quedó el monarca tan campante.
- ¿Qué ha tenido el señor? - con gran misterio
le preguntó al Doctor el Intendente.
- Pues hombre, nada serio.
Ya está perfectamente.
Una simple neuralgia por el frío,
en el nervio mediano.
- ¡Señor mío!
¿Mediano le llamais?
- No os asombre.
Así le llamo porque así es su nombre.
- Sea su nombre o no, yo no me meto;
pero esa es una falta de respeto.
Tratándose de un rey, por cortesía,
no debéis emplear este vocablo.
- ¿No lo debo emplear? ¡Qué tontería!
Respeto al rey, pero también ¡qué diablo!
se debe respetar la Anatomía.
Y se marchó el Doctor de la Intendencia
riendo tan estúpida ocurrencia.
Cuando al día siguiente
fue a saludar al Rey el Intendente
le dijo: - Ya he sabido
lo que anoche, Señor, habéis sufrido;
pero gracias al Dios Omnipotente
vuestra hermosa salud no ha padecido.
- Hoy, por fortuna, estoy perfectamente,
pero, hijo, anoche al retirarme al lecho
me acometió un dolor desesperante
en el brazo derecho.
Vino el Doctor, me recetó al instante,
y de su ciencia estoy muy satisfecho;
pues gracias a aquel mágico clamante,
lo mismo que un lirón
dormí toda la noche de un tirón.
No sé cuál ha sido
la causa del dolor.
- Yo la he sabido.
Asegura el Doctor, hombre eminente,
que, sin duda ninguna, el frío insano
produjo una neuralgia de repente,
en un nervio que llega hasta la mano,
que en todos los mortales es mediano
y en Vuestra majestad es excelente.
Baldomero Fernández Moreno (1886-1950).
Harto ya de alabar tu piel dorada,
tus externas y muchas perfecciones,
canto el jardín azul de tus pulmones
y tu tráquea elegante y anillada.
Canto a tu masa intestinal rosada,
al bazo, al páncreas y a los epiplones,
al doble filtro gris de tus riñones
y a tu matriz profunda y renovada.
Canto al tuétano dulce de tus huesos,
a la linfa que embebe tus tejidos,
al acre olor orgánico que exhalas.
Quiero gastar tus vísceras a besos,
vivir dentro de ti con mis sentidos...
Yo soy un sapo negro con dos alas.
Joaquín M. Bartrina (1850-1880).
¡Todo lo sé! Del Mundo los arcanos
ya no son para mí
lo que llama misterios sobrehumanos
el vulgo baladí.
Sólo la ciencia a mi ansiedad responde
y por la ciencia sé
que no existe ese Dios que siempre esconde
el último por qué.
Sé que soy un mamífero bimano
(que no es poco saber),
y sé lo que es el átomo, ese arcano,
del ser y del no ser.
Sé que el rubor que enciende las facciones
es sangre arterial;
que las lágrimas son las secreciones
de la glándula lacrimal;
que la virtud que al bien al hombre inclina
y el vicio, sólo son
partículas de albúmina y fibrina
en corta proporción.
Que el genio no es de Dios sagrado emblema,
no señores, no tal:
el genio es un producto del sistema
nervioso cerebral.
Y sus creaciones de simpar belleza
sólo están en razón
del fósforo que encierra la cabeza
¡no de la inspiración!
Amor, misterio, bien indefinido,
sentimiento, placer...
¡palabrotas vacías del sentido
y sin razón de ser!...
Gozar es tener siempre electrizada
la médula espinal,
y en sí el placer es nada o casi nada:
un óxido, una sal.
¡Y aún dirán de la ciencia que es prosaica!
¡Hay nada, vive Dios,
bello como la fómula algebraica
C= p r2 !
¡Todo lo sé! Del mundo los arcanos
ya no son para mí
lo que llama misterios sobrehumanos
el vulgo baladí...
Mas... ¡ay! que cuando exclamo satisfecho:
¡todo, todo lo sé!...
siento aquí, en mi interior, dentro del pecho
un algo... ¡un no sé qué!...
Pío Baroja (1872-1955).
Somos la flor y nata
de los artríticos,
somos la quintaesencia
de los nefríticos;
tenemos casi siempre
hipertensión
y una vaga hipertrofia
del corazón.
Nuestra elegancia es cosa
bien manifiesta,
nuestra presencia nunca
es muy molesta.
Somos unos Petronios
de alta tensión,
más fervientes del plato
que de Platón.
No pueden compararse
con los artríticos
los gafos ulcerosos
o sifilíticos.
Somos productos natos
de selección,
que vamos por la vida
con distinción.
Armando Buscarini (1892-1965).
Hospital de San Juan de Dios, triste edificio
que albergas en tus muros la carne corrompida,
yo he sentido mi cuerpo tatuado en el suplicio
de tus curas cruelas en nombre la la vida.
Como un sudario negro la tragedia en ti flota,
y rechinan los males lo mismo que cerrojos;
umbral de losa llena de vidas en derrota,
en donde a los gusanos se anticipan los piojos.
Las pétreas hermanitas, salmodiando oraciones,
en silencio atraviesan los largos pabellones,
y con una sonrisa de cansancio o de unción
consuelan al enfermo resignado, que siente
el fuego de la vida en la carne doliente
y el frío de la muerte dentro del corazón.
Enrique Geenzier (1887-1962).
Pronto, pronto, doctor; abrid sin miedo.
¿No oís como palpita aquí, en el fondo,
la queja de un sollozo quedo, quedo?
Abrid, abrid, doctor, que está muy hondo.
- ¿Dónde le duele a usted? -Aquí escondido.
- Algún tumor tal vez, un cuerpo extraño...
- Es un dolor que ha tiempo lo he sentido.
Abrid, abrid, doctor, que aquí hay un nido
y lo habita un reptil: ¡el Desengaño!
- Enfermedad moral, pobre paciente,
no la cura la Ciencia en su adelanto...
¿Extraigo el corazón? -Precisamente
el corazón, doctor... ¡me duele tanto!