SIÉNTATE CONMIGO
  Fábulas, Selección (Miguel Agustín Príncipe)
 

 

 

Fábulas (Selección)

Miguel Agustín Príncipe

 

LA MANO DERECHA Y LA IZQUIERDA

Aunque la gente se aturda,

diré, sin citar la fecha,

lo que la mano derecha

dijo un día a la zurda.

Y por si alguno creyó

que no hay derecha con labia,

diré también lo que sabia

la zurda le contestó.

Es, pues, el caso que un día,

viéndose la mano diestra

en todo lista y maestra,

a la izquierda reprendía.

"Veo -exclamó con ahínco-,

que nunca vales dos bledos,

pues teniendo cinco dedos,

siempre eres torpe en los cinco.

Nunca puedo conseguir

verte coser ni bordar:

¡Tú una aguja manejar!

Lo mismito que escribir.

Eres lerda y no me gruñas,

pues no puedes, aunque quieras,

ni aún manejar las tijeras

para cortarme las uñas.

Yo en tanto las corto a ti,

y tú en ello te complaces,

pues todo lo que no haces

cargas siempre sobre mí.

¿Dirásme por Belcebú

en que demonios consista

el que, siendo yo tan lista,

seas tan torpe tú?"

"Mi aptitud -dijo la izquierda-

siempre a la tuya ha igualado;

pero a ti te han educado,

y a mí me han criado lerda.

De qué me sirve tener

aptitud para mi oficio,

si no tengo el ejercicio

que la hace desenvolver."

La izquierda tuvo razón,

porque, lectores, no es cuento:

¿De qué os servirá el talento,

si os falta la educación?

 

LA CABEZA Y EL GORRO

"Calor y abrigo te doy

-dijo el gorro a la cabeza ;

y nunca de igual fineza

deudor en nada te soy."

La cabeza con desdén,

contestóle: "Errado vas,

pues si tú calor me das,

calor te doy yo también.

Olvidadizo te encuentra;

mas piensa una vez siquiera

que si me abrigas por fuera

también te abrigo por dentro."

Muy errado el hombre vive,

cuando sólo se complace

pensando en el bien que hace,

y no en el bien que recibe.

 

EL LABRIEGO Y EL MONARCA SOÑANDO

Un labriego dormía

y que era rey en su dormir soñaba,

y era tal la alegría

que sueño tal le daba,

que el más feliz del mundo se juzgaba.

Con plácido sosiego

soñaba cierto rey el mismo díá

que era un simple labriego;

y era tal su alegría,

que el más feliz del mundo se creía.

Al despertar los tales,

dijeron ambos: "¡Engañoso ensueño!

¿Por qué han de ser reales

las penas en su ceño,

y la dicha y placer tan sólo un sueño?"

 

LA CICATRIZ

A don Juan, don Diego hirió,

y aunque arrepentido luego

curó al don Juan el don Diego,

la cicatriz le quedó;

de esto a inferir vengo yo

que nadie, si es cuerdo y sabio,

debe herir ni aún con el labio,

pues aunque curarse pueda,

siempre al ultraje le queda

la cicatriz del agravio.

 

LOS OJOS

Los ojos, si miran bien,

de ojos allá, lo ven todo;

mas de ojos acá, no hay modo,

pues ni ellos propios se ven.

Ojos los cielos me den

que miren adentro y fuera.

¿Qué ves de la otra manera,

lector, si no te incomodas?

Las faltas ajenas, todas.

¿Las propias? Ni una siQuiera.

 

 
 
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