LA MANO DERECHA Y LA IZQUIERDA
Aunque la gente se aturda,
diré, sin citar la fecha,
lo que la mano derecha
dijo un día a la zurda.
Y por si alguno creyó
que no hay derecha con labia,
diré también lo que sabia
la zurda le contestó.
Es, pues, el caso que un día,
viéndose la mano diestra
en todo lista y maestra,
a la izquierda reprendía.
"Veo -exclamó con ahínco-,
que nunca vales dos bledos,
pues teniendo cinco dedos,
siempre eres torpe en los cinco.
Nunca puedo conseguir
verte coser ni bordar:
¡Tú una aguja manejar!
Lo mismito que escribir.
Eres lerda y no me gruñas,
pues no puedes, aunque quieras,
ni aún manejar las tijeras
para cortarme las uñas.
Yo en tanto las corto a ti,
y tú en ello te complaces,
pues todo lo que no haces
cargas siempre sobre mí.
¿Dirásme por Belcebú
en que demonios consista
el que, siendo yo tan lista,
seas tan torpe tú?"
"Mi aptitud -dijo la izquierda-
siempre a la tuya ha igualado;
pero a ti te han educado,
y a mí me han criado lerda.
De qué me sirve tener
aptitud para mi oficio,
si no tengo el ejercicio
que la hace desenvolver."
La izquierda tuvo razón,
porque, lectores, no es cuento:
¿De qué os servirá el talento,
si os falta la educación?
LA CABEZA Y EL GORRO
"Calor y abrigo te doy
-dijo el gorro a la cabeza ;
y nunca de igual fineza
deudor en nada te soy."
La cabeza con desdén,
contestóle: "Errado vas,
pues si tú calor me das,
calor te doy yo también.
Olvidadizo te encuentra;
mas piensa una vez siquiera
que si me abrigas por fuera
también te abrigo por dentro."
Muy errado el hombre vive,
cuando sólo se complace
pensando en el bien que hace,
y no en el bien que recibe.
EL LABRIEGO Y EL MONARCA SOÑANDO
Un labriego dormía
y que era rey en su dormir soñaba,
y era tal la alegría
que sueño tal le daba,
que el más feliz del mundo se juzgaba.
Con plácido sosiego
soñaba cierto rey el mismo díá
que era un simple labriego;
y era tal su alegría,
que el más feliz del mundo se creía.
Al despertar los tales,
dijeron ambos: "¡Engañoso ensueño!
¿Por qué han de ser reales
las penas en su ceño,
y la dicha y placer tan sólo un sueño?"
LA CICATRIZ
A don Juan, don Diego hirió,
y aunque arrepentido luego
curó al don Juan el don Diego,
la cicatriz le quedó;
de esto a inferir vengo yo
que nadie, si es cuerdo y sabio,
debe herir ni aún con el labio,
pues aunque curarse pueda,
siempre al ultraje le queda
la cicatriz del agravio.
LOS OJOS
Los ojos, si miran bien,
de ojos allá, lo ven todo;
mas de ojos acá, no hay modo,
pues ni ellos propios se ven.
Ojos los cielos me den
que miren adentro y fuera.
¿Qué ves de la otra manera,
lector, si no te incomodas?
Las faltas ajenas, todas.
¿Las propias? Ni una siQuiera.