Cuando Violante vio que en un segundo
Lope de Vega terminó el soneto,
miró al maestro, que sonrió, discreto,
y su pecho quedó meditabundo.
El pecho de Violante, un breve mundo
por un tajo partido en dos, direto,
casi escapó del regalado peto,
elástico como era y furibundo.
Porque ella no quería la acrobacia
de que dio muestras el de la perilla
y la guedeja montañesa y lacia.
Ella soñó el soneto maravilla,
el que hiciera inmortal toda su gracia
de ricahembra y marisabidilla.