Era yo niño, y un día
vi que mi madre vestía
traje de negro crespón;
y al contemplarla, sentía
tristeza en mi corazón.
¡Ay! Desde entonces la vi
siempre de negro; y a mí
la blusa azul me quitaron
y otra negra me compraron
y de negro me vestí.
Por una senda apartada,
mi madre, triste y callada
y de las gentes cobarde,
salía ¡siempre enlutada!
cuando moría la tarde.
Alcé temeroso un día
los ojos para mirar
a la triste madre mía,
y al verme que sonreía,
rompió la pobre a llorar.
Y yo entonces recordé
su rostro fresco y hermoso,
y cambiado lo encontré.
y su traje antes vistoso
con el negro comparé.
Negro su traje y el mío
negro el monte, negro el río
que ya la noche ocultaba...
todo en derredor, sombrío
a llorar nos convidaba.
¡Reflejaba igual color
la descuidada heredad
en silencio aterrador;
reinaba en nuestro redor
una negra soledad!
Madres y niños venían
a vernos; todos lucían
colores que envidié yo.
Madres y niños reían...
¡ay! ¡pero nosotros, no!
Pasó el tiempo; yo volé;
el pájaro deja el nido
cuando con alas se ve,
y al mundo y alegre ruido
de la vida me lancé.
El tiempo y la loca edad
y otros colores risueños
y el amor y la amistad,
y el placer y los ensueños
de gloria y de vanidad,
tornáronme sonriente;
que el dolor que un niño siente
es en la vida un minuto.
Mas ¡ay! mi madre doliente
aún va vestida de luto.