Cada nota que el viento murmura,
cada rayo de luz en el sol,
cada flor en la verde llanura
es un himno a la gloria de Dios.
Marineros que alzáis con orgullo
en la popa gentil pabellón,
de las olas el ronco murmullo
os proclama la gloria de Dios.
Labradores que al bosque sombrío
disputáis de la tierra el favor,
el rumor de las mieses de estío
os enseña la gloria de Dios.
Es el mundo una lira sublime
que modula en eterna canción,
si suspira, si canta o si gime,
siempre, siempre la gloria de Dios.
Este breve poema fue recitado por mi hermano Cipri en su primera comunión allá por los inicios de la década de los 60. Me costó años saber su título y autor. Por fin lo conseguí. Y con sumo gusto lo ofrezco en este apartado de mi humilde página.