Oriental (1)
Dueña de la negra toca,
la del morado monjil,
por un beso de tu boca
diera a Granada Boabdil.
Diera la lanza mejor
del Zenete más bizarro,
y con su fresco verdor
toda una orilla del Darro.
Diera la fiesta de toros,
y si fueran en sus manos,
con la zambra de los moros
el valor de los cristianos.
Diera alfombras orientales,
y armaduras y pebetes,
y diera... ¡que tanto vales!,
hasta cuarenta jinetes.
Porque tus ojos son bellos,
porque la luz de la aurora
sube al Oriente desde ellos,
y el mundo su lumbre dora.
Tus labios son un rubí,
partido por gala en dos...
Le arrancaron para ti
de la corona de Dios.
De tus labios, la sonrisa,
la paz de tu lengua mana...
leve, aérea, como brisa
de purpurina mañana.
¡Oh, qué hermosa nazarena
para un harén oriental,
suelta la negra melena
sobre el cuello de cristal,
en lecho de terciopelo,
entre una nube de aroma,
y envuelta en el blanco velo
de las hijas de Mahoma!
Ven a Córdoba, cristiana,
sultana serás allí,
y el sultán será, ¡oh sultana!,
un esclavo para ti.
Te dará tanta riqueza,
tanta gala tunecina,
que ha de juzgar tu belleza
para pagarle, mezquina.
Dueña de la negra toca,
por un beso de tu boca
diera un reino Boabdil;
y yo por ello, cristiana,
te diera de buena gana
mil cielos, si fueran mil.
Oriental (2)
Corriendo van por la vega
A las puertas de Granada
Hasta cuarenta gomeles
Y el capitán que los manda.
Al entrar en la ciudad,
Parando su yegua blanca,
Le dijo éste a una mujer
Que entre sus brazos lloraba:
-Enjuga el llanto, cristiana,
No me atormentes así,
Que tengo yo, mi sultana,
Un nuevo Edén para ti.
Tengo un palacio en Granada,
Tengo jardines y flores,
Tengo una fuente dorada
Con más de cien surtidores.
Y en la vega del Genil
Tengo parda fortaleza,
Que será reina entre mil
Cuando encierre tu belleza.
Y sobre toda una orilla
Extiendo mi señorío;
Ni en Córdoba ni en Sevilla
Hay un parque como el mío.
Allí la altiva palmera
Y el encendido granado,
Junto a la frondosa higuera
Cubren el valle y collado.
Allí el robusto nogal,
Allí el nópalo amarillo;
Allí el sombrío moral
Crecen al pie del castillo.
Y olmos tengo en mi alameda
Que hasta el cielo se levantan,
Y en redes de plata y seda
Tengo pájaros que cantan.
Y tú mi sultana eres;
Que desiertos mis salones,
Está mi harén sin mujeres,
Mis oídos sin canciones.
Yo te daré terciopelos
Y perfumes orientales,
De Grecia te traeré velos,
Y de Cachemira chales.
Y te daré blancas plumas
Para que adornes tu frente,
Más blancas que las espumas
De nuestros mares de Oriente;
Y perlas para el cabello,
Y baños para el calor,
Y collares para el cuello;
Para los labios.... ¡amor!
-¿Qué me valen tus riquezas,
-Respondióle la cristiana-,
Si me quitas a mi padre,
Mis amigos y mis damas?
Vuélveme, vuélveme, moro,
A mi padre y a mi patria,
Que mis torres de León
Valen más que tu Granada.
Escuchóla en paz el moro,
Y manoseando su barba,
Dijo, como quien medita,
En la mejilla una lágrima:
-Si tus castillos mejores
Que nuestros jardines son,
Y son más bellas tus flores,
Por ser tuyas, en León,
Y tú diste tus amores
A alguno de tus guerreros,
Hurí del Edén, no llores;
Vete con tus caballeros.
Y dándole su caballo
Y la mitad de su guardia,
El capitán de los moros
Volvió en silencio la espalda.
Oriental (3)
Mañana voy, nazarena,
A Córdoba la sultana;
Mi amorosa cantilena
Ya no sentirás mañana
Al compás de mi cadena.
Cuando vuelvan los cristianos
De los moros vencedores,
Lee mis destinos tiranos,
La historia de mis amores,
En la sangre de sus manos.
Valiera más que, cautivo,
En esa torre acabara
La triste vida que vivo;
Que la vida que hoy recibo
Me la vendes ¡ay! bien cara.
¡Adiós! Tu esclavo mañana
Ya no ha de causarte enojos;
Pero es esperanza vana:
Cautivo quedo, cristiana,
En la prisión de tus ojos.
¡Maldita, hermosa, mi estrella!
¿Qué ha de valerme la vida,
Si no he de hallarte con ella
Ni en Granada la florida
Ni en mi Córdoba la bella?
De hoy me será el claro sol
Una lámpara importuna;
Hija del suelo español:
Tú eres mi sol y mi luna.....
La aurora y el arrebol.
Pues en ti pierdo el sol hoy,
Sin tu sol no he de vivir;
Sultana: a Córdoba voy,
Que en las tinieblas que estoy,
Presto, a fe, que he de morir.
Ha prometido Mahoma
Un paraíso, una hurí...
Tú habrás de ser ángel, sí,
En esa región de aroma,
Y hemos de amarnos allí.
Oriental (4)
De la luna a los reflejos,
A lo lejos,
Árabe torre se ve;
Y el agua del Darro, pura,
Bate obscura
Del muro el lóbrego pie.,
Susurra el olmo sombrío
Sobre el río,
Dando al oído solaz,
Y en los juncos y espadañas,
Y en las cañas,
Susurra el aura fugaz.
Se abre en la arena amarilla
De la orilla,
Vertiendo aroma, la flor;
Y las plumas de colores,
En las flores,
Estremece el ruiseñor.
Vierte en gotas cristalinas,
Peregrinas,
El rocío su cristal,
Y en cada perla de plata
Se retrata
El alcázar oriental.
Descorridas las sombrías
Celosías
Del calado torreón,
Está en la árabe ventana
La Sultana
Murmurando una canción.
Y en la atmósfera serena,
Libre suena
La melancólica voz;
Y abajo, en la hierba verde,
Al fin la pierde
Con la ráfaga veloz.
Y al compás de su garganta,
Raudo canta
Contestando el colorín,
Saltando entre los galanes
Tulipanes
Del espléndido jardín.
Y al rumor del dulce trino,
Peregrino,
De arpa, bella y ruiseñor,
Oído prestan atento
Agua, viento,
Olmo, alcázar, campo y flor.
Así la mora decía
Y respondía
En la rama el colorín,
Y esto el moro la escuchaba,
Que velaba
Receloso en el jardín:
"Danme el ánima de un moro,
"Perlas y oro,
"Y coronas en la sien;
"¡Dime, flor, a mi ventura
"Y hermosura
"Lo que falta en el harén!
"Danme chales los califas,
"Y alcatifas,
"Y guirnaldas en la sien:
"¡Dime, huerto, a mi ventura
"Y hermosura
Lo que falta en el harén!
"Danme baños y festines,
"Y jardines
"Que me mienten el Edén:
"¡Dime, río, a mi ventura
"Y hermosura
"Lo que falta en el harén!
"Transparentes como espumas
"Danme plumas,
"Y atan velos a mi sien:
"¡Ruiseñor, di a mi ventura
"Y hermosura
"Lo que falta en el harén!
"Nada, al fin, que les dé enojos
"Ven mis ojos,
"Nada que arrugue mi sien;
"Dime, luna, a mi ventura
"Y hermosura
Lo que falta en el harén"
Llegaba aquí, y una sombra,
En la alfombra,
La lámpara dibujó;
A su lado, en la ventana,
La Sultana
Con el Sultán se topó.
"Tienes torres, dijo el moro,
"Perlas y oro,
"Y guirnaldas en la sien:
"Dime, hermosa, a tu ventura
"Y hermosura
"Lo que falta en el harén.
"¿Qué hay en el huerto sombrío,
"Y en el río,
"Y en el ave y en la flor,
"Que al rayar el claro día,
"¡Vida mía!,
"No te traiga tu señor?
"Di: ¿qué falta a tu belleza,
"A tu riqueza
"O a tu loca voluntad?"
"Señor, esos ruiseñores,
"En las flores,
"Tienen aire y libertad."
Oriental (5)
Larga y pesada es la noche
Si de un cerrado balcón
Al pie, se aguarda la lumbre
De un enamorado sol;
Si a oscuras en una calle
No se siente en derredor
Más que del aura perdida
El interrumpido son.
Larga y pesada es la noche
Para el despierto amador
Que acecha una blanca mano
Que tal vez le hace traición,
Mientras la diestra al estoque,
Ebria el ánima de amor,
De rival desconocido
Recela la condición.
Larga y pesada es la noche
Para quien tanto aguardó,
Que el alba por el Oriente
Viene a ahuyentar su pasión.
Muy larga para el mancebo
Que en Córdoba penetró,
De los ojos de una mora
Enredado en la prisión.
Está el cristiano apoyado
En las rejas donde vio,
Mientras que lloró cautivo,
A la prenda de su amor.
Y en vano a su doble seña
Una respuesta aguardó;
Las celosías tuvieron
Siempre velado el balcón.
Mas viendo que a largos pasos
Veníase alzando el sol,
Entre amorosos suspiros
Así dijo a media voz:
"He llamado a tu ventana,
Mi sultana,
Siempre fiel a mi pasión,
Y enojado me despido,
Pues dormido
Encontré tu corazón
Adiós, mi dulce señora,
Ingrata mora,
Que pues más no he de venir,
Bien harás, de mí olvidada,
Descuidada,
En largo sueño dormir.
"No esperes, no, que tu mano
Vuelva ufano
Enamorado a buscar,
Clavando del foso oscuro,
Sobre el muro,
Una escala en que bajar.
"No esperes que en larga vela,
Centinela
De tu cerrado balcón,
Aguarde ya entretenido,
Si dormido
He de hallar tu corazón.
"No esperes, no, que combata,
Mora ingrata,
De tu celosía al pie,
Mientras en otros amores
Tus favores
Gozando un rival esté.
Que si a mi voz no respondes,
Porque escondes.
Otro amor para mi amor,
Guarda los lances y cuitas
De tus citas
Para quien ha tu favor.
Quédate, aunque yo te amaba,
Por esclava
De un señor y de un harén,
Y muera con tu hermosura
La ventura
De tu existencia también.
"Adiós; duerme, mi sultana,
Y tu ventana,
Testigo de mi pasión,
Te diga si he conocido
Cuán dormido
Estaba tu corazón."
Y así el mancebo diciendo,
De sus celos al furor,
De un tajo las celosías
Con la espada derribó.
Saltó del lecho la mora
A tan descompuesto son,
asomándose a la reja,
Quién era le preguntó.
Mas él, a larga distancia
Revolviendo un callejón,
Tornó la espalda diciendo:
"Dormid en paz, que soy yo."
Oriental (6)
No pude selle mudable
A aquella cuyo nascí.
Rom. gral.
I
Escucha, hermosa cristiana,
Mis amores,
No se estrellen mis dolores
En los vidrios de colores
De tu gótica ventana.
Años ha, bella señora,
Que tu vista encantadora,
Apetecida
De Córdoba en los jardines
Matóme por darme vida.
Y en tanto que te acataban
Y tus favores gozaban
Mil paladines,
Azarque, en inútil queja,
Tus esquiveces plañía
Llorando al pie de tu reja.
Escucha, hermosa cristiana,
Mis amores,
No se estrellen mis dolores
En los vidrios de colores
De tu gótica ventana.
¡Ah! ¡Qué importa que al Profeta
En adoración secreta
Yo bendiga,
Y adores tú al Nazareno,
Si en blanda coyunda amiga
Un solo amor nos uniera!
Cristiana más hechicera
Que el ameno
Paraíso, no te cura,
De las palabras del Conde,
Que han de ser mi desventura.
Escucha, hermosa cristiana,
Mis amores,
No se estrellen mis dolores
En los vidrios de colores
De tu gótica ventana.
II
Así de la luna al brillo
En tono blando y sencillo
Cantaba voz varonil,
Y del moro las querellas
Vertiendo lágrimas bellas
Oía dama gentil.
Abrió a medias su ventana,
Que con flores engalana,
La dama, y así cantó:
Triste su cántico, apenas
Perdido entre las almenas
Un solo instante vagó.
"Cristiana ¡oh moro! nací,
Y me matan con rigor
¡Ay de mí!
Mi religión y mi amor,
Y huyo a mi pesar de ti.
Huye de aquí."
La voz se heló en su garganta,
Cayó y rompióse la lira,
Al moro extática mira,
Mas ya ni le ve ni canta.
No canta, que en llanto amargo,
Sobre el pecho la cabeza,
Ahoga tanta terneza
Un amoroso letargo.
"Por qué (dice desde el foso
El moro), bella cristiana,
Por qué me velas tirana
Ese rostro candoroso?"
La cristiana amada, en tanto,
Miraba y no le veía,
Sólo en el muro se oía
Triste y angustiado llanto.
Y viendo que no responde,
El moro, desesperado,
A llamar iba ya osado
En el castillo del Conde.
III
Sobre alazán de Córdoba brioso,
Ceñido el cuerpo de la doble malla,
El Conde de Tendilla llega en tanto
A su opulento alcázar.
Por la penosa orilla del torrente
Se oye cuál crujen a compás sus armas,
A par que estrepitosas se derrumban
Entre espumas las aguas.
Llegó al castillo, y al tocar al puente,
Miró en el muro pálida a su hermana,
Y volviéndose al moro, amenazóle
Con la robusta lanza.
"¡Infiel al fin! Ya yo me lo sabía",
Dijo el Conde entre sí, lleno de rabia;
Y alzó la voz después: "Mahometano,
¿Son éstas tus palabras?
Si ya no eres cristiano, tu rodela
Y ese corcel apresta que descansa.
Tú lo juraste, moro, que conmigo
Serías en batalla."
"¿Por qué el Conde cristiano me acomete,
Si amor quitó la libertad al alma?
"Tú lo juraste, moro, que conmigo
Serías en batalla."
"Yo cristiano no soy, repuso el moro,
Yo no soy sino amor para tu hermana;
Mas ¿qué importa mi fe, ni la fe suya,
Si como yo me ama?"
"No blasfemes, infiel; si en tu creencia
Tornaras a mirar estas murallas.....
Tú lo juraste, moro, que conmigo
Serías en batalla."
IV
Marchó el Conde de Tend
Y del torrente en la orilla
Aguardó.
¿Qué hace el moro, que injuriado
En la muralla apoyado
Se quedó?
¿Por qué el Conde le provoca
Con voz que al honor le toca
Y con furor,
Y el moro sombrío, en tanto,
Mostrando está con su llanto
Su dolor?
Errante su mirar vaga,
Y almete, rodela y daga
Lejos de él
Con ira arrojó demente,
Y así habló con voz doliente
El infiel:
"Adiós, hurí seductora,
Rosa de pensil cristiano;
Pues que por suerte traidora
Te pierdo agora,
Muere con tu Dios cristiano,
Yo moriré en mi fe mora."
Y hacia el Conde, que le espera,
Rápida y firme carrera
Dirigió,
Y allá en el agua espumosa
La caída estrepitosa
Resonó.
V
Mientras la bella cristiana
En su gótica ventana
Exhala un ¡ay! de pavor,
Del agua allá en lo profundo
Lanza el moro en este mundo
El postrer ¡ay! de su amor.