La tierra es un manicomio,
donde andamos todos sueltos,
pues Dios, al hacer los mundos,
quiso escoger este nuestro,
para que fuese la jaula
de locos del Universo.
Aquí, los demás planetas,
nos remiten por correo,
los espíritus chiflados
y las almas de deshecho.
Mas,... estamos como estamos,
porque el que más y el que menos,
lleva su locura mansa
cobijada en el cerebro.
Unos tienen la manía
de acaparar el dinero,
para que con él la corran
sus alegres herederos.
Otros hay que se figuran
que tienen mucho talento,
y que engañan a las gentes
con cuatro frases de efecto.
Hay quien se cree un Adonís
y es más feo que un cangrejo;
quien vive dándose tono
y grave callando y tieso,
va por el mundo adelante,
dejando un rastro en el suelo,
como el que deja la hormiga
en la arena del desierto.
Quien se juzga necesario
y al morir no deja un hueco;
quien sueña con las grandezas,
que, al fin, no son más que un sueño.
Y, en fin, hay quien de ilusiones,
constantemente viviendo,
tiene los pies en la tierra
y en la luna el pensamiento.
¡Todos, todos somos locos!
y hasta yo, por no ser menos,
también me creí poeta
en mis infantiles tiempos,
aunque ahora ya, a Dios gracias,
casi curado me encuentro.
Y si todos somos locos,
-dirán ustedes muy serios-,
¿qué son los del manicomio?
Pues bien; esos... son los cuerdos.
Pues, desde el punto de vista
que aquí los demás tenemos,
los únicos que están sanos
nos parecen los enfermos.
Nosotros somos los más
y ellos aquí son los menos,
y como la mayoría
se impone, nos imponemos,
fundamos los manicomios,
y por consecuencia de eso,
los locos quedamos fuera,
los cuerdos van para dentro.