No recuerdo en qué lugar,
a qué fin ni en qué sazón,
se hallaron en un rincón,
reunidas al azar,
una pluma muy usada,
por el tiempo ennegrecida,
una mano desprendida
y una cabeza cortada.
Comprarlas quiso un inglés;
a verlas se aproximó
y sorprendido quedó
oyendo hablar a las tres.
En su cartera apuntando
fué sus frases, una a una,
cartera que, el tiempo andando,
a mí llegó por fortuna
sin saber cómo ni cuándo.
LA PLUMA
Olvidada duermo aquí,
pero aunque en el polvo estoy,
no me quita lo que soy
la gloria de lo que fui.
Yo la Historia enriquecí;
los misterios aclaré;
las luces multipliqué,
y de la nada> en lo obscuro,
brotaron a mi conjuro
amor, entusiasmo y fe.
LA MANO
Mucho te enorgulleciste
y yo tu poder no acato,
pues sólo de mi mandato
dócil instrumento fuiste.
Para obedecer naciste
y de mí marchaste en pos.
¿Cuál vale más de las dos?
¿Cuál debe ser más sagrada?
¿La pluma, por mí guiada,
o yo, movida por Dios?
LA CABEZA
Callad; vuestro orgullo vano
yo desharé como espuma,
¿qué fuera sin mí la pluma?
¿qué sin mí fuera la mano?
Sin el soplo soberano
del genio que alienta en mí,
¿a qué vinierais aquí?;
¿disfrutaríais, ni aun de lejos,
de la gloria los reflejos
ni la ventura que os di?
EL INGLÉS
Dice la cabeza bien
y sus razones son graves,
que plumas tienen las aves
y manos el cerdo también.
Pero cabeza en que,
ardiente, brille del ingenio el sol,
¿quién la tiene? ¿mucha gente?
los ingleses solamente
y acaso algún español.
Lector, quien quiera que seas:
de cuantas cabezas veas
pocas hallarás vacías;
pero diez tienen ideas,
y noventa, tonterías.