Alcaucil, moro famoso,
el de la rizada barba,
el que lo mismo maneja
el puñal que la guitarra,
sin equivocarse nunca
al esgrimir cosas ambas :
la primera en el combate,
y la otra en la cuchipanda;
el que nació en hora buena,
aunque lo hizo por etapas, pues
fue un parto tan difícil
que su madre a poco casca
a pesar de los auxilios
de la comadre Daraxa,
que en las orillas del Darro
la obstetricia practicaba.
Alcaucil, el más valiente
moro, con cólera y saña,
pateando está las losas
de la plaza de Bib-Rambla.
y de vez en cuando mira
hacia lo alto, se espatarra,
y profiere, agrio y dolido
un "¡Maldita sea su estampa!"
A un amigo que se acerca
responde, tanta es su rabia,
arrojándole furioso
una ración de alcaparras.
y el otro moro se humilla
enjugándose la cara,
que recibió con encono
tal alcaparrandanada.
De pronto Alcaucil se encrespa,
¡bien el moro se encrespaba! ,
y, perdiendo una babucha
de cordobán verde y malva,
dirígese al encubierto
grupo de cinco o seis damas,
que descubren sólo un ojo,
según la morisca usanza.
y dirigiéndose a una,
Alcaucil así le parla:
"Zulima, quiero decirte,
y honor por mi boca mana. .."
"No soy Zulima", contesta
con risitas la tapada.
Alcaucil a otra encubierta
se dirige, verbigracia:
"Quiero que sepas, Zulima..."
"Tampoco acertaste, vaya."
"Bueno, pues hablaré a todas,
por si mi Zulima se halla
en el grupo, que si andamos
con acertijos y máscaras,
tenemos hasta que se hundan
todos los Reinos de Taifas."
y dirigiéndose al grupo,
por si en él Zulima estaba,
Alcaucil cerró los ojos
y dijo con voz muy lánguida:
"En las torres que a la Vega
se asoman desde la Alhambra,
y en la paz son aire y sueño
y en el combate amenaza,
no está bien, Zulima hermosa,
que tiendas la ropa blanca:
Primero, porque le quitas
altivez a las murallas,
y segundo, porque pueden
todas las huestes cristianas
mirar de pronto hacia arriba
y hacer befa, y, ¡qué caramba!,
a don Fernando el Católico
no debe importarle nada
la hechura de mis camisas
ni la color de tus bragas."
y con un triste suspiro
se terció el moro la capa,
ajustó sobre sus sienes
esa especie de ensaimada
conocida por turbante,
y, con la cara muy pálida,
a la Cuesta de Gomeles
se fue por fin a hacer gárgaras.
De "Las Mil Peores Poesías de la Lengua Castellana
Con Nociones de Gramática Histórica, Rudimentos de Retórica y Poética y un Falso Florilegio de Poetas Laureados".