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  Sor Casta (Juan Arribas)
 

 

 

SOR CASTA

Juan Arribas

Venía cogiendo flores

Sor Casta, la monja pura,

y, acechando entre los árboles,

Don Porfirio, el señor cura.

--¡Buenos días tenga la hermana,

que Dios la colme de dicha!

-y sin decir más palabra

desplegó su enorme picha.

--Decidme, Padre Porfirio,

decidme, ¡por Dios qué es eso!

¿Es por ventura algún cirio?

--Es carne magra y sin hueso.

--¿Carne decís? ¡Anatema!

La carne es una ruindad.

---Anda, niña, no seas mema.

¿Sabes tú qué es la verdad?

--La verdad es dulce y tierna;

yo sé eso y nada más.

--La verdad está entre las piernas.

¡Espatárrate y verás!

La monjita le obedece

y toma adecuada postura,

y de placer se estremece

cuando se la clava el cura.

La monjita, jadeante,

suspiraba en su delirio:

"¡Qué verdad más penetrante

la verdad de don Porfirio!".

Llegó el cardenal Augusto

asperjando los demonios.

Sor Casta, al venirle el gusto,

bendecía a San Antonio.

--¡Prended al fornicadooooor!

Sor Casta, ego te absolvo.

--¿Y penitencia, Señor?

---Que me concedas un polvo.

Ya se reúne el Concilio,

ya se forma el tribunal

y se pronuncia sentencia,

una sentencia fatal:

"Que en el medio de la plaza

a don Porfirio le saquen

y con una gruesa maza

el carallo le machaquen".

¿Y vos qué decís, sor Casta?

--Pues yo digo que ya basta;

que si la picha de Augusto

es picha de cardenal,

a lo que a mí me parece,

la de Porfirio merece

ser picha pontifical.

Moraleja:

Más vale una larga picha

que la teología más vieja.

 

 

 

 
 
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