No tenía escapatoria. El tendero, el sastre, el ferretero, el carpintero, el óptico y hasta el chino estaban allí. Me habían pillado en el fondo del bar y me tenían acorralado. ¿Quién se había chivado?
- Bueno, bueno, chicos -dije tragando saliva- precisamente os iba a pagar mañana a todos
Pero todos me miraron con cara de no creerse nada.
- Braulio -pedí al tabernero- invita a la peña.
- Sí, hombre, y ya me debes 3 meses de consumiciones.
En aquel momento toda la peña gritó al unísono: "¿¡Que hay de lo nuestro!?"
Sin duda estaban compinchados. No lo pensé dos veces, intenté escapar . Con mala suerte porque fui a dar con los dos metros del ferretero que me arreó sin compasión un par de trallazos de antología. El primero me hizo rotar varias veces sobre mí mismo y el segundo un movimiento de traslación que me estrelló contra el mostrador con el que impacté escupiendo un número indeterminado de dientes. Aún tuve tiempo de pensar: "¡Qué malas pulgas tiene el tío!" y luego nada.
Fui, como es natural, directamente al infierno.Una muchedumbre de demonios me esperaba con tridentes. En cuanto me vieron se lanzaron en tropel contra mí al grito de : "¿¡Qué hay de lo nuestro!?". Uno de ellos me dio un cruel pinchazo en el culo. Pegué tal salto que conseguí llegar al cielo: Una legión de ángeles con espadas de fuego, Santa Juana de Arco con una daga, Fernando III el Santo lanza en ristre, San Luis de Francia con una ballesta y hasta el Buen Ladrón con una descomunal ganzúa me gritaron: "¿¡Qué hay de lo nuestro!?".
Tras una caída libre aterricé en una cama de hospital. Abrí los ojos: ante mí se hallaba una escultural enfermera, Pechos generosos, melena de oro, ojazos esmeralda, gruesos labios; pero ella no, no me dijo: "¿¡Qué hay de lo nuestro!?"