En mi obra 14 objeciones a Quince Duncan (que apareció en edición norteamericana con una lamentable errata en la cubierta bajo el título de 15 objections to Fourteen Duncan) afirmo:
Mi propia reciprocidad no es más que el objeto reiterado de mi sujeto activo; o lo que es lo mismo, mi hipersubjetividad múltiple es inversamente proporcional a la doble formulación palatal en el fonema /d/.
A partir de esta afirmación capital y bajo la doble luz de Derrida y Lacan, voy a intentar un análisis intersupratextual del Directorio Telefónico de La Habana, obra, como seguramente lograré demostrar, llena de polisignificados artísticos.
En la primera página del mencionado volumen (700 páginas in cuarto) se dice:
ABAD, ALBERTO 32 2941 Coco Solo 202 esquina a Campanario... Una primera y clara derivación contextual se encuentra en el apellido mismo del personaje: Abad. La doble relación Abad = Campanario sugiere inmediatamente una nítida atmósfera religiosa en el texto, subrayada por la suma del número de letras del nombre (Alberto): 7:
los 7 velos de Salomé, los 7 sabios de Grecia (agudo contraste con el mundo pagano, como es obvio), las 7 colinas de Roma, los 7 pisos de la torre de Babel. Hay, por así decirlo, una interacción intertextual en la referencia (Abad) al conocido palíndromO «Dábale arroz a la zorra el abad».
Ya en el camino palindrómico, la inversión del nombre (Abad) nos entrega la palabra «Daba». Fijémonos bien: Daba, es decir, entregaba, donaba, prestaba. Atención aquí: prestar. En italiano presto = rápido. Rápido equivale a veloz, que es lo contrario de lento, lento al revés es Otnel. ¡Aquí está!: Otnel-Ab-Rabim fue un célebre capitán turco que se destacó en la batalla de Lepanto. Lo que nos lleva de inmediato a Cervantes y este al Quijote, que en la página 69, segunda parte, tercer capítulo, quinta línea dice: «grabado en mis entrañas llevo, Sancho...». Retengamos la palabra grabado. Todos sabemos que Durero se destacó como grabador. ¿Y cuál era el nombre de Durero? ¡Claro! ¡Alberto! El mismo nombre de Abad.
Ahora detengámonos en los números 32 2941. La suma de esos números arroja la cifra de 21. La mayoría de edad en muchos países es de 21 años. Luego entonces, el número denota «adultez». El adulto es maduro, es decir, no verde en tanto que maduro. Verde: color de la esperanza. Esperanza se llamaba una tía de mi mujer. Mujer. Aquí está la clave: Mujer. Observen que hay una clara oposición Alberto Abad ?ausencia de mujer (explicitada en la palabra «solo» antecedida de la palabra «coco», que en el argot popular significa deseo, fijación con una dama. Ejemplo: «Tengo un coco con fulana»). La soledad de Abad (¡observar la rima interna ad-ad!) se subraya genialmente en la metáfora icónica «202» del número de su casa. Si nos fijamos, el dos se duplica a sí mismo mediante el espejo (0). El dos se mira en el espejo. Su duplicidad es un engaño. Esta soledad está también explicitada en el número 3 con el que empieza el teléfono de Abad, 3 significa, en la charada, marinero. Colón era marinero. Si invertimos las cifras finales 2941 tendremos 1492, año del descubrimiento. ¿Qué descubre Abad? Su soledad.
La palabra esquina es la más enigmática. «En esta esquina...» dicen los árbitros de boxeo. ¿Qué es el boxeo sino un deporte rudo? Una reordenación de los fonemas en la palabra rudo arrojaría «duro». Ahí está la clave: es «duro» estar (coco)solo.
La Habana, junio 1981.
* Casa de las Américas [La Habana], año 34, no. 195, abril-junio, 1994, PP. 161-162. [Al Pie de la Letra]. Este texto lo hizo llegar a la redacción de la revista Casa la poeta y profesora peruana Irene Vegas.