Hay gente que dice cólega
y epígrama y estaláctita,
púpitre, méndigo, sútiles,
hóstiles, córola y áuriga.
Se oye a muchísimos périto,
y alguno pronuncia mámpara,
díploma, erúdito, pérfume,
Pérsiles, Tíbulo y Sáavedra.
Los que introducen esdrújulos
contra el origen y práctica,
imitación de su método
lean la presente fábula.
Sabrán, si me escuchan ústedes,
que hubo un tal Pedrillo Zápata,
sastre titular del Cóncejo
de no sé qué villa mánchega.
Era comilón Períquito
y algo amigo de la gándaya;
sin embargo, bien a ménudo,
lista su labor despáchaba.
Vivía en su pueblo un rícote,
cicatero sobre mánera,
que le encargó que le cósiera
calzones, chaleco y cháqueta.
Costumbre de pueblo péqueño
es, muy general y sábida,
que al sastre le dé la cómida
el mismo para quien trábaja.
Cose a vista del parróquiano,
engulle, según se trátara,
buen almuerzo y rico púchero,
cena, y se acabó la fátiga.
A casa de don Ceférino
se fue mi sastre de máñana;
sirviéronle su desáyuno,
y seda previno y águjas.
«Ea -dijo-, hasta que Isídoro,
tocando la gorda cámpana,
la hora de comer no séñale,
coso sin alzar la cábeza».
Echóse a pensar el ávaro
si en fuerza de aquellas pálabras
del sastre salir le púdiera
la manutención más bárata.
«¿Quieres -le propuso a Périco-
la olla comerte prepárada,
y hasta la cena seguídito
proseguir luego la tárea?»
Respondió el sastre: «Me acómoda,
y aun si la cena me sácaran,
me la engullera: mi apétito
no corre con hora márcada».
«Corriente -contestó el rícacho-:
vas a comer de una zámpada
para el día de hoy por cómpleto,
y coses luego sin párada».
«La mitad sobra, de séguro
-dijo el ruin para su cámisa-:
ni un avestruz que se púsiera
tanto en el buche se encájara».
«¡Vamos! -gritó-: ¡Pronto, próntito!:
corta la sopa y la ensálada,
y a Pedro sírvele en séguida
la olla y de cenar, Baltásara».
Dánsela y trágalo tódito,
y dice después de lá-cena:
«Yo en cenando no doy púntada;
buenas noches, voyme a lá-cama».
La salida del sastrécito
fue una solemne tunántada,
mas de burlar a misérables
ni un místico se escandáliza.