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  Oda al Cerdo (Enrique Labarta Pose)
 

 

 

Oda al Cerdo

Enrique Labarta Pose

¡Oh, cerdo, emperador de la pocilga!:

Hoy, ante ti, se postra reverente

y estos versos te endilga

con una gana atroz de hincarte el diente,

un pobre vate hambriento,

que admira el ideal que en ti se encierra;

ideal suculento;

el único tangible de la tierra.

Los demás son quiméricas utopías,

tomaduras del cuero cabelludo

e ilusiones impropias

de un hombre, que se precie de sesudo.

Permite que te admire, ¡oh, gran marrano!,

por diversos motivos;

pues, muerto, vales más que muchos vivos

de este género humano,

al cual, con honda pena, pertenezco,

tal vez, porque ser cerdo no merezco.

¡Rey de las subsistencias!

en esta edad, agosto de tenderos,

que llamarán los siglos venideros

"la edad de las forzosas abstinencias",

cuando el suspiro postrimero exhalas,

tus despojos aprontas,

y aunque no tienes alas,

con ellos te remontas

por encima de pueblos y naciones,

y subes, subes, subes,

con tus lomos, chorizos y jamones,

hasta ponerlos todos por las nubes.

¡Oh, ven hacia mi, cerdo gordito!;

aunque... no vengas solo,

pues con todas tus cerdas yo te admito.

Ven sin ceremonial ni protocolo,

que aquí te espera ansioso mi apetito,

de par en par abierto,

y te aclama mi estómago desierto.

Si vienes, subirás a mi buhardilla,

partiremos a medias las bellotas,

merendarás papilla

y hasta, si quieres, te pondrás mis botas

y saldrás a la calle con sombrilla.

Tendrás tan rico trato,

que comeremos en el mismo plato;

el peine te daré con que me peino,

y hasta te haría Senador del Reino,

si encontrase algún modo

de llevarte al Senado;

pues, sé, por descontado,

que allí no harías mal papel del todo.

Tuyo será mi lecho por las noches;

y cuando el gorro de dormir te pongas

y la fina camisa desabroches,

seis castañas pilongas

te ofreceré en la cama,

cual se ofrecen bombones a una dama;

y después del manjar refrigerante,

para arrullar tu sueño interesante,

si Dios no lo remedia,

te leeré... del Dante

"La divina comedia".

Ven, ¡oh, marrano!, ven, ven a mis brazos,

que muriéndome estoy por tus pedazos.

Aunque he de darte muerte traicionero,

tendrás en mi un amigo verdadero;

y tras tanta amistad, quizá te asombre

lo que pienso al final hacer contigo;

mas, ten en cuenta, que esto que te digo,

a cada paso suele hacerlo el hombre

con su mejor amigo.

Ya ves tú, que indecente

es el género humano;

entre un hombre y un cerdo, francamente,

yo no sé cuál resulta más marrano.

¡Oh... cochino grasiento!;

después de las mujeres,

del espíritu gala y ornamento

y quinta esencia de lo suculento,

sin disputa, tu eres

el más aprovechable de los seres.

¿Quién vale lo que tú, sobre el planeta?

Por los restos de un sabio ya difunto,

no hay patrona que suelte una peseta;

mas, de los tuyos, compran hasta el unto;

que, sin pizca de fibra,

suele venderse a dos pesetas libra.

¡Ah!, mil veces dichoso

el hombre, envidiado ni envidioso,

que por el turbio mar de la existencia,

mientras la humanidad, sudando el quilo,

interroga a la esfinge de la Ciencia,

confiado y tranquilo,

en su barquilla va, llevando a bordo

una hermosa mujer y un cerdo gordo.

Ven hacia mi, ¡cochino, puerco, guarro!;

y, aunque te llamo así, no es como insulto;

pues, te admiro, por noble y por bizarro,

y te rindo más culto,

que a muchos personajes de gran bulto,

que desde el Rhin al Ebro,

andan, por un error sobre dos patas,

y escondida en el fondo del cerebro

llevan la fe de erratas.

¡Cuánto envidio tu suerte y tu destino,

simpático cochino!;

que, aunque al fin te asesinan, por de pronto,

todos en vida endulzan tu camino;

yo, en cambio, del vivir, la lucha afronto

y al pudridero iré cuando sucumba;

mísero porvenir de los humanos;

para que allí me coman los gusanos;

mientras que tu encontrarás más digna tumba.

Pues, los hombres seremos

los gusanos que a ti te comeremos.

¡Oh, cerdo!, mi ideal inaccesible;

como el de Bécquer, véote imposible;

oncorpóreo, impalpable,

y será muy probable,

que a pesar del volumen de tu masa

y de tu mucha grasa,

aún siga concibiéndote mi mente

como un ser fabuloso eternamente.

Enamorados hoy de tus hechizos,

los vates te disparan sus canciones

y a celebrar acuden, tus chorizos,

tu tocino, tu lomo, tus jamones,

tus ricos chicharrones,

tus sabrosas morcillas,

tus orejas, tus patas y costillas;

pues todo es comestible;

nada hay en ti, de la cabeza al rabo,

que por no ser bastante apetecible,

redunde de tu fama en menoscabo.

¡Ay, cómo los poetas se relamen,

escribiendo las odas del certamen!.

Cerdo mío, no escuches

sus cantos de sirena tentadores;

pues te alaban traidores,

para que luego vayas a sus buches,

sin pompas, sin honores;

pobre y oscuramente,

como vulgar sardina mal oliente.

En cambio, yo te juro,

si acudes de mis ripios al halago,

que bajarás al inmortal seguro

con más magnificencia que un rey mago.

Te haré un entierro, no de los modestos,

sino de los que llaman de primera;

y hasta la tumba bajaré tus restos,

al compás de una lánguida habanera.

Iré a llorar con lágrimas de grasa

sobre tu tumba amiga,

y hasta pondré una gasa

de luto en la barriga.

Y cuando al libro pases de la historia,

si el premio gordo, el hado me procura,

para rendir tributo a tu memoria,

con champán regaré tu sepultura.

Postdata que te envío:

Gloria y prez de los cerdos de Segovia,

si al fin no has de ser mío,

permita Dios que mueras de hidrofobia

y te tiren al río.

 

 

 

 
 
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