Aquella que vedes, rubiales de trença,
e bien colorada e bien pechugona,
aquella es la mesma María Pamplona,
que todos los días a vivir comiença,
e face lo mesmo que fiço en Sigüença,
e se quita paños, e mueve la tripa,
e queda en porreta, e non se constipa,
e tiene la pobre muy poca vergüença.
Aquellos que vienen en su derechura,
condes, escuderos, paxes, rodrigones,
fueron los amantes que tuvo a montones,
que non daba abasto su desenvoltura,
e a la luç del día o en la noche escura
volvíase loca buscando galanes,
concertaba citas, se arreglaba planes,
e todo lo fiço con poca mesura.
Agora la muerte con ella se forra,
de sus amadores tiénela apartada,
e ven que se pudre su carne cuitada
en la gusanera de su vil maçmorra;
e nadie al destino le busca camorra,
e nadie se espanta de verla en un grito,
e todo el que passa le dice baxito:
"¡Te lo meresciste por cochina e çorra!"
El cuerpo fermoso, la cara tan guapa,
si empieça su dança e su desafuero,
le cubren con pieças de muy duro cuero,
como a los cavallos cubren con gualdrapa;
e danle a diario polvos de xalapa
que agotan su cuerpo donoso e lascivo,
e danle los jueves un aperitivo,
mas, para que aprenda, non le sirven "tapa".
Mostrando su rostro de color alpiste,
fállase sañudo don Pero García,
que ayuntóse un día con la tal María
e su ayuntamiento fue cossa de chiste.
Tampoco ninguno acércase al triste
que mira a la espossa con oxo encendido,
e non se le acercan, porque es el marido,
e dicen que al pronto se arranca e embiste.