Walter Beauregard fue un libertino entusiasta por espacio de casi cincuenta años. Pero ahora, a los sesenta y cinco, estaba en peligro de perder sus atributos como miembro de la unión de libertinos. ¿En peligro de perder? Seamos honestos; los había perdido. Durante los últimos tres años visitó doctor tras doctor, charlatán tras charlatán, probó brebaje tras brebaje... con resultados totalmente negativos.
Finalmente recordó sus libros de magia y nigromancia. Eran libros que se complacía en coleccionar y leer como parte de su extensa biblioteca, pero nunca los había tomado demasiado en serio; hasta ahora. No tenía nada que perder.
En un mohoso volumen encontró lo que buscaba. Tal y como rezaban las instrucciones, dibujó el pentagrama, copió los signos cabalísticos, encendió las velas y en voz alta leyó, con cuidado, el encantamiento.
Hubo un destello de luz y una columna de humo. E inesperadamente apareció el demonio. No describiré al demonio, aunque podría asegurar que no les habría gustado.
-¿Cuál es tu nombre? -preguntó Beauregard. Trató de mantener la voz firme, pero era evidente que le temblaba un poco.
El demonio lanzó un sonido chirriante con sobretonos de contrabajo que fuera tocado con un serrucho sin filo. Dijo entonces:
-No podrías pronunciarlo. En tu parco lenguaje puede traducirse por Desagradable. Llámame así: Desagradable. Imagino que deseas lo habitual.
-¿Qué es lo habitual? -quiso saber Beauregard.
-Un deseo, por supuesto. Muy bien, se te concederá. Pero no tres: eso de los tres deseos es pura superstición. Sólo uno. Sin embargo, no te gustará.
-Sólo uno deseo. Y no puedo imaginar que no me complazca.
-Ya lo verás. Sé cuál es tu deseo. Y esta es la respuesta.
Obsceno, extendió la mano y en ella apareció un bañador de color plateado. Se lo entregó a Beauregard, ordenándole-: "ésalo".
-¿Qué es esto?
-Esto es lo que parece. Un bañador. Pero es especial, confeccionado con un material del futuro que aparecerá unos milenios más adelante. Es indestructible; nunca se rompe ni se gasta. Buena clase, aunque el encantamiento sea bastante antiguo. Póntelo y lo comprobarás. El demonio se desvaneció.
Walter Beauregard se desnudó y se probó los hermosos calzones de baño. De inmediato se sintió maravillosamente bien. La virilidad se extendió por todo su cuerpo. Se sentía como un jovenzuelo emprendiendo su carrera de libertino.
Rápidamente se puso una bata y unas sandalias. (¿He mencionado que era un hombre rico? ¿Y que su casa era un pent-house en lo alto del hotel más elegante de Atlantic City? Pues así era). Bajó en su ascensor privado y salió a la lujosa piscina del hotel, que, como de costumbre estaba rodeada de bellezas en bikini, luciendo sus encantos con el pretexto de broncearse al sol, mientras esperaban proposiciones de hombres ricos como Beauregard.
Se tomó tiempo para hacer su elección, pero no demasiado. Dos horas más tarde, vestido aún con los calzones mágicos, se sentó en el borde de la cama y miró suspirando a la hermosa rubia que yacía a su lado en el lecho, sin el bikini y profundamente dormida.
Desagradable tenía razón. Y su nombre estaba perfectamente justificado. El bañador milagroso, indestructible e irrompible, operaba a la perfección. Pero si se lo quitaba, o cuando simplemente empezaba a bajárselo...