El lunes me encontré a Juana
y por ventura, aquel día
para estar una semana
se fue a casa de su tía.
Díjele: - Salada mía,
yo de irte a ver tengo gana.
- ¡Ay, señor!, ¿qué se diría?
Pero... venga usted mañana.
Martes al amanecer
voy donde amor me convida,
píntola mi padecer,
dígola: - ¡Mi bien, mi vida,
yo te adoro, yo estoy loco!
¿No me respondes, tirana?
- Caballero poco a poco,
eso se verá mañana.
Miércoles fue para mí
el más venturoso día,
Juana con un tierno sí
confesó que me quería:
- Dame esa guirnalda en prenda,
que tu fe no será vana.
- No señor, mas no se ofenda
yo se la daré mañana.
El jueves de mirto y rosa
el nuevo ramo prepara
y aún permitió cariñosa
que en su pelo reposara.
- ¡Ay, Dios!, sufre que tu mano
temple el ardor que me afana.
- Para mano aún es temprano,
ya se la daré mañana.
El viernes su mano bella
entre las mías estrecho;
mas como amor atropella,
aún no quedo satisfecho.
- Juana, la dije, yo muero
si un beso mi mal no sana.
- ¿Un beso?, tanto no quiero,
quédese para mañana.
El sábado amor me guía
a la dicha que me toca,
lo que prometido había
a mi apetito provoca.
Del labio al seno de nieve
amor la senda me allana,
cuando... ¡hola!, ¿cómo se atreve?
Eso se verá mañana.
El domingo, enardecido,
iba yo Dios sabe dónde,
esto y aquello le pido,
mas la pícara responde:
- Que durante la semana
se trabaje es linda cosa;
pero en la Iglesia romana,
el domingo se reposa.