El viejo signo que empleaban nuestros abuelos para designar la vieja medida de capacidad, la arroba, se ha vuelto a poner de moda. El mundo da muchas vueltas y quién iba a pensar que este signo, el comercial at del mundo anglosajón, iba a servir para expresar toda una gama de posibilidades.
Hace tiempo que el mundo de la informática lo empleaba como sustitución de la preposición at para designar las direcciones de los usuarios en los viejos sistemas. Del xxxxx at YYYY se pasó pronto a xxxxx@YYYY como una forma más sintética, de las que tanto gusta la informática, de expresar aquello otro; pero fue, sin duda, la explosión de Internet, la que popularizó el viejo símbolo, ya que pasó a ser elemento obligado en las direcciones de correo electrónico.
Y casi inmediatamente se formó la asociación visual de la @ con conceptos como digit@l y sobre todo con Intern@t. El significado se fundió con el significante, o mejor, el significante pasó a formar parte del significado. La sustitución de alguna de las vocales, no solo de la "a", por @ se hizo habitual en los mensajes publicitarios, en los títulos de las publicaciones, en todo aquello que quisiera lanzar un mensaje sobre la nueva era. Y su éxito fue tal, que no se detuvo sólo en la "a", como vocal gráficamente más próxima, sino que se hizo extensivo a las otras vocales redondeadas, "e" y "o"; y no me extrañaría nada verla aparecer cualquier día de estos en lugar de la puntiaguda "i" o de la obscura "u". Este primer gesto, que podríamos llamar mecánico o simplemente gráfico, llevaba dentro algo mucho más importante: un cambio en el mensaje que se quería transmitir. Detengámonos, por un instante, en esto.
En la mayoría de las lenguas occidentales, y por supuesto en el español y en el inglés, la inclusión en el cuerpo o al final de una palabra de una vocal o de otra es totalmente significativa: no es lo mismo "pena" que "pana" y no es lo mismo "niño" que "niña"; en el primer caso las diferentes vocales sirven para nombrar cosas diferentes y en el segundo, la diferenciación de género, que en este caso concreto, nos lleva, también, a una diferenciación de sexo. Pero, ¿qué pasa en la siguiente cláusula, escrita, supuestamente, en la lengua de Shakespeare?:
To be or n@t to be
La famosa sentencia shakespeareana es reconocible, pero esa sustitución forzada de la "o" original nos trae otro tipo de connotaciones. Sin lugar a dudas, vamos a hablar de un mundo shakespeareano relacionado con Internet, con la Net por antonomasia, que puede leerse tras ese n@t.
Dos significantes y dos significados, "net" y "not", se han confundido en un tercero ¿más ambiguo? ¿Hemos ganado o hemos perdido con este cambio?, deberíamos preguntarnos, aunque lo de ganar o perder sea algo subjetivo.
Desde un punto de vista matemático no cabe duda de que la cantidad de información que podemos transmitir con dos elementos siempre será mucho menor que la que podremos transmitir con uno; pero desde el punto de vista de la lengua, y sobre todo, de eso que algún lingüista llamó "su función poética" (1), en la que se basa no solo la poesía, sino también el lenguaje publicitario, los eslóganes y todo aquel mensaje que quiera, por lo menos, tanto connotar como denotar, no cabe duda de que con esta ambigüedad hemos ganado una nueva dimensión. Y puede que a la postre ni hayamos ganado ni hayamos perdido, y estemos lisa y llanamente ante un mero cambio gráfico, eso sí novedoso.
Pero esta novedad gráfica, ya ha quedado dicho, gustó y de las portadas de libros y revistas pasó a los títulos de las obras y ¡qué cosa más fácil que incluirlas en las propias obras editadas a través del nuevo medio, la Telarañ@.
Los propios identificadores de los documentos en Internet, los famosos y crípticos urls, acogieron también el símbolo. Quien no se haya dado cuenta aún de ello que preste atención, durante algún tiempo, a los localizadores de las páginas por las que va pasando que le muestra su hojeador.
Pero es que además, la comunicación electrónica, incluso antes de Internet, había inventado todo un conjunto de signos complementarios, capaces de describir sentimientos y emociones.
Los famosos jacaretos, emoticonos, lexifaces o como los queramos llamar, que tanto amor y tanta repulsa despiertan, pasaron a ser parte imprescindible del lenguaje en las relaciones interpersonales, pero ¿sólo en Internet?
No ha mucho que escribiendo una carta, como las de toda la vida, a un amigo alejado de los mundos internáuticos, me encontré con la necesidad de meter la más popular de las lexifaces, el famoso ":-)", para indicarle, que, obviamente, la frase anterior iba escrita medio en broma y que no debía tomarla en serio, que había en ella un tono de ironía que quería denotar sin llegar a romper el ritmo. Pero como mi amigo no iba a entender aquello hube de rehacer la frase a la vez que me percataba de cómo Internet venía influenciando en mi forma de escribir.
¿Hay un estilo propio de Internet como lo hay, por ejemplo, en el teatro? Sin entrar en los, sin duda, apasionantes horizontes que abren los relatos hipertextuales (2), quedándonos en la capa más simple de los aspectos formales del texto, no cabe duda de que Internet tiene su propio estilo como, siguiendo con el símil, las obras dramáticas tienen el suyo, ya en los aspectos más externos.
Contra los que se quejan del uso, para ellos innecesario, de estos nuevos símbolos les diría que comparto totalmente sus sentimientos en cuanto al abuso, el signo por el signo venga o no a cuento, que se hace de ellos, pero no en contra de su existencia ya que usados discretamente pueden reforzar de forma unívoca el mensaje. Diría, además, que de auxilios de todo tipo se venía sirviendo, desde siempre, la literatura y la comunicación escrita: pensemos en los textos dramáticos, ¿no están llenos de acotaciones que completan el mensaje? ¿y por qué no hablar de los signos universales o particulares que los directores introducen en el margen para indicar ciertas acciones o marcar recordatorios? ¿no es el primer testimonio escrito que se conserva del español una sencilla glosa escrita en un margen?
Pues bien, en este mundillo de nuevas posibilidades de expresión a alguien se le ocurrió que si el símbolo ":-8" significaba llevo gafas ¿por qué no decir que ":-@" significa que "tengo el pelo rizado"? y así, rizando el rizo, algo como ":-8@" significaría "soy una gafotas con el pelo rizado".
En fin, hay quien extiende la simbología hasta el infinito y se necesitaría más que una simple chuleta sobre la mesa para descifrar todo los jeroglíficos del "te saco la lengua" o "cruzo las piernas". Pero ¡ay!, hay quien te manda rosas poniendo discretamente en la despedida un "@:-".
Y es que no podemos olvidar que durante muchos años Internet, y las propias redes institucionales, fueron un medio de comunicación entre colegas, que a la vez que se transmitían lo más enjundioso de sus descubrimientos, aprovechaban los intermedios para contarse sus vidas, igual que se cuentan durante ese cigarrillo o ese café que te tomas a media mañana con el compañero de despacho. Por la Red, por las redes, circulaban, con toda naturalidad, charlas y sentimientos, que debían valerse de únicamente dos elementos: el cable, y los pocos caracteres que te permite un teclado y de alguna forma había que ingeniárselas para sustituir lo que no se dice con palabras en una conversación cara a cara: esa mano amiga que te roza, la risa desinhibida o la emoción contenida a duras penas. ¿Absurdo? ¿demencial contarle tu vida a un teclado? Que cada uno antes de lanzar la piedra se mire a sí mismo.
Y es que en el fondo el encanto de todos estos símbolos puede ser que esté en el misterio que sigue encerrando un mero identificador de usuario y que sin embargo nos pone temblona la mano sobre el ratón cuando lo vemos aparecer en la pantalla.
Analicemos, aunque sea de pasada, el misterio de algo tan prosaico como una dirección electrónica. Si Carmen o Pedro son nombres, salvo excepciones, indicativos del sexo de los que los llevan, ¿qué sexo tiene un "agarcia@loque.sea", o aun más, un "23333@patatin.tin"? Desde luego la primera vez que los vemos quizás no nos fijemos en ellos, no, la primera vez nos llama la atención lo que se dice en el cuerpo de la nota y quien lo firma; "por sus obras los conoceréis" , auténtica carta de presentación en Internet, antes de llegar a ver quién está detrás de aquello, de llegar a saber si es chico o chica, antes, hay algo que nos hace tilín. Y esta "despersonalización" de la primera vez será algo que se arrastre en las comunicaciones venideras; aunque con el tiempo tengamos otros detalles, incluso aunque las relaciones se desarrollen fuera de la Red, será ese identificativo despersonalizado que va delante del @, "agarcia" o "p23333", el que haga que el pulso se nos acelere o que un mohín de disgusto module las arrugas de nuestra cara: ¡otra vez est@ pesad@!
Y es que la @ todavía no ha mostrado todas sus posibilidades. Hay una muy simple, que, sin embargo, colocada en la punta de hábiles dedos ha sabido contribuir a ese misterio que nos hace seguir enganchad@s a la pantalla. El lenguaje políticamente correcto exige que el género femenino, marcado lingüísticamente, acompañe siempre al masculino, no marcado, por aquello de no dejar a nadie fuera: los compañeros y las compañeras, los trabajadores y las trabajadoras, los albañiles y las albañilas, los amigos y las amigas, todos y todas, y sin olvidarse a ninguno ni a ninguna.
Pues bien, como esto es muy largo de teclear, algun@s ingenios@s, y teniendo presente, sin duda, eso que se llama la economía de medios, han creado un tercer morfema de género neutro cuya marca no podía ser otra que @. "Querid@s soci@s", se ahorra tiempo y se contenta a todo el mundo, pero ¿dónde esta el encanto de est@ cos@? No en este uso prosaico, desde luego, del lenguaje políticamente correcto, pero sí en el carácter andrógino que al nuevo género neutro han sabido encontrarle no sé si los que exploran las posibilidades literarias del nuevo medio, o los que, simplemente, analizan las relaciones que propicia...
Porque no es raro encontrar ejemplos de cambios de sexo, identidad y personalidad en la Red.
Por razones de toda naturaleza, incluidas las accidentales e involuntarias, no es raro que se aproveche el anonimato para ser más alto, más guapo, o lo que siempre se quiso ser, pero no se consiguió en la vida real. No hay que buscar con candil el caso de alguien que tras larga correspondencia descubre un día, haberse estado carteando con una persona cuyas circunstancias, incluida a veces -"de todo hay", me decía una amiga-, la del sexo eran completamente diferentes a la idea que nos habíamos formado. Ante un caso de estos de cambio de sexo en la Red, alguien llega a descubrirte, en confidencia casi de confesionario, la tormenta de ideas y de dudas que el descubrimiento provocó en su mente, porque aunque el susto se quede solo en la estupefacción o en el "ya decía yo" o en la advertencia "ten cuidado en dónde o en qué te metes", lo cierto es que no deja de ser un elemento casi improbable en las relaciones normalitas" cara a cara.
Hace unos meses, escondido entre una lista de chistes de esos de Microsoft que circulan por la Red, me llegó un pequeño relato en el que la ambigüedad era total. El escritor, anónimo como casi todas las cosas populares, había sabido usar el nuevo género tan hábilmente que la duda de si el protagonista
era chico o chica no llegaba a despejarse, algo que era vital, por supuesto, en lo que se contaba. Es difícil que ese relato hubiera podido ser escrito sin la ayuda del nuevo género y su marca formal, la @; y es más, la historia fuera del marco de Internet hubiera sido completamente diferente.
¿Estamos ante una generación de protagonistas asexuados? Desde luego que no, estamos ante una generación que gracias al milagro de la @ gozan de las bondades de los dos sexos. El mundillo de la Literatura ha encontrado el camino para dar vida a un nuevo sexo sin ayuda de la Biología ni de ninguna otra ciencia o técnica, le ha bastado seleccionar un poco las palabras y usar un sencillo elemento, un elemento con encanto: la @ .
Notas:
(1) Definida como "la proyección del eje de selección sobre el eje de ordenación" podría vulgarizarse, esta definición, en : elijo ciertas palabras y las ordeno de tal forma que lo uno junto a lo otro produzca el efecto deseado.
(2) La revista Espéculo editada por la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid mantiene un foro (espacio) en su servidor sobre narrativa hipertextual.