Queridos amigos:
Ya sé que estáis al cabo de la calle en cuanto al asunto del que más abajo os informo; no obstante, he querido dejar constancia escrita de ello para evitar posteriores reproches por no haberlo hecho en tiempo y forma, dada la importancia y gravedad del tema y que la cuestión es de mi casi exclusiva responsabilidad 'e incumbencia, de acuerdo con el rol que se me ha encomendado desempeñar dentro de la estructura organizativa del CRE. Se trata de notificaros que los signos de puntuación, según cuáles y dónde se coloquen, pueden modificar sustancialmente el sentido del texto (hasta el punto que puede condenarse por una simple coma a una persona a prisión o a la pena de muerte, o declararla inocente, tal como demostró nuestro insigne, célebre, famoso, sobresaliente, conspicuo, decente y cabal dramaturgo Jacinco Benavente, trenta, cuarenta..., o como se llame, en su obra titulada "Los intereses creados", que por cierto, cada vez son más evidentes, y sobre todo en el campo de la política.
Pero no basta con la notificación; es necesario demostrarlo fehacientemente. Para ello, os inserto, a continuación, una serie de textos con los cuales podréis comprobar el grado de verdad de lo anteriormente afirmado.
El TESTAMENTO
Se cuenta que cierta persona, por ignorancia o malicia, o por las dos cosas (que de todo hay en la bodega del Señor) dejó al morir el siguiente testamento sin signos de puntuación:
"Dejo mis bienes a mi sobrino Juan no a mi hermano Luis tampoco jamás se pagará la cuenta al sastre nunca de ningún modo para los jesuitas todo lo dicho es mi deseo".
El juez encargado de resolver el testamento reunió a los posibles herederos, es decir, al sobrino Juan, al hermano Luis, al sastre y a los jesuitas y les entregó una copia del confuso testamento con objeto de que le ayudaran a resolver el dilema. Al día siguiente cada heredero aportó al juez una copia del testamento con signos de puntuación.
- Juan, el sobrino:
"Dejo mis bienes a mi sobrino Juan. No a mi hermano Luis. Tampoco, jamás, se pagará la cuenta al sastre. Nunca, de ningún modo, para los jesuitas. Todo lo dicho es mi deseo".
- Luis, el hermano:
"¿Dejo mis bienes a mi sobrino Juan? No. ¡A mi hermano Luis!. Tampoco, jamás, se pagará la cuenta al sastre. Nunca, de ningún modo, para los jesuitas. Todo lo dicho es mi deseo".
- El sastre:
"¿Dejo mis bienes a mi sobrino Juan? No. ¿A mi hermano Luis? Tampoco, jamás. Se pagará la cuenta al sastre. Nunca, de ningún modo, para los jesuitas. Todo lo dicho es mi deseo".
- Los jesuitas:
"¿Dejo mis bienes a mi sobrino Juan? No. ¿A mi hermano Luis? Tampoco, jamás. ¿Se pagará la cuenta al sastre? Nunca, de ningún modo. Para los jesuitas todo. Lo dicho es mi deseo".
- El juez todavía pudo añadir otra interpretación:
"¿Dejo mis bienes a mi sobrino Juan? No. ¿A mi hermano Luis? Tampoco. Jamás se pagará la cuenta al sastre. Nunca, de ningún modo, para los jesuitas. Todo lo dicho es mi deseo".
Así que el señor juez, ante la imposibilidad de nombrar heredero, tomó la siguiente decisión:
"... por lo que no resultando herederos para esta herencia, yo, el Juez me incauto de ella en nombre del Estado y sin más que tratar queda terminado el asunto".
Tres bellas, ¡qué bellas son!
(Citado por Roberto Vilches Acuña en "Curiosidades literarias y malabarismos de la lengua". Editorial Nascimiento. Santiago de Chile, 1955)
Tres hermanas casaderas, Soledad, Julia e Irene, conocieron a un joven y apuesto caballero, licenciado en letras y las tres se enamoraron de él. Pero el caballero no se atrevía a decir de cuál de las tres hermanas estaba enamorado. Como no se declaraba a ninguna, las tres hermanas le rogaron que dijera claramente a cuál de las tres amaba. El joven caballero escribió en un poema sus sentimientos, aunque "olvidó" consignar los signos de puntuación, y pidió a las tres hermanas que cada una de ellas añadiese los signos de puntuación que considerase oportunos. La décima era la siguiente:
Tres bellas qué bellas son
me han exigido las tres
que diga de ellas cuál es
la que ama mi corazón
si obedecer es razón
digo que amo a Soledad
no a Julia cuya bondad
persona humana no tiene
no aspira mi amor a Irene
que no es poca su beldad
Soledad leyó la carta:
Tres bellas, ¡qué bellas son!,
me han exigido las tres
que diga de ellas cuál es
la que ama mi corazón.
Si obedecer es razón,
digo que amo a Soledad;
no a Julia, cuya bondad
persona humana no tiene;
no aspira mi amor a Irene,
que no es poca su beldad.
Julia en cambio:
Tres bellas, ¡qué bellas son!,
me han exigido las tres
que diga de ellas cuál es
la que ama mi corazón.
Si obedecer es razón,
Digo que ¿amo a Soledad?
No. A Julia, cuya bondad
persona humana no tiene.
No aspira mi amor a Irene,
que no es poca su beldad.
Dijo Irene:
Tres bellas, ¡qué bellas son!,
me han exigido las tres
que diga de ellas cuál es
la que ama mi corazón.
Si obedecer es razón,
Digo que ¿amo a Soledad?
No. ¿A Julia, cuya bondad
persona humana no tiene?
No. Aspira mi amor a Irene,
que no es poca su beldad.
Así pues persistía la duda, por lo que tuvieron que rogar de nuevo al joven que les desvelara quién era la dueña de su corazón. Cuando recibieron de nuevo el poema del caballero con los signos de puntuación las tres se sorprendieron:
Tres bellas, ¡qué bellas son!,
me han exigido las tres
que diga de ellas cuál es
la que ama mi corazón.
Si obedecer es razón,
Digo que ¿amo a Soledad?
No. ¿A Julia, cuya bondad
persona humana no tiene?
No. ¿Aspira mi amor a Irene?
¡Qué!... ¡No!... Es poca su beldad.
La extraña conducta de César
César entró sobre la cabeza,
llevaba el casco en los pies,
las sandalias en la mano,
la fiel espada...
César entró, sobre la cabeza
llevaba el casco, en los pies
las sandalias, en la mano
la fiel espada...
Marcelo, Marcos y Esther
Nuestro amigo Marcelino Fernández (Matelogos) dedicó el siguiente poema a sus tres hijos Marcelo, Marcos y Esther, aunque según confiesa todavía está pagando por su arrebato paterno-poético-patético.
Marcelo, Marcos y Esther
me piden a mí que escriba
a cual prefiero tener
en mayor grado de estima.
Y escrito está a continuación
en mal verso y sin puntuación:
Digo que prefiero a Marcelo
aunque a veces sea de hielo
no a Esther cuya hermosura
compite con su frescura
no alabo a Marcos por su ciencia
que no es poca su inteligencia
Marcelo, el primero que leyó,
puntos y comas así entendió:
Digo que prefiero a Marcelo,
aunque a veces sea de hielo.
No a Esther, cuya hermosura
compite con su frescura.
No alabo a Marcos por su ciencia,
que no es poca su inteligencia.
Esther puso interrogaciones
y quedaron así las puntuaciones:
Digo que ¿prefiero a Marcelo,
aunque a veces sea de hielo?
No. A Esther, cuya hermosura
compite con su frescura.
No alabo a Marcos por su ciencia,
que no es poca su inteligencia.
Marcos, cuando al fin le tocó
otros signos añadió:
Digo que ¿prefiero a Marcelo,
aunque a veces sea de hielo?
No. ¿A Esther, cuya hermosura
compite con su frescura?
No. Alabo a Marcos por su ciencia,
que no es poca su inteligencia.
Mas yo leí con emoción
y signos de admiración:
Digo que ¿prefiero a Marcelo,
aunque a veces sea de hielo?
No. ¿A Esther cuya hermosura
compite con su frescura?
No. ¿Alabo a Marcos por su ciencia?
¡Que no! Es poca su inteligencia.