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  El Cuento del Hombre Curioso (Ventura Pazos)
 

 

 

El cuento del hombre curioso (de Cuentos de Carnaval)

Ventura Pazos

Un amigo mío, muy buena persona por cierto, servicial, desprendido y simpático, pero más entrometido que una casera de las antiguas, pasó en mala hora por aquí una noche. Venía el hombre con muy pocas ganas de juerga, cabizbajo y con deseos de que la tierra se lo tragara para siempre. Y era la cosa, que no hacía ni media hora, que una pibita, a la que creía tener en el bote, lo había dejado con la miel en los labios, cuando más felices se las prometía con ella, que no poco trabajo y regalitos le costó trajinársela, para que al fin se hiciese la decente y le dejase con dos palmos de.... narices. Todavía agitado por el sofocón, maldiciendo a las mujeres por ser tan falsas y lamentándose de su propia indecisión (que -se decía con amargura-, a veces hay que meter la mano en la olla aunque te achicharres, pues el respeto que a uno le frena, ellas lo toman por mariconería), se sentó en este mismo banco a fumarse un cigarrito por ver si así se le calmaban las ardentías. Y no iba por mal camino el pobrecillo, que siendo de fácil conformar, hasta se estaba convenciendo de que bien despachado iba con los arrumacos y achuchones que le había dado a la niña, cuando, ¡viniendo de las profundidades del foso!, le sobresaltaron unos susurros y jadeos que avivaron su natural curioso. Aguzó el oído, que creyendo adivinar el origen de aquello, temió que su calenturienta imaginación le estuviese gastando una mala pasada; afinó, afinó y se aseguró de que, en efecto, algo interesante sucedía aquí abajo. Con mucho sigilo, ya dije que es maestro en lo de fisgar, se arrodilló y sacó medio cuerpo sobre la barandilla, buscando en la oscuridad de dónde provenían los ruiditos. Enseguida, descubrió dos sombras muy juntas, pegadas a la pared, casi al alcance de su mano. Apenas podía ver nada, salvo que las sombras parecían estar bailando con mucha lentitud y como si fueran una. Pero lo que escuchó, creyó escuchar, o interpretó de lo que escuchaba, le hizo hervir la sangre y olvidar la prudencia.

-No seas bruto, Juan, más despacito, hijo -decía una voz de mujer-, que estoy muy nerviosa y no nos va a salir bien.

-¡Ssssss! Déjame hacer a mí -respondió una voz masculina-, que tú no sabes de esto. ¡Mira que tenéis miedo las primerizas! Luego os lanzáis a cualquier cosa, pero al principio. . .

-Alguna vez tenía que ser la primera, ¿no? ¿Tú no me dijiste que eras especialista en esto?

-Sí, pero tú has tardado en decidirte, mona. A tu edad, tu hermana manejaba la brocha que era un primor.

-Anda, sigue artista, pero ten cuidado y no te tuerzas otra vez, que antes por poco me la metes en un ojo.

-Entre ceja y ceja te la voy a meter como gruñas tanto.

Silencio. Jadeos apagados. Mi amigo se arreguinda un poquito más. Tiene que agarrarse bien a los barrotes para no caerse. Ver, lo que se dice ver, no ve nada, pero lo que escucha es suficiente.

-¡Que te sales, que te sales! -protesta ella-.

-Es que así no se puede trabajar -dice él muy contrariado-; y tú que no colaboras.

-¿Qué quieres que haga?

-Que no te muevas tanto, coño, que no atino.

-¡Si estuviera aquí mi novio!

-Eso, lo que faltaba. A dos brochas, ¿eh, guapa?

-Pues Pepe tiene fama de ser el mejor.

-Yo no te he obligado, bonita; has elegido por propia voluntad: así, que tú sabrás. Atenta, que voy y mancho.

Otra vez silencio. Mi amigo, casi cabeza abajo, no pierde comba.

-¿Te gusta? -pregunta él con un hilillo de voz-.

-Sigue un poco más arriba.

-¿Así?

-Un poco más arriba.

-¿ASí?

-Ahí, ahí... ¡Juan, que te vas! ¡Quieto Juan que te vas!

En esto, a espaldas de mi amigo se oye:

-¡Agua va!

Le dan un empujón en el culo y cae de cabeza al foso. Menos mal que puso las manos y que fue a parar dentro del cubo de la pintura. Se levantó del suelo, acharado, molido y pringado hasta las trancas, y se encuentra con dos jovencitos que le miran con ojos espantados. Él también los mira como si fuesen de otro mundo. El muchacho lleva una brocha en la mano. En la pared se podía leer en grandes letras rojas, aún muy frescas: "UNETE AL MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO: LOS CAPITALISTAS SON UNOS C... La c estaba un poquito corrida a la derecha.

 

 

 
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