Soy una chica de veintisiete años. Me llamo Stefania y soy aries ascendiente tauro. Mi marido se llama Gianni, tiene cuarenta y un años y es agente financiero.
Yo soy poetisa y redactora de una revista femenina, donde me ocupo del correo de lectoras. En general se trata de cuestiones sentimentales insoportables. Las mismas de siempre. Cuando salgo del trabajo doy largos paseos en coche, que me relajan aún más desde que me compré el teléfono móvil.
Mi teléfono móvil es un Sharp TQ-G400. Mide 130 por 49 por 24 milímetros y pesa 225 gramos con la batería estándar. Tiene dos botones cursores ubicados debajo de los botones de inicio y finalización de las llamadas que me permiten elegir el menú a través del cual dispongo con facilidad de las funciones de acceso a las opciones que me interesan.
El display es sinceramente muy bonito, sin duda mejor que el del Pioner PCC-740 que tiene Marta.
Mi teléfono móvil indica el nivel de recepción de la señal, el de carga de la batería, el estado del teléfono y la hora. Tiene una lucecita parpadeante que me permite, incluso cuando lo dejo en alguna parte de la habitación o en el coche, saber el estado de las baterías o si están descargadas.
La memoria registra las diez últimas llamadas que he hecho.
Cuando conduzco por la autopista en busca de un instante de relajación puedo telefonear a Gianni para que me diga guarradas. Gianni me dice "Te lamería el coño, zorra, no eres más que una zorra", y yo sigo conduciendo y me mojo.
Gianni siempre me llama desde la Bolsa donde todos gritan y nadie se da cuenta de lo que dice mi Gianni en su móvil, un Ericsson EH237 de 1.583.000 liras.
El móvil de mi marido tiene 199 memorias y seis repeticiones automáticas de números. Pesa 20 gramos menos que el mío y sus medidas son 49 por 130 por 23 milímetros. No tiene antena filiforme. Tiene antena helicoidal.
Bueno, con ese Ericsson EH237 mi marido me telefonea mientras yo conduzco para decirme galanterías.
Somos una pareja moderna y de cuando en cuando vamos al sex shop Danubio Azul, cerca de Linate para comprar elementos que coadyuvan al pleno éxito de nuestra compleja relación de pareja. la última vez gastamos 1.197.000 liras. Compramos un pene anatómico no vibrador con chorro por 34.900, un Duett vibrador ano-vagina por 49.000 liras y unas bolitas chinas estimulantes y vibradores por 34.900 liras.
Sin embargo, estoy convencida de que todas las parejas como la nuestra, que viajan mucho, como Gianni y yo, deberían tener indudablemente un Vibraboll. Vibraboll es el indicador silencioso de los teléfonos móviles que mi marido me ha metido en el culo el día del aniversario de nuestra boda.
-Espera que te meto una cosa por el culo- me dijo.
Pensaba que era el vibrador de siempre, con chorro o sin chorro, con glande retráctil o no retráctil, es decir algo especialmente hecho para meter por el culo. Pero no: era Vibraboll.
Mi marido salió de la habitación y me llamó con su Ericsson EH237 a mi Sharp TQ-G400.
Inmediatamente Vibraboll comenzó a vibrar, avisando de la llamada, y esa estimulación tan intensa que nunca antes había experimentado me volvió loca. Descubrí la forma en que la tecnología de nuestros días puede cambiar y mejorar una relación sexual. Maullaba como una loca con aquel aparato en el culo. No pude resistir más me levanté de la cama y cogí de la mesa de noche mi teléfono móvil. Era insoportable. Era una zorra en celo.
Empecé a frotármelo enérgicamente por la vagina arriba y abajo. Con la antena pequeña y suave como solo pueden serlo las antenas Sharp. Me oprimía repetidamente el clítoris y tuve el orgasmo más intenso de mi vida, y mi marido entró en la habitación: estaba guapísimo, escorpio ascendente leo; tenía su Ericsson EH237 en la mano derecha encendido y parpadeando lo mantenía apretado sobre la polla. Amoratado me decía sacando la lengua "Te quiero mi adorado conejito" y me corrí, un montón.