El señor George Darnell y su esposa -cuyo nombre era Elsie, por si puede interesarles- estaban dando la vuelta al mundo en su luna de miel. En su segunda luna de miel, que empezó el día que celebraron su vigésimo aniversario. George andaba en la treintena y Elsie en la veintena en aquella primera luna de miel, con lo que, si empleo la regla de cálculo, obtengo que en el momento de nuestra historia corría por la cincuentena George y por la cuarentena Elsie.
Ella vivía plenamente sus peligrosos cuarenta (frase aplicable tanto a una mujer como a un hombre) y se sentía muy, pero que muy desanimada por lo que había pasado... o, más específicamente, por lo que no había pasado, durante las primeras tres semanas de su segunda luna de miel. Pues, para ser completamente honestos, nada, absolutamente nada, había pasado. Hasta que llegaron a Calcuta.
Se registraron en un hotel para una estancia de una única noche y, tras refrescarse un poco, decidieron dar un paseo por la ciudad para poder ver, durante el día y la noche que pensaban pasar en ella, todo lo que pudieran. Llegaron al bazar.
Y allí se encontraron a un fakir hindú efectuando el truco de la cuerda trucada. No se trataba de la versión espectacular y complicada en la que un muchacho trepa por la soga y... pero bueno, ya se saben la historia completa del truco hindú de la soga trucada...
Aquella era una versión más simplificada. El fakir, con un pequeño rollo de cuerda dispuesto en el suelo ante sí, repetía una y otra vez unas cuantas notas con la flauta; y gradualmente, a medida que tocaba, la cuerda se iba levantando en el aire para quedarse rígida.
Aquello le dio a Elsie Darnell una maravillosa idea... aunque no se la contó a George. Volvió con él a la habitación del hotel y, después de cenar, esperó hasta que se durmiera... como siempre, a las nueve en punto.
Ella, entonces, tranquilamente salió de la habitación y abandonó el hotel. Encontró a un taxista y, por señas, consiguió que la llevara al bazar, donde encontró al fakir.
Hizo toda una representación mímica para darle a entender al fakir que quería comprarle la flauta, además de ofrecerle unas cuantas monedas para que le enseñase a tocar las simples y repetidas notas que hacían que la cuerda se levantase.
Inmediatamente después, volvió al hotel y subió a la habitación. Su esposo, George, roncaba sonoramente... como siempre.
Situándose junto a la cama, Elsie empezó a tocar suavemente la sencilla melodía de la flauta. Una y otra vez.
Mientras tocaba, gradualmente, la sábana empezó a levantarse por encima de su dormido esposo.
Cuando estuvo lo suficientemente alta, dejó de tocar y, con un alegre grito, apartó la sábana.
¡Y allí mismo, totalmente erecto en el aire, estaba la parte inferior del pijama de George!