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  Divertida Anécdota en el Instituto, Romance de Ciego (Fray Josepho)
 

 

 

Divertida Anécdota Juvenil en el Instituto

(Romance de ciego)

Fray Josepho

En un mezquino instituto

de un lugar de Andalucía,

de cuyo nombre no quiero

acordarme todavía,

aconteció el sucedido

que este ciego os comunica.

Era el instituto un centro

de enseñanza distinguida

donde iban a desasnarse,

con cartera o con mochila,

muchos jóvenes, cargados

de ilusiones infinitas.

Los honrados profesores,

aupados en las tarimas,

enseñaban sus materias

pertrechados de la tiza.

Alguna vez, un alumno

-¡adolescencia bendita!-

por lo osado de sus años

travesuras cometía:

poner mote al profesor,

sacar una chuletilla,

llegar tarde a alguna clase,

o compartir, a escondidas,

en el patio del recreo

un cigarrillo entre risas;

pintar quizá en la pizarra

un corazón con la tiza,

o arrojar a un compañero

diminutas pelotillas

usando por cerbatana

un boli bic sin la mina.

Por lo común, nada serio:

todo chiquilladas nimias.

Si alguno se desmandaba

siempre se le reprendía:

mandaba el Jefe de Estudios

a su padre una misiva

y los alumnos temblaban

sólo ante tal perspectiva,

pues a menudo los padres,

con rigidez excesiva,

se sacaban la correa

con que se ciñen la tripa,

y... ¡ya imaginan ustedes

por qué el chico los temía!

Pero ya hace mucho tiempo

que estas cosas sucedían,

y en el negocio docente

cada curso es una vida.

***

Pasemos, pues, al presente

de esta narración verídica.

En el citado instituto,

cuyo nombre se me olvida,

murieron los viejos planes:

ya la LOGSE se impartía.

Estaban llenas de moho,

arrumbadas, las tarimas.

Sólo algunos reaccionarios

usaban pizarra y tiza.

La silla del profesor,

cátedra clásica y digna,

era una cosa de "skay",

que, al sentarse alguien encima,

en la espalda y la culera

dejaba marcas gorrinas.

En las aulas y pasillos

la cochambre predomina

y en muchas clases se advierte

rancio olor de sobaquina.

Pero en esta época nueva

más diferencias había.

Imperaban los currículos,

la enseñanza comprensiva

(cosa tan incomprensible,

que hasta su nombre es mentira).

Ahora llamaban "sociales"

a la historia y geografía.

"Ciencias experimentales"

eran la física y química.

Se usaban raros palabros

de psicopedagogía.

Al tradicional dibujo

"plástica" le denominan.

Al suspenso le llamaban

"evaluación negativa"

La sapiencia iba en descenso

e iba en alza la estulticia.

Eran muchas más de tres

las antiguas tres marías.

Andaban los profesores

con pinta triste y mohína.

Clase, clase, daban poca

pero sí que se reunían:

equipo técnico, claustro,

preevaluación, tutoría,

reunión de departamento,

reunión de la directiva,

reunión de tutor y padres,

reuniones sindicalistas,

comisión de convivencia

("convivencia" es disciplina,

y no es amancebamiento,

por si es que no lo sabían),

consejo escolar, cursillos

(la nueva tortura china),

coordinación con maestros,

evaluaciones, visitas,

en resumen, muchas tardes

tediosas, plúmbeas, perdidas...

El entusiasmo docente

sólo era una batallita

que los más viejos contaban

para suscitar la envidia:

-Enseñábamos latín.

-A veces hasta aprendían.

-Muchos chicos redactaban

sin faltas de ortografía.

-Se quedaban en silencio

en clase de geografía.

-Les explicaba ecuaciones

mientras todos atendían.

-Algunos se interesaban

por la física y la química.

-Les dabas a leer un libro

e incluso hasta lo entendían.

-Nunca comían en clase

bollicaos ni palomitas.

-Acabábamos los viernes

sin neurosis depresiva.

-No abundaban por las aulas

las grescas y griterías.

-Llamábamos tonto al tonto

y no, como ahora se estila,

"alumno con diferente

dinámica intelectiva".

-El gamberro era gamberro,

y no "alumno que origina

conductas antisociales

por carencias afectivas".

-El vago siempre era vago,

no "alumno al que no motiva

un modelo de enseñanza

rutinaria y memorística".

Y con estos comentarios

hechos en horas perdidas

de los "segmentos de ocio"

iba pasando la vida.

Pasaban tristes las horas,

pasaban lentos los días,

poco a poco las semanas,

ingratas, se sucedían.

Y un trimestre se acababa

cuando otro nuevo venía.

Sólo esperaban, humildes,

su nómina reducida

-porque no hay oro que pague

un mes de esta vida indigna-:

¡El sueldo y las vacaciones,

las únicas perspectivas!

Los puentes eran un bálsamo,

los lunes, pena y fatiga.

***

Un lunes, uno de tantos,

que al domingo sucedía,

ocurrió la historia cierta

que este ciego hoy os recita.

Un profesor, de los jóvenes,

entraba en clase ese día.

Era después del recreo

y en hora de tutoría.

Andando por el pasillo

los empujones esquiva

y a codazos se abre paso

por la chusma matutina.

Cuando entra por fin en clase,

reina allí la algarabía.

Así su tercero de ESO

por norma le recibía:

arreciaban los aullidos,

las voces descomedidas,

empellones y carreras

por el aula, entre las sillas.

-¡Callaros! ¡Estaros quietos!-

Inútilmente decía.

-¡Por favor! ¿Queréis sentaros?-

Abatido, repetía.

Como quien escucha el viento,

como quien siente la brisa,

como quien oye que llueve

sobre la verde campiña,

de tal manera era el caso

que los alumnos le hacían.

-¡Estamos en clase!- Exclama.

-¡Me voy a enfadar!- Se indigna.

-¡A vuestros sitios!- Lo intenta.

-¡Silencio!- Se desgañita.

Va subiendo, incontenible,

en su espíritu la ira.

Allí nadie calla, nadie

le hace caso: ni lo miran.

Desesperado, sujeta

por el brazo a una que brinca

y la apremia: -Estate quieta,

que tenemos tutoría.

-A mí no me toques, tío-

Le responde la chiquilla.

-Te voy a poner un parte

para que te echen tres días-

Intenta así, amenazando,

mantener su gallardía.

-¡Vete a tomar por el culo!-

Contesta la "señorita",

mientras se zafa, invitándole

a practicar sodomía.

El profesor reflexiona:

"¿Quiere quizás esta chica,

de verdad, que desarrolle

una mejor vida íntima?

¿Me plantea una experiencia

erótica alternativa?

¿Será deleitable el uso

de esta práctica lasciva?

¿A qué mórbidos placeres

posteriores me convida?"

Tales cosas un instante

por su cerebro transitan.

Está aturdido. Enrojece.

Todo en la clase son risas.

A la moza sus compinches

aclaman y glorifican:

-¡Vaya corte le has pegado!

-¡Te lo has hecho de película!

-¡Qué cara se le ha quedado!

-¡Lo has dejado seco, tía!

-No te enfades, que era broma-

Le dice por fin la niña.

Y dirigiéndose al corro,

del cual es la cabecilla,

ordena con gran aplomo

y aire de perdonavidas:

-Venga, colegas, sentaros:

¡que empiece la tutoría!

 

(Dedicado a todos los ciegos que no han querido ver y que poco a poco van recobrando la vista.)

 

 
 
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