De vez en cuando, y sin saber el porqué, nos vienen a la cabeza una serie de ideas, ocurrencias, planes alocados, que algunas veces no tienen un sentido aparente.
Hay que volver a embarcar en los trenes de la memoria y volver a pasar por las viejas estaciones del recuerdo, bajarse y ver los antiguos escenarios para observar si lo que aflora hacia afuera tiene algún sentido, si esas cosas que brotan en el dos mil once tienen unas raíces ocultas que empezaron a crearse allá por el dos mil cinco o quizá cuando uno aún creía ciegamente en los reyes magos, o en que todo lo que salía en la televisión era rigurosamente cierto.
Está claro que a todo el mundo le gustaría hacer algo bueno por sus semejantes, ser recordado por haber hecho algo importante por el desarrollo de la humanidad, pero claro, alguien dijo una vez que "son muchos los llamados y pocos los elegidos", y sí, ciertamente creo que es así.
Yo, haciendo un análisis de mi vida, enseguida pude darme cuenta de que no estaría entre los elegidos.
Jamás destaqué en nada: En los estudios era un tipo mediocre, en los deportes lo mismo, y bueno, tampoco me caracterizaba por tener ninguna cualidad o habilidad en la que despuntase.
Tocaba la guitarra para divertirme, escribía de vez en cuando para pasar un buen rato y poco más.
Sentía envidia sana de todos aquellos a los que las musas visitaban con asiduidad, y tenían grandes ideas, Y que estaba claro que serían llamados a realizar grandes cosas en el mundo de las letras, o al menos así me lo parecía a mí.
Quizá por estas razones, por la influencia de los libros en los que el bien triunfa, y que hay personajes tanto reales como de ficción que vivirán siempre, vino a mi cabeza el descabellado plan de proponerles a mis compañeros de lista cuyas habilidades eran superiores a las mías mi pequeño gran deseo: que me incluyesen en uno de sus cuentos, en los que yo protagonizase algún acontecimiento digno de mención.
Ya era la cuarta o décima vez, no lo sé, que había intentado escribir para pedirles que me inmortalizasen, por favor, en alguna obra de esas de argumento ingenioso en las que los personajes demostraban su inteligencia para salir de situaciones difíciles, que yo era consciente de que estaba muy alejado de las tres tareas que dejan huella en la vida de un ser humano, que no pensaba plantar un árbol, que mis vivencias para escribir un libro no eran lo suficientemente interesantes, y que el perpetuar la especie tal y como estaba el terreno sentimental, tampoco lo veía posible, deseaba pedirles que, por favor, me ayudasen a dejar algún rastro mío en este mundo, y que si puese posible, pusiesen todo su empeño en ello.
Cada vez que comenzaba el correo destinado a mis amigos de lista, una vocecita en mi cabeza me decía: ¡pero bueno hombre!,
¿tú quién te crees que eres?, ¿no estarás siendo muy pretencioso? ¿No te dará luego por intentar emular a tu otro yo de ficción en la realidad?, ¿ya tienes claro qué cualidades quieres que tenga tu personaje?
En esos momentos me entraba un miedo muy grande, y desistía, aunque por otro lado, no podía dejar de imaginarme un cuento muy bonito en el que yo conociese nuevos países, probase manjares que desconozco, bueno tantas y tantas cosas venían a mi cabeza, que ya estaba sintiendo vértigo al verme saltar de escenario en escenario: Miguel acariciando el lomo de un elefante, Miguel ayudando a los que están en apuros y sacándolos de ellos; Miguel jugando con los delfines, Miguel hablando con personajes de ficción… y al final, no sé si la vanidad, el afán de tener un protagonismo que en la vida real no tengo, hizo que aquel siete de noviembre, en las bandejas de entrada de todos los compañeros de lista, apareciese el siguiente mensaje de "el de Portugalete":
Asunto: ¿quién me inmortaliza en un cuento?.
En un tono desenfadado, al que intenté agregar algo de humor y lenguaje coloquial, les decía:
Hola a todos los tifloescritores: como sé que os gustan los retos, aprovecho la ocasión para lanzaros el siguiente: ¿quién me inmortaliza en un cuento?. No me importa dejar el casi blanco nuclear de mi piel, para convertirme en monje Shaolín de piel amarilla y túnica de color azafrán, pigmeo de la selva más selvática de todas las selvas, o el hermano pequeño del maestro lloda. Sí sí, aquel de la piel verde, orejas de pico, y al que las malas lenguas dicen que se parece a Jordi Pujol.
Me gustaría, aun sabiendo que es mucho pedir, que el día de mañana cuando las generaciones futuras leyesen vuestras obras y viesen un personaje llamado Miguel de Portugalete, encontrasen un personaje que llevase a cabo cosas dignas de recordar.
No voy a pedir salvar la tierra ni desbancar a Emilio Botín en poder y riquezas, pero hombre, portaros bien conmigo, ¿vale? Sin más, se despide un Miguel de Portugalete, con deseos de trascender un poquito más allá de su fecha de caducidad.
Me costó Dios y ayuda pulsar la combinación de teclas para ejecutar el comando de enviar, pero lo hice.
Cerré el correo con la sensación de haber hecho algo malo e irreparable. A mi cabeza volvían palabras como fatuo, pretencioso, fantasma ... y de nuevo la lucha entre lo bueno y lo malo comenzaba a martillearme el par de neuronas que aún quedaban en mi cabeza, y ahora todo era cuestión de esperar, uno siembra, con ilusión, y espera con nerviosismo e incertidumbre cómo será el fruto de su cosecha.
Fin.
Portugalete: 2 de noviembre del dos mil once.