Romance al Chocolate
Antonio Martín Figueroa
Fue el chocolate, en mi infancia,
El manjar de mis deseos,
Colación de subsistencia
Y mi sabor predilecto.
Me traían chocolate
Antes de irme al colegio,
Y entonces lo compartía
Con el de otros compañeros.
Tal vez por ser diferentes,
O por llegar de otros pueblos,
O el sonido de sus marcas,
Los hallaba yo estupendos.
Si me ofrecía “Loyola”
Aquel mocito norteño,
Se me hacía la boca agua
Con sólo oír aquel término.
Prueba “Elgorriaga”—insistía
Con su enrevesado acento
Y su voz algo aflautada—
Es con leche; está muy bueno.
Con afán inquisitivo,
Comparaba todos ellos
Al “Chocolate de Ramos”,
El fabricado en mi pueblo.
Las pastillas son más grandes,
Onzas les llamamos, creo.
Son lisas y llevan letras
Que recubren todo el centro.
En la textura y la forma,
Semejanza yo no encuentro:
Aquéllas son más chiquitas
y se encumbran en el medio.
Además, nunca he probado
Las de leche en mi comercio.
No sé si no las fabrican,
Quizá no las venden ellos.
Similares reflexiones
Mezclaba yo en mi cerebro,
Con sensaciones del gusto,
En precisión más complejo.
Y notaba una abismal
Diferencia, aquel momento
Entre el producto exterior
Y este provinciano émulo.
Vendían de otra manera
Chocolate en el comercio:
Adhiriendo a la cartilla
Unos cupones pequeños.
Conseguías una libra,
Nada desdeñable premio
En épocas de escasez,
A la constancia y empeño.
Surgió el “Chocolate Luchi”,
Y lo anoté en mi cuaderno.
Se añadió a mis meriendas
Y al paquete de correos.
Yo lo gustaba más blando
Y con un dulzor extremo.
Se disolvía en la boca
Y en la miga del pan tierno.
Cuadrado reborde, deja
Concavidad en el centro,
Donde figura la marca.
Suelta un polvillo discreto.
Cuando lo daba a probar,
Lo advertían como nuevo,
Y yo me sentía orgulloso
De un producto de mi pueblo.
¡Ah, aquel chocolate blanco!
Aquel chocolate recio!
¡Cómo endulzabas las horas
de pan duro y tardos sueños!
La libra se dividía
En varias onzas de peso.
Pronto se quedó en libreta.
Y en pastilla la onza, luego.
¡Cómo anunciaba la Fiesta
con el desayuno regio
en las numerosas jícaras,
tan humeante y espeso!
¡Y la víspera dulcísima
De vacación del colegio,
Respirando la armonía
Del espiritual encuentro!
De aquella exigua merienda
En el patio del recreo,
Brillaba como diamante
En un muestrario decrépito.
En el canasto de pan,
Las onzas hallaban hueco
E impregnaban con su aroma
Tan cotidiano alimento.
Yo recogía mi bollo,
Le hincaba los cinco dedos
E introducía la onza
Por el orificio hecho.
Un buen pedazo de pan
Cada vez iba partiendo,
Y de la onza una pizca
Para no fundirla presto.
Aún restaba chocolate,
Como manjar suculento.
Retenía yo aquel gusto,
Disfrutando del momento.
¡Cuántas veces no cenaba,
el hambre ya acometiendo,
la comida colectiva,
por profundo desencuentro!
A la hora de acostarme,
Mi problema resolviendo,
Devoraba un par de onzas.
Al punto, venía el sueño.
¡Ay, mi chocolate blanco!
¡Ay, mi chocolate negro!
Mi manjar de subsistencia.
El sabor de mis recuerdos.