Hoy estoy un tanto necesitado de inspiración para escribir así que, antes de que el hipotético lector u oyente de este texto despliegue sobre mi persona sus maldiciones e improperios, pido humildemente perdón por las, reitero y redundo, hipotéticas lesiones a la sensibilidad que pudiere provocar este escrito.
A estas alturas todavía tengo la cabeza totalmente vacía de ideas sobre las que escribir, pero como yo soy muy tenaz y, ¿por qué no decirlo?, cabezón no me rindo.
He echado la cabeza hacia atrás y he sentido sobre mi pecho desnudo el chorro del aire acondicionado. Como una bombilla de 500 watios, una idea ha aparecido de repente.
Imagínense ustedes amigos oyentes, un estrecho conducto de aire acondicionado. Las paredes son de fibra de vidrio, eso amarillo que pica mucho con solamente tocarlo. Imagínense dentro de uno de esos estrechos y angostos conductos.
Imagínenselo. Dentro de un conducto amarillo de 25 centímetros de ancho y 15 de altura. Imagínense, para más imaginar, que además están desnudos. Desnudos en un tubo del aire acondicionado, con la fibra de vidrio presionando todas las partes de su cuerpo. El pecho, la espalda, las piernas, los genitales, todo su cuerpo está rodeado por una materia amarilla que pica. Es como si cientos de miles de hormigas, de esas rojas que muerden, recorriesen su cuerpo deleitándose de los bocados más selectos en sus partes más blandas.
Los brazos están a lo largo del cuerpo y Es imposible moverlos. Por mucho que grita nadie le oye. Sus pies y su cabeza, las únicas partes de su cuerpo parcialmente libres empiezan a dolerle de mantenerlas en el aire, evitando el contacto con la maldita y nociva fibra amarilla.
Al fondo del estrecho conducto se puede ver una pequeña luz, parece luz solar. Eso es buena señal. Si pudiese arrastrarse quizá llegara hasta la luz y podría salir de aquel infierno amarillo. Empujando con los dedos de los pies consigue avanzar unos centímetros, pero la fibra, desgajada, ha cortado su piel y ésta ha empezado a sangrar. Cientos, miles de pequeños cortes decoran su cuerpo. La fibra de vidrio, hasta entonces amarilla, está cogiendo un tono rojizo cada vez más intenso con cada movimiento.
Pasan las horas y la luz desaparece, y más tarde reaparece, y después vuelve a desaparecer. El calor cada vez es más asfixiante. Su cuerpo está rebozado en una capa de sangre, fibra de vidrio y sudor. Los gritos que emanan de su garganta siguen sin ser escuchados por nadie, o al menos nadie responde o intenta ayudarle. Derrotado por el dolor deja caer la cabeza sobre la amarilla fibra de vidrio. Llora. Sus lágrimas se pierden rápidamente entre los restos sanguinolentos esparcidos por todo el conducto.
Ya no le quedan fuerzas para gritar y, cuando al fondo del conducto, ve dos puntos brillanntes, se alegra. Las ratas vienen a salvarle.