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  La Noche del Alba (Fini Sarrió)
 

 

 

La Noche del Alba

Fini Sarrió

El invierno estaba resultando muy duro en la ciudad,y aquella tarde era desapacible, invitaba a quedarse en casa.

Tenías que salir para solucionar algunos asuntos que no tenían espera.

Antes de irte dejaste encendida la chimenea del pequeño salón.

Me preparaste un café diciendo que te esperase para cenar.

Te notaba algo serio, pero intuía que la cosa no iba conmigo.

Al verte con el abrigo y la bufanda, y ese aura a perfume varonil sentí el latigazo de los celos, pensando que donde ibas seguramente habría mujeres, pero confiaba en ti.

No en vano no estaba tranquila.

Me diste un beso en la mejilla y tu mirada reflejaba ese brillo irónico, al leer mis pensamientos.

No dije nada y te vi partir.

Durante una hora estuve leyendo mientras al principio paladeaba el café que me habías dejado en la mesita del rincón, al lado del sofá y frente a la chimenea.

Miré el reloj de la pared y dejando el libro en su estante me dirigí a la cocina.

Preparé la cena, teniendo en cuenta el plato que te gustaba y tu comentario al azar, de que te apetecía comerlo, ya que hacía mucho tiempo no lo hacías.

Cuando tuve todo listo, me dirigí al baño para darme una ducha y vestirme después.

En el mueble de la entrada encontré dos entradas para el espectáculo de esa noche en un local nocturno.

Quedaba en la zona alta de la ciudad, y entendí porqué salías tan elegante a la calle por la tarde.

En la ducha usé un gel de baño exfoliante, con aroma de rosas, la piel me quedaba satinada y la sonrisa pícara afloró a mis labios.

Me envolví en una suave y enorme toalla de baño y fui a nuestro dormitorio.

Me puse un conjunto de lencería de color negro, de encaje y de raso, transparente.

Mis pechos, firmes y turgentes se acoplaron a las copas del sujetador como una segunda piel.

Las braguitas marcaban las caderas enmarcando las piernas sólidas y firmes.

Me enfundé las medias de color negro transparente, de seda y me puse los zapatos de fino tacón, modelo salón.

Un vestido de lana de color crema de manga larga, de corte sencillo por debajo de las rodillas completaban el atuendo.

Un ligero toque de carmín rosa vivo y unas gotas del perfume que me regalaste hace poco y estaba lista.

Tiempo después llegaste a casa, algo serio, con el ceño ligeramente fruncido pero con una media sonrisa bailando en tus labios.

No dijiste nada, pero tu mirada lo decía todo.

Sonreí para mis adentros.

Descorchaste una botella de vino blanco, preparaste un par de copas y me alargaste una.

Brindamos, sin saber porqué, y mientras me contabas cómo te fue en la tarde dimos buena cuenta de la cena.

Te notaba raro, pero no quería invadir tu espacio.

Cuando terminamos te levantaste y me dijiste que me esperabas fuera, que ibas a por el coche para ir al centro.

Al salir vi que recogías las entradas que estaban en el recibidor.

Salimos rumbo a la noche oscura, silenciosos, sin hablar apenas.

Seguía notando algo extraño en ti, pero no me atrevía a preguntarte.

Sonaba en la radio del coche una música suave y melódica, cada vez que movías la mano para cambiar de marchas me rozabas la rodilla, yo estaba hecha un flan.

No sé por qué, pero desprendías un aura felina y masculina que me enturbiaba la razón.

Empecé a desearte allí mismo y sentí la frustración al ver que íbamos de camino al evento y tendría que esperar bastante hasta poder estar donde quería, en la cárcel de tu abrazo.

Te volviste y me preguntaste si me pasaba algo, dije que no.

Pero sabías que mentía, que sí me pasaba pero no me atrevía a decirlo en voz alta.

Al llegar al local donde veríamos la función aparcaste el coche, te acercaste a mí, con la mano sujetabas mi cara y con la sonrisa más desvergonzada que jamás te vi me dijiste, en voz baja y algo ronca:

--¿Qué? Se pasa mal, ¿verdad?

Ahora entenderás cómo me siento yo, cuando me dejas mordiendo el deseo.

Tendrás que esperar, querida...

Y saliste del coche riendo a carcajadas.

Por poco te como vivo en mitad de la acera, cuando te acercaste a mí, sonriendo y cogiendo mi mano para entrar.

Mis mejillas se habían teñido de un rubor impropio de una mujer de mi edad, pero no me importaba.

Anhelaba que acabara la función para volver a casa cuanto antes.

Teníamos reservado un palco y el acomodador nos condujo hasta allí.

Por el camino me rechinaban los dientes al ver cómo algunas mujeres te miraban con ojos tiernos, me sentía la mujer mejor amada, la mejor, a tu lado, pero no podía evitar el latigazo de los celos.

Disfrutamos de la función con las manos entrelazadas, nos gustaba hacer cosas juntos y aquél era un momento especial para nosotros.

Al salir a la noche fría sentí cómo temblaba, me cogiste de los hombros acercándome a ti, sabiendo que el frío invernal me ponía muy tensa.

Regresamos a casa en silencio, de nuevo escuchando la suave melodía en la radio del coche.

Al llegar a casa volviste a encender la chimenea, preparando un par de copas en el salón, antes de subir al dormitorio.

Estabas sentado en el sillón y me cogiste la mano haciendo que me sentara en tu regazo.

Bebíamos de nuestras copas en silencio, observando el crepitar del fuego en la chimenea.

Tus dedos jugueteaban con el borde de mi vestido, deslizabas la mano por la suavidad de mis medias transparentes, haciéndome sentir mareada de anhelo y deseo de que no parases.

Me mirabas mientras sonreías levemente.

Al acabar nuestras copas te levantaste y sin soltar mi mano nos dirigimos a nuestra alcoba.

Yo no podía más, me sentía a punto de estallar.

En la estancia te inclinaste para apartar la colcha, dejando el lecho abierto a nuestras ansias sin espera.

Me acerqué despacio pero segura a ti, fui desabrochando los botones de tu camisa con lentitud, besando al mismo tiempo tu cuerpo, y notando en ti una erección creciente que pedía a gritos ser calmada y saciada.

Desabroché el cinturón, y casi te arranqué los pantalones, el slip, ya furiosa y con el deseo al borde del límite.

No me dejaste continuar, me desnudaste con rabia apasionada, besando cada pliegue de piel que dejabas al descubierto.

Te cogí la cabeza para acercarte a mi cuello, sensible a tus caricias, y presionando para que absorbieras mis senos, lamieras mis pezones al tiempo que una de tus manos atormentaba el botón de mi feminidad.

Estaba preparada para ti, pero empecé a besarte entero, la pasión me nublaba la razón y ya no pude parar de amarte como una fiera.

Engullí tu virilidad de una estocada, te volví loco y antes de que te vaciaras te pedí, te supliqué que me penetraras sin compasión.

Una marea de pasión y deseo nos envolvió lanzándonos sin remisión a una danza desbocada que nos elevó más allá del universo, un universo hecho solo para nosotros dos.

Acabamos desmadejados en nuestro lecho, con una expresión de satisfacción y bienestar en nuestros rostros.

Siempre tuya.

 

Invierno de 2020

 

 

 
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