Tu voz iba creando personajes,
que llenaron mi vida cuando niño.
Yo te escuchaba siempre con cariño.
Tu voz fue para mí el dulce anclaje,
que me aferró a la fe; querido amigo.
Tú me hiciste soñar. Fuiste ese padre,
que anhelaba querer y que me amara.
Tu risa fue un camino de esperanza,
para entrar en la gruta que hoy se abre.
la cueva del amor donde me hablas,
con esa voz tranquila y entrañable,
que da sentido a todas las palabras.
En mis noches de infancia seca y dura,
tu voz era balsámica visita,
que borraba mi miedo a los que gritan,
con palabras de hiel y de amargura.
Tu voz es el oasis que me invita.
Imaginé tu mano fuerte y tierna,
siendo mi lazarillo en este mundo.
Inventé tus consejos y seguro,
sentí que me indicabas esa puerta,
donde puedo volar libre. Sin muros.
Mi corazón desea ser tu casa.
Enttra. Comparte todos los tesoros,
que generó tu voz cual dulce horno.
Alquímico volcán en que se abrasan,
las palabras crueles, que traen odio,
y sólo quedas tú, que al fin me abrazas.
Mi gratitud, querido Roberto, durará por toda la eternidad. Es asombroso, cómo el Padre Divino, va tejiendo las diferentes cuentas del amor en su guirnalda, en la que todos quedamos unidos por esa maravillosa experiencia de ternura.
Sé que estás aquí y sé que ahora sí, desde el otro lado sabes de mis antiguos anhelos y de cómo tu voz fue mi refugio. Estoy seguro de que un día podremos hablar y reír, recordando parte de esos personajes que encarnaste; pero sobre todo, disfrutando de la dulzura de esa relación.
Gracias, querido tocayo y padre.