Traducción oficiosa
CONTRAPORTADA
Francesc Miñana i armadàs nace el 26 de marzo de 1929 en el barrio de gracia, Barcelona, hijo de una familia obrera. El padre era carrocero de cuando los coches tenían el chasis de madera y la madre ama de casa, con todo lo que ello comportaba a principios del siglo XX. Casi a la edad de ocho años y por causa de un desprendimiento de retina pierde la vista quedándose "totalmente a oscuras" según él dice en diversas ocasiones.
El año 1945, a la edad de dieciséis años decide estudiar el bachillerato y, más tarde, la carrera de derecho en la Universidad de Barcelona, cursada en aquella añorada, vieja y lóbrega universidad central.
Entre los años 36 y 45 asiste a los colelgios de ciegos, uno municipal y el otro perteneciente a la Caja de Pensiones, entidad bancaria.
Mientras tanto estudia música, la carrera de piano que más tarde le servirá para formar una orquesta de baile y un cuarteto de jazz. Escribe en diversas publicaciones y participa en casi todas las emisoras de radio de la ciudad condal
Es requerido en diversas ocasiones por la "jefatura" de la ONCE para desempeñar un puesto de responsabilidad fuera de Cataluña, pero siempre renuncia por no alejarse de su tierra y también de su gente.
El año 1954 se casa con marisa Cabañeros, chica de la radio; según escribe él, no podía ser de otra manera. *Tanto va el cántaro a la fuente que*.......
De este matrimonio nace la única hija: Marisa.
El año 1981 lo nombran director de la escuela de telefonía de la ONCE en Cataluña, de donde pasa a dirigir el programa de formación profesional del Centro de Recursos Educativos "Joan amades", fundado el año 85. Siete años después es nombrado director general del centro que tiene como misión la de atender a la educación de niños y niñas ciegos así como con graves deficiencias visuales.
Este centro es pionero en España de la educación integrada de los ciegos.
El año 1998, la Generalitat de Catalunya le concede la "Creu de sant Jordi", máximo galardón que el gobierno catalán otorga.
Francesc Miñana pretende, con este libro, desmitificar la imagen que del ciego tiene la sociedad, remarcando en diversas ocasiones que la ceguera consiste en una importante tara física, pero no por ello deja de ser persona, siempre y cuando se asuma la limitación con todas sus consecuencias.
"El ciego no deja de ser una persona a la cual le falta la vista, por lo que la sociedad ha de poner en sus manos los instrumentos necesarios para poderse desenvolver como tal".
Dedicatoria: A mis Marisas por la paciencia que Dios les ha dado.
Índice
Prólogo
1. Los otros
2. Doña Nieves
3. El cabezudo
4. Y la luz se fue...
5. El Amadeo
6. El Sebastianet
7. Mi calle
8. La fiesta mayor
9. Vila-Joana
10. El Joan
11. El doctor Lara
12. La Caixa
13. Ausiàs March
14. Mi piano
15. La Pinotxo
16. Ni están todos los que son, ni son...
17. El Samarreta
18. L'Escura-butxaques
19. El tranvía
20. El Genís
21. Los angelitos
22. La orquesta
23. La Universidad
24. Los de la panda de la Manguela
25. El Sindicat de Cecss de Catalunya
26. El Miradas
27. La Marisa
28. La nena
29. Teatro también?
30. La política, elemento importante de mi vida
31. Un micrófono y una máquina de escribir
32. Yo
Prólogo "Los otros y yo"
CIEGO, NO INVIDENTE
De niños, en la escuela, cantábamos una especie de copla que decía: "El hombre que nunca ha visto, y no sabe lo que es ver, nunca tiene tanta pena, como el que ha visto y no ve".
Así lo creí siempre hasta que conocí a Miñana. Francesc Miñana, lo leeréis en su libro, se quedó ciego a los ocho años. Contrariando a la copla, nunca he conocido una persona más divertida y optimista que él. Antes, los ciegos eran invidentes. En el libro de Miñana, aunque no me he fijado detenidamente, me parece que no figura esta palabra ni una sola vez.
A nosotros, los que vemos, y si tampoco recuerdo mal, nos llama videntes dos veces. Parecía antes- que ser ciego era una afrenta e invidente una delicadeza.
Miñana cuando le conocí era como si reivindicara la palabra ciego. Él era ciego, no invidente, le oí decir más de una vez.
Concha Espina, delicada novelista santanderina, explicaba lo incómoda que se encontraba ante quienes la conocían, cuando notaba que evitaban llamarla ciega, como si temieran ofenderla, y que además le recordara, esa denominación, su triste condición de persona privada de luz. Cuando no quedaba más remedio que definir su carencia, la llamaban invidente, como si no significara lo mismo. Ella, también, se motejaba de ese modo.
Hasta que supo del cura de la leprosería de Fontillas. Cada domingo, cuando predicaba a sus enfermos, les decía: "Hermanos míos, vosotros los leprosos......." Un día, el sacerdote notó en su persona los estigmas de la lepra. Aquel domingo, al empezar a predicar musitó: "Hermanos míos, nosotros los leprosos......." Concha Espina, desde
entonces, aprendió a hablar de ese modo: "Nosotros, los ciegos......."
Francesc Miñana siempre ha sido de los de "nosotros los ciegos", desmitificador, rompiendo esquemas, sabiendo que la ceguera es una disminución como tantas otras, como las que más o menos tenemos todo el mundo. Se trata de un hombre normal, tan normal como lo somos todos porque todos tenemos discapacidades mayores o menores, de un cariz o de otro. También le recuerdo rompiendo el estereotipo del buen cieguecito por el solo hecho de ser ciego. Hay mucho ciego de la puñeta, explicaba.
El libro que ha escrito Miñana tiene un título significativo y explícito: "Los otros y yo". Todos conocemos ciegos, pero no todos tenemos amigos ciegos o hemos convivido con ellos. Nosotros los "vemos" con nuestros ojos, pero ¿cómo nos "ven" ellos, ellos que no tienen vista, aunque tengan ojos?
El hecho de haber visto hasta los ocho años, hace que Miñana recuerde colores y formas.
En su libro, el verbo "ver" se conjuga continuamente. Muchas páginas parecen escritas con el sentido de la vista a tope. Francesc Miñana llega a considerar que la oscuridad es importantísima en la vida de una persona. Nuestra existencia está llena de oscuridades físicas y espirituales.
La ceguera, asegura, es el defecto del cuerpo humano que produce más lástima; sin embargo, él cree que es la disminución menos disminución de todas las disminuciones. Yo he pensado muchas veces como él o parecidamente. Padece más psicológicamente una persona con una tara física que daña la estética un jorobado, un lisiado, un cojo con una pierna más corta que otra, un tuerto- que un ciego.
Seguro que se sintió más desgraciado Lord Byron con su cojera que Homero en su ceguera. El día más feliz en la vida de Francesc Miñana fue el día en que le aseguraron definitivamente que se quedaría ciego. ¿Por qué? Porque sus padres le daban todo lo que pedía. Los amigos del barrio lo envidiaban por ese motivo. En su familia todos estaban angustiados menos él. Pensaba que aquello no era nada. Se le habían fundido los plomos y nadie tenía la culpa de que no hubiese electricista que los pudiera arreglar. Cuando en casa se fundían los plomos, todos se quedaban a oscuras. Eso es lo que le había pasado a él. Se le habían fundido y se había quedado a oscuras. Así de sencillo aunque no fuese tan sencillo.
La oscuridad de Miñana ha sido es- como una clarividencia. Quizá yo, usted, lector, caminamos a oscuras, aunque viendo, mientras Miñana camina a ciegas seguro de muchas cosas. Todo es relativo. La hija de Miñana, cuando niña, con ese peculiar sentido de la lógica que tienen los niños, superrelativizaba esa relatividad: ella no se había dado cuenta de que su padre fuera ciego; ella, de lo que se daba cuenta, era de que los padres de las otras niñas veían.
A veces piensas que Miñana ve, que te está gastando la gran broma de hacerte creer que es ciego.
¿Cómo no va a ver un hombre que de chico, luego de su paso de la luz a la oscuridad, jugaba a "patacons" y a lo que se terciara y que fue líder de "colla" en su adolescencia y juventud? Si jugaban a la gallina ciega o a romper la olla, le tapaban los ojos como a los demás porque atinaba mejor que ellos. Fue enamoradizo. Tuvo novias. Salía con chicas. Iba al cine. Estudió la carrera de Derecho. Dirigió una orquesta. Tuvo orquesta propia. Hizo radio, teatro, otras actividades artísticas y culturales. Se casó con Marisa, una mujer extraordinaria. Es padre de famillia. Ahora abuelo. Ha defendido las causas y derechos de los ciegos. Defendió otras causas. Conspiró contra el franquismo. Tuvo un cargo directivo en la ONCE. Se ha jubilado en él. ¿Se puede pedir más? Un día una vendedora de fruta le dijo a la madre de Miñana: "¡Ya sabe, señora, que este niño lleva mucha luz'? Es cierto. Una noche paseando por Vic habíamos ido con la compañía de teatro la Pipironda- a representqar -Fedra- de Unamuno, Miñana caminaba del brazo de Siles, un gran amigo suyo -también mío-; había llovido y esquivábamos los charcos. De pronto hubo un apagón general que dejó a oscuras la ciudad. Entonces, Siles, que tenía un vozarrón de trueno, gritó: "¡Miñana, guía tú!" Y Miñana nos guió, yo diría que sin pisar los charcos, al menos no tanto como los habíamos pisado antes.
Francesc Miñana te guiará ahora por su libro sin pisar charcos. Es un libro sobre él, pero, todavía más, es un libro sobre los otros, especialmente en la mágica evocación que traza en torno a su barrio de Gracia, de sus habitantes y vecinos, gente popular, generosa y solidaria, sobre todo cuando tropezaban con la injusticia y el dolor que lo era las más de las veces. Lo fueron con él y él lo fue con ellos. Miñana llega a decir: los otros, sin mí no son nada, pero yo, sin ellos, soy todavía menos. Miñana me dijo una vez que él no deseaba ver o que no era su máximo anhelo, que ya estaba bien como estaba. En su libro afirma él es el creyente- que un día verá, aquí o allá, pero verá. Entonces, desde el otro mundo, se divertirá extraordinariamente viendo todas aquellas personas que durante años han estado a su lado y no las "conoce" en el sentido total del dibujo acabado y correcto. (Tranquilo, Miñana, tranquilo; nadie "conoce" a nadie ni aunque pueda verlo fotográficamente o incluso en radiografía.)
Tendrá que esperar entonces Miñana a que hablen para poderlos identificar ya que la primera impresión de una persona en un ciego es la voz........
Yo, Miñana, soy agnóstico, pero me gustaría estar a tu lado, acá o allá, en ese momento. Te divertirás de lo lindo, entre otros motivos viéndome a mí que no tengo ni media torta, y viendo también, entre las cosas, además de las personas, el color butano, color que no existía cuando tú quedaste ciego y que es un color que no vale ni una mierda, perdón, que no vale ni cinco céntimos.
Francisco Candel
1. LOS OTROS
Desde hace ya mucho tiempo pensaba escribir algunas páginas dando a conocer a quienes nada saben de los ciegos y cómo se desenvuelven y se mueven por la vida.
Todos mis amigos a quienes consultaba mi intención de escribir un libro hablando de ciegos y la ceguera, me decían lo mismo, puede ser muy interesante pero es posible que no le interese a nadie. Después de pensarlo mucho, aquí me tenéis, ante el ordenador, escribiendo cuatro cosas mal hilvanadas, esperando, burda pretensión la mía, que sirvan para alguna cosa útil.
Verdaderamente, escribir sobre cosas de ciegos, pienso que no es nada atractivo para el lector en general. Por otra parte, nunca he pretendido escribir un libro dogmático lleno de ciencia *tiflófila*. Este trabajo ya lo harán los sabios dedicados a estudiar la condición humana, aplicando después su ciencia a todos nosotros como si fuéramos verdaderos conejillos de indias. Yo tan solo pretendo, gracias a un entramado, explicar llanamente y sin embudos, qué es un ciego, cómo vive una persona privada de visión y tan solo eso. No me mueve ninguna pretensión literaria ni científica, tan solo deseo dar a conocer a quien quiera, que una persona sin vista es igual a las demás, pero con una limitación.
Quien no tenga limitación alguna, que tire la primera piedra.
Planteada así la cuestión, creí oportuno que fuese mi vida el hilo conductor del libro. Dejando, eso sí, muy claro que jamás he pensado que mis andanzas por la vida tuviesen ningún interés general ni pudiese servir de ejemplo para nadie.
Cada uno de nosotros somos como nuestra madre nos ha parido y yo no soy quién para servir de espejo. Estas páginas tan solo intentan romper la concepción que, por parte de mucha gente, se tiene de la ceguera, cuando, la oscuridad en muchas ocasiones resulta necesaria en la vida del hombre. Y si no, veamos....... Cuando nacemos, lo hacemos con los ojos cerrados; cuando damos, en nuestra adolescencia, el primer beso de amor, puro y sincero, cerramos también los ojos. Cuando queremos reflexionar y mirar hacia dentro, entornamos los ojos; al encomendarnos al padre Eterno cerramos los ojos e inclinamos la cabeza; en la hora más trascendental de nuestra vida, a la hora de librar nuestra alma a Dios, también cerramos los párpados y, si no es así, una persona querida nos cierra los ojos para siempre.
Estos son algunos de los momentos importantes de la vida en que cerramos los ojos para ser nosotros mismos. Fijaros, pues, si resulta importante ser ciego.
Al mismo tiempo, pretendo dar a conocer hechos y gentes de un tiempo próximo-pasado y de un barrio entrañable para mí. De un barrio, Gracia, de una Barcelona muy diferente y no tan distante en el tiempo.
Quisiera, de una vez por todas, eliminar el mito *intemporal* de la persona ciega. Mito que nos ha puesto a todos, los ciegos, en lo más alto del pedestal, extrañando todas nuestras reacciones frente a la vida, o bien, la reacción contraria viendo en nosotros personas inútiles frente a los acontecimientos más cotidianos. Quiero demostrar en estas páginas, tal vez torpemente escritas, que un ciego es una persona como cualquiera pero falto del sentido de la vista, que si bien es importante no es decisiva en la vida de una persona. El ciego se desenvuelve como cualquier mortal: nos vestimos, nos desnudamos, nos afeitamos y nos hacemos el nudo de la corbata; marcamos, también solos, el número de teléfono y manejamos el ordenador. Todo eso, juntamente con otras muchas cosas, las hacemos solitos...... También cocinamos y cuidamos de nuestros hijos; la noche de bodas hacemos como todo el mundo (otra de las cosas que todos, o casi todos, hacemos a oscuras y al tacto......). En definitiva, pretendo romper tal y como he dicho mitos y estereotipos. De ciegos hay de todas clases como cualquier otro ser viviente, *manazas*, hábiles, *tontos*, espabilados, inteligentes y no tan inteligentes. Dejémonos ya de elucubraciones y vayamos al grano.
Yo nací en el seno de una familia obrera. El padre era *carrocero* de coches cuando éstos llevaban carrocerías de madera. La madre, una mujer de su casa según la tradición. El padre había nacido en un pueblecito de Valencia. Cuando tuvo un año los padres lo trajeron a Barcelona a ser cuidado por unos tíos, también oriundos del reino de Valencia. La abuela paterna era la heredera de una buena familia valenciana, quien, siguiendo la mala costumbre, fue desheredada por el solo hecho de casarse con el mozo de la casa, un hombre muy aficionado al *morapio* cosa que hizo que los hijos saliesen perjudicados, unos con enfermedades propias del caso, y otros con las mismas aficiones que el padre.
La fammillia materna eran todos baceloneses y de una clase media baja, sino en dinero, sí en cultura y ganas de saber.
Cuando yo nací, mi hermana ya tenía quince años. Imaginaros lo mimado que estuve siempre, aunque alguna vez con reacciones celosas por parte de la hermanita.......
Año importante para Barcelona, fue mi nacimiento y la exposición internacional........ Mi nacimiento fue el acontecimiento más importante para mí y para mis progenitores.......
Tal y como diré más adelante, yo perdí la vista casi a los ocho años, por lo tanto conservo imágenes vivas en mi cerebro. La mayoría tristes y nada gratificantes que estoy seguro que no han influido en mi vida posterior, pero no por ello no dejan de ser tristes. Recuerdo bien los colores, las formas, los volúmenes. Recuerdo también como si fuese hoy, al presidente Macià difunto dentro del féretro, una cara larga de cera, un cabello blanquísimo. El entierro de Buenaventura Durruti; el entierro de los hermanos García Hernández, con multitud de banderas rojas y negras juntamente con la hoz y el martillo; la muerte frente a mis narices de dos mujeres milicianas que regulaban el tráfico de ambulancias del 19 de julio del año 36 en el cruce del paseo de sant Joan y la calle Padre Claret con dirección al hospital de Sant Pau. Mi madre, profundamente republicana, me llevaba a todos los acontecimientos políticos de aquella época.
No todos los recuerdos son tristes, también recuerdo las fuentes luminosas de Montjuic, los rayos de luz que desde la montaña de Montjuic surcaban el cielo de la ciudad de Barcelona, las columnas hexagonales de luz y las pequeñas fuentes lulminosas que flanqueaban el paseo de María Cristina, el palacio nacional y muchas más cosas agradables. Recuerdo también, como si la estuviese viendo, una gran piña de caramelo que gané en la feria de la fiesta mayor del barrio. ¿Queréis más tontería? ...... Es curioso: lo que no recuerdo, por más que haga, las fisonomías de las personas queridas, mis padres, mi hermana....... No sé bien el porqué; eso lo dejo como tantas otras cosas, para los estudiosos. Tal vez yo diría que las caras de las personas, y principalmente, de la familia, era una visión habitual en mi vida. Eso sí, para mí las personas no solo son una voz, como dicen algunos ciegos de nacimiento. Cuando hablo con cualquiera, rápidamente y de forma espontánea imagino, no solo las facciones de aquella persona, sino también la figura y la forma de vestir. Tal y como he dicho es totalmente espontáneo e imaginativo. Eso no quiere decir que siempre acierte, naturalmente; ahí tenéis más cosas para los estudiosos!
Los amables personajes que aparecen en este libro, son hombres y mujeres extraídos de la vida misma.
La mayoría de ellos desgraciadamente ya desaparecidos, digo desgraciadamente porque daban vida a un barrio y *pintoresquismo* a una Barcelona perdida para siempre. Los que, por suerte, tenemos todavía entre nosotros, son personas mayores que ya han perdido aquella vitalidad propia de la juventud, dando paso a una nueva juventud diferente y con nuevos valores y miras mercantilistas propias de este tiempo tan deshumanizado que nos ha tocado vivir. Juventud que ha perdido la capacidad de sorprenderse por nada. La vida va a tal velocidad que nos priva de saborearla, eso es tristísimo. Pienso que algún día las cosas volverán a su sitio. con ello no quiero decir que la evolución no sea buena para todos, tan solo intento decir que hemos perdido la capacidad de sorprendernos y ser felices con las pequeñas cosas, tergiversando los valores fundamentales de la vida. Si bien ahora no es tiempo de filosofar ni de dar lecciones a nadie. El tiempo y no yo, es el encargado de dar o quitar razones.
A través de estas páginas conoceremos personajes que, no por desconocidos, dejan de ser interesantes y rezumando poesía popular por todos sus poros, así como una ternura impresionante. No están todos, lógicamente, pero los que están, lo están con toda su plenitud y sencillez. Estas letras quieren ser, además, el homenaje a unas personas calladas y silenciosas, gracias a las cuales nuestro pueblo ha sido y es el que es, y no otra cosa. Una gente que, sin aspavientos, llevaron Cataluña en el fondo del corazón y han sido la correa de transmisión de unos valores eternos, ahogados y maltratados durante los años oscuros de nuestro país.
Yo no soy el más importante en esta narración. Los otros con todo su peso afectivo, son los principales y únicos protagonistas de estas deslavazadas líneas.
Gràcia no ha sido el único barrio barcelonés cargado de historia y tradiciones, pero sí, el barrio que yo he conocido y en el que he vivido unos años decisivos en mi vida. el "samarreta" (el camiseta), el "nas de plàtan" (el nariz de plátano), la "Lirona", la "maría de la Biela"....... Todos personajes importantes pero totalmente desconocidos. También los objetos tienen su importancia en la vida del hombre: un piano, un tranvía, un mueble peinador de la abuela....... Todo juega un papel trascendental en una vida. Cuántas veces no me ha emocionado el lejano ruido de la ciudad percibido desde la lejanía....... Cuántas vidas se esconden detrás de aquel ruido! Que resulta fácil juzgar a la "Pinotxo", cuando cualquiera de nosotros tal vez hubiese hecho lo mismo....... La vida de los "otros" ha de servirnos para respetarla y no para valorarla según nuestra vara de medir. Los "otros" son los que me han impulsado a escribir estas líneas para, recordándoles, enriquecerme y aprender cada día más a ser más humano y más persona. Los "otros" sin mí, no son nadie, pero yo, sin los "otros", menos todavía.
2. DOÑA NIEVES
Resulta curioso cómo quedan fijadas fuertemente en nuestro cerebro las primeras imágenes conscientes que ven nuestros ojos! Supongo que al haber perdido la vista casi a los ocho años, las imágenes deben quedar más fijadas. No lo sé ni me importa....... Eso sí, en cuanto miro hacia dentro, todavía me parece que veo la primera escuela en que tuvieron que aguantarme. No recuerdo ni el nombre después se llamó "Pedagogium San Fernando"- solo me acuerdo que estaba ubicada en la Plaza del Sol en la villa de Gracia. Casi todas las imágenes han sido borradas por el tiempo, tan solo veo aquella clase grande, de sucias paredes y allá, cerca de un balcón donde entraba tímidamente la luz, una gran mesa y detrás a "Doña Nieves", la maestra. Era toda una matrona, grande, con el cabello blanquísimo y ondulado. Las gafas caídas sobre una nariz larga y puntiaguda. Vesttía una impooluta bata blanca sujeta con un cinturón con gran hebilla. Las manos largas, donde los dedos parecían afiladas puntas de lirio. Encima de la mesa, la palmeta, madera larga y ancha, un libro siempre abierto y un gran tintero con su pluma. Yo diría que era siempre el mismo libro y siempre colocado en el mismo sitio. Una frente ancha y llena de arrugas, la piel de la cara apergaminada y como si nunca le hubiese tocado ni un pequeño rayo de sol. A media mañana, doña Nieves, sacaba de debajo de la mesa un gran bolso y haciendo un gran ritual, extraía una cuadrada botella de leche, la depositaba unos minutos encima de la estufa y luego levantaba el codo y chuperreteaba sin parar hasta agotar el contenido de aquella enigmática botella. Cuando acababa la depositaba unos instantes encima de la mesa, se agachaba a coger la bolsa y la introducía rítmicamente; y hasta mañana, si Dios quiere. Lo que no recuerdo es si todo ese ritual pasaba por la mañana o bien por la tarde. Lo que realmente recuerdo como si fuese ahora, son las libretas rayadas paralelamente llenas de palotes. inclinados y muchos números. Recuerdo, también, que resultaba superaburrido tantos y tantos "palotes"... A la que enredabas en clase, caía sobre ti el castigo implacable de doña Nieves. Los castigos funcionaban por categorías, según la gravedad de la infracción: lanzamiento de la palmeta a riesgo de hacerte un buen chichón, Lo peor del caso era que habías de recogerla y devolvérsela, dejándosela encima de su mesa. Eso en mi tierra se llama "cornudo y apaleado". A veces eras llamado a capítulo a presentarse a su lado junto a aquella inmensa mesa y, mirándote fijamente con un gesto displicente, te ordenaba que pusieras la mano plana y con fuerza, te propinaba un "palmetazo" que te dejaba la palma de la mano roja como un tomate. El tercero de los castigos consistía en la misma operación que la anterior, juntando los dedos en forma de "alcachofa" y con la palmeta te fustigaba las puntas de los dedos. Este castigo era doloroso ya que hacía saltar las lágrimas. En estos casos nuestra reacción era; "la próxima, la haré más gorda y no me pescarás, bruja". Otra de las malas jugadas de Doña Nieves, era ponerte de cara a la pared y sin mover una pestaña. Por últlimo, la gorda gorda consistía en expulsarte de la clase enviándote a un cuarto contiguo más oscuro que la boca de un lobo,y allí,, lleno de miedo, pasabas el tiempo hasta que ella se apiadaba de ti. Puedo aseguraros, sin temor a equivocarme, que yo me conocía muy bien las paredes sucias del aula y a menudo aquella boca de lobo, que no te hacía ninguna gracia.......
De aquella escuela recuerdo tan solo a dos de los alumnos buenos amigos míos, El Ángel, un niño regordito y bajito, simpático, hijo de una familia de clase media de Gracia y, Salvador Gienestà, algo mayor que nosotros, educado y cortés; sus padres tenían una armería en el "Torrent de l'Olla". Jamás he sabido nada de Ángel y en verdad que lo lamento; era un niño extraordinario....... Salvador, el más espigado de los tres, luego de transcurridos treinta o cuarenta años coincidimos en unas elecciones, él representaba a mi contrincante. Ello no impidió en absoluto que nos fundiéramos en un fuerte y largo abrazo. A pesar de hacer grandes propósistos de volvernos a ver, nunca más hemos coincidido.
Los dos niños eran hijos de familias arregladitas del barrio, familias que gracias al esfuerzo personal y al trabajo han hecho grande nuestro pueblo. Aquellas familias que tan bien describe Santiago Rosinyol en sus obras. Fundadores de una "puntual", amantes de la buena música, el roscón los domingos y asistentes empedernidos del centro culltural y recreativo del barrio, del cual, una vez u otra habían sido presidentes o persona inflluyente. Pequeños mecenas de actos culturales y conservadores de unas tradiciones ancestrales. Pequeños comerciantes que, al menos, una vez en la vida viajaban a París para mejorar el negocio y traer hasta casa un poco de la cultura europea que allá se respiraba.
Familias en donde el abuelo era el patriarca motor por el cual giraba el orden familiar, sino también el pequeño negocio, gracias al cual todos comían y gracias también sus familiares disfrutaban de un nombre en la sociedad. Por algún motivo que desconozco, mis padres me cambiaron de aquella escuela rígida por sus castigos, pero seguro que yo los merecía, pero tampoco había para tanto.
Yo no sé si mi conducta varió o si bien los maestros de la siguiente escuela eran más condescendientes, pero muy poco recuerdo de la Academia Duero ubicada en un piso de la Travesera de Gracia junto a la calle Milà i Fontanals. Durante esos meses fue cuando perdí la vista. Lo único que recuerdo es una fotografía mía que, no sé por qué nos la hicieron a todos. Tenía una cara de tonto espantosa; mi madre decía para consolarme, que cuando nos hicieron la foto yo ya tenía dificultades visuales. Nunca más me he visto la cara y, a fe que guardo un mal recuerdo de ella.
Durante mi estancia en la academia Duero, mi familia tramitó la documentación para mi ingreso en la escuela municipal del parque Güell. Meses después que se me fundieran los fusibles, se recibió la aceptación a dicha escuela. Mis padres estaban dispuestos a llevarme a la escuela para ver la reacción de los maestros, pero, la guerra impidió toda nueva iniciativa.
Fue una verdadera lástima! Qué inutilidad de guerra, aquella, cuántas cosas truncó y cuántas cosas abortó aquel mal sueño!
Fue entonces cuando mis padres decidieron llevarme a la escuela municipal de ciegos, escuela que desapareció unos años después de la guerra, cerrada por la ONCE.......
De aquellos años figura un dibujo mío realizado la Navidad del 34, en el que se ve el mar con una barquichuela de vela navegando y un sol encima de ella. En cuanto Marisa, mi esposa, lo descubrió, lo hizo enmarcar y todavía cuelga, como recuerdo, en un lugar destacado en una de las paredes del salón de casa. Como ya he dicho en algún lugar a mí me gustaba mucho dibujar, este cuadro ha sido la primera y última gran obra pictórica que ha pasado a la posteridad. Siempre he pensado que la humanidad tiene que agradecer mi falta de vista, puesto que, posiblemente hoy estaría embadurnando y ensuciando telas e intentando hacer comulgar a la gente con ruedas de molino.
Nunca se sabe lo que es mejor!
3. EL CABEZUDO.
Qtendría yo unos seis años, cuando aparecieron en el barrio una *trup* de artistas saltimbanquis que formaban parte de un circo, el circo Puerto Rico. Plantaron las lonas, sus cuerdas, maderas y demás hierros viejos y herrumbrosos en medio de la plaza Joanic, todo aquel inusitado frenesí de idas y venidas de obreros estaba dirigido por un hombre que a mí se me antojaba inmensamente alto, grueso, su cara tostada por el sol y muy malcarado, vestía unos pantalones oscuros, camisa blanca y con una correa formada por una serie de monedas de dos reales antiguos de aquellos agujereados. A pesar de todo, tenía un aspecto atractivo, encantador y agradable para la chiquillería que le contemplábamos ensimismados y con la boca abierta. Una vez montado el circo, tenía un aire señorial, sus llamativos colores, y la altivez de su figura, nos atraía como a las moscas la miel.
Aquel hombrachón que pocos momentos antes dirigía el campo de operaciones, se plantó en medio de la calle y, gesticulando ridículamente, nos atrajo a toda la chiquillería como si tuviese un poder magnetizante. Abriendo mucho la boca y dando vueltas sobre sí mismo, gritaba:
-¿Os gustaría, verdad, poder entrar gratis? Pues tendréis que ganaros la entrada.-
Seguidamente soltó una fuerte risotada y pudimos verle unos negros dentazos. Mientras nosotros, pobres criaturas, con unos ojos abiertos como platos, nos mirábamos llenos de curiosidad y sorpresa.
Uno de nosotros dio Un grito con un hilillo de voz y temblando exclamó:
-¿Qué cosa hemos de hacer, señor?-
-Tenéis que bailar sin parar.......
Y como si hubiesen apretado un mágico e invisible botón, aquella quincena de chiquillos babosos, empezamos a mover frenéticamente brazos y piernas, moviendo nuestras cabecitas de derecha a inquierda como muñequitos movidos eléctricamente.
El hombrachón reía y reía ruidosamente. Cuanto más fuertes eran sus risotadas, nosotros más y más saltábamos y bailábamos enloquecidos, rebosantes de alegría y borrachos de ilusión al sentirnos admirados y aplaudidos.
De repente, el hombre de dientes sucios y correa brillante hecha de monedas de dos reales horadados, empezó a gritar levantando los brazos al cielo:
-no, no, no; creo que no me habéis entendido nada....... Quietos, quietos de una vez, carajo.-
Podéis imaginaros cuál fue nuestra sorpresa. De creernos los reyes del mundo, pasábamos a ser unos muñecos de trapo sin importancia. fijaros, de un lado al otro de la gloria tan solo va una amarga experiencia que hunde al más fuerte de los humanos. Más de una triste lagrimita rodó por las sonrojadas y tiernas mejillas de algunos de nosotros. A la mayoría nos chispeaban los ojitos. Viendo aquellos rostros tristes y cariacontecidos, el hombre de la correa brillante con reales horadados, nos miró de arriba a abajo y con voz suave y una amplia sonrisa en los labios, dijo:
-Si os vieseis........ tenéis ahora unas caritas más bonitas........ Os comería a besos de uno en uno.
Aquel hombrachón con dientes negros y de una gran humanidad, sacó un grueso baúl.
Oh, maravilla! Del fondo de aquel baúl roñoso salían unos brillantes trapos de colorines y unos "cabezudos" que a mí me parecieron monstruosos por lo enorme de aquella cabezota. La rudeza se había enternecido ante aquella chiquillería tan hundida y en un abrir y cerrar de ojos nos encontramos frente a nosotros un gran cajón de madera que algún tiempo fue blanca cerrado con unas grandes bisagras oxidadas que, aquel hombre corpulento, abrió no sin hacer un gran esfuerzo. ganas de gloria. El hombrachón fuerte, tan alto como ancho, de piel quemada y manos rudas, se había enternecido, qué raro! Hizo una larga pausa y mirándonos a los ojos, añadió:
-claro que tenéis que bailar, hijos míos, os necesito........ ahora más que nunca. Lo habéis hecho muy muy bien! Todos nos alegramos dibujando en nuestras caritas una sonrisa alentadoras y casi triunfantes.
-Pero eso sí, bailaréis con unos vestidos que yo os daré y al compás de una música muy bonita y además muy bailadora. Iremos a hacerlo por todo el barrio para que todo el mundo sepa que sois unos grandes artistas.
La alegría y el bullicio había vuelto de nuevo entre todos nosotros. Haríamos de artistas!. seríamos ya unos verdaderos artistas. La gente nos vería, nos aplaudiría y nos haríamos famosos. Os puedo asegurar que para nosotros aquello era jauja.
En un abrir y cerrar de ojos apareció frente a nosotros un enorme baúl que algún día fue de madera blanca pero hoy lleno de mugre, cerrado con unas grandotas bisagras viejas y enmohecidas que, aquel hombre corpulento, abrió haciendo grandes esfuerzos.
¡Oh, maravilla!, Del interior de aquel roñoso baúl sallieron unos trapos de múltiples colorines y unos enormes cabezudos que a mí me parecieron monstruosos, pero atractivos y muy agradables por lo que significaban para nosotros. Aquello tan ridículo era la fama.......
Aquel hombre de correa brillante, hecha de moneditas agujereadas, iba lanzando aquella mugrienta ropa dentro de un carretón largo y ancho que, hasta aquel instante, yo no había visto.
Qué desazón daban aquellas cabezotas de las cuales pendían una especie de túnicas con largas y anchas mangas vacías de contenido humano....... Resultaba una visión macabra!
Después del tiempo transcurrido, el espectáculo se me representa como un grupo de monstruos decapitados, total y absolutamente allienados y preparados para ser vendidos en un mercado siniestro y fantasmagórico.
Recuerdo aún, como si fuese hoy mismo, la grotesca figura del hombre de la correa brillante hecha con moneditas agujereadas, inclinándose dentro del baúl, e incorporándose después de haber arrancado de las entrañas del cajón, un nuevo cabezudo que, de forma triumfante, levantaba al aire como quien levanta el trofeo conseguido. Convirtiendo aquel acto repetitivo en un auténtico ritual religioso
Y con una expresiva mueca, iba lanzando con gesto majestuoso aquellos muñecos descarnados, unos encima de otros.
Nosotros aplaudíamos cada vez más fuerte y chillábamos contentos de poder asistir a aquella ceremonia que creíamos única y realizada por vez primera en este mundo *mundial*.
Acabado el ritual, el hombre de la correa brillante, negros dientes y camisa blanca, dijo:
-Venga, chicos, ahora vais a poneros cada uno, un vestido y un cabezudo. Venga, rápido.-
Como podéis suponer nos lanzamos como fieras hambrientas sobre aquellas ansiadas presas.
Qué griterío! Qué forma de lanzarnos el uno sobre el otro! Todo era tirar de aquí y de allá, saltar y de movernos frenéticamente de un lado al otro. Qué ruido y qué jolgorio! Cuántas risas y cuántos enfados al ver que otro cogía nuestro vestido preferido.
Aquel hombre alto, fuerte, a veces malcarado, lo miraba sonriente y tranquilo.
Antes que reviente una pompa de jabón, nos pusimos aquellas túnicas de mil colorines y aquellos cabezudos grotescos y medio despintados. Mientras seguía la gran juerga y las alegrías. A pesar de aquellas vestimentas ridículas, a través de la gran bocaza, nos reconocíamos todos y, caramba, qué risotadas y qué movimientos estúpidos! Era un espectáculo digno de ser visto....... Enanos bailarines con cabezotas inmensas!
De pronto oímos un grito de alerta, nos giramos todos y vimos al hombre de la correa brillante, hecha con monedas agujereadas, que había sufrido una gran transformación, bien vestido, con un sombrero de copa y con cara sonriente. Podéis creerme que resultaba elegante! LLevaba unos pantalones negros con un chaleco corto brillante del mismo color, igual que el que llevaba mi padre cuando se endomingaba, que eran muy pocas veces. La ropa parecía toda de terciopelo. Debajo del chaleco llevaba una camisa blanca y en la cabeza, tal y como he dicho, un sombrero de copa que, si no me equivoco, era de un rojo rabioso. Una gruesa cadena de oro iba de lado a lado del chaleco, igual a la que lucía un tío mío que estaba socialmente bien situado y que lucía, también, en actos importantes de su vida. Ah! eso sí: por debajo del chalequillo le salía la correa brillante hecha con monedas agujereadas. En una mano llevaba una flauta y colgado del mismo brazo un pequeño tamboril. En la otra mano, llevaba una baqueta desde la cual pendía una campanilla. Los brillantes vestidos iban ribeteados por unos cascabeles que rozaban con el suelo. Cascabeles que, al movernos, resultaban chillones y muy alegres. Debo decir que, todos nosotros, en los vestidos figuraban unas letras que decían: "Circo Puerto Rico".
Pronto sonó la flauta y repicaron los cascabeles y....... A bailar se ha dicho!...
Si supierais el ridículo que todo resultaba! Os puedo asegurar que era todo un verdadero espectáculo. La gente se asomaba a los balcones y a las ventanas; las madres llamaban a los hijos para que nos vieran bailar; en los ojos de los pequeños que nos contemplaban se reflejaba una chispa de envidia maliciosa. Nosotros, baila que bailarás, cada vez más satisfechos. Detrás nuestro ya llevábamos una cola de ganapanes de toda guisa y de todas las edades y, también, muchos críos cogidos de la mano de la madre o de la abuela que, como todos, festejaban nuestros bailoteos. todo aquello, era alguna cosa más que la fiesta mayor, era el disloque, la pera, para un niño era el *summum* de los acontecimientos.
Mientras todo aquello acontecía, en casa se estaba cociendo un drama que, cuanto más tiempo pasaba, crecía más y más. El ambiente se enrarecía por momentos.......
Se acercaba la hora de la merienda. El panecillo y la pastilla de chocolate "l'Ametller",me esperaban impacientes encima del hule a cuadritos blancos y azules de la redonda mesa del comedor. Eran unas mesas redondas que tenían, a ambos lados, unas alas abatibles que cuando las bajabas la mesa quedaba de forma rectangular, tenían dos grandes cajones, uno a cada lado del rectángulo, en los que la madre guardaba el pan, el cuchillo y los cubiertos de cada día. De reojo y, desde la cocina, la madre miraba el panecillo que seguía tranquilo encima de la mesa.
Pasaba ya un buen rato de la hora habitual de la salida de la escuela yendo a casa para recoger el también habitual panecillo con la pastilla de chocolate, dado el primer mordisco, salía de casa bajando la escalera saltando peldaños de dos en dos, para mejor aprovechar el tiempo que tenía para jugar en la calle. La madre empezaba a perder los nervios, la calma y la paciencia. Cuando eso ocurría parecía una leona enjaulada. Pronto y con un golpe de genio, se sacó el delantal a cuadros con tirantes cruzados en la espalda, dos grandes bolsillos, atado por detrás con un espléndido lazo, delantal que la madre llevaba siempre en casa. Del cajón del aparador cogió las llaves del piso y saltó escaleras abajo. Mientras iba bajando se llimpiaba las gafas con un papel de fumar que siempre llevaba en el bolsillo. Había empezado la guerra............
Con una larga galopada llegó a la plaza Joanic, donde vio ya plantada la carpa del circo. Revisó de arriba abajo todos los rincones y rinconcitos de la plaza. No vio ni un solo niño.. Aquel desértico panorama era sospechoso, tal vez era normal. Estarían todos en casa merendando ya que eran más obedientes que su hijo. Dios mío qué habrá hecho hoy! Estaba convencida. Su hijo era diferente, inquieto, juguetón y nada obediente y muy soñador. ¿Dónde estaría aquel mequetrefe?
El sol bajaba rápidamente escondiéndose detrás de las altas casas de las calles del ensanche barcelonés. La luz tenue del anochecer favorecía los colorines de nuestra vestimenta y, como si fuéramos duendecillos por unos hilos invisibles, bailábamos, saltábamos, dábamos vueltas enloquecidos por el éxito y la gran cantidad de gente que nos seguía y nos animaba con sus cantos y sus bailoteos y sus fuertes aplausos. ¡Aquello era demasiado!.
El hombre vestido de negro y con la correa brillante, hacía sonar su flauta sin parar repicando el tamboril frenéticamente.
Mientras la madre desesperada corría por las calles cercanas en busca de su hijo que no aparecía por ninguna parte. A lo lejos veía correr a un niño y allá acudía enloquecida, pero nada de nada. Desanda lo andado y vuelta a empezar. Solo le faltaba mirar debajo de los adoquines. Finallmente se encamina hacia el "cuartelillo" de la guardia urbana. Al menos haría la denuncia y, tal vez, supieran alguna cosa de su hijo. Ellos tenían más medios y más personas para buscarlo. Dios sabe, tal vez un accidente había segado su vida para siempre. Las piernas le temblaban y perdían sus fuerzas para aguantarla........
Es posible que en este momento estuviese en el depósito de cadáveres del hospital de sant Pau, puesto encima de la mesa de mármol esperando el "forense".
Poco podía pensar aquella pobre mujer que, mientras a ella el mundo se le acababa, para mí, el mundo empezaba y tomaba una grandiosidad insospechada.
Fijaros como son las cosas: mientras un chiquillo lo pasa bien, la familia es todo lo contrario, se da a los demonios........ Casi nunca existe una coincidencia entre los grandes momentos de los pequeños y los pequeños momentos de los mayores. es curioso, aquello que a los padres les agradaba a mí me aburría solemnemente, y todo aquello que a mí me fascinaba a ellos les reventaba. Incomprensible, ¿verdad?...
Mi madre, al dar la vuelta a una esquina, su corazón sintió un gran alivio. Al final de aquella calle muy transitada de Gracia, vio un gran tumulto de gente que se movía de acá para allá como las olas de un mar revuelto. Aquel mar de cabezas se movía rítmicamente de derecha a inquierda y de izquierda a derecha. Haciendo un gran y último esfuerzo mi madre corrió como alma que lleva el diablo hacia aquella marea humana.
Mientras se acercaba se oían los cantos y la juerga que se producía alrededor nuestro.
"Eso ya va bien pensó mi madre-, me juego una mano que mi hijo está en medio de este bullicio". La pobre mujer iba resoplando harta de tanto sufrir.......
Llegando al gran grupo de gente, mi madre a base de empujones y codazos se abrió paso entre aquella muchedumbre. Frente a sus ojos tenía todo aquel cuadro multicolor de aspecto burlesco que a ella le pareció ridículo y por demás asqueroso. Todos saltábamos de gozo y alegría, mientras aquella pobre mujer sufría, sintiendo que el corazón le salía por la boca, detrás de un hijo que todavía estaba en su más tierna infancia. Casi arrodillada en el suelo, con la boca abierta y jadeando fuertemente iba mirando, uno por uno, aquellos cabezudos.
A través de la bocaza alegre del cabezudo se nos veía la carita congestionada por el calor y el cansancio. De sopetón la madre se plantó delante de mí. Viendo yo aquella cara encolerizada y tan *requetefuriosa*, me empezaron a temblar las piernas y a perder el mundo de vista. El mundo se me venía encima; Os aseguro que ciertamente las piernas se me doblaban....... Ay mi madre, Dios sabe la que me espera...... De pronto y con un gesto autoritario me arranca aquel cabezón y las vestimentas, que tiró contra el suelo de forma enfadadísima. Se hizo un silencio absoluto. Todas las miradas se dirigían expectantes hacia mi persona. Se mascaba la tragedia....... He de confesar que jamás he experimentado una tan gran sensación de desnudez, desnudo de todo sentimiento delante de tanta gente. Para mí, los segundos eran siglos. Éramos el centro de toda aquella gente que, expectante, esperaba el fin de aquel drama o tragedia....... Al instante, mi madre se puso más *tiesa* que un guardia civil y dirigiéndome una fulminante mirada exclamó con voz para mí desconocida:
-Hijo mío, tú llegarás lejos en esta vida.-
Ah! Olvidaba deciros que aquellas proféticas palabras fueron acompañadas de dos sonoras bofetadas que me hicieron tambalear. Las bofetadas no tan solo resonaron en el interior de mi alma, sino que volvieron a la realidad a aquel hombre extraño y grandullón, recogiendo a todos los críos retornando a la plaza Joanic y disolviendo la *trup* infantil.
-Hijo mío, tú llegarás lejos en la vida.
Cuántas veces he recordado aquellas palabras pronunciadas por mi madre!
No sé cuanto tiempo pasó que, al volver de la escuela, veía, con ojitos tristes, cómo el circo desmontaba sus lonas, sus puntales de madera y sus refuerzos de hierro. De un rápido impulso me giré de espalda y caminando muy poco a poco mientras me encaminaba hacia mi casa sin poder evitar que por mis mejillas resbalara una gruesa lágrima de amargura junto con una mueca de rabia contenida.
Mi madre, como castigo, no me permitió asistir a ninguna de las funciones del circo Puerto Rico.
Allá a lo lejos, aquel hombre duro y tierno a la vez, rudo y simpático, me decía adiós levantando su mano derecha. De lejos le brillaba la correa hecha con monedas con un agujero en medio.
Cuánttas y cuántas veces, Señor, en esta vida no habré llevado, voluntariamente o no, aquella despintada y ridícula cabezota luciéndola públicamente.......
En el fondo todavía me anima la esperanzadora idea dicha por mi madre (las madres nunca se equivocan).......
-Yo llegaría muy lejos, muy lejos!
4. Y LA LUZ SE FUE
Tal vez fue el mes de julio o bien en agosto del año 1935, cuando sucedió un hecho insólito que removió la conciencia familiar,
Dio un vuelco mi vida y dio un toque de alerta brutal a mis padres. Volvíamos de Valencia en uno de aquellos trenes sucios, lentos y dejados de la mano de
Dios. Regresábamos de visitar a la abuela paterna, cosa que normalmente hacíamos cada año. El viaje servía también para que mi padre pasara cuentas con sus hermanos o con la persona que administraba unas pequeñas parcelas que tenía como herencia y que estaban en manos ajenas. Casi siempre perdía dinero....... Mantener aquellas tierras resultaba nostálgicamente ruinoso. La abuela provenía de una familia riquísima. Contraviniendo los consejos paternos se casó con uno de los mozos que tenían por lo que fue desheredada dejándole tan solo la obligada legítima que pronto dividió entre sus cinco hijos, de manera que ninguno podía vivir desahogadamente de los naranjales. Cuando se hizo la partición de la herencia mi padre tuvo dificultades laborales para asistir a dicho reparto, por lo que le *adjudicaron* los más pedregosos y más abandonados. En cuanto mi padre los vio los puso en manos de un buen amigo suyo, el alcalde del pueblo, en poco tiempo pasaron de ser los peores a ser los mejor cultivados de la familia. Francamente eran la admiración y envidia de los hermanos aunque no daban ni cinco céntimos al año.
Regresábamos a casa en tren, en tercera clase, como siempre. Aquellas gloriosas terceras, tan incómodas, los asientos de barrotes de madera que te dejaban el culo como una parrilla. Los pasajeros parecíamos borregos, los pasillos llenos de bultos, maletas y gente sentada por el suelo, toda aquella humanidad olía a todo tipo de perfumes y olores diferentes y ninguno bueno. Todos sudábamos e íbamos sucios del humo y de la carbonilla que desprendía la máquina que formaba sobre la piel, un engrudo pastoso y asqueroso que invadía todo nuestro cuerpo.
Yo iba sentado junto a la ventana. Dejábamos atrás una de las tantas estaciones desiertas en las que un hombre pegado a un cubo lleno de bebidas iba, enloquecido, andén arriba y andén abajo. De todas las ventanillas salían cabecitas chillando frenéticamente para hacerse con una de aquellas mágicas y deseadas botellas de refresco, que de frescas no tenían nada, pero que tal vez apagarían un poco nuestra sed y, al menos, remojaría un poco nuestros apergaminados labios y nuestro reseco gaznate. Sin esperarlo, la máquina daba un ronco y característico silbido y, majestuosamente, aquella serpiente llena de anillos oscuros empezaba a crujir y a suspirar y, el tren, arrancaba muy lentamente. Eso sí, antes de emprender su marcha habitual tenías tiempo de hacer muchas cosas. Cuando sonaba el silbido, el griterío aumentando hasta el infinito....... Unos todavía estaban reclamando la bebida; Otros pidiendo el cambio del billete que ya jamás verían; los menos intentando devolver la botella vacía y, los más, dejando verde a aquel pobre hombre que no daba abasto a tanta exigencia. Después del paso del samaritano, todos estábamos sedientos como antes de la fugaz visita, y ahora, a esperar un buen rato hasta a encontrar otro hombrecillo del cubo en una próxima estación de aquel peregrinaje que duraba de diez a doce largas horas. ¿Imagináis cuántos y cuántos cubos se vaciaban durante el camino por el desierto?
Al amanecer mi padre me dijo:
-Mira a la inquierda qué campos de arroz más bonitos.
-Con este ojo no los veo! Exclamé.
-Despiértate y los verás.
-No, padre,con el ojo izquierdo no veo nada de nada.
Imaginaros qué mazazo dado con fuerza, recibieron mis padres, mazazo dado en lo más profundo de las entrañas .Es imposible explicar la reacción que les produjo aquella afirmación mía. No podéis imaginar el golpe íntimo y doloroso que para ellos representaba mis palabras. me taparon con su mano un ojo y el otro; hicieron pruebas y más pruebas pero, a pesar de todo, yo con aquel ojo no veía, aunque ellos,, lógicamente no no podían aceptar. Me miraban y me remiraban los ojos. No veían nada.
Qué queréis que vieran, pobre gente!
Todo el departamento del tren estaba pendiente de nosotros. Toda la gente se miraba expectante y un silencio absoluto rodeaba las enigmáticas palabras de mis padres. El nerviosismo se apoderaba del ambiente y el aire se enrarecía por momentos. Por fin, cuando se convencieron del hecho, mi padre, de pie en medio del departamento y con cara diabólica acusó fuertemente a mi pobre madre que lloraba desconsoladamente.
-Tu padre era ciego y tú miope; era brutalmente lógico y normal que al niño le sucediera esto.
La madre lloraba silenciosamente tragándose la honda amargura. Él renegaba desesperadamente culpando a Dios y al cielo de su terrible desgracia. La madre seguía tragándose las lágrimas mientras él recriminaba su destino.
Durante todo el viaje todo fueron pruebas visuales, blasfemias y lágrimas contenidas.
Gmientras tanto yo iba pensando sin decir nada que, caramba, no era tan grave ya que todavía me quedaba otro ojo. Puedo aseguraros que yo no entendía de todo aquel supuesto drama. No podemos olvidar que yo tenía siete años......
En llegando a Barcelona, a mis padres les faltó tiempo para llevarme a un oftalmólogo: al doctor Menacho. No se cómo llegaron hasta aquel médico. Nunca más supe nada de él..
Como se supone me hizo una extraodinaria visita. Yo no la recuerdo....... El resultado fue absolutamente negativo. Aquel ojo estaba perdido para siempre. Todo era inútil. Vigilaríamos el otro ojo. No resultara que se sintiese celoso.......
A partir de aquel momento los padres vivieron, naturalmente, pendientes de mí y siempre angustiados. Me prohibieron jugar, correr, agacharme...... llegó un momento en que casi no me dejaban mover. Era un tormento demasiado duro para un niño. Yo pensaba que ya jamás podría ser el mismo de antes. Para un chiquillo travieso como yo, el estar absolutamente quieto sobrepasaba los límites de mi paciencia. Aquello era demasiado! Imaginaros, toda una vida quieto, inmóvil....... No por eso mis padres dejaron de mandarme a la escuela a fin de que me soportaran los demás. no sin que hicieran una larga lista de recomendaciones a maestras y a alumnos. En casa no se me podía aguantar.......
Cada vez que asistiamos a la visita del médico, mis padres siempre preguntaban la misma cosa que a mí me parecía una estupidez:
-Doctor, ¿Cuál puede ser la causa del desprendimiento de retina de nuestro hijo?
-Puede ser de una caída, de un golpe en el occipital, hasta de un estornudo contenido. Vaya usted a saber!
-¿puede ser hereditario?
-Generalmente, no. Casi todas las familias tienen un punto débil en sus genes, el de ustedes puede ser la vista. Quién sabe!
Mis padres seguían viviendo muy mal. En casa era un verdadero infierno. Aunque aquel ambiente no era nada nuevo para nosotros. Como tantos matrimonios se equivocaron al casarse, eran dos educaciones bien diferentes; dos formas de ver y entender la vida, dos comportamientos desiguales frente a cualquier problema; en fin, incompatibilidad de vidas y de caracteres.
¿Separarse? Qué vergüenza, qué mancha tan horrible para una familia! Qué vejación de los valores humanos....... Aquel era el concepto que privaba en aquellos tiempos. Esto en la familia jamás se había visto. La mujer era una esclava bajo el yugo del marido. Él aportaba los dineros y ella tenía que aguantar resignadamente.
Mi madre era un ñic-ñic, un dale que te dale, era la única defensa que tenía; él, un mal carácter sin cultura, aunque muy simpático cuando quería. De ninguna manera aquello podía funcionar con normalidad.
Desde aquel momento mi padre perdonó a mi madre la causa de mi ceguera. Solo faltaría eso....... Ah! pero ellos se amaban mucho...... Qué cosas más raras tiene la vida!.... No podían pasar el uno sin el otro, aunque fuese para pincharse cruelmente. Os puedo asegurar que se amaban aunque no podían soportarse.
Oh, maravilla! Transcurrido más de un año, un buen día cuando yo miraba cualquier cosa, todo se movía serpenteando. Resultaba una sensación angustiosa pero muy divertida. En cuanto lo dije bromeando en casa, los padres corrieron como alma que lleva el diablo hacia la consulta del Dr. Arruga. "Don Hermenegildo Arruga", gran especialista en oftalmología pero con un carácter agrio y muy fuerte.
No hace mucho tiempo he tenido la suerte de coincidir con el último chófer que tuvo el Dr. Arruga y que ahora se gana la vida como condudctor de auto-taxi. Al darse cuenta de mi dificultad visual me preguntó si me había visitado el dr. Arruga, primer especialista mundial en enfermedades de la vista y sobre todo en desprendimientos de retina, según su antiguo chófer. Intimidamos y me contó diversas anécdotas curiosas y reveladoras de su carácter humano pero duro y seco.
Un día el dr. Arruga estaba en su finca de Bagur, vestido con un mono de trabajo y pintando las rejas de su jardín, cuando se acercó un cochazo impresionante y, derrapando sobre la gravilla del jardín, preguntaron:
-¿Vive aquí el dr. Arruga?
-¿Qué desean de él?
-Queremos que visite al niño.- El niño en cuestión era un joven de treinta y tantos años.-
-Yo soy el dr. Arruga!
Se lo miraron de arriba a bajo y repitieron su deseo.
-Queremos ver al dr. Arruga.-
-Ya les he dicho que yo soy el dr. Arruga. Aparquen donde puedan y entren QUE LO EXAMINARÉ.-
Medio asustados entraron hasta donde él les dijo y cuando vieron que hizo sentar al "niño" en un taburete, dijeron:
-Este taburete es muy débil para que se siente el "niño".
Al momento el dr. Se enfadó y mirándoles enfurecido y cogiendo el taburete lo tiró con furia contra el suelo y contra las paredes diciendo:
-Ese taburete es muy fuerte y si no quieren que el "niño" se siente en él, pueden marcharse por donde entraron.
Después de la visita y de recetarles unas gotas preparatorias de un estudio más profundo les citó para el día siguiente en su consulta.
Cuando marcharon derrapando otra vez y fastidiando de nuevo la gravilla del jardín les dijo:
--Cuando lleguen a Barcelona, díganle al dr. Barraquer que a mí siempre me toca arreglar sus chapuzas.-
Y girándose hacia uno de sus servidores dijo en voz baja:
-Esta gente me pagará la gravilla de este año y la de los cinco años venideros.-
Durante tres días, mañana y tarde, estuvo el dr. Arruga y un buen número de médicos que le ayudaban, martirizándome constantemente.
Diversos aparatos, gotas, más gotas, lupas, focos y rayos de luz directos a los ojos, idas y venidas de los médicos, las enfermeras contándome cuentos y haciéndome carantoñas....... Todo un mundo tan diferente al que yo estaba acostumbrado. Un mundo cargado de sorpresas y novedades, descubrimientos y sobresaltos. Pasados los tres larguísimos días, nos indicaron que pasáramos al despacho del dr. Arruga que a mí me pareció inmenso. Detrás de una gran mesa el dr. Dictó su sentencia diciendo:
-Este niño hoy ve y es posible que mañana esté ciego para toda la vida. No podemos hacer nada, la ciencia todavía no ha hablado para lo que él tiene.
Aquellas duras y crueles palabras hundieron moral y físicamente aquellos padres angustiados y totalmente destrozados.
Mi padre, haciendo un esfuerzo sobrehumano y sacando un hilillo de voz entrecortada por la pena dijo como si solicitara limosna:
-Doctor, soy un obrero, como puede ver, pero por dinero no lo haga, si es necesario iremos a robarlo.-
El dr. Arruga enderezó su figura detrás de su mesa engrandeciéndola hasta el infinito y dijo con voz firme y cabreada:
-Váyanse a la mierda y perdonen! Ustedes creen que por dinero yo dejaré a un niño ciego para toda su vida? Vayan, vayan en nombre de Dios y aprovechen el viaje para ir hacer puñetas!
Mientras daba rienda suelta a su mal humor, nos empujaba hacia la calle sin querer cobrar ni cinco céntimos por su gran trabajo. Él estaba tan angustiado como mis propios padres.
Saliendo del despacho del oftalmólogo, los padres estaban absolutamente desorientados, ni tan solo sabían dónde estaban ni quiénes eran. Tuvieron que estar un buen rato sentados en un banco de la calle para recuperar el aliento y la vida. No sé cuánto tiempo estuvimos sentados sin decir una sola palabra. Mis padres solo se miraban. La tragedia se mascaba en el ambiente y las lágrimas silenciosas rodaban por las mejillas de la madre. Yo estaba extraordinariamente confuso y fuertemente asustado, pensando que mis padres exageraban y que, tal vez, se pasaban tres pueblos como dice ahora la juventud.al fin y al cabo a mí no me parecía tan grave........
Parecerá una estúpida afirmación si digo que aquel día fue uno de los días más felices de mi corta infancia. Me explicaré, si no alguien podrá pensar que me había vuelto loco:
Al recobrar mis padres el aliento empezamos a andar para poder refrescar las ideas. Necesitaban caminar, caminar mucho hasta la extenuación, Caminar sin rumbo alguno ni saber el porqué........
Mis padres parecía que habían perdido el sentido después del duro mazazo recibido.
De vez en cuando nos parábamos frente a un escaparate lleno de juguetes, y si yo decía:
-Qué caballo más bonito!
-¿Lo quieres? Sin casi yo contestar entrábamos a la tienda y enseguida aquel caballo ya era mío. Pronto aprendí la lección. Aquello funcionaba! Llegué a casa cargado de juguetes y otros trastos inútiles de los cuales yo me había encaprichado........ Fui la envidia de todos los amiguetes del barrio.
-Qué suerte tienes, chaval, yo también quisiera estar como tú......
Ya de muy pequeño tenía una fuerte inclinación y buena predisposición al dibujo. Siempre estaba dibujando en cualquier papel que me caía en las manos. Mi padre que tenía buena mano con el lápiz, me enseñaba el arte del dibujo. La familia conserva aún, enmarcado, un infantil dibujo hecho la Navidad del 34. Está colgado en el salón de casa. Estoy seguro que no vale nada, pero tiene un tierno recuerdo sentimental. Es el típico barquito velero en medio de la mar con el sol luciendo en medio del cielo. Dicen que no está mal del todo........
Transcurridos pocos días después de la visita al dr. Arruga, una mañana me desperté y pedí a mi madre que me trajera mi cuaderno de dibujo que tenía a medio hacer y estaba inspirado para terminarlo. Mi madre me lo trajo a la cama. Eran casi las diez de la mañana. Lo cogí entre mis manitas y al mirarlo no vi nada. El gran día había llegado ya.
-Mamá, ¿cómo es que no veo nada?
Con lágrimas en los ojos y con la voz entrecortada me dijo:
-Es que todavía no ha amanecido, hijo mío.-
-tome, mamá, guárdelo y cuando amanezca ya seguiré dibujando.
El drama ya se había desencadenado. Todos lloraban menos yo. Me sabía muy mal que mi familia estuviese tan disgustada por una cosa que para mí no tenía ninguna importancia y si la tenía yo no la comprendía.
La gente del barrio nos paraba preguntándole a mi madre qué me había ocurrido....... Ella lloraba desconsoladamente y cuando podía explicaba mi desgracia. ya estaba harto de ver llorar aquella pobre mujer cada vez que tropezaba con algún vecino y le hacía la pregunta de rigor.
Un día, cuando una mujer le preguntó qué me pasaba, yo contesté rápidamente:
-Mierda me pasa, señora........ Me gané un merecido cachete y, encima, mi madre volvió a llorar.
Cómo ha cambiado todo, Dios Mío. Todo el barrio sintió mi pérdida de visión. Unos por morbosidad, los otros por la novedad que significaba un acontecimiento en el barrio y, otrros, porque verdaderamente lo sentían. Hoy día, casi ni nos conocemos los vecinos de la misma escalera........
Mientras todo el mundo estaba angustiado, yo pensaba que no había para tanto. Se me habían roto los fusibles dejándome a oscuras y, nadie tenía la culpa de que no hubiese lampista que pudiera arreglarlos. Cjcuando en casa se estropeaban los fusibles, todos quedábamos a oscuras, pues esto mismo era lo que me había pasado a mí.
Algún día volveré a dibujar........Hoy todavía no amaneció........
5. EL AMADEO
Después que el profesor dr. Arruga dijo no, mis padres ya no peregrinaron más al despacho de ningún otro oftalmólogo. El dr.
Arruga era la máxima autoridad en la materia. Su diagnóstico había sido rotundo y contundente, sus palabras habían sido la llave que cerraba la puerta de la ciencia y había abierto unos corazones a la desesperación. Para ellos la ciencia había hablado y lo había dicho ya todo, por lo tanto ya había enmudecido para siempre. Buscarían otras soluciones a las científicas y lógicas. Cuando la ciencia ya lo ha dicho todo, la gente recurrimos a otras puertas: el ocultismo, el espiritismo, el *curanderismo* y al mismísimo diablo si fuese absolutamente necesario....... Y los padres estaban hechos de la misma madera que cualquier otra persona, pero con un añadido. Religiosamente el padre nunca se significó. La madre ya era harina de otro costal...... El padre solamente iba a misa en épocas vacacionales y cuando se jubiló. Él siempre decía que los curas no enseñaban nada malo, cosa muy diferente era lo que ellos hacían.
Los antepasados de mi madre, tanto por la rama materna como por la paterna, habían sido espiritistas convencidos, practicantes estudiosos y contradictorios. Contradictorios porque, si bien filosóficamente asumían las teorías de Allan Kardek, en las grandes festividades católicas se reunía toda la familia para cantar solemnemente una, dos o tres partes del rosario. Solemnizaban San anntonio, Semana Santa, Todos los Santos, Navidad y cuantas fiestas fuesen de relieve espiritualista. Seguidores y amigos de da. Amalia, espiritista de gran relevancia a mediados del siglo XIX, admiradores incombustibles del obispo de D. personaje ferviente de *Los Miserables* de Víctor hugo. Lectores empedernidos de Emilio Zola, Rousseau y flammarión; estimados también por la capellanía de la época; de las más rabiosas izquierdas republicanas, defensores de los derechos humanos y revolucionarias.
En fin, un *totus revolutus* . Así he salido yo....... Desde toda la vida en casa yo he visto una copa de comulgar, y una campanilla que acompañaba el Santo Viático, una toalla de hilo que cubre el cáliz y, dentro de una urna en forma de capillita, un san Antonio a quien la madre tenía una gran fe y a quien siempre tenía una luz de aceite que lo iluminaba. El abuelo materno, un santo varón, la abuela, una centella que hubo de echar adelante toda una familia. El abuelo, músico; la abuela, peinadora; los cinco hijos, culturalmente preparados: uno libre pensador, el otro, religioso, otro, músico....... Qué queréis más!
De golpe y porrazo apareció en mi vida un personaje misterioso y siniestro, el Amadeo.
El tal Amadeo vivía en una casita baja de la Travesera de Dalt, jamás he sabido el número de la casa. Era una casa que a mí me parecía triste y misteriosa. El vestíbulo estaba lleno de sillas de madera viejas y medio rotas donde nos sentábamos gente de toda condición y de diversas enfermedades y minusvalías. Todos explicaban las mejorías habidas en sus enfermedades desde que se habían puesto en manos del tal Amadeo y, todavía más, las curaciones hechas a personas que nadie conocía pero de quien todos hablaban.
En aquella pequeña caja de Pandora todos hablaban al mismo tiempo. Yo tenía diez años y estaba muertito de miedo, juntamente con una desmesurada curiosidad propia de la edad. La madre y yo estábamos sentados en un rinconcito sin abrir boca.Para mí, aquello resultaba una nueva experiencia.......
Después de no sé cuántas horas de espera caímos ya en manos del Amadeo. La madre le relató todo el proceso de mi ceguera. Una vez hubo terminado la detallada explicación, Se produjo un silencio expectante. Por fin el Amadeo hizo una fuerte y rotunda afirmación:
-Este niño verá, señora.
El corazón de mi madre saltó de gozo y el mío se aceleró fuertemente y no de alegría sino de una sensación extraña: ¿Qué haría aquel hombre conmigo?
-Me dice usted la verdad, buen hombre?
-Repito mi afirmación por última vez. Este Niño verá, señora.
Aquel hombre enmudeció por completo no abriendo casi la boca en toda la sesión. Yo estaba cagadito de miedo. La vista era lo menos importante para mí, yo tenía mucho miedo....... Debo decir que no sentí ninguna impresión cuando afirmó que yo volvería a ver.
Me hizo sentar en una silla colocada en medio de la sala y el Amadeo, de pie frente a mí, puso sus dos manos sobre mi cabeza y, haciendo raras contorsiones, bajó suavemente sus manos hasta mis rodillas. Aquel ritual se repitió varias veces mientras tanto su respiración era profunda y acompasada. El silencio se mascaba; mi madre seguía de pié junto a mí, las piernas me temblaban de mala manera.
-Por hoy, ya hemos terminado. Ahora hasta mañana.
Acabada la ceremonia, cobraba y a la calle....... Es curioso que las manos de todos aquellos ocultistas despedían el mismo olor, un olor que no sé describir, pero sí que puedo afirmar que era absolutamente diferente a la que despedían las manos de los médicos. Eso sí, un olor que reconocería enseguida a pesar de haber transcurrido tantos años. Realmente era una mezcla de olores a ajo, cebolla, hierbas varias....... No lo sé, pero qué cosa tan rara ¿verdad?
Antes me he referido a que la rotunda afirmación de Amadeo acerca de la recuperación de mi vista no me produjo emoción extraña. En cambio sí que debo decir que durante los primeros días de visita y a la salida de aquellos rituales, yo tenía la impresión de ver cuanto me rodeaba. Seguramente sería la inmediatez de la perdida visión, que hacía que las células estuviesen todavía vivas y los conos y bastoncitos todavía funcionaran. Sería sugestión o tal vez ilusión........ No lo sé, el hecho real es que yo veía, aunque muy fugazmente. El nervio óptico estaba vivo; La ceguera se produjo por un desprendimiento de retina y nada más. Aquel fugaz espejismo fue, para mi familia, como un ligero rayo de luz abierto a la esperanza. Éstas y otras reacciones parecidas tal vez fuesen producto del protagonismo que, gracias a mi pérdida de visión, me daba toda mi familia y todas nuestras amistades. El análisis de mis reacciones lo dejo para los psicólogos y demás profesionales, maestros en las reacciones del hombre y su entorno........
Después de cierto tiempo dejamos de ir a casa del Amadeo. Del resultado de aquellas visitas creo que no es necesario hablar; ustedes mismos....... No sé si al mismo tiempo o, posiblemente, días despué´s, alguien nos dijo que existía un médico titulado que, mediante la medicina interna, hacía verdaderos *milagros*. La familia hizo las averiguaciones pertinentes para no errar el tiro y, sin pensárselo mucho....... Nos encaminamos hacia el Pueblo Seco, calle rosal, donde visitaba aquella esperanza nueva.
Otra vez empezaba el peregrinaje diario. Otra vez esperando horas y horas en un vestíbulo repleto de personas diversamente enfermas o minusválidas con minusvalías diferentes, pero eso sí, absurdamente esperanzadas.
Aquellos pacientes eran diferentes, eran alegres y con buen humor. Recuerdo todavía a un hombre simpatiquísimo y muy amable que, a los niños asistentes, nos hacía pasar unos ratos agradables: el Sr. Picotti, ciego también, que había ya superado las primeras embestidas de la tempestad. Años después lo volví a encontrar como vendedor del cupón engrosando las filas de la ONCE. Para él no había pasado el tiempo.
Allá en aquel consultorio no se trataba de misteriosas gesticulaciones ni transmutaciones anímicas. En principio todo aquello parecía mucho más serio. Era la ciencia y no la paraciencia. El tratamiento consistía en una inyección diaria a la vena; ah! y también soplando cinco duretes diarios. No descansábamos ni siquiera los domingos y demás fiestas de guardar. Eso sí, los festivos era un poco más caro.
Pasaron días y días y allí nadie se recuperaba de sus dolencias, mejor dicho, el único que se recuperaba era el dr. Pifarrer inventor y descubridor de aquel líquido milagroso *curalotodo* que iba introduciendo en nuestras débiles venas. Pienso que en nuestro cuerpo ya no quedaba vena alguna sin ser perforada.
Pasados unos cuantos meses dejamos de asistir al despacho de aquel farsante. Otro desengaño, pero nunca fue decisión de mi pobre madre interrumpir las supuestas curaciones; siempre era yo quien decía basta. Nunca jamás mi madre se quejó del enorme sacrificio que significaba seguir aquel peregrinaje estúpido.
Debo decir, que todo aquel movimiento curativo se simultaneaba con el ir y venir de la escuela. Creo que nunca dejé de asistir ni un solo día al colegio para recurrir al oftalmólogo o a los *curanderos*. Pobre mujer!
Otra cosa que debo agradecer a mi madre. Cuántas y cuántas veces los niños pierden clases detrás de los médicos, realizando pruebas y más pruebas que generalmente no sirven para nada o bien para muy poca cosa. Puedo asegurar sin temor a equivocarme que yo no perdí ninguna clase. No quisiera acusar a nadie por mi anterior rotunda afirmación, Ya que es naturalísimo y muy comprrensible. Todos, absolutamente todos, buscamos soluciones a los problemas y cuando éstos son graves o gravísimos, todo queda supeditado a dicha búsqueda.
Después de aquel nuevo fracaso, parecía que todos habíamos aceptado mi ceguera, convencidos y resignados: El niño ya nunca más volvería a ver. Si tuviese que hacer algún milagro ya se haría solo. Mi vida había vuelto ya a la normalidad. La escuela, la familia y el jugar por la calle, que en definitiva ésta es la tarea de los críos.
Para no dejarme solo en casa, cosa que tanto mi madre como yo temíamos, mi madre me llevaba consigo a todas partes. Era muy divertido ver y escuchar las reacciones de la gente.......
He aquí que un día, al llegar al puesto de fruta del mercado de Santa Isabel, mercado al que íbamos siempre, estábamos solos la vendedora y nosotros. Se abalanzó hacia nosotros y en voz baja nos dijo:
-¿Ya sabe señora que este niño irradia mucha luz?
Mi primer pensamiento fue: "vaya, qué burrada dice esta vieja, cómo puedo estar lleno de luz si soy ciego? Si estoy a oscuras!".
No sé la cara que pondría mi madre pero la señora María, que así se llamaba la verdulera salió de detrás del puesto de verduras y frutas y se *enrolló* con mi madre un largo rato. No entendí nada de nada de la larga conversación.
De todas maneras yo nunca hablé con nadie de todo aquello tan extraño que me sucedía. Nadie me prohibió hablar de lo oído pero una intuición escondida me decía que aquello era materia reservada. Las criaturas tienen un sentido especial que sin entender nada, intuyen alguna cosa que les hace pensar y callar.
De aquella conversación casi no recuerdo nada, tan solo recuerdo que decían que yo no había venido a este mundo para pagar sino a purificarme y a elevar mi espíritu muy cerca del Padre. Aquella buena mujer decía que mi madre debía dar muchas gracias al Señor por haber tenido un hijo tan lleno de luz, y así, muchas más cosas bonitas de mí que por vergüenza no reproduzco.
En aquel momento pensaba que decían unas cosas rarísimas de mí, totalmente incomprensibles, pero que me agradaba escuchar, no sé el porqué..
Después de aquella larga y casi secreta conversación, se despidieron hasta el día siguiente por la tarde en casa de la verdulera muy cerca de nuestro domicilio. Dale otra vez con nuevas experiencias! Suerte que esta vez no andaríamos tanto.......
En cuanto dieron las cinco de la tarde del día siguiente, nos encaminamos hacia la casa de la señora María. Estaban esperándonos la tal señora María, directora de las sesiones, la hija, médium, una nieta joven que muy pronto se fue y la Casimira, una buena mujer del barrio que no conocíamos. Resulta muy curioso, en cuanto entré en aquel piso, tuve la sensación de que entraba otra vez en casa del Amadeo, el mismo olor....... Si algún día la médium me pasó sus manos por mi cara noté el mismo perfume que las de aquel hombre. En cualquier momento reconocería aquel olor característico, aunque nunca más he tenido ocasión de poderlo percibir. Era un perfume mezcla de hierbas aromáticas, verduras y no sé qué cosa más.
Todas aquellas manos tenían una cosa que nunca he sabido explicar, pero tengo la seguridad de que no eran igual que las otras. Al menos a mí me lo ha parecido siempre.......
Después de un buen rato de charla, aquellas cuatro mujeres se dispusieron a entrar en materia. Se hizo el silencio más absoluto y la señora María dijo, con todo fervor, una oración desconocida por mí. Luego de una larga pausa, la médium empezó a respirar profundamente.
-¿Qué hacéis aquí, malas putas? ¿No tenéis otra cosa mejor que hacer?
-Te esperábamos a ti, mala lengua. Dijo la madre de la médium.
-Seguro que todavía tenéis los platos por lavar. Recriminó la médium.
La conversación iba más o menos en esos términos hasta que la madre, la señora María, se cansaba y decía:
-hermano, mira hacia tu derecha. ¿Qué ves?
Algunos los comvencía y miraban a su derecha y luego de un fuerte estremecimiento se iba. Otros nos mandaban al cuerno y así íbamos marchando. Yo tenía muchísimo miedo, tenía la total sensación que mis pabellones auditivos se crispaban y se endurecían de verdadero pánico, pánico a lo desconocido, sensación que todavía siento cuando me enfrento a alguna cosa desconocida que hace nacer en mí un gran sentimiento de impotencia total.
Como último plato fuerte, era la venida de un espíritu bueno, un espíritu piadoso que daba buenos consejos y que ayudaba a tener paciencia y resignación en este valle de lágrimas y penas. Estos espíritus buenos nos prometían siempre el bienestar en la otra vida si nuestro comportamiento era acorde con la Ley de Dios.
Nunca, aquellas ánimas me prometían la vista, todas repetían que yo estaba lleno de luz.
Y así todos nos poníamos muy contentos. De vez en cuando el espíritu bueno bendecía una botella de agua clara con la que me lavaba cada día los ojos. Aquella agua servía, no tan solo para lavarme los ojos, sino también para lavar la almita de aquel niño desgraciado; el agua lo purifica todo.
Fue aquella una larga temporada en que la madre, la hermana y yo vivimos intensamente una fuerte espiritualidad, atribuyendo al más allá cualquier acontecimiento de nuestra vida. Tanto el padre como el cuñado decían que todo aquello eran cosas de mujeres y críos; ellos tenían otro trabajo....... La Mercedes, mi hermana, no podía asistir a las sesiones de espiritismo; ella tenía que trabajar mucho para poder mantener a su familia ya que el marido estaba muy enfermo, ganaba muy poco y ya tenían dos hijas. La Mercedes cuando tenía cinco minutos libres se dedicaba a la escritura automática. Otra expresión del espiritismo.
Las sesiones en casa de la María, se celebraban dos veces por semana y el objetivo básico no era la recuperación de mi vista. Si venía, bienvenida sea, el principal motivo era encontrar el consuelo y la resignación del peregrinar por esta vida; conformidad y acercamiento cuanto más mejor, al Padre. Era tanto el ambiente de religiosidad en que vivíamos que, hasta yo, veía cosas raras, extrañas interpretadas por la médium; llegó un momento que yo me creí tocado o elegido por Dios. Una de las imágenes que mejor recuerdo haber visto, era la de un presidiario que subía y bajaba por una escalera de caracol, pero nunca llegaba a ninguna parte.
Esta vez tampoco tuvimos suerte. Mi madre siempre le había oído decir que era muy difícil saber cuándo todo eso era verdad o era tan solo fruto de la incultura de una gente pobre de espíritu y demasiado desgraciada.
Hacía más de un año que no se sabía nada del marido de la médium. Había ido a la guerra y su silencio presagiaba la muerte en el frente. Muerte segura, dado que su alma se hacía presente entre nosotros más de una vez, dándonos toda clase de detalles de su fatal traspaso, nos rogaba que perdonásemos a sus asesinos. Asesinos de guerra. Aquella desaparición había venido como agua de mayo, en aquella familia, puesto que el carácter despótico y *putero* del marido había convertido el matrimonio en un verdadero infierno.
Normalmente, en aquel barrio, las mujeres acostumbraban a decir pestes de sus maridos, por lo que a mí no me sorprendió que la Sra. María hiciese lo mismo con su yerno. Cuál no fue la sorpresa de todos nosotros cuando un buen día apareció por la puerta de su casa el marido de la médium sano y bien sano; había estado prisionero en un campo de concentración.
Como es de esperar, dejamos de ir a aquel santuario espiritista. Había sido un episodio más de nuestro peregrinaje. Menos mal que esta vez no nos cobraron ni cinco céntimos. Nunca he creído que aquellas sesiones fuesen una estafa, un *sacacuartos*. Lo que era no lo sé, pero lo que intuyo es que no era una querida superchería. Dios sabe cuál fue la intención de aquellas pobres mujeres! Si algún día pensamos en juzgar a los demás, pensémoslo bien y, después de haberlo pensado bien, no lo hagamos. El alma humana es algo tan inexcrutable que nadie puede entrar en ella para juzgarla.
Jamás he visitado a ningún *curandero*, aunque mi madre como después Marisa, mi mujer, cuando a través de los medios de cumunicación, leían o escuchaban alguna nueva experiencia médica referida a los ojos, se les abrían esperanzadoras posibilidades. En más de una ocasión he visitado, a escondidas, algún oftalmólogo, ya que Marisa no se callaba. Lo hacía a escondidas para evitarle el disgusto de la negativa.
Cuando los fusibles se estropean no hay que darle más vueltas.
He relatado estos desvdenturados episodios sin ánimo de desacreditar a nadie ni a nada, tan solo han sido desgraciadas experiencias vividas. Hoy, que tan de moda están las paraciencias, la parapsicología y otras formas en que la mente del hombre figura en primera página, no he pretendido ridiculizar ni descreer nada. A mi edad, pienso que todo es posible y todo es imposible.......
6. EL *SEBASTIANET*
Quiero que las siguientes líneas sirvan de sincero recuerdo y merecido homenaje a un niño excepcional que me ayudó mucho, muchísimo en los primeros momentos de mi pérdida de visión: Sebastián sanjermán,pequeñazo de siete años que rápidamente entendió que cosa era la ceguera a pesar de su tierna edad. Niño de muy pocas palabras pero acciones reveladoras de un gran corazón, cosa poco freqüente en chiquillos de su edad y condición social.
En el piso superior al mío, vivía una familia que, si bien era un tanto desorganizada, era muy agradable,simpática y muy de su casa.Era un matrimonio con cinco hijos,tres varones y dos hembras. Cada uno tenía su propia vida y todas muy interesantes. El marido era un desgraciado, despreocupado de los hijos, machista vocero de aquellos que hacen mucho ruido pero pocas nueces. La madre era una santa mujer, un poco curiosa por todo lo que acontecía en el vecindario. De vez en cuando organizaban unas zapatiestas monumentales, sin ningún tipo de tascendencia final. Por cualquier motivo el padre pegaba unasvoces considerables seguidas de puñetazos sobre la mesa, muy pronto se añadían los gritos de la madre y de todos los hijos. El griteriío estaba acompañado de platos voladores, silletazos contra el suelo y de diversos ruidos ensordecedores. Dado que el padre, por su trabajo, nunca comía en casa, las grandes batallas campales siempre se organizaban a la hora de la cena que, eran generalmente, entre las once y las doce de la noche, cuando el silencio lo envuelve todo. Imaginaros en verano que ventanas y balcones estaban abiertos de par en par.
Parecía Troya!
Era una familia obrera con muy poca cultlura pero con un corazón grande, siempre consequüentes con su inculltura; en aquellos tiempos eran así según que familias.......
El hijo pequeño, el Sebastianet, tenía más o menos mi edad,un niño gris, poco hablador y nada ruidoso en su casa. Cuando yo perdí la vista,que por otra parte diré que fue una desgracia vivida por todo el barrio, el *Sebastianet* un día se me acercó y con una vocecita entre prudente y vergonzosa me dijo:
-Qué te pasa que ya no juegas con nosotros?
-Es que no veo nada.
-¿Será por siempre?
-Supongo que sí.
-qué te ha dicho el médico?
-Que ya no veré nunca más.......
El *Sebastianet* quedó unos segundos callado y de pronto dijo con una voz firme y desconocida en él:
-Yo seré tus ojos, ¿de acuerdo?
Y sin saber como puse mis manos sobre sus hombros y haciendo el "tren" empezamos a correr calle abajo.-Oye, ¿dónde me llevas?
-Tu sabes que en la plaza Joanic están haciendo un refugio ¿verdad¿ Pues yo te lo enseñaré todo.
Aquellas imágenes táctiles las recordaré toda mi vida; aquellas escaleras sin acabar, aquellas paredes húmedas y poco acabadas,aquel ambiente inhóspito y desagradable. El *Sebastianet* procuró que yo palpara hasta el último detalle del refugio, sin dejar tampoco las cosas a las cuales nosotros no alcanzábamos. A veces yo me ponía de puntillas, otras subido a sus hombros me hacía tocar aquello que él consideraba curioso o poco natural.
A partir de aquel día no me dejó ni casi respirar. He llegado a pensar que cuando estábamos juntos él en ningún momento me perdía de vista, hasta tal punto que cuando yo buscaba alghuna cosa él ya me la acercaba inmediatamente. Mi madre tenía una especial ternura hacia aquel niño y un gran agradecimiento. Fracias a la entrega total de aquel chiquillo su hijo había vuelto a la vida normal.
Es realmente curioso, tanto mi madre como la misma Marisa, mi mujer, beneran a aquellas personas que demuestran hacia mí, una deferencia o cualquier ffinura, mucho más que si la tuviesen con ellas mismas. Marisa no puede soportar de ninguna manera aquellos individuos que aprovechando mi ceguera hacen gestos de desprecio o indiferencia hacia mí. La hija ha heredado también ese sentimiento.
Nunca más aquell niño me preguntó nada referente a mi ceguera. Él observaba mis más mínimos movimientos y adivinaba que cosa me hacía falta y cuales eran mis reacciones. Debo decir que mi madre le permitía todo a aquel niño que dedicaba su vida a acompañarme y a contarme todo aquello que sus ojos veían. Era Como mi auténtica sombra.
Uno de nuestros juegos predilectos era el de hacer música. Pero qué música!En algún momento creo haber dicho que nosotros éramos una familia obrera y por tanto vivíamos en un pisito modesto. Un pisito pequeño, pero eso sí, con balcón a la calle y galería posterior. Ello significa que teníamos un pequeño balcón pero lleno de plantas y flores y una galería con lavadero cubierto por una madera que mi padre hizo, -Por tanto muy resistente- y un retrete de mediados del siglo XIX. Debajo del lavadero había una diminuta jaula con conejos y encima del retrete habíaun pequeño gallinero con animales que morían por Navidad o bien por la fiesta mayor del barrio que, casualmente,coincidía con la onomástica de mi madre, el 15 de agosto.
Recuerdo, como si fuese hoy mismo, la muerte de unos pobres patos que vivían encima del retrete.
Un buen día saltaron los fusibles. Mi cuñado, especialista en arreglar fusibles, les puso los hilos pertinentes y la luz se hizo de nuevo.Los pobres patos empezaron a chillar como locos y a revolotear dentro de su jaula situada encima del retrete. De nuevo nos quedamos sin luz....... Silencio total entre los patos. Otra vez saltaron los fusibles que Manel arregló como siempre. Llegó la luz y de nuevo los patos se revolucionaron con grandes gritos. Luz fuera, silencio de patos. Manel, cabreado,reforzó con varios 'hilos los fusibles para que resistieran aquella anomalía que nadie sabía de donde procedía. La luz no se fue más y los patos dejaron de chillar. Qué tranquilidad el manel había dado en el clavo; la luz ya no se fue más y los patos dejaron de dar la lata. A la mañana siguiente encontramos los patos difuntos electrocutados. nadie de mi familia había pensado que aquellas pobres bestias chapoteaban dentro de la escudilla con agua, siendo aquella agua la que filtró por el techo del retrete mojando la instalación eléctrica, la que fundía los fusibles repetidamente. Desconozco el porqué nadie quiso comer de aquellos animales que habían muerto de manera tan estúpida.
Un buen día el *Sebastianet* y yo, descubrimos que podíamos hacer música encaramados encima de la tapa del lavadero. Pondríamos unahilera de tapaderas de ollas y cazuelas cogidas todas por un mismo cordel que iba de lado a lado del lavadero. Las ollas y las cazuelas puestas boca abajo juntamente con un par de cubos en la misma posición. Teníamos así un material rítmico imponente para acompañar nuestros diversos cantos. Mi padre nos hizo unas buenas baquetas y, dale! A hacer música....... Mañana y tarde los pasábamos sentados encima del lavadero, cantando a grito *pelado* y picando y repicando ollas y cacerolas,tapaderas y cubos. Pobres vecinos! Cuando mi madre se cruzaba con algún vecino siempre les pedía disculpas de tanto ruido como hacíamos a toda hora. Ellos, con voz piadosa, decían: "Déjelo, pobrecito, ya se sabe que a los cieguecitos les gusta mucho la música......." La madre intentaba explicarles que la ceguera y la música no son para nada sinónimos, pero ellos insistían con la misma canción: "Déjelo, pobrecito, ¿qué quiere que haga?...."
Nuestros días transcurrían o bien jugando en la calle o bien en la galería aupados en nuestra preferida tarima orquestal.
Todo eso me ayudó muchísimo a superar aquellos momentos. Nunca me sentí diferehnte a los niños de mi edad que jugábamos en la calle, al contrario, yo siempre hacía lo que quería y, los demás siempre sus padres les reñían. Yo tenía la impresión de que la ceguera era como tener un certificado de libertad infantil que me permitía hacer mi santa voluntad. Certificqado que jamás utilicé. Puedo asegurarlo con toda rotundidad.
Un mal día, el *Sebastianet* no bajó a jugar conmigo. ¿qué pasaba? Nadie supo contestar a mis reiteradas preguntas. Al fin mi madre me dijo que estaba enfermo y de momento no podría visitarlo. Yo insistí mucho hasta que un día subimos a verle. Casi no nos dijimos nada; él no hablaba. Yo le dije que nuestras ollas y cacerolas todavía estaban allí esperando hasta el día en que él pudiera bajar. Me cogió la mano y me la estrechó fuertemente y sus labios no se abrieron. Muy pronto marchamos de su lado y mi madre me explicó que mi amiguito estaba muy enfermito y que tal vez ya no lo veríamos más. Por mis mejillas rodaron unas silenciosas lágrimas. pasaron días y días y de mi amigo no sabía nada a pesar de mis preguntas. Cada vez que yo preguntaba por su salud todos me decían lo mismo: unb día volveréis a jugar juntos,aunque no sabemos cuándo.......
Pronto se llevaron al niño de casa y ya nunca lo volví a ver.
Cuántas y cuántas veces he pensado en aquel niñito que, sin que nadie le dijera nada, comprendió cual era mi ceguera y, asumiéndola, me hizo ver todo aquello que el veía o pensaba que a mí me haría feliz.
Gracias, Sebastianet, muchas gracias. Tus ojos me han hecho tanta falta!
7. MI CALLE
La magnífica y evocadora canción de mi buen amigo Joan Manuel Serrat, "El meu carrer" (mi calle) me ha hecho revivir viejos recuerdos que intentaré describir, siendo éste un retazo más de una vida que estoy seguro de que no es tan solo la mía, sino la de toda una generación en la que tanto influyó la calle. Influencia tanto para bien como para mal, aunque si pusiéramos los dos conceptos en los platillos de una balanza, pienso que ésta se inclinaría hacia el platillo del bien y no hacia el del mal. Digo esto, porque la calle, con mesura natural y siempre dentro de los cánones de normalidad, agudizan la creatividad, el saber tomar rápidas decisiones.......
Las pistolas que nos hacíamos con media pinza de la ropa y los ganchitos ganchitos de cortinas que hurtábamos velozmente, de cualquier cortina de una tienda, generalmente de la lechería del barrio, no sé el porqué....... Aquellas pistolas realmente para nosotros mucho mejores que del mejor gángster o ejército del más puro "far west". Aquellos patinetes hechos con cuatro trozos de madera y cuatro cojinetes de bolas que cualquier padre traía del trabajo y que nos intercambiábamos por otras zarandajas que nosotros creíamos importantes....... Alguno de aquellos patinetes tenían el asiento almohadillado, llevando una pequeña hélice de madera colocada debajo del manillar. Casi ninguno estaba pintado, hubiese sido un signo externo de riqueza que nadie hubiese tolerado. Recuerdo aquellos "tirachinas" construidos con alambres gruesos y gomas cortadas de neumáticos,
O bien construidos con una pequeña ramita de árbol pulida por nosotros mismos. Con una navajita de la cual los padres no sabían nada- en forma de y griega. Eran una verdadera joya de artesanía. Me atrevería a asegurar que la mayoría de los juguetes estaban hechos por nosotros, con trozos de madera, de alambres y demás restos de trastos encontrados en la calle o en cualquier rincón de casa, donde estorbaban más que hacer falta. Pistolas, patinetes, tirachinas,canicas, pelotas y otros juguetes eran todos de la comunidad infantil del barrio. Éramos del todo generosos, aunque de vez en cuando, aparecía un egoísta de vía estrecha que pronto era separado del grupo. Quién, desde el balcón de casa y con un espejito, no ha hecho la *ratita* molestando al sufrido viandante, y a veces a algún amigo de la familia? Decidme si no era muy divertido todo aquello....... Imaginaros la rapidez con que nos escondíamos cuando la persona molestada miraba hacia arriba.......
Quien durante la infancia y en sus horas de juego callejero no haya burlado o transgredido cualquier orden o decisión del padre o la madre en sus *actividades viales*, que tire la primera piedra. A ver pues, ¿Dónde pensáis que aprendimos las primeras lecciones de sexología y dónde vimos por vez primera los *culitos* femeninos?.
Al igual que Joan manuel Serrat, guardo un gran recuerdo de mi añorada calle donde nací. Calle en donde había de todo y además muy característico. Un zapatero *remendón* sordomudo que me daba los grandes sustos de mi vida. Cuando me veía y, dado que nos unía la desgracia, según él, me saludaba muy cordial y efusivamente. La efusividad consistía en lanzarse sobre mí y dar aquellos grititos guturales propios de los sordos y que a mí me hacían polvo...... pues se repetían muy amenudo. Un dentista -mejor- un protésico dental, un par de prostitutas muy curiosas, un vigilante a quien una madrugada cuando golpeaba los cristales de una ventana de un cliente para despertarlo, le saltó una señora rata que le destrozó la cara,
Una simple, la "dallonses" sin bragas, hoy familiar de un conocido personaje del país, el *lobo*, mote de Josep Bibancos, fundador del *Trío Guadalajara* -conjunto de música mexicana formado por: a parte del *lobo*, por José Voluda y Pepe Vázquez, que llegaron a ser el número 1 de aquellos tiempos-, también un marino, una verdulera, un cabeza de zéppelin y un personaje simpático, la carmeta. La Carmeta, más conocida por *la morros de be* cojita con quien el vecindario quería que yo me casara arguyendo la teoría de que dos desgraciaditos seríamos muy, muy felices.
También teníamos, entre otros un sabiondo que siempre metía la pata, pero él no dejaba de discursear. Tan solo faltaba una monja o un sacerdote. Por si fuera poco, hasta había un cieguecito. Ah! Olvidaba decir que de vez en cuando asomaba por la calle un *sarasa* cosa muy mal vista en aquellos tiempos. Como bien podéis comprobar, teníamos de todo y abundante.......
Supongo que habré dicho en alguna parte que yo nací en el número 101 de la calle dr, Ramón y Cajal, entre Torrente Flores y plaza Joanic, en un humilde pisito de tres habitaciones, comedor, cocina, sala y alcoba, pieza ésta obligada en todo pisito con cara y ojos.
Eso sí, tenía un pequeño balcón a la calle y una minúscula galería con lavadero y *comuna* que daba a los patios interiores de la isla de casas. Aquellas gloriosas *comunas* también conocidas con el nombre de "Felipe V", recordando al nefasto rey para Cataluña. *Comunas* de gran asiento de madera en donde podías dejar el bocadillo mientras estabas haciendo tus necesidades más privadas a fin de aprovechar más el tiempo. Madera que siempre estaba limpísima fregada con productos de aquellos tiempos, con una tapadera redonda de madera con un trabajado pomo para poderla coger. Era un pomo pequeño y robusto; de aquí viene, supongo, el dicho catalán cuando un hombre es corto de talla y gordito que es *un tapón de comuna*.
Era una casa bajita, dos tiendas y cuatro pisos, dos por rellano. Seis familias habitábamos aquella casa, seis famillias cargadas de historias muy interesantes que darían para escribir varios libros. Aquella escalera, que no pasaba de los cuarenta escalones ribeteados con madera gastada por una larga centuria de años, siempre tan limpia y siempre a media luz, tenía un encanto especial. Una cuerda bajaba por el hueco de la escalera y después de pasar a través de dos o tres pequeñas poleas, finalizaba atada al pestillo de la puerta de entrada. Al tirar de ella abríamos, desde cualquier rellano, la vieja puerta de madera. Las discusiones vecinales venían cuando la cuerda se rompía, cosa que ocurría con frecuencia. Entonces se rompía también la armonía vecinal. Nadie quería atarla bajo la excusa válida para todos los vecinos: "Como yo no la he roto, que la arregle quien ha sido"...... y así pasaban días y días. Aunque parezca mentira aquella rotura de cuerda desembocaba en grandes discusiones. Siempre acababa ligándola el mismo.
Otro de los motivos de malas caras y hasta de fuertes peleas era el de averiguar quién era el vecino que durante toda la noche dejaba la luz de la escalera encendida. Las dos o tres bombillas que alumbraban la escalera consumían mucha electricidad y todos los vecinos iban cortitos de dinero. La luz la pagaban entre todos los vecinos y de aquí las peleas y los malos humores.
Debo decir, también, que mi familia nunca estaba en medio de aquellas juergas de mujeres, todo lo contrario, siempre éramos los que impartíamos paz y tranquilidad, procurando que la sangre no llegara al río.
Los *picaportes* eran la cosa más divertida. Hoy día todavía podemos ver algunos en casas antiguas del casco viejo de nuestra ciudad. Los artesanos se lucían con las variadas y artísticas formas. La utilización de aquellos añorados picaportes era todo un ritual, demandando entrada en aquella casa de forma bien curiosa: un solo golpe para el primer piso primera puerta; un golpe y un repicón, primer piso segunda puerta; dos golpes de picaporte, segundo primera; dos golpes y un repicón, segundo segunda, y así sucesivamente....... Los repicones solos se guardaban para los entresuelos.
No quiero ni imaginar si todavía se conservara este sistema de llamada. Os imagináis un edificio moderno de catorce o quince puertas por rellano y diez pisos de altura! ¡qué conciertos!....
¿Será por eso que se han perdido los *picaportes*? Tenía de bueno este sistema que todo el vecindario sabía cuándo recibías visitas y también si no estabas en casa. Era una bonita forma de fomentar el hermanamiento con el vecindario........
En todo el barrio tan solo un edificio gozaba de un cuadro de timbres para llamar situados en plena calle. Aquellos timbres eran nuestra diversión. Tocar el timbre y marchar corriendo, tenía un *morbo* inexplicable. Como es natural y dadas mis condiciones, a mí siempre me pescaban. No tan solo en eso sino en otras muchas travesuras de calle.
He aquí el porqué siempre he estado considerado como muy travieso. Siempre me ha tocado perder.......
Todas estas minucias hermanaban a la gente. Hoy día es todo tan impersonal! Pero sigamos hablando de mi calle........
Mi calle sigue siendo de las anchas del barrio de Grácia. Tiene nueve o diez travesías de largura y, cosa curiosa cambia tres veces de nombre Ramón y Cajal, Mas Pons y Escudero-, cosa habitual en el barrio de Grácia. Dicen que cuando la villa de Gracia era pueblo independiente de Barcelona, estaba dividido en pequeños distritos, y cada distrito designaba el nombre de sus calles, independientemente el uno del otro.
Mi calle no estaba todavía asfaltada. Cuando el cielo nos ofrecía el regalo de unas gotas de agua la calle quedaba embarrada de lo lindo, los charcos de agua se multiplicaban tremendamente. Las ruedas de los pocos carros que circulaban, quedaban bien marcadas días y días.
Un par de faroles salidos de las fachadas de las casas, iluminaban con luz amarillenta toda la calle. Debajo de uno de ellos, jugábamos la chiquillería las noches de verano, después de cenar, un buen ratito.
Tengo aquellas imágenes bien clavadas en mi cerebro; otro diría que las tiene grabadas en su retina, pero yo, ¿qué tendré grabada en mi maltrecha retina? !Ay, pobre retina mía! !Quién te ha visto y quién te ve! Mis ojos están hechos, con perdón, una verdadera mierda, pero todavía los quiero. Me sabría tan mal perderlos........ Llevamos tantos años juntos........
Una vez perdida la visión, yo seguí jugando en la calle. En cierto modo el resto de viejos compañeros de juego me hacían de vigilantes, aunque no siempre. Es normal, pobres chavales, para ellos era una novedad a la que no estaban acostumbrados. Ellos asumieron plenamente mi defecto, aunque a pesar de todo, trompazos y caídas nunca faltaron.
Jugaba como todos y a todo, aunque en algunos juegos yo ocupaba un lugar bien concreto donde no tuviese que moverme demasiado. Estaba situado siempre en lugares fijos, desarrollando tranquilamente mi trabajo.
Estos sitios son los que siempre se llevan los niños débiles. Esto es así y no sé por qué pasa; estas cuestiones las dejo para que las contesten los estudiosos.
Es curioso constatar cómo los juegos todos, o casi todos, tenían su momento, su tiempo y también su temporada. Los juegos también tienen su moda.
Existían juegos de verano y de invierno, de día y de noche. Los hombres y mujeres somos muy imitativos y demasiado gregarios.
Los juegos diurnos y de verano eran movidos y escandalosos ;los de invierno y nocturnos, quietos, silenciosos y en general, mixtos. Como juegos de día teníamos: vélit, guerras, canicas, saltar y parar, fútbol y otros como: carreras de patinetes, pedestres, etc. etc.
Los de noche eran muy diferentes: *uvas tengo que comprar de cubaletrero*, *Yo soy la viudita del conde laurel*, *dónde están las llaves*, arrancar cebollas, correíta la Ning Ning, *saltar a cuerda*.......
Estoy seguro de que alguno de los que hoy lean estas líneas, recordarán con nostalgia y añoranza aquellos buenos momentos pasados en la calle, entregado a aquellos entretenimientos. Quien no lo haya hecho, peor para él, ya que no ha gozado de unas horas inolvidables que han dejado profunda huella en nuestra vida.
Estoy totalmente convencido de que cualquiera de mis amables lectores debe estar preguntándose como un chavalín totalmente ciego podía o puede participar en estos juegos.
Antes de proseguir mi narración, permitidme puntualizar un par de cosas bien ciertas: en la vida todos podemos hacer aquello que queremos y nos proponemos; y la otra, que toda persona tiene una cantidad de recursos y mecanismos insospechados, frente a situaciones marginales que tan solo es necesario saberlos poner en funcionamiento en el momento necesario y adecuado. Pienso que son mecanismos innatos, desconocidos al menos por mí- que hemos de saber aprovecharnos de ellos en plenitud. Que, ¿cómo se aprenden¿? No lo sé. Eso también lo dejo para los sabios; El qué y el porqué, es cosa de ellos. Por lo que a mì me atañe, solo es aprovecharme de ellos sin más. Yo diría que es totalmente intuitivo, lo importante es conocer nuestras limitaciones y, a partir de aquí, sacar el máximo provecho posible.
Esta afirmación me sirve para todos los humanos, ciegos o no.
Vamos a ver cómo jugaba: creo haber dicho que los otros chicos que convivían conmigo, eran muy conscientes de mi ceguera y, por tanto, conocedores de las limitaciones que comporta el hecho de ser ciego. Nadie les había enseñado nada, al menos así lo pienso. Ellos sabían que yo no veía y sólo con eso ellos ya tenían bastante. Naturalmente, siempre había el gracioso de turno que, de seguir con su estúpida actitud, muy pronto era apartado del grupo y reprendido por su conducta. Para ellos era natural que, entre todos, hubiese uno con ceguera, como era natural, también, que hubiese otro con la cabeza de melón o de zepelin y nadie le hacía mofa o befa.
Cuando era un juego tranquilo o en el que la *movilidad* no era vertiginosa, si el juego era mínimamente movido, siempre había quien decía, pensando en mí, a la hora de organizar el entretenimiento:
-Vamos un poco más allá porque aquí hay un escalón y el "Negus" puede tropezar y caerse.
El "Negus" era yo. Este era el mote con que se me conocía en la calle. Mote que duró hasta los diez o doce años. El color de mi piel, la cara, mis facciones recordaban la de aquel personaje que estaba de moda, dada la terrible y larga guerra entre Italia y Abisinia. Lógicamente yo según decían tenía cierto parecido. De joven me dejé *perilla*. Entonces decían que me parecía a Lumumba.
Los líderes negroides siempre me han acompañado, en algunas fronteras siempre he tenido pequeños problemas provocados por mi físico. en algunas ocasiones la ceguera me ha ayudado; eso sí, jamás me he servido de la falta de visión para obtener prebendas o privilegios. No va en mí.
Es realmente curioso: tal vez sea la ceguera el defecto físico que más conmueve a la gente. Las otras disminuciones no concitan tanta lástima como la ceguera, cuando yo creo que es la más llevadera de todas las grandes incapacidades habidas. El común de los mortales parten de un principio falso. Cualquier persona cierra los ojos y piensa: "Este pobre hombre está perdido, completamente perdido. Yo no sé cómo los ciegos pueden valerse....... Yo cierro los ojos y soy una desgracia total, un inútil......."
Procurad cerrarlos unas cuantas semanas y veréis cómo ya no sois tanta desgracia. Imaginaros, pues, después de unos cuantos años y con la enseñanza adecuada.
Cuando el juego consistía en correr, no me quedaba otra alternativa que poner mis manos sobre los hombros de cualquiera y, venga....... De la suma de dos unidades se convertía en una sola. Para ellos aquello era tan normal y tan lógico que ninguno daba la menor importancia. Patinetes arriba, patinetes debajo de la calle. Cuando yo iba solo en uno de aquellos artilugios, los demás me dejaban vía libre. Qué remedio les quedaba, pobres chavales...... Muchas veces íbamos de dos en dos, entonces no pasaba nada. Cuando tocaba jugar a la *charranca*, sin duda que yo también participaba activamente, no en dibujar con tiza los cuadrados en el suelo, naturalmente, pero sí en el desarrollo del juego. Cuando yo también levantaba los ojos al cielo a fin de no ver las rayas pintadas en el suelo, me vienen ganas de reír........ entonces era sagrado ,yo no podía hacer trampas.
Visto de lejos, resulta interesante la reacción de los niños! Ellos eran quienes me exigían que levantara los ojos al cielo y si no lo hacía me increpaban chillando:
-Tú no mires"
La reacción era del todo espontánea" Yo daba un paso adelante y preguntaba: "*Piso*?". Si no pisaba la raya, había una explosión de alegría muy muy superior a cuando los otros no pisaban la línea. Si la pisaba levemente también decían que no la había tocado. Siempre había uno o una que protestaba.
-Trampa, trampa, la ha tocado un poco" Rápidamente se oía una indignada respuesta de la mayoría:
-Calla, burro" No sabes que es ciego y lo hace mejor que tú, animal! Si lo hacía muy mal, lo cual significaba que había pisado plenamente la raya, me echaban.
Que recuerde nunca la había pasado toda. Pero me divertía mucho.......
Más cosas raras....... Si jugábamos a la *gallinita ciega* juego de moda en aquel tiempo, no dejaron nunca de taparme los ojos. Si alguna vez yo decía que era igual, ellos se hacían el *longuis*, a mí también se me habían de tqapar igual que a los demás, bien apretada la venda o el pañuelo. Y allá que iba el ciego con los ojos bien tapaditos....... Generalmente paraba siempre, era normal......
NOTA A PIÉ DE PÁGINA: entre los diferentes juegos infantiles que se siguen jugando, fundamentalmente en las fiestas mayores, es el de atar una cuerda entre dos postes de cuya cuerda pende una vasija de barro llena de agua y de alguna moneda,vasija que el niño debe romper con un bastón que lleva en la mano. Se sitúa al ´niño a unos diez metros de la vasija siempre con los ojos bien tapados.
el juego consistía en romper la vasija a bastonazos. El niño se mojaba todo y las pocas monedas que estaban dentro de la vasija eran para él.
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Los organizadores de la fiesta infantil también me tapaban los ojos y me daban las tres obligadas vueltas sobre mí mismo a fin de desorientar al niño.
Decían, convencidos, que yo no podía ser diferente a los demás y por lo tanto no debía tener privilegios. Si me negaba, ellos aducían que yo tendría ventaja sobre los demás si no me tapaban los ojos y no me volteaban.
Puede ser manía, pero en cuanto me ataban el pañuelo alrededor de la cabeza, me coartaban la movilidad y me disminuía el sentido de la orientación. Después de las tres vueltas y los ojos tapados....... Caminando directo hacia la vasija y con el bastón bien alto
Si alguna vez había conseguido dar con la vasija,el clamor popular decía que yo tenía ventajas y una próxima vez habían de estudiar cómo desorientarme mejor....... como es lógico, el año siguiente nadie se acordaba de los profundos estudios que efectuaríanpara que yo no volviera a romper la olla y, otra vez, yo salía favorecido frente a la olla o maceta que colgaba en medio de la calle.
Resulta extraordinario ver la manera cómo el barrio asumió mi ceguera. Era una gente humilde pero sabia, con un gran sentido común, cosa difícil de hallar en el género humano.
Desde luego que los juegos *quietos* me favorecían enormemente. Si alguna vez venía un coche, cosa poco frecuente, todos chillaban diciendo:
-Un coche! Un coche! todos a la acera!
Más de una vez, una mano amiga tiraba fuerte de mí para sacarme del peligro. Cuando venía un carro no era problema, ya hacían ruido y además iban despacio. Los caballos iban cargados de cascabeles, además iban tan despacio que podías esquivarlos fácilmente. en estos casos nadie se preocupaba de mí, aunque algún ojo perdido miraba cómo me desempeñaba.
Debo decir que, desde siempre y no sé el porqué, yo era el líder del grupo. Eso para nosotros, los ciegos, resulta bueno.
El ciego, por regla general, resulta ser un *mandón* por naturaleza. Lástima que generalmente no sabe mandar y es poco amante de hacer esfuerzos.
Tal vez alguien puede pensar que el liderazgo viene dado por la lástima producida por mi defecto. Creo que no. Más pronto diría que nada tenía que ver, o tal vez muy poco, con la ceguera.
En el barrio mi familia era respetada y, hasta me atrevería a decir, muy admirada. Éramos igualmente pobres, pero muy diferentes. Los tíos maternos eran apoderados de banca. Mi madre tenía una cultura muy aceptable según las muchachas de principio de siglo. Tocaba el piano y chapurreaba el francés. Mi hermana era modista de blanco, terminología propia de aquellos años. Ello significaba que se dedicaba a hacer ropa interior de señoras. Decían que tenía muy buenas manos y mejor clientela. De todo eso el vecindario era perfectamente conocedor. Creo que más pronto la cosa iba por ahí....... En casa habían libros, fuímos los primeros en tener radio de válvulas,se compraba diariamente el periódico.......
La cosa del juego se complicaba a la hora de las guerras entre calles. Las luchas se libraban a "can Compte", gran extensión de terreno donde hoy se abre la avenida Pi i Margall y alrededores. Trincheras importantes se levantaban por ambos contendientes. Las diferencias vecinales se llevaban al campo de batalla. Las trincheras estaban bien construidas con piedras y barro, paja por dentro y cuantas cosas se creía nnecesarias para derrotar al enemigo callejero.
las diferencias empezaban por un intercambio de pedradas. Pronto nos atrincherábamos todos y, venga, la guerra ya había empezado....... Una vez atrincherados comenzaba una lluvia de papelinas de polvo y piedras. el polvo cegaba a todo aquel que pretendiese asaltar al enemigo, las piedras impedían avanzar, o mejor, atemorizaban al enemigo. En este trascendental momento de la lucha es cuando yo entraba en combate, cuando realmente era útil y totalmente eficaz.
En el instante en que la nube de polvo era más intensa y más espeso el ambiente, allá iba yo....... Una voz, la de nuestro capitán, me decía:
-Todo recto. A cincuenta pasos tienes al enemigo. *venga, valiente*.
Yo cerraba fuertemente los ojos y....... al ataque....... El resultado siempre era el mismo: Trinchera enemiga destruida y hasta otra....... Después, una vez derruida la trinchera, ya venían el resto de mi grupo a hacer la otrra faena. Eso sí, la solidaridad la practicábamos al máximo. Como es lógico, en mi camino hacia el enemigo iba arrastrándome por el suelo a fin de esquivar las múltiples piedras que pasaban por encima de mi persona. El polvo no me importaba. Terminada la refriega mi ropa estaba imposible, ahora bien, todos me ayudaban a limpiarme, manos, cara y ropa. De no hacerlo en casa se organizaría otra batalla en la que yo únicamente sería el perdedor. Llegó un día en que nadie quería luchar contra nosotros, todos decían:
-Eso no vale. Vosotros tenéis al *ciego*. Eso no vale, así nunca ganaremos........
Mientras estaba escribiendo este capítulo, ha sucedido un hecho bastante indignante que no me resisto en relatar.
Molesto porque ha privado más la ceguera que cualquier convicción política o religiosa.
Recientemente me ha sido sustraída la cartera de mano donde, a parte de dinero, llevaba toda la documentación que normalmente llevamos las personas. Lógicamente he hecho todos los trámites pertinentes para dar debaja las tarjetas de crédito,así como la denuncia a la policía.
Cuando ya creía perdida para siempre la documentación, la cartera y demás recuerdos personales que contenía, recibí la siguiente llamada telefónica:
-¿Es usted Francesc Miñana? Soy el basurero. Tengo en mi mano su cartera y toda su documentación. Si la quiere recuperar podemos vernos mañana al mediodía en tal sitio.
Al día siguiente acudí al lugar acompañado de marisa, lugar concertado donde encontré a ese hombre amable,atento y muy sincero. Quien después de saludarnos cordialmente me dijo:
-Encontré su bolso debajo de un coche. Lo recogí, lo abrí y miré su contenido y me dije para mí: "coño, si es de un pobre ciego; tenemos que devolvérselo", llegué a casa y el Sebas miró el libro de teléfonos y así encontró el suyo.
Díganme, pues, si no es cabreante que prive la ceguera por encima de cualquier otro sentimiento.
En la cartera llevaba el carnet perteneciente a una formación política así como otros documentos absolutamente catalanistas y demás papeles de interés.
Gracias, buen hombre, por la cartera, pero sepa que la ceguera tan solo es una condición mínima de la vida de una persona, nunca el hecho principal. Aunque, suerte de la ceguera, tengo mis preciados papeles y mi documentación.
¡Ay Dios mío como está el mundo!
Mi calle es una calle importante como cualquier calle de barrio de cualquier pueblo de nuestro país que tenga una fuerte identidad. Había personajes muy importantes, llenos de vida, una vida rica y muy difícil de imitar. Unos hombres y mujeres que, sin saberlo ni falta que les hacías- iban forjando un pueblo vivo e inmortal.
Unos hombres y mujeres, gracias a los cuales hoy tenemos lo que tenemos, pero nunca debemos olvidar la historia de una calle, ya que las ínfimas pequeñeces forman los momentos trascendentales de la vida de un pueblo.
8.- LA FIESTA MAYOR
Uno de los personajes importantes en el barrio de Gracia ha sido y sigue siendo "la fiesta mayor" que últimamente renace de un mal sueño producido por la dictadura franquista que quiso uniformizarlo y centralizarlo todo- de la masiva irrupción del coche y de la segunda vivienda. Para las dictaduras ya sean de un cariz o de otro, el hombre no interesa nada: resulta ser una de las piezas del engranaje estatal, desprovisto de individualismo propio. La forma de conseguir el aborregamiento es el coche, el consumismo feroz, el deporte y la mitificación material de cualquier cosa de mínima importancia.
El coche significa escapar de tu entorno para poder hablar a dónde iremos o de dónde hemos estado. Naturalmente es bueno conocer el país, pero ninguno de aquellos *corredores* estaban motivados en conocer su patria, sino los restaurantes,las tiendas y todo aquello que conforma la parte menos interesante de la tierra.
Durante mucho tiempo no tenías coche, apartamento o chalecito fuera, resultabas ser un *paria* de quien no era necesario ser ni amigo ni conocido. Tan solo servías como receptor de grandes comilonas y Çfrancachelas* inútiles.
Parece que aquella fiebre va remitiendo pero no podemos hacernos ilusiones todavía.......
Se han tergiversado los valores humanos; vivimos la época del deslumbramiento social. El "yo" no cuenta demasiado, primero es lo que represento antes del que "soy"....... Pienso que algún día eso cambiará, de lo contrario pobres de nosotros. No cabe duda de que hemos querido correr demasiado.
Dejémonos ya de puñetas y vámonos hacia nuestra "fiesta mayor".
Cuando antes he dicho que la "fiesta mayor" era un personaje importante en la vida del barrio lo he dicho absolutamente convencido de mi afirmación.
Para la fiesta mayor todos estrenábamos una pieza de ropa para mejor vestir. Se blanqueaban las fachadas y se pintaban las casas por fuera y por dentro, fábricas y talleres cerraban sus puertas, los bolsillos se vaciaban en el mercado, tiendas y bodegas; las mujeres se bañaban y los hombres fumaban puros......,.
Era un total desmadre....... El día 15 de agosto, día de la fiesta grande, el personal echaba la casa por la ventana.......
La gran comida del día 15 consistía en, primero un vermut con mucho sifón, patatas chipsy aceitunas rellenas, canelones y pollo rustido. Aquello sí que eran pollos! Dos condiciones básicas eran las que daban la categoría de "pollo": una, que estaba criado en casadebajo del lavadero- alimentado con maí zy, la otra, que tan solo lo comíamos un par de veces al año. Cosa esta importante; era demasiado caro y el obrero no alcanzaba a comprarlo. El trabajador solo podía comer bacalao y aun gracias.......
De postres sandía y una copa de helado, hecho también en casa....... Helado que hacíamos con unas heladeras maravillosas: era un cubo de madera dentro del cual iba un recipiente de zinc herméticamente tapado, que daba vueltas movido por una manivela. En el espacio libre que quedaba entre el recipiente y las paredes del cubo, se rellenaba de hielo comprado en barra al bar de la esquina, hielo que rompíamos con una pequeña hacha, ni que decir tiene que, nuestras ropas y el suelo quedaba mojadísimo y lleno de trocitos de hielo. Junto al hielo se ponían capas de sal gorda para evitar el rápido deshielo.
Toda esta operación, cargada de ritual, se llevaba a cabo en plena galería; dadas las salpicaduras de hielo al ser roto por la pequeña hacha. Mientras uno iba proporcionando hielo picado al cubo, el otro, giraba y giraba la manivela
Finalizábamos el gran ágape con un "suau", refresco de café casi desconocido hoy día y desaparecido de los planes gastronómicos de la buena mesa. Dejadme que os lo cuente en qué consiste y, hacedlo y luego ya me lo diréis......
Haced un buen café y dejadlo que se enfríe. Una vez frío, no helado, poned dos o tres dedos de café en un vaso de refesco y ponéis el azúcar a gusto de cada uno. El resto del vaso lo llenáis de gaseosa bien fresca, eso sí, dejando un par o tres de centímetros. Lo revolvéis con una cucharilla larga y, "arriba, abajo, al centro y.......
Una vez realizada la operación ya me diréis que tal.......
Las diversas calles del barrio de gracia se engalanaban según la imaginación y posibilidades económicas de los vecinos. La calle que pretendía engalanarse, y por tanto celebrar la fiesta mayor, reunía una junta constituida de vecinos voluntarios que durante el transcurso del año se reunían periódicamente y a la hora de la fiesta recaía en ellos todo el peso de los festejos.
Todo el vecindario contribuía con una pequeña cuota semanal gracias a la cual podían sufragarse los grandes gastos de todos los festejos que duraban ocho o diez días. Y así: de gota en gota, llenamos la bota.
Dicha junta formada por abnegados vecinos, cargados de buena fe, se reunían semanalmente para hablar y decidir no se sabe muy bien qué; Lo que sí se sabe son los *cabreos* de las mujeres de los junteros....... Aquellos hombres el día de la junta, se pasaban media noche en el bar de la esquina hablando de la fiesta mayor, -según ellos- cuando faltaban nueve o diez meses para la realización de la fiesta. Cada uno de los miembros de la junta se sentían satisfechos de ser los organizadores de los festejos. Eran personas bien consideradas entre el vecindario. Lógicamente durante los años de la guerra incivil los festejos quedaron totalmente abolidos. Otro trabajo teníamos todos. Una vez acabada la contienda, las gentes tenían ganas de apartar de sus pensamientos toda aquella desgracia tan terrible, y, de nuevo volvieron a engalanarse las calles y, de nuevo, festejar con alegría las fiestas del 15 de agosto, asunción de la Virgen. Eso sí,, ninguna con motivos guerreros. El personal estaba ya harto de guerra, bombas y matanzas.
Los cargos de junta eran semejantes a los que hoy son los de miembros de la junta de la escalera: No te los puedes sacar de encima ni a empujones.
A mediados de los años cuarenta hubo una verdadera fiebre de adornar calles, Y cuando digo una verdadera fiebre es que fue una verdadera ansia de engalanar calles. Si digo más de doscientos con motivos muy diferentes, no me equivoco, no.......
Los músicos estaban de enhorabuena, había trabajo para todos. Trabajábamos buenos y malos. Unas doscientas calles adornadas a un promedio de ocho músicos por calle resultaba que hasta los muy malos tenían sitio.
Manuel, mi cuñado, había sido siempre miembro de aquellas gloriosas juntas , unas veces vocal, otras presidente, otras tesorero. No sé el porqué pero a mi hermana no le hacía ninguna gracia. En muchas ocasiones había intentado disuadirle que no repitiera, pero todo había sido inútil.
Él lo consideraba como un servicio prestado al barrio y, al mismo tiempo, una válvula de escape a la monotonía diaria, casi la única distracción que tenía.
"Manuel, no me gusta que cada semana pases media noche en el bar", mi hermana repetía una y otra vez. Pero era igual, él seguía con la suya.......
Quince o veinte días antes de la "fiesta mayor" las reuniones eran diarias y hasta bien entrada la noche. tampoco sé lo que hacían ni de qué cosas hablaban para pasar tantas horas. La última noche el trabajo era frenético. Junta, más voluntarios, adornaban, plantaban las portaladas de la calle, conectaban la iluminación,montaban la sonorización; Lo hacían absolutamente todo. Que yo sepa, nunca obtuvieron premio alguno.
Un año estaban muy esperanzados con la obtención aunque fuese un accésit; la calle estaba toda cubierta con unas gasas blancas y guirnaldas de flores, realizadas por todas las mujeres de la calle. Había sido un trabajo de chinos.......
Aquel año todos estaban orgullosos del trabajo realizado. Esta vez sí que el jurado se fijaría con aquella preciosidad.......
Pocas horas antes que pasaran los señores del jurado, sucedió un hecho doloroso y muy desgraciado que hundió todas las predicciones.
La Marieta, una pobre anciana del barrio,se suicidaba tirándose por el balcón abajo. Gasas reventadas, flores partidas, cortocircuitos a granel....... Lógicamente, la fiesta mayor quedó abortada antes de nacer, mejor dicho, a hacer puñetas. Desgraciadamente para la pobre viejecita no murió; tan solo se partió la colulmna vertebral. La pobre Marieta sufrió enormemente mucho hasta que le llegó la hora de la muerte, nueve o diez meses después.
Durante aquel tiempo la gente le decía: ¿Qué ha hecho hija mía? Otra vez suba usted al tejado, mujer........ Ahora no sufriría tanto.......
Dios sabe qué mal pensamiento tendría aquella pobre viejecita para tomar aquella terrible decisión. En aquel tiempo no se hablaba de depresiones; ahora es moda, y que conste que no dudo que las haya.
Volvamos a la "fiesta mayor del barrio" puesto que a la que me distraigo ya me voy por los cerros de Úbeda....... Perdonadme.......
Cuando aquella noche los hombres terminaban el trabajo de adorne, montaban, en medio de la calle, una gran mesa y se entregaban a Pantagruel con gran ansia y apetito. Judías secas con *butifarra*, bacalao *a la llauna*, (plato típico de la cocina catalana), todo acompañado deun buen vino y, una vez hartos, organizan un buen pasa-calle para despertar al vecindario.
Pronto salen a balcones y ventanas para poder contemplar la obra realizada durante la noche, ya que había sido un secreto entre los miembros de la junta. Hasta las propias familias de los junteros desconocían en que consistiría el adorno.
El programa estaba repleto de festejos: baile-vermut, bailes de tarde y noche, bailes decimonónicos, fiestas infantiles....... De todo menos sardanas: estaban prohibidísimas. Como máximo oíamos por los altavoces callejeros el "Virolay", canto a la virgen de Montserrat y alguna que otra cancioncita catalana totalmente inofensiva. Durante todo el día funcionaban los altavoces de la calle y sonaban discos solicitados y dedicados, cosa frecuente en aquellos tiempos. Los vecinos solicitaban discos o bien dedicaban alguna canción a otro vecino o familiar, por cada disco solicitado o dedicado el vecino pagaba cinco pesetas, dinero que engrosaba la caja para seguir el festejo. Y a fe que se hacían pesados, pero daban dinerito. Tres o cuatro sardanas y una o dos canciones catalanas, sonaban varias veces al día. Era una escapatoria para poder escuchar música catalana.
Los privilegiados que tenían discos en casa los bajaban a casa el *Pastoret*, tienda muy concurrida donde se instalaba la central megafónica, no me preguntéis el porqué.......
Mi intervención en la fiesta era casi nula. Yo siempre llegaba a casa al finalizar los trabajos de adorne. Era pura casualidad que yo viniese de trabajar con la orquesta. Cada año sucedía igual.
Naturalmente aquellos espléndidos hombres me invitaban al gran ágape. Aquel ritual sí que no me lo perdía ningún año.
En un momento u otro de la fiesta mayor,me invitaban a subir al tablado y tocar un poco el piano; se lo merecían, pobre gente, era demasiada la lata que yo les daba durante el año y aquel momento era en agradecimiento al barrio por su infinita paciencia.......
Baile Sorpresa
Resulta del todo impensable un baile de fiesta mayor sin imaginar "un ball de rams",
(baile-sorpresa) y la rifa de "la toia" (obsequio). En el momento de mayor dnúmero de bailadores en la calle, en medio de uno de los bailes interpretados por la orquesta de turno, el trompeta dahba un fuerte "tararí". Todos los músicos dejaban de tocar y de todas partes salía un grupo de hombres cargaditos con unas bandejas llenas de figuritas iguales, y se echaban materialmente sobre el bailador invitándoles, casi obligándoles a comprar una de aquellas figuritas para obsequiar, gentilmente, a su pareja de baile. Como queda dicho, el asalto se hacía por sorpresa. A fin de no ahcer el ridículo, el chico compraba "el ram" la figurita a la chica; de no hacerlo se consideraba una descortesía inimaginable.
Siempre estaba el *carota* que dejaba la bailadora plantada en medio de la calle, justo cuando oía el "tararí" del trompeta. Resultaba muy mal visto y del todo vituperado por el resto de bailadores. De vez en cuando, un bailador de bolsillo vacío inquiría a los músicos: ¿El próximo será la sorpresa?. Siempre se daba la negativa por respuesta. Cuando el *preguntón* era amigo o conocido siempre se decía la verdad. Daba tanta pena ver cómo un amigo hacía el ridículo!
Las muchachas exhibían orgullosas su figurita obsequiada por el bailador de turno. Alguno de los circunstanciales bailadores hacía tan mala cara al ser sorprendidos..
La figurita era de barro o de terra-cota, eso sí, bien pintada y bien vistosa.
Las chicas, si el chico les hacía *tilín, Tilín*, la guardaban en lugar bien visible para levantar la mayor envidia a todas sus amigas.
Una vez vendidas todas las figuritas, el baile se reemprendía y las parejas bailaban el primer baile con la figurita en la mano de la muchacha.
El momento del obsequio se producía en la media parte, -momento en que los músicos descansaban y bebían-, el que menos vergüenza tenía entre los miembros de la junta,subía al tablado con un manojo de tiras de números para subastar. Todas aquellas tiras de números eran las que habían quedado después de atracar al vecindario y a quien se le presentara por delante.
El vocero, micrófono en mano, imitaba horrorosamente a un subastador profesional. Los vecinos rivalizaban en la licitación. La subasta se hacía larguísima, pesada, inacabable, aburrida. Cosa que los músicos agradecían puesto que así duraba más su descanso. Una vez vendidos los números y antes de empezar la segunda parte del baile, se efectuaba el sorteo. Otro ritual largo y pesado. El sorteo provocaba gran expectación entre el vecindario:
"¿Quién será el afortunado?" El regalo consistía en alguna muñeca vistosa, una cerámica barata pero llamativa, almohadones de mil colores, alguna que otra vez consistía en una gran bandeja de pasteles. Todo eran regalos inútiles pero decorativos.......
Por esta razón de inútil pero decorativo, los catalanes aplicamos el adjetivo "toia" a aquellas personas a las que podemos aplicarle los adjetivos de inútil pero decorativo.
La gran juerga empezaba cuando en la calle tan solo quedaban los vecinos. Eso ocurría más allá de las dos de la madrugada, cuando la gente venida de Barcelona o de los otros barrios marchaban a casa y, tan solo quedábamos el vecindario, los amigos y los músicos.
A partir de aquel momento se hacía, entre otros, el baile de la escoba que consistía en que al iniciarse el baile, una pareja empezaba bailando con una escoba en las manos, escoba que había de pasar a otrra pareja y así sucesivamente hasta que, lógicamente, acababa el baile y la última pareja que quedaba con la escoba era abucheada por el resto de bailadores. Al ser todo más íntimo, los músicos también participaban en la diversión, convirtiéndose en una fiesta más familiar.
Puedo asegurar sin temor a equivocarme que nunca nadie se pasó a la hora de *levantar el codo*, alegría, mucha, pero nada más. Todo tenía una mesura, y ésta era divertirse sin molestar a nadie y sin *pasarse*.
Creo haber dicho varias veces que mi familia asumía perfectamente mi ceguera y por lo tanto me trataban exactamente igual que si ella no existiese. Tanto era así, que de muy jovencito y aprovechando que mi hermana era una buena bailadora y mejor maestra, me enseñó a bailar todo tipo de bailes de salón que entonces estaban de moda, mejor dicho, me enseñó a salir airosamente del paso. ¿Qué cómo lo hice? No lo sé, hace ya tantos años! Mis bailadoras decían que no lo hacía tan mal....... Aunque hoy cualquiera sabe bailar, lo único que se necesita es no tener vergüenza y moverse como si fueses un saco de pulgas y nada más.
Marisa también sabe bailar muy bien y además le ha gustado mucho. De pequeña su máxima ilusión había sido la de ser una buena bailarina. Grave pecado en aquellos tiempos. Se identificaba la bailarina con la profesional del sexo o de vida muy ligera. Los artistas estaban muy mal vistos. Gente desordenada, de vida disoluta...... mala gente,mala gente.
Qué mancha para una familia obrera tener una hija bailarina.......
Hoy día todo ha cambiado mucho, y de qué manera....... Dios me libre hacer juicios de valor, este no es el momento ni el lugar más adecuado. Mi propósito es tan solo dar a conocer un barrio, un retal de historia y qué cosa es realmente un ciego. Otras valoraciones ya las harán los sabios, en algunas cosas pienso que hemos avanzado, -hemos avanzado y mucho en aumentar la calidad de vida,- en otras, para mí, hemos avanzado tan poco pienso que hemos perdido la perspeciva humana del hombre-....... Aunque soy de los que pienso que un día todo volverá a su auténtico cauce; todo es cosa de tiempo.......
Creo que hemos perdido nuestra propia identidad, intentando asemejarnos a otros pueblos que nada se parecen a nosotros. Ahora llamamos *hit* de verano a lo que antes llamábamos canción de moda, ahora dura un verano, antes varios años; ahora hemos de correr y cuanto más aprisa mejor, antes, poquito a poco; ahora las cosas nacen y mueren al mismo tiempo, antes las saboreábamos y paladeábamos más.
Marisa, pues, ha sido mi gran maestra de baile....... Pobre Marisa!
Hablando de baile, me viene a la memoria uno de los bailes más esperpénticos habidos pero que en las fiestas de barrio tenía más éxito. El *tiroliroliro*, baile movido por demás, la *burrada* consistía en que cuando el cantante de la orquesta, llamado entonces vocalista, cantaba la repetida frase "tiroliroliro", la pareja ponía su índice en la cabeza del otro y, a rodar, rodar, rodar....... Las vueltas se alternaban cada vez que el vocalista se ponía en boca la palabra "tiroliroliro". Era una excelente Burrada divertida e inocentemente alegre. Otras canciones tan intrascendentes como ésta, duraron varias fiestas mayores y reuniones entre amigos, entre ellas recuerdo "La vaca lechera", "la casita de papel", todas las de Bonet de Sampedro con su "Rascayú", que fue prohibida por la censura ya que hablaba de muertos y cementerios de forma irreverente según ellos; qué estupidez de prohibición! Fueron los años brillantes de Antonio Machín, cantante cubano que aterrizó por Barcelona a principios de los años treinta, no alcanzando el éxito apetecido hasta después de la guerra incivil española. Fue el creador de la rumba "El manisero".
Triunfaban también: Juanito Segarra con su "camino verde", Raúl Abril, maestro de escuela depurado y separado de su profesión que tuvo que cambiar su auténtico nombre de Josep Juncosa por el artístico de Raúl Abril y así, cantando, ganarse la vida; Rafael Medina, buen músico canario que al finallizar su carrera como cantante dirigió el conservatorio de música de su ciudad natal.
Había un buen número de orquestas bailables: la *Florida*, la *Gran casino*, orquesta que después triunfó en América con el pomposo nombre de *Los chavalillos de España*, la *Pizarro*, que didrigía el padre del actual Aulgusto Algueró, perdonadme la inmodestia pero también existía la *Franz Miñana*........
Los discos no tenían lugar en las salas de baile,ellos estaban reservados para las fiestas particulares. Los músicos todos tenían trabajo, aunque a cualquier cosa llamaban músicos.......
La Rina Celi fue la primera chica vocalista en nuestro país. Apareció en la década de los cuarenta e hizo furor con su canción *Tarde de futbol*. El deporte de la pelota fue y es el veneno del pueblo para evadirse de otros temas importantes. La Rina afinaba bien, era monina, tenía ritmo y era la primera mujer, nada sensual ni insinuante; todo eso era pecado mortal y se había de guardar la moral pública............ Entonces no llegábamos y ahora nos pasamos! La tijera del censor funcionaba de noche y de día....... Los tríos de voces y guitarras estaban en boga. Se potenciaba mucho la música de casa; lo extranjero tenía la puerta cerrada, no sea que supiéramos que el mundo avanzaba....... Nosotros éramos los mejores.......
Pero volvamos a la fiesta mayor y no elucubremos más.......
La *fiesta mayor* era un acontecimiento vecinal que, por culpa del seis-cientos, el mejoramiento económico de la tgente del barrio y el interés político de evitar las aglomeraciones por si acaso, fue perdiendo fuerza hasta casi su desaparición.
Estos últimos años tiende a revivir a pesar de los impuestos y el frenesí de la vida actual.
Todos bailábamos con todos; las puertas de los pisos no se cerraban durante los días de la fiesta mayor, mejor dicho, durante todo el verano. Hoy dicen que aquello era puro chismorreo*; bendito chismorreo que nos hacía más humanos y solidarios sin publicarlo a los cuatro vientos como ahora..
Sin duda que la fiesta mayor fue mi mejor escuela de baile. Parece mentira lo importante que ha sido el saber bailar! Ha sido un elemento normalizador dado que, mis amigos, conocidos y saludados, me consideraban como uno más del grupo. ¿No bailan los ciegos? Ciegos o no ciegos en esta vida todos la bailamos! Ahora bien, considerando bailar mover el esqueleto, no, no mucho, por no decir nada. Hoy tal vez un poco más. Me explicaré: para empezar diré que no todo el mundo es bailador y aficionado a bailar,y el ciego no deja de formar parte de este *todo*. Por lo tanto ya tenemos un buen grupo fuera de pista. La familia y los amigos consideraban que esto de moverse rítmicamente no se había hecho para faltos de vista. Se creía, generalmente, que el ciego debía distraerse quietecito, hablando o jugando a juegos de salón. Las cosas no conocidas no son queridas. Se baila por mimetismo, si no ves no hay copia, Hoy sí que en fiestas entre ciegos hay una buena movida. Allí bailan todos y como no ven no hay temor al ridículo. y la vergüenza colectiva. El falto de visión es persona poco flexible, corporalmente hablando, sus movimientos son escasos y muy rígidos.
Al no ver los ademanes y gestos del resto de la gente, los ciegos de nacimiento o de tierna infancia no gesticulamos y si alguna vez he intentado gesticular al hablar tengo la impresión de hacer el ridículo más espantoso y, por lo tanto, me abstengo.
En todo lo mimético la vista tiene una gran importancia. Cosa distinta es cuando la pérdida de visión se produce de mayor. Frecuentemente cuando nuestro interlocutor vidente si no está acostumbrado a dialogar con nosotros, se encuentre desasistido al no obtener respuesta en nuestros ojos a su mirada. Resulta curioso que, si vamos acompañados, nuestro interlocutor dirige su mirada hacia nuestro acompañante reclamando su atención, aprobación o rechazo.
¿Y si volviéramos a la fiesta mayor?
Yo, las bailaba todas y mas....... Después, como músico, las tocaba todas....... Ahora ya nada de nada....... Bien puedo decir que ahaora hago como "L'hereu Riera" (El heredero Riera), canción catalana muy popular: La primera danza la puedo bailar, la segunda, ya no llego ya que el ahogo y la artrosis de rodillas me lo impiden...... ¡Quién nos ha visto y quién nos ve!
En mi calle, tan solo recuerdo la actuación de orquestinas terriblemente malas; no había dinero para más. Una de las últimas actuaciones fue la del *gitanillo*, un excelente pianista de música ligera que durante el año pedía limosna por las calles con un piano montado sobre un carrito tirado con un burro. Un compañero suyo tocaba la batería montada sobre ruedas....... Pasaba tantas horas sentado delante de su piano que forzosamente le comvertía en un gran virtuosista mal aprovechado. Aunque una vez dentro de la vorágine de la fiesta mayor, poco importaba la calidad artística. El máximo objetivo era pasárselo bien, lo demás no era fundamental.......
Mientras duraban los días de la fiesta mayor, la juerga no faltaba ni dentro ni fuera de los hogares del barrio. Casi todas las tardes estaban ocupadas con la chiquillería de la calle: meriendas, romper la vasija, muecas (consistían en ponerte una moneda en la frente y tú con la cabeza alzada y haciendo muecas, tenías que hacer que la moneda bajara por tu rostro hasta alcanzarla con la boca; cosa difícil), etc. Etc.
Creo que no es necesario decir que los grandullones también se ponían en la cola. Haciendo bueno aquel refrán catalán que dice: con la excusa de Pablo, Pedro se calienta....... Yo, como ciego, también participaba en todos aquellos juegos, pero con ciertos privilegios, debidos a la ceguera. Si bien los pequeños habían entendido y asumido mi deficiencia, los mayores hacían diferencias hacia mi persona; pienso que, a pesar de todo, aquellas personas no entendían nada de nada, cosa que los pequeños no anallizaban y actuaban según su instinto. Más de una vez había oído por boca de algún vecino que los ciegos les daban mucha lástima y compasión; en cuanto se daban cuenta que yo podía haberles oído decían que yo era diferente a los demás ciegos. Es lógico a mí me conocían muy de cerca por lo que aliviaba la pena. A veces pensaba que el común de la gente pensaba que nosotros, los ciegos, además, éramos sordos dado que expresaban sus sentimientos en voz alta junto a nosotros mismos. Digo eso, porque más de una vez había oído claramente la frase siguiente: "pobre chico, qué será de él cuando falte la madre", o bien esta otra: "Tan *guapo* y ciego, pobrecito". Como se puede imaginar a mí me tocaba las narices; tal y como he dicho, nunca nadie bajaba el tono de voz para lamentarse de mi *terrible desgracia*". Afortunadamente ahora ya no pasa tanto, pero tanta era la preocupación del vecindario hacia mi persona, que cuando supieron que yo matrimoniaba con marisa, una de las vecinas, adornada con grandes dotes periodísticas o sea entrometida en las vidas de los vecinos, siguió durante unos días a Marisa. Cuando ella suponía que la investigación había terminado, embistió a mi pobre madre y con gran énfasis le dijo: "Sra. Asunción, la muchacha que sale con su hijo nos parece una buena chica. Todos los vecinos teníamos ciertos temores ya que es una chica muy guapa y muy bien vestida para un ciego. Temíamos que lo utilizara como tapadera de una doble vida.. Podéis estar tranquilos, es una excelente muchacha".
Según diría Josep Pla, "vaya collonada tenían mis vecinos"....... Volvamos, volvamos a la fiesta mayor, siempre resulta más entretenido!.
Naturalmente en cuanto crecí todos aquellos juegos ya me superaban y dejé de participar pues me convertí de *chabal* a joven músico que muy pronto fui protagonista como músico.
Trabajábamos mucho, no tan solo en la fiesta mayor del barrio de Grácia, sino también en todas las fiestas habidas en el territorio.
Hace ya muchos años que no ejerzo como músico y, a fe que lo echo en falta.
Creo haber dicho más de una vez, que yo soy un artista fracasado. Enamoradísimo del amor, romántico empedernido, desordenado, inquieto, temeroso de no dejar rastro en esta vida.
De vez en cuando todavía se humedecen mis ojos y se me hace un nudo en la garganta ante de cualquier acontecimiento o circunstancia. Reconozco que soy demasiado idealista......
Al menos un día durante la fiesta, se celebraba un baile ochocentista
Añoro aquellas fiestas y me emociono cuando las recuerdo.
¡Qué haremos si mi madre me parió así y no de otra manera.
9. VILA-JOANA
Una fuente de información en cuanto a los temas que se refieren a la ceguera fue Pepitu. Vendedor de cupones y miembro destacado del Sindicato de Ciegos de Cataluña, era una persona muy representativa y conocida en el barrio. Se ponía a vender, todos los días, en la puerta de la carnicería de carne de caballo, en la Travesera, y no puedo, ahora, recordar su apellido. Hablar de Pepitu en Gràcia era suficiente.
En aquella época había unas cuantas asociaciones de ciegos en nuestro país. Entre las cuales encontramos la Federación Hispánica, encabezada por José Ezquerra Verges, siempre bastante mal vista por los ciegos de Cataluña. A principios de los años treinta, los ciegos se cobijaron bajo el paraguas del comisario de beneficencia Roc Boronat, que los organizó y les ayudó en todo y para todo. Roc Boronat miembro activo de Esquerra Republicana y amigo personal del Presidente Macià durante los desgraciados hechos de Prats de Molló fue a prisión y conducido a París y apalizado por los gendarmes franceses. Eso le causó una ceguera total que le duró tres o cuatro días. "si no e vero e ben trovato".
Cuando recuperó la visión se prometió formalmente que, si un día volvía a Cataluña, dedicaría una parte importante de sus esfuerzos para mejorar la calidad de vida de aquellas personas a las cuales les faltase la vista, y así lo hizo. Entonces fundaron el Sindicat de Cecs de Catalunya y se vendió el primer cupón el día 18 de junio de 1934. Ese hombre impregnó dos premisas fundamentales a sus protegidos: que los temas referentes a los ciegos los tenían que resolver los ciegos y que el día que la entidad se politizara, se iría a pique.
La primera afirmación creo que hoy día ya no tiene razón de ser. Si convenimos que un ciego es un hombre como cualquier otro, que solo le falta la vista, la condición de ciego, hablando como persona, no le autoriza a saber más sobre temas de ceguera que otra persona. El sabrá del aspecto puntual de su ceguera. Por esa regla de tres, ningún ginecólogo sería un buen especialista, dado que nunca ha parido.
Aquella época tal vez fuese verdad, porque el concepto de ceguera era diferente y casi nadie lo había estudiado como limitación.
Se ha hablado mucho sobre si Cataluña fue o no la primera en poner en marcha la venta del cupón prociegos. Pienso que esta lucha no tiene sentido. De lo que sí podemos estar orgullosos es de que Cataluña haya sido la primera en organizarse mediante estatutos y reglamentos que hoy día aún son vigentes.
En el año 39, con la entrada de las tropas del general Franco, la ONCE borró de un plumazo el Sindicat de Cecs de Catalunya, siendo algunos de esos hitos aún inalcanzables por la entidad estatal de ciegos.
Algún día, con tiempo, escribiremos más cosas del añorado Sindicat. Ahora vamos adelante, que es lo que importa.
En aquel entonces teníamos varias escuelas de ciegos: una municipal en Vila-Joana (Vallvidrera), la de la casa de Caritat, la del Sindicato, una privada en la calle Pelayo, a cargo de Augusto León y también las de "La Caixa", una de chicas y otra para chicos. Entre ese abanico de escuelas, mi madre escogió la de Vila-Joana no por ningún motivo especial,sino porque allí nos daban el almuerzo y la comida, algo muy importante en esos momentos de hambre general.
Recuerdo aquel día en que en un plato de sopa bastante aguada encontré una cosa larga, dura y peluda. Me saqué esa cosa extraña de la boca y, sin que la señorita me viera, la pasé a todos mis compañeros por si sabían lo que era. Viendo el desconocimiento general, lo envolví y directo al bolsillo del pantalón. Cuando se lo enseñé a mi madre, me dijo que eso era una cola de cerdo que habían puesto en la sopa. Esa cola fue en cierto modo nuestra mascota durante la temporada.
El Ayuntamiento se había apropiado de un chalet en la avenida del Tibidabo número 32. Pocos meses después se convirtió en internado. Teníamos la comida garantizada. Allí conocí a Joan Cerdà de quien hablaré después, a Carlos Barreda y a Albert Berrar, entre otros. Los cuatro formábamos un cuarteto temido por la maestra y también por los demás compañeros; teníamos una edad parecida y nuestro grado de travesuras también estaba a la par. A parte de leer y escribir en Braille, poco más aprendimos. Eso sí, algo trascendental para un ciego: movilidad, mucha movilidad.
Tuvimos un celador, Antonio Carrión, que posiblemente no había visto un ciego en su puñetera vida, que asumió su papel de tal modo que fue una auténtica maravilla sin darse cuenta. Nos hacía jugar en el jardín, corríamos como locos para ir a buscarle, nos subíamos a los árboles y bajábamos por ventanas y balcones para poder atraparlo. Si lo hubieran visto nuestras madres, hubiesen puesto el grito en el cielo, pero nos fue extraordinariamente provechoso. Después de cenar nos enseñaba canciones y nos contaba historias. Era un padre para nosotros y un verdadero hermano mayor para todos.
Los bombardeos eran cada vez más intensos. Era terrible. Nosotros estábamos ya un poco inmunizados. Cuando terminaban recibíamos llamadas de teléfono de nuestros familiares para decirnos que nada había sucedido esa vez. Cuando una de las madres se demoraba más de la cuenta en llamar, estábamos todos un poco nerviosos. Por suerte nunca sucedió nada anormal a ninguna de nuestras familias.
En los últimos días de enero del 39 los bombardeos eran intermitentes y no cesaban en todo el día. El señor Antonio no nos dejaba ni un instante, nos contaba cuentos, chistes y cualquier cosa que nos hiciese olvidar los malos momentos que teníamos que vivir.
El día 24 de enero de 1939, dos días antes de la invasión, nuestras familias vinieron a recogernos. Era imposible vivir entre tanta bomba y tanta angustia.
Años después, volví a Vila-Joana en Vallvidrera, en la casa donde murió mosén Cinto Verdaguer, que había sido siempre la escuela de ciegos del ayuntamiento. Allí íbamos los ciegos al segundo piso, los deficientes mentales en en el primer piso y en la planta baja los sordo-mudos y los talleres profesionales.
Como se puede ver, aún seguía la manía de poner a todos los deficientes en el mismo saco.
Un hecho bastante común, este tipo de confluencia, aunque notablemente aberrante. A aquel grupo de Cerdà, Barreda, Berrar y Miñana se incorporó Blas Sanjosé. ¡Ya éramos cinco! Como el grupo de los cinco de Rusia; al menos en lo ruidoso. Los otros no formaban parte de nuestro grupo, no sé por qué. Cosas de chiquillos...Durante los años después de la guerra, como es natural, la escuela iba manga por hombro. Se podría decir que no hacíamos nada: leer, escribir y cuatro cosas más. Nuestra profesora era una fresca; seguramente veía venir que eso se terminaba y que tenía que sacar la mejor tajada.
Imaginad un grupo de chicos de catorce y quince años sin capitán... Era un jolgorio...Cuando llegaba el buen tiempo nos hacía ir al bosque para hacer las clases y se puede decir que casi ni nos vigilaba. Corríamos montaña arriba, montaña abajo. Carlos Barreda era nuestra víctima. Él veía un poco. Eso que dicen que en el país de los ciegos el tuerto es el rey, mentira absoluta. En el país de los ciegos, el tuerto es la víctima de todos.
Por la mañana cogíamos el tren de Sarrià hasta Vallvidrera y hacia la escuela. Allí almorzábamos y comíamos, una buena cosa en los años cuarenta, aunque la comida no era nada del otro mundo: para almorzar un plato de papillas de maíz y media barra de pan; para comer, dos platos y postre. Eso sí, el director-médico de la escuela nos daba a todos un reconstituyente que se tiraba por costumbre y de inmediato debajo de la mesa. Eramos muy, pero que muy traviesos. Eramos como ovejas sin pastor, soldados sin mando, chicos maleducados con ansias de libertad. Puedo decir que esa fue la mejor escuela de rehabilitación jamás pensada. La profesora nos hacía abrir y cerrar el grifo para lavarse las manos. Nos hacía llenar la estufa de leña y arreglarla durante el día. Las quemaduras estaban al orden del día. Rompimos libros haciendo restallar las páginas, reventábamos instrumentos de cuerda, violines, violas, guitarras, todo para hacer que nuestros compañeros nos obedecieran. Gastábamos en balde el tiempo en travesuras, pero nos sirvió para rehabilitarnos.
En el grupo había un pobre chico que a menudo padecía ataques epilépticos. Era angustioso. Al principio todo eran precauciones; después todo terminaba en ponerle una pierna debajo la cabeza y a esperar que pasara. A otro le faltaban los huesos de la cabeza. Supongo que un tumor cerebral se los había dañado. Juan José, hijo de una mujer retirada que vivía en un burdel, sentía dolor en todo y se le caían los huesos a trozos pequeños. Nosotros ya estábamos acostumbrados a todo... Es curioso como los pequeños se adaptan a cualquier situación y la ven como algo normal. Por las tardes dábamos clase de música con Carles García Lenz, un gran pianista que a decir verdad no sé muy bien que hacía allí, en medio de ese grupo de granujas desaliñados. Eran tiempos difíciles y tener un puesto seguro en el Ayuntamiento daba tranquilidad y pan para siempre.
Él, más que darnos clases de piano, nos ofrecía grandes conciertos de virtuosismo de piano. Mientras nos mostraba sus grandes dotes de piano, nosotros le desplazábamos el piano, dejándolo con las manos en el aire. Era divertido, pero a lo mejor demasiada travesura...
Enseguida mi madre vio que allí yo no hacía nada y me sacó de ese paraíso infantil. Un par de años fueron suficientes para aprender a andar, saltar y a moverme con gran desenvoltura y seguridad.
Viéndolo en perspectiva, esa escuela se había degradado mucho, pero nos forjó como ciegos y nos dio un modo diferente de ser, en comparación con otros compañeros que no habían estado en Vila-Joana en aquellos tiempos de posguerra. Vila-Joana era una escuela que tuvo gran prestigio entre los ciegos. Era continuadora de esa que en el año 1820 había sido fundada en Barcelona por el filántropo Josep Ricart, primera en el Estado español.
Se trabajó con el niño ciego el sistema Montesori, dando grandes resultados. Como ya he dicho era una escuela avanzada en temas de ciegos. Me viene a la memoria una anécdota que refleja el desconocimiento que tenía del ciego la mayoría de los que se ocupaban de nosotros:
Un día estaba yo solo en la escuela y el director me encontró por los pasillos y me dijo con voz campanuda: "sígueme, muchacho". Por más que lo intentaba no conseguía localizar los pasos de ese hombre. Llevaba zapatillas y era absolutamente imposible seguirlo. Refunfuñaba porque me despistaba y así lo iba siguiendo...
Campamentos
A un pequeño grupo de alumnos de Vila-Joana nos propusieron ir de campamentos en verano, formando parte del Frente de Juventudes. Las familias no lo veían muy claro, pero primum vívere, y por lo tanto, cuando llegó el verano nos incorporamos a uno de los campamentos organizados por la Falange Española. Nunca tuvimos carnet ni pertenecimos a la organización falangista, la familia nunca lo habría permitido. La ONCE nos compró el equipo completo, desde los calzoncillos hasta la camisa y las botas. Tampoco no nos iba tan mal... Llegado el día ya tienes a los niños vestidos con la camisa azul y un pantalón negro y yendo hacia el Montseny. El campamento era de unos dos cientos chicos, más o menos convencidos. Nosotros formábamos una isla perdida entre esa gente: no hacíamos instrucción, no izábamos ni arriábamos ninguna bandera, no hacíamos marchas por el campamento, ni tampoco guardias... éramos unos enchufados, una especie de convidados de piedra medio olvidados por los demás chicos y por los mandos. Joan y yo nos enganchamos a la cocina y hacíamos bastantes trabajos de cocinero: trinchar carne, rayar pan, limpiar lentejas y muchas otras cosas que nos sirvieron de un modo extraordinario para saber vivir. Más de una vez se nos cayó el reloj dentro de un gran pote de leche condensada y con las manos, removiendo, teníamos que encontrarlo.
Recuerdo que una vez dentro de un perol de patatas y judías encontramos la cadena del perro de uno de los compañeros que pasaban unos días con nosotros. Cuando algo estaba mal hecho, siempre decían que habían sido los ciegos. A lo mejor, vete a saber...
Fueron un par de veranos enriquecedores y bastante buenos para las familias, dado que allí comíamos bien y todos nos guardábamos gran cantidad de pan para el día en que las familias nos visitaban. Eran tiempos difíciles y había que aprovecharlo todo...
Nosotros nos lavábamos la ropa en el río, nos hacíamos la cama y arreglábamos la tienda.
En uno de los campamentos nos pusieron a todos los ciegos en una sola tienda, sin ningún tipo de luz. No pensaban que alguno de nosotros tenía resto visuales y que por lo tanto necesitaba la luz. Cuando lo pedimos insistentemente, salieron publicadas en una revista de excursionismo las siguientes palabras: "Los ciegos piden luz". Al final la pusieron y todos contentos...
En el primer campamento que fuimos nos pusieron en una gran tienda junto con los sordomudos. La manía de ponernos siempre juntos... Puedo asegurar que las batallas que llevamos a cabo no tienen nada que ver con las más sangrientas que hayan existido nunca. El sordo es un hombre desconfiado por naturaleza, el ciego necesita poder tocar su entorno para situarse. El mudo creía que queríamos robarle algo de su mochila y ya empezábamos: puñetazos, patadas, gritos aterradores y maldiciones. Todos juntos amenizábamos las veladas. Cuando protestamos nos dijeron que lo habían hecho pensando que nos entenderíamos muy bien dadas nuestras deficiencias. Cuando terminó el campamento estábamos de los mudos hasta los c...
Sería poco agradecido por mi parte si no recordara a Justo Martínez Romero, hombre de partido y de la ONCE, que fue como nuestro padre durante todos esos campamentos. Él veía bastante y era mayor que nosotros. Nos acompañaba, nos hacía andar y nos ayudaba muchísimo. Ha sido un hombre que por su modo de ser no ha tenido nunca suerte en su vida. Pienso que hubiera sido un segundo extraordinario; pero siempre querer ser el primero...
10. EN JOAN
Buen amigo y gran persona, fue Joan Cerdá Almayor. Hijo, como yo, de una familia humilde. Sus padres eran oriundos de Santa Pola, Alicante, dedicados desde siempre a la dura faena de la pesca.
Joan nació en el barrio pescador de la Barceloneta, zona portuaria de la ciudad condal, en donde el aire marino endurece a sus hombrres y también a sus mujeres y les hace fuertes frente a la vida.
Barrio donde el amplio horizonte abierto al mar los hace comprensivos y con amplitud de miras, Débiles frente al débil, dada la estrechez de sus calles levantan siempre sus ojos al cielo.
Barrio donde, viendo siempre la raya donde acaba el cielo y comienza la mar, saben de la finitud del mundo y de las cosas, razón por la cual los hace más grandes y humildes al mismo tiempo.
La visión constante de la mar y el cielo, hace gente dura y terca, constante y con genio,franca y abierta como las olas que los envuelve.
Así era "en Joan
Mientras la madre corría detrás de "joan", malherido y con los ojos cegados para siempre porr culpa de una bomba caída en la estación de Francia, cuando la guerra incivil-, otra criminal bomba caída en un colegio portuario destrozaba materialmente a otro hijo. Éstas son las inútiles salvajadas de las guerras: Ambiciones humanas mucho peores que las de cualquier animalito del bosque y si no que lo pregunten a aquella madre o a cualquiera madre del mundo.
Nos conocimos el año 1938 en la escuela externa de ciegos de Vila-joana. Muy pronto entre nosotros dos nació una auténtica amistad que nunca dejaríamos, amistad que duró hasta el día que lo acompañamos por última vez, cuando él, hombre de una gran orientación y extraordinaria movilidad me había acompañado tantas veces en nuestra infancia. Él fue quien me enseñó a caminar solo por Barcelona manipulando nuestro bastón plegable. Nos cogíamos del brazo y, venga, a correr por las calles y plazas de la ciudad.
En aquellos tiempos los ciegos nos enseñábamos mutuamente movilidad y todo aquello que nos era necesario para nuestra autonomía personal, lo que hoy llaman técnicas de movilidad.
A veces pienso que tanta tecnología y profesionalización de la vida diaria de los ciegos, se conviertan en un robot al servicio de unos métodos preestablecidos....... Pienso y tal vez erróneamente, que hoy día se deja muy poco o hnada a la imaginación y creatividad del hombre, en este caso del ciego concretamente.
Hoy día es normal que todo se planifique y bien estudiado. No tenemos más remedio que seguir la corriente.
Nosotros, los ciegos de aquella época, nos las arreglábamos muy bien sin que tuviéramos que envidiar nada a las técnicas de rehabilitación. Pienso que hemos de buscar el equilibrio en todo y no caer en un tecnicismo exagerado.
Recuerdo como si fuese hoy mismo, que un día, siendo jóvenes, paseábamos por las Ramblas barcelonesas, Joan tropezó no sé con qué e, instintivamente, alargó su manaza para asirse a algo que le evitara la caída, con tan mala o buena suerte, que la puso en plena teta de una viandante. Ella, la mujer, al verse públicamente magreada, se giró y le propinó un sonoro bofetón.
Al darse cuenta de nuestra total ceguera, la agresora se deshizo en excusas,solicitando mil perdones, humillándose al máximo. Pobre chica, que mal rato pasó! Yo creo que a punto estuvo de dejarnos tocar la otra teta en acto de desagravio.......
Al igual que yo, joan estudió la carrera de derecho. Se situó bien en la vida y, como yo, se casó con una gran mujer. Ha trabajado poco o mucho como abogado, lo suficiente para demostrarse a él mismo y a los demás que era capaz como cualquier otra persona, como profesional y como ciego.
Yo no he ejercido ni poco ni mucho.
Ha tenido cuatro hijos; yo no, ha sido un buen gestor; yo tampoco.
Él era hombre callado y reflexivo; yo parlanchín y demasiado lanzado. Muchas han sido las cosas diferenciales, tal vez por eso y no por otra cosa hemos sido tan amigos y amigos de verdad.
Ha sido, como ya he dicho, uno de los pocos ciegos con un gran sentido de la orientación y gran movilidad. Durante su juventud compaginó la venta del cupón y los estudios , cosa siempre difícil y admirable.
Sirvan estas pocas líneas como un homenaje sentido y profundo a un hombre que le costó mucho morir. Él no lo quería, nosotros tampoco lo queríamos ver. Tenía, todavía, muchas cosas que hacer en este mundo.......
A veces son estos los hombres que el Señor necesita a su lado....... Los últimos días de vida, yo no quise verlo sufrir; prefiero recordar "en Joan" tal y como era, no como la enfermedad quiso que fuera.......
Joan, "hermano inseparable",siempre te recordaremos los que te hemos querido y los que seguimos queriéndote........
11. EL DOCTOR LARA.
Son sorprendentes los giros que da la historia. La historia se repite, las modas van y vienen como las olas del mar, los hombres canviamos según los tiempos y las modas. Eso ha sido siempre así y así será siempre....... Los regímenes políticos cambian y todo evoluciona. Tanto es así que en mi infancia era gran moda todo aquello que después desapareció y, con gran sorpresa, ahora vuelve, aunque lentamente. las canciones, aunque con otros rítmos, los vestidos, los peinados, el calzado, la "compostura"........ todo canvia y creo que es bueno.
Me ha llevado a esta pequeña reflexión el constatar la diferencia entre la medicina de antes y la de ahora.
Las dictaduras tienden a uniformizarlo todo: la religión, la moral, las costumbres,la medicina y, hasta, desgraciadamente, la manera de pensar.
En mi adolescencia viví una corta etapa republicana en que la libertad y la educación fueron otra cosa diferente de la ocurrida durante la dictadura. En los cuarenta primeros años del siglo XX, Cataluña sufrió un avance considerable, colocándose a la altura de la Europa de la que nunca debiéramos habernos alejado.
Tal vez alguien pudiera pensar que volver a una moda o forma de hacer a la ahntigua, representa un paso atrás en la historia, pero generalmente no es así ya que al volver la vista atrás viene rejuvenecida con los avances actuales. El hombre es así y no de otra manera.......
Si nos paramos en la medicina veremos como intentamos volver a saber hacer y al pragmatismo fácil y sencillo, pero útil y eficaz.
Las visitas médicas de aquellos tiempos eran otra cosa. El médico reunía en él mismo una serie de profesionales que hoy se reparten en diversas especialidades.
En primer lugar, el médico era toda una figura familiar para el enfermo; ahora, es el profesional que receta y cura las enfermedades,enfermedades que en su mayoría no existían o no eran conocidas.
El doctor lara, homeópata vocacional, era como de la familia: querido y respetado no tan solo por sus facultades médicas, sino también por sus consejos de toda clase que, timidamente, nos daba cuando nos visitaba. cuando eran requeridos sus servicios para atender a algún mienbro de casa.
Fijaba, según la gravedad del caso, la hora en que vendría por casa. Jamás había fallado; podía retrasarse cinco minutos, no más.
Era un hombre de mediana edad, un tanto rellenito en carnes, calvo de aquellos calvos que el pelo les hace como una herradura, cara redondita inspirando bondad y confianza.
A la hora convenida llamaba suavemente a la puerta y, despacio, subía la escalera. Llegando al piso saludaba cortésmente a todos y cada uno de los miembros de la familia.
En la mano llevaba una cartera que dejaba sobre la mesa del comedor, seguidamente se sentaba a charlar un buen rratito con mi madre y con el resto de la familia. Aquel ratito le servía, según él, para descansar de las largas caminatas que tenía que hacer para poder atender a todas las visitas que habían requerido sus servicios.
Allá se hablaba de la marcha de la familia, de política, de religión....... Eso sí, casi nunca se hablaba de sus cosas; era muy reservado. cuando se le preguntaba por la familia o por cualquier asunto que atañía a su persona, esquivaba educadamente la contestación con simples monosílabos. cuando él consideraba que el tiempo transcurrido era suficiente, se levantaba y encaminaba sus pasos hacia la habitación donde se encontraba el enfermo, naturalmente seguido por la madre y mi propia hermana.
Llegaba, sin hacer ruído, al lado de la cama y, ante todo, te propinaba una ligera palmadita afectuosa y luego se interesaba por tu salud. Se producía un silencio expectante después del cual te invitaba a abrir la boca introduciendo el mango de una cuchara que, previamente le había proporcionado mi madre; te inspeccionaba la garganta; luego descubría tu cuerpo; entonces mi madre le alargaba un pañuelo limpio que él desplegaba con parsimonia y depositaba sobre el pecho, ponía su oreja sobre el pañuelo y te auscultaba: "Respira...... no respires"....... Seguidamente te pedía que te incorporaras y él hacía la misma operación con el pañuelo y la oreja en la espalda.
Mientras eso ocurría, el doctor Lara, con los nudillos de los dedos te iba golpeando todos los huesos.
Parece que todavía siento su oreja sobre mi pecho y veo su brillante calbície debajo de mi barbilla....... Dos golpecitos amorosos en la cara significaba que todo aquel ritual había terminado. Regresando al comedor iba diciendo: "Este niño"...
Mi madre le daba una toalla y él se dirigía hacia la cocina donde se labaría las manos. Una vez realizado el aseo, la comitiva precedida por el doctor, se encaminaban otra vez hacia la sala, donde la madre había preparado, encima de la cómoda, Dos copas llenas de agua donde él depositaba unos líquidos diferentes en cada una de ellas. "mire, le dará una cucharada cada tres horas, primero de ésta y luego de la otra, y, así, sucesivamente hasta mañana que yo volveré a visitarle".
A veces recetaba unos tubitos llenos de unos granitos que habías de tomar tres o cuatro de cada tubito. Aún recuerdo que en cada taponcito de los tubitos figuraba un número, 1,2...... Las copas quedaban depositadas encima de la cómoda cubierta cada una de ellas con un trapito de hilo blanquísimo y la cuchara puesta encima de la copa de la cual había de tomar la sihguiente vez.
Sobre el mármol de aquella cómoda de mis antepasados había una urna que contenía un san Antonio veneradísimo por toda mi familia, una coppa de comulgar y un par de cosas más que hoy ya no recuerdo.
Según acabo de decir, el doctor Lara era toda una institución. Cuando en casa había algún problema grave, los consejos del doctor Lara gozaban de un peso específico indudable.
Pasados unos años, un día apareció por casa de manera espontánea para despedirse de nosotros;dejaba el trabajo dada su avanzada edad. La noticia nos entristeció y quedamos como huérfanos. Habían sido tantos años! Para nosotros fue un hombre irrepetible.
Hoy día, la homeopatía vuelve a ganar terreno y las visitas son por el estilo. Él siempre decía: "no hay enfermedades, sinó enfermos y, somos nosotros, quienes debemos curarles".
En aquellos tiempos se tomaban muy pocos específicos. Casi todo eran fórmulas preparadas por los farmacéuticos o bien medicina natural; alguna receta de laboratorio. Alguna receta salida del saber poopular que, casi siempre resultaba eficaz y con resultados positivos. Me vienen a la mente, aquellas cataplasmas de harina de linaza que también iban para la tos y, tan horribles eran de soportar, al menos cuando uno tiene pocos años. A la que te movías demasiado, aquellas cataplasmas se reventaban y no queráis saber la porquería que significaba y la suciedad de la cama, el pecho y el vientre. parecías un estercolero.......
Imaginaros que yo había padecido anualmente de tos, por tanto, sé muy bien de qué iba la cosa.
Existían, también, las cataplasmas *Llenes* con grandes propiedades curativas. Otras eran fabricadas en casa como: Hierbas picadas en un mortero y mezcladas con leche, eran ideales para golpes en ciertos sitios; buenas cataplasmas de pan tostado con leche puestas sobre una rodilla dañada, resultaban mano de santo. Y no hablemos de los ungüentos y pomadas, había para todos los gustos y menesteres, lo mejor del caso es que a pesar de nuestras infantiles protestas, la verdad es que iban bien: ungüento de serpiente, ungüento de soldado, pomadas de diversos nombres siempre muy poéticos y
extraños....... Más de una vez no daban los frutos apetecidos, esto también ocurre con la medicina tradicional.
A pesar de lo que cuento seguidamente, en casa nunca faltaba *aceite de nieve*.El secreto consistía en recoger nieve el año que nevaba-, mezclarla con aceite de oliva y guardarlo en una o dos botellas. Decían que este *mejunge* era excelente para las quemaduras. No os lo creáis;: cuando yo me quemé me untaron todo el cuerpo de aquella cosa oleosa, y si se descuidan la *palmo*.
Todavía no tenía yo dos años, cuando la madre hervía la leche al fuego, -cosa que ahora también se ha perdido-, y alguien llamó a la puerta de casa, conociéndome mi madre, me tomó de la mano y fuímos a abrir la puerta. Mientras hablaba no sé con quién, me dejé ir de su protectora mano y corrí raudo hacia la cocina a ver qué ocurría con la leche. No sé qué maniobra hice, el caso es que toda la leche en ebullición fue a parar sobre mi diminuta persona. Después de tantos años todavía mi cuerpo está estigmado por la leche....... Decían que *el aceite de nieve* servía para todo, aquel día no sirvióp para nada.......
Al médico se le llamaba cuando los remedios caseros no daban la respuesta apetecida. Existían y existe una ámplia gama de hierbas curatibas que daba gozo contemplar: para los riñones iba y va bien la *cabellera de panocha*, resulta diurética; para el estómago, el poleo o la manzanilla, según el caso, así como té de roca, tila, etc.etc. Aunque no sé porque hablo en pasado si siempre y más ahora vuelven a tener vigéncia entre nosotros.
El azúcar en todas sus diversas variedades también tenía un papel importante en aquel escenario amplio y diverso de la medicina natural. Azúcar "candi", procedente de la caña de azúcar y luego por diversos procedimientos solidificado. El "candi" era excelente para las hierbas que alibiaban y curaban la tos, azúcar moreno para endulzar otro tipo de hierbas que no recuerdo para qué servían, azúcar blanco, refinado, que servía para las hierbas curativas del reuma.......En aquel tiempo el hombre acudía a produdctos naturales para sobrevivir y mejorar su condición de vida.
Tal vez la curación sea más lenta pero al lmenos no daña a otras vísceras de nuestro organismo.
Muy avanzados los años cuarenta tuvo gran protagonismo en todos los hogares un hongo grande y asqueroso cuya procedencia desconozco pero, según el personal, gozaba de grandes virtudes curativas tanto para cualquier clase de enfermedades del cuerpo y de la mente. era un gran hongo, como ya he dicho, sumergido dentro de un gran recipiente de agua y expuesto durante nueve días al "sol y al sereno" a fin de que desprendiera todas sus excelentes propiedades y, venga! A beber de aquella infecta pócima durante días y días hasta que curaras o murieras.......
No había hogar o familia que no tuviera o tuviese el famoso hongo en lugar destacado y preferente de la casa.
Las lenguas privilegiadas contaban verdaderos milagros de aquel indecente hongo. En casa muy pronto, mi madre, le dio el pasaporte lanzándolo por la vía rápida del water. Era asquerosamente malo de tomar.......
Mi cuñado, hombre más positivo, substituyó el dichoso hongo por la fabricación casera de una serie de licores hechos con esencias diferentes vendidas en cualquier tienda que se preciara de serlo. Un litro de alcohol, azúcar pertinente,la esencia deseada y ya teníamos la botella del licor querido, coñac,anís, rron, etc. Etc. En verdad, en verdad os digo que aquel mejunge era muy superiorr en sabor y artes curativas que el abominable hongo.
Recuerdo ahora una de las peores salvajadas hechas por una de nuestras vecinas: tenía un hijo de unos veinte años afectado de un tifus,enfermedad casi incurable en aquellos tiempos. Cuando la ciencia médica comunicó a sus padres el final de aquella joven vida, aconsejados por algún iluminado, se hicieron con un conejo vivo, lo abrieron en canal y lo aplicaron en medio del vientre del enfermo. ¡Vaya porquería que se hizo!. El muchacho murió después de unas horas Pero la familia quedó tranquila: se había hecho todo lo posible!.
Realmente eran *burradas* aunque la mayoría tenían una base o fundamento científico que la gente humilde desfiguraba o realizaba incompleta en cuanto a su aplicación.
Hoy día se han perdido algunos de aquellos medicamentos vendidos hasta en farmacias o herbolarios: agua de tomillo, buena para los golpes,agua de la Virgen del Carmen, buena para tantas y tantas cosas: una lavativa dada a tiempo y eso que era fatal de tomar, todo era agua por el suelo, grritos de la madre y algún que otro azote; una buena purga cuando tocara.......
Las purgas se administraban de acuerdo con la necesidad: cuando el vientre resultaba un poco sucio, como decía la gente, entonces se daba magnesia en ayunas, la inglesa que tenía virtudes medio purgativas mezclada con la eferbescente. Si eso no daba el resultado apetecido, venía el aceite de ricino, purga nada agradable dado el terrible sabor. Había verdaderas batallas campales a la hora de ser administrada.. Carreras, sopapos,griytos y disgustos entre el suministrador y el suministrado. Luego de tomado con la pinza de los dedos de la madre en la nariz,venía la aceituna que premiaba el engullimiento y al mismo tiempo mejoraba el sabor de boca. Durante todo el día notabas la repetición del aceite en la boca. Eso sí, era absolutamente definitivo.
A los pobres soldaditos, se les proporcionaba "sal de Figueras", una purga inmensamente salada, este era el último escalón de la escalera purgativa....... Con aquel mejunge os prometo que bomitabas hasta la primera leche que tomaste en tu vida.......
Recuerdo también que en campamentos si por casualidad, te aparecía algún grano, rápidamente el sanitario te daba unas pastillitas que, no sé el porqué, algunas veces meabas en rojo y otras en azul. Era otra cura de caballo pero del todo eficaz.
Hoy la industria medicamentosa es un negocio como otro cualquiera. Venga medicamentos! Que en el fondo son todos iguAles o parecidos cambiando tan solo algún producto poco importante. Y NOSOTROS A PAGAR! Pienso que somos el país que más medicamentos comercializa. Esto es un escándalo; los médicos visitan a la carrera en la Seguridad Social. El sistema es fatal, incomprensible y por ahora sin visos de arreglarse.......
También quiero decir que el enfermo en muchas ocasiones prefiere ser engañado: cuanto más caro es el medicamento, mejor y más eficaz es....... Creo que con el tiempo la medicina natural volverá a ocupar el espacio de hace unos cuantos años, hierbas, cataplasmas y todo aquello que nos da la madre naturaleza. El hombre tan solo la copia y, generalmente, mal.
La cirugía es una cosa totalmente distinta....... Hemos de volver de nuevo a la figura del médico de cabecera que más que médico resultaba ser un psicólogo improvisado. Los médicos auténticamente vocacionales tienen clarísima la idea de cual es su función, pero las circunstancias no se lo permiten si no es en su consulta privada o particular.
De ninguna manera quiero tomar partido por ninguna de las dos opciones o cuantas sean necesarias, tan solo me limito aconstatar y explicar lo que antes se hacía. Nada digo de la acupuntura, la digitopuntura y de otras tantas alternativas. Pienso que todo es bueno y todo es malo según la aplicación que le des.
Debo confesar que hoy también existen médicos extraordinarios de medicina tradicional que, dialogan y conocen bien a sus pacientes y, alguna que otra vez recetan agua con azúcar para que su paciente quede contento ya que la enfermedad es más psíquica que orgánica.
12. "LA CAIXA"
No querría ahora, de ningún modo, descubrir la fuerte personalidad de Tete Montoliu (Vicenç Montoliu Masana), suficientemente conocida por sus amigos y admiradores, y bien sabida por sus conocidos. Solo aspiro a hablar, de paso, de Tete Montoliu en cuanto a hombre, como niño de seis años que un día apareció en el colegio de la Caixa de Pensions.
No sé si ya en estas páginas he escrito algo sobre la gran y extraordinaria tarea que la entidad Caixa de Pensions ha llevado a cabo por los ciegos en Cataluña. Si lo repito, no me sabe mal, dado el agradecimiento que los ciegos catalanes debemos a "La Caixa" y del cual casi nunca se habla. Ya sería hora que algún día los ciegos de este país tributáramos a "La Caixa" nuestro homenaje de gratitud, no sé de qué modo, pero sí que habría que hacerlo. De todos modos, es normal en este país que nos olvidemos de todo lo de aquí; no tenemos memoria histórica. ¿O tal vez son los de afuera los que nos convierten en desmemoriados?
A principios de siglo y en su Obra Social, "La Caixa" creó un instituto dedicado en exclusiva a los ciegos, siguiendo las pautas humanitarias del Dr. Moragues i Barret.
El instituto no trataba solo la parte docente, sino todo aquello que iba alrededor de la cultura y a mejorar la vida de los ciegos: una imprenta Braille, la primera bien organizada en todo el territorio español y americano de habla castellana, una biblioteca , un taller-escuela de cestería, un taller de material tiflotécnico el primero también y casi el único; precursor de la Unidad Tiflotécnica de la ONCE ...La palabra tiflotecnia se refiere al material que se destina exclusivamente a los ciegos.
Todos conocemos o recordamos las pautas para escribir en Braille, cajas de aritmética para las operaciones ad hoc, mapas en relieve y otros materiales muy valiosos para los ciegos y que han sido un pilar y una base para otros. Un material que al pie de este se podía leer el anagrama CPV (Caja de Pensiones para la Vejez). De aquel instituto salían ciegos muy bien preparados para realizar tareas importantes en el organigrama de la misma entidad. Funcionarios de "La Caixa" destinados al instituto y a otros talleres. Podemos decir sin temor a equivocarnos, que los ciegos que salían de "La Caixa" eran lo más selecto de la ceguera. Había como una pequeña rivalidad con los otros de las diferentes asociaciones o federaciones ibéricas.
Se puede decir que casi todo el personal que trabajaba en el instituto era ciego. El director, Josep Domínguez, era un buen hombre, educado seguramente en París, como la mayoría de los profesores y el personal directivo. Esos hombres tenían otro "savoir faire", otra visión de las cosas que no tenían los miembros del Sindicat de Cecs, y eso solo quería decir que eran diferentes. La biblioteca era bastante importante en lo que se refiere a libros escritos en Braille. Había una selección de las mejores obras de todos los tiempos. Había una cantidad importante de literatura francesa, castellana y también catalana. En aquella biblioteca se llevaba a cabo algo que nunca más he visto en ninguna de las de la ONCE. Cuando un lector devolvía un libro después de haberlo leído con sus manos, naturalmente, el bibliotecario cogía el libro y lo ponía dentro de un autoclave para desinfectarlo de los microbios incorporados en la lectura. Gran medida higiénica, dado que nosotros no siempre tenemos las manos solo palpando para leer, y es bueno lavárselas y que todo lo que cojamos esté lo más limpio posible.
Cuando terminó aquella guerra incivil en el año 39, se cerraron las puertas de la escuela municipal de ciegos sin saber cuándo las volverían a abrir. Una vez pasó la confusión de aquellos primeros días después del fin de la guerra, mi madre removió cielo y tierra para poder meter a su hijo en una escuela. El niño no podía perderse la escuela; él menos que otro. Debía convertirse en un hombre y ella ya era bastante entrada en años y tenía que andarse con ojo...
Desconozco como supo que había un instituto de "La Caixa" pero, sea como sea, para allí fuimos. ¡El niño ya tenía escuela! Pero nosotros vivíamos, como ya he dicho, en la calle Ramón y Cajal, al lado de la plaza Joanic, lejos del instituto. La única combinación más o menos posible eran los autobuses Roca que, del Hospital de Sant Pau, llegaban hasta el Paral·lel, pasando por la calle Roselló, cerca del Hospital Clínic. Aún me parece verlos: rojos por la parte de abajo y bien blancos por arriba. Se trataba de una compañía particular que hacía ese trayecto. Estuvieron años haciéndolo. Creo que ya he dicho que en casa no teníamos demasiado dinero y, por lo tanto, mi madre decidió que el viaje se haría a pié. No había otro remedio. El instituto estaba en la calle Roselló, esquina con Casanova. Era un largo trecho, más largo que un día sin pan. Para que las caminatas maternas no fuesen tantas, nos quedábamos a comer. En seguida mi padre me hizo una gran caja de madera para llevar la fiambrera, los cubiertos, el plato, la comida y otros utensilios. Puedo asegurar que pesaba más la caja que su contenido. Mi padre lo hacía todo así: fuerte, reforzado, potente, de duración eterna... Los paseos de mi madre se redujeron al cincuenta por ciento, pero aún era demasiado. Por la mañana me llevaba, pero ella tenía que volver a casa, y por la tarde lo mismo...
Jaume Pineda Guillamón era un compañero de la escuela que vivía a medio camino. Sus padres eran porteros del número 96 del paseo de Gràcia, la casa donde vivió Santiago Rusiñol y donde ahora se encuentran los estudios de "Antena Tres".
Las madres hicieron un pacto. Por la mañana nosotros recogíamos a Jaume, y por la tarde nos recogía Teresina, hermana de Jaume, diez meses más pequeña que yo. Era una niña dulce, con la sonrisa siempre en los labios, con un par de trenzas largas y bien hechas, sumisa al hermano; en una palabra, una niña extraordinariamente encantadora. Al salir del instituto me quedaba jugando con los hermanos Pineda. Jaume me interesaba más bien poco, lo veía durante todo el día; me quedaba para poder estar un rato con esa niña que desde el primer día me había robado el corazón. La señora Lola así se llamaba la madre de mi amigo, una mujer aragonesa que chapurreaba agradablemente el catalán, era simpática, acogedora, tenía un gran corazón y estaba acostumbrada a mandar, pero con gracia. Tenía que hacerlo, lo había aprendido de la vida. O luchas o te hundes, no hay vuelta de hoja...
Nunca olvidaré que muchas veces esa mujer medió de comer, pero con una sutileza y un tacto de ningún modo humillantes. Eran tiempos muy difíciles. La posguerra hacía estragos entre la clase obrera.
La señora Lola era una gran ama de casa. La familia paterna provenía de Sant Feliu de Codines. Entre las dos familias podemos decir que nunca les faltó de comer.
Me gustaría contar ahora la sensación que me produjo la primera vez que sentí el contacto de la mano de Teresina junto a la mía, esa primera tarde al recogernos de la escuela. Va a ser muy difícil, lo sé, pero voy a intentarlo.
Yo tenía unos diez años. Al cogernos de la mano sentí un extraño fluido que me recorrió todo el cuerpo, se me volvieron las piernas de mantequilla y sentía mi corazón latir más rápido y fuerte de lo habitual. No sabía lo que me pasaba. Lo único que tenía claro era que me encontraba bien al lado de esa niña y que tenía que hacer cualquier cosa para poder estar a su lado. Esas manos casi siempre cortadas por el viento, durante el invierno, esas trenzas, esa voz que me removía lo más profundo de mi alma, esa sonrisa, esa mirada que yo sentía sobre mí... mi espíritu vibraba de alegría al pensar tan solo que iba a estar con ella y que me hablaría. Ese sentimiento, aquella ilusión, ese vivir pendiente de un no sé qué, era solo mío y de nadie más.
Cuando en casa se bromeaba acerca de mi sentimiento, que seguro que rezumaba por toda la piel de mi cuerpo, me molestaba y me hería terriblemente.
En seguida me di cuenta de que yo también le gustaba. Nos buscábamos el uno al otro, nos cogíamos con fuerza de la mano. De vez en cuando, con mis escasos ahorrillos compraba a escondidas una barrita de regaliz y, también a escondidas, se la daba.
No nos decíamos nada pero yo me sentía muy feliz, muy contento. Sentía sobre mí su mirada de agradecimiento y acto seguido llegaba la suave pero amorosa cogida de manos.
Cuando estábamos en el quiosco de la portería, a menudo nos leía cuentos. Nosotros, siempre cogidos de la mano; cuando oíamos un ruido sospechoso, velozmente las separábamos. Cuando creíamos que el peligro ya había pasado, de nuevo entrelazábamos nuestras vidas. Nunca nuestro contacto pasó de allí, ni nunca nuestros labios pronunciaron una palabra que delatara nuestro amor. Pienso que los dos nos quisimos mucho. Fue el primer amor, la primera vez que dos corazones puros se encontraban, se querían y latían juntos... Las palabras tal vez hubieran roto el encanto. Cuando estaba a su lado sentía al unísono un sentimiento de miedo al ridículo, miedo de no sé qué. Una mezcla de miedo y aprecio, de ilusión y desengaño al mismo tiempo.
Ya he dicho que no sabría explicarlo, solo me consuela saber que cualquiera de mis lectores habrá experimentado una sensación parecida o igual en su vida. A todos nos ha sucedido, gracias a Dios....
Por lo que voy a contar ahora, puedo imaginar que su hermano se daba cuenta de nuestro irresistible sentimiento. Digo esto porque siempre me hacía la puñeta. Un día Jaume me arrinconó en su casa y con voz desconocida para mí, me dijo: "Sé que quieres a mi hermana, ella también a ti, pero que sepas, imbécil, y no lo olvides nunca, que con un ciego en la familia ya hay bastante. Si os vuelvo a ver juntos, te rompo la cara". Estas palabras me hirieron profundamente, alguien había dicho lo que yo nunca me habría atrevido a decir. Jaume era para mí como un hermano. A partir de ese día nos separaba siempre y procuraba que no coincidiésemos en el mismo sitio. Creo que la madre también procuraba que no nos viésemos. Él siempre que podía me hacía daño. A veces fue incluso cruel conmigo... Y así, aquel bonito episodio se convirtió en un recuerdo doloroso y de una gran dulzura dentro de mi pobre infancia. El tiempo y Jaume nos separaron demasiado.
Con Teresina no nos hemos visto demasiado en la vida, y a fe que ha tenido mala suerte; no se lo merece. Sigue soltera, viviendo sola. Me sabe mal. ¡Hubiera querido que, como yo, fuese tan y tan feliz!
Jaume me perdió de vista del modo más estúpido posible. En Sant Feliu de Codines llenaba con cal una lata y, cuando estuvo llena hasta los topes la puso bajo el grifo de la fuente y el pote explosionó. La cal le quemó los ojos y se quedó ciego para siempre.
Cuando empezó el curso 39-40 apareció un chiquillo de seis años, hijo único de un matrimonio acomodado: Vicenç Montoliu Masana, conocido por todos como Tete. Era el más pequeño de la clase y por lo tanto el más mimado. Llegó acompañado de su madre, una mujer extremadamente simpática, habladora y con suficiente empuje como para sacar adelante toda una familia. Ella era hija de Masana, vieja gloria del Barça en sus principios. Así pues, no es extraño el amor tan arraigado que tenía Tete por el Barça. El padre, músico profesional de la Banda Municipal de Barcelona y director de su propia orquesta de jazz. Con este trabajo, el padre estaba poco por casa, por lo tanto la madre llevaba el timón y los pantalones, hecho que no le desagradaba. Pienso que la madre influyó mucho en la vida de Tete. Era una gran mujer.
Con seis años Tete ya tocaba el piano bastante bien. Sentado encima de un cojín grande, alargando sus pequeñas manos, tocaba no importa qué canción de moda. Era una fiera que todos admirábamos. A veces he pensado que esa admiración y esa ternura fue más negativa que positiva para él, pero Tete es todo un genio de nuestro tiempo que en esta tierra pasa, por desgracia, desapercibido. Es una lástima que no se le valore más y no se le reconozca como lo que es, uno de los mejores pianistas de jazz de siempre. Es un hombre sencillo, un niño crecido con una gran cultura, que esconde su bondad bajo una coraza insolente y dura frente a la vida. Le ha faltado un buen staff de imagen y relaciones públicas. Pero a lo mejor él no lo ha querido...
Ese niño era espabilado, no hablaba demasiado, alegre con un rictus amargo, generoso y poco habilidoso como ciego. No ha cambiado en toda su vida.
Hoy en día es un hombre introvertido, poco hablador, que pincha pero con buen corazón. Le gusta la soledad y la meditación. Dice que toca el piano porque no sabe hacer nada más.
Durante muchos años su estilo musical iba fluctuando según sus predilecciones en el jazz, hoy por hoy ya tiene un estilo propio, inconfundible, inmejorable; un genio en definitiva.
Tete siente la catalanidad en el fondo de sus huesos, aunque en su alma se encuentran la mezcla de catalán y un espíritu negroide. Su vida se balancea entre los ejes fundamentales: Cataluña, el Barça, el jazz, la lectura y la amistad. El orden de estas preferencias no lo sé, aunque no creo que me haya equivocado demasiado.
Montoliu y yo forjamos una buena y larga amistad. En algunas ocasiones he recibido verdaderas pruebas de la amistad que nos profesamos. Con nuestros conjuntos más de una vez hicimos un baile juntos. ¡Imaginad qué contraste y qué osadía por mi parte! Las cosas iban así... Tete, un supergenio; yo, un aficionado pianista. Pues bien, Tete nunca menospreció y nunca se burló de mi habilidad con el piano, algo que por otro lado es habitual en él. Es terriblemente sincero y sarcástico con todo lo que no le place. Muchas veces utiliza un cinismo irónico con el que juega para decir una gracieta. La sinceridad lo traiciona, pero en el fondo no deja de ser el niño malcriado que ha crecido demasiado. Tal vez utiliza esta faceta como coraza de su debilidad y flaqueza ante la vida.
Leyendo estas páginas habréis comprobado que de las personas solo me interesa la parte positiva. Somos como somos, y de no tratarse de un desequilibrado, todos tenemos algo bueno que podemos aprovechar en beneficio propio y también de los demás.
Mis mejores amigos me auguran que cuando muera, van a enterrarme con una caja blanca. A lo mejor esta afirmación esconde un adjetivo calificativo disfrazado, el de "bobo" o el de "inocente". La picardía y los codazos me repugnan, no lo puedo evitar.
Es curioso, cuando vas por el mundo diciendo lo que piensas, casi nadie te cree, todos piensan que detrás de estas afirmaciones escondes algo en la manga. Trabaja bien y dí la verdad, y nadie te creerá...
Montoliu también es transparente, pero con crudeza cuando hay que dar una opinión.
La guerra llamada por el dictador "cruzada de liberación", llevó la religión a un primer plano de la vida cotidiana. Esto hizo que los chicos que teníamos en aquel entonces unos diez años o más, teníamos que prepararnos con presteza para la comunión. La mayoría éramos grandullones. Semanas antes de hacer la comunión, se vivía en la escuela un ambiente religioso totalmente artificial. Yo estaba un poco al margen. Mi madre no era católica y decía que todo eso eran paparruchas. El cristianismo era otra cosa según decía mi madre, aunque yo no podía manifestarme en la escuela. Si hubiera dicho lo que pensaba de todo aquello, se hubiese organizado un descalabro impresionante y tal vez mi familia habría sido perjudicada por el gobierno. Así pues, a hacer el papelón de tonto...
Ese gran día para mis compañeros, fue para mí del siguiente modo: levantarme como cada día, lavarme la cara y sentarme en la mesa. Desayunar como siempre, meterme el traje de los domingos y ¡venga, hacia el autobús! Al llegar a la puerta del instituto mi madre me colgó la cruz, el rosario y el libro y fui para adentro. No me acompañó nadie más de la familia.
Es sabido que la mayoría de las iglesias fueron quemadas, por lo tanto, la ceremonia se celebró en una tienda de la calle Casanova que fue habilitada como iglesia. Encima, a media misa la vecina del primero nos obsequió con una alegre, desenfadada y flamencona tonadilla. Cuando finalizó el acto y después de tomar un café con leche regalo de "La Caixa", el ritual fue al revés: fuera cruz, rosario y libro; autobús Roca y para casa. Fuera ropa y a la calle a jugar como cualquier día. Por no tener, no tengo ni estampas. Entonces la moda era que antes de comulgar no se podía tomar ni agua desde las doce de la noche. Nunca me sentí pecador por mi desayuno de aquel día.
Hicimos la comunión Pere Dolced, Jaume Pineda, Tete y yo. Pineda y Dolced eran de familias católicas. Creo que Tete no tanto...
De la amistad con Tete tengo grandes y buenos recuerdos. Los domingos nos visitábamos. Él venía a casa a pasar el día y yo iba a la suya, dónde siempre había agradables sorpresas para mí. Allí conocí a Alberto Semprini, un gran pianista que hacía arreglos musicales. Actuaba con los vieneses haciendo espectáculos extraordinarios cuando iban de tournée. También el trombonista José Valero y Mary Merche, una vocalista de voz cálida y sensual. Esa casa era un nido de artistas y gente de la música. Al crecer nos separamos, nuestras vidas siguieron rumbos muy diferentes. Él fundó un grupo llamado "Lirio campestre" y fue prosperando en música y fama. Creo que hoy en día aún puedo contarme entre los viejos amigos de Tete Montoliu, personaje importante de la vida musical del jazz en todo el mundo.
13. AUSIÀS MARCH
Cuando salí de Vila-Joana, la escuela municipal de ciegos de Barcelona, tenía muy claro que la música podía ser el trabajo con el que podría ganarme la vida. Tal vez me equivoqué, pero no es malo arrepentirse de cuando ya lo has hecho. La música era algo fácil para mí y eso fue, a lo mejor, o lo peor para mí.
De todos modos, para que un ciego se gane la vida con la música, tiene que ser un hombre privilegiado, tanto por lo que respecta a su voluntad como a la familia. Yo no tenía ninguna de las dos cosas: me fallaba la voluntad y mi familia dejaba que hiciese lo que quisiera y no lo que me convenía.
Mi vida debía ir por otros derroteros y uno de estos parecía ser el estudio del bachillerato y después una carrera universitaria.
Jaume Pineda, Joan Fiter y Alfons Medina abrieron el camino del estudio en el instituto Ausiàs March de Barcelona. Habían peregrinado por diferentes institutos para saber cuál les aceptaría y al fin sólo encontraron uno, el Ausiàs, que se comprometió a aceptarles en las aulas. Eso ya era un logro...
Durante el verano del 45, Jaume Pineda me preparó para que ingresara. Aprobé y en septiembre ya iba al instituto. Era todo un reto...
Mi madre empezó otro peregrinaje: acompañarme todos los días al instituto, que se encontraba lejos. En seguida encontré un compañero de clase que vivía en Horta y nos encontrábamos a medio camino.
¿Y cómo fue mi entrada en el aula? Los profesores ya sabían que era ciego, pues antes que yo fueron los mencionados arriba. Los compañeros de clase fueron excepcionales: nunca me sentí limitado por mi ceguera. No sé si algún profesor dijo algo o no, pero todos esos chicos fueron maravillosos. Unos más que otros, naturalmente. Ese grupillo de cuatro ciegos hicimos, sin saberlo, una experiencia de integración salvaje. Hoy en día está de moda la palabra integración de los disminuidos; en aquel entonces, nosotros nos integramos sin estar de moda. Fue por necesidad y no por otra cosa.
Una vez terminó la guerra incivil, cerraron casi todas las escuelas para ciegos de Cataluña, y digo casi porque con la de "La Caixa" no pudieron nunca. Quien tuviese ganas de hacer el bachillerato, no tenía otro remedio que ir a uno de los cuatro colegios que la ONCE tenía en España: en Madrid, Alicante, Sevilla o Pontevedra. Cuando nuestras familias tuvieron de decidir, dijeron solemnemente: "Decidido, el niño no se nos mueve de Cataluña, salga el sol por donde quiera".
Hay que decir que todos nosotros ya teníamos quince o dieciséis años cuando nos enfrentamos con la integración, hecho que nos favorecía. Por otro lado, conocíamos todas las técnicas del sistema Braille, que en esa época eran más bien pocas. Los maestro nos trataban igual que a los demás alumnos, solo el profesor de Física y Química nos tenía fichados. En mitad de una clase me había dicho que no sabía porqué los ciegos querían estudiar. En clase no me preguntaba y creo que en los exámenes lo hacía a regañadientes. Era un hombre muy extraño. Era mayor, resentido por haber perdido la guerra, amargado por el escaso reconocimiento que le hacían los profesionales. Creo que era toda una autoridad en su materia y que casi seguro le separaron de algún cargo científico importante solo porque era de los perdedores. Nosotros, los ciegos, teníamos un profesor particular que nos daba las materias difíciles de realizar en el instituto: Matemáticas, Física y Química y no mucho más. Las otras eran de letras y podíamos estudiarlas como cualquier otro alumno.
Casi no había libros en Braille, aunque las personas de la ONCE se daban prisa para transcribir el máximo número posible de ejemplares, pero no daban abasto. La familia y los amigos nos leían la lección y así estudiábamos. El compañero de pupitre se la cargaba, por leernos antes de cada clase. A pesar de los malos ratos que les hacía pasar, aún mantengo una excelente amistad con algunos de los compañeros de pupitre. Recuerdo ahora a Josep Tremoleda, extraordinaria persona que tanto ha hecho por nuestro país; a Enric Sistaré que, desde la Cámara de Comercio, ha luchado para representar y ayudar a los comerciantes de Cataluña fuera de nuestras fronteras... Es curioso cómo en mi clase estuvimos juntos un hombre a quien la luz le ha traído la fama, como es el caso de Néstor Almendros, y un hombre que, gracias a su oscuridad, se ha abierto camino, yo, que no tengo fama pero estoy contento de lo que he hecho.
Permitidme que recuerde algunos de aquellos profesores que, sin quererlo, ayudaron tanto a unos hombres que, sin vista, se sintieron iguales a los otros, en unos momentos en que los ciegos eran considerados personas inútiles, que solo servían para vender cupones.
Joan Ras, "el hombre número", sabía un rato de matemáticas y, además, las daba de un modo ameno, que ya es decir. Resumía toda la matemática en una simple operación de sumar y lo demostraba en clase. Sus libros, por el contrario, eran de lo más enrevesados. Ramiro Sas, maestro de francés, era duro y divertido. Nunca el pueblo francés me ha caído bien, no sé por qué razón, a lo mejor por razones de vecindad, pero tampoco me cae bien el idioma. En uno de los exámenes, del cual no tenía ni idea, me aproveché de su desconocimiento del sistema Braille y escribí el cuento de la caperucita roja. Nosotros mismos leíamos los exámenes unos días después. Mientras, en casa hice un examen impecable y cuando tuve que leerlo, mi compañero de pupitre hizo el cambio durante el trayecto de la mesa del maestro a la nuestra. ¡Quedé como todo un señor! Amparito García, profesora de historia, sabía mucho sobre la historia de la España de Franco. Tenía algo bueno: era joven y muy perfumada. Cuando nos la encontrábamos en la escalera yo la saludaba muy gentilmente y ella se ponía muy contenta y satisfecha. El perfume la delataba y yo quedaba como educado e inteligente.
María Gonzàlez, una mujer fuerte, que sabía adónde iba y lo que quería, llegó a ser directora años más tarde.
El señor Vallés, Bigas, Feliu Egidio, Echevarria... Echevarria era un vasco simpático y fuerte, que se dedicaba a la pelota vasca. Los lunes los chicos ya me tenían preparado los periódicos para que pudiésemos hablar con él de los éxitos del domingo, y durante la última clase de la semana, hablábamos de los próximos partidos. Fueron muy pocos los que aprendieron griego... En aquella época, Juan Camps era el director. Un día el tal señor Camps me hizo llamar al despacho y me dijo seriamente: "Chico, estoy harto de que vayas por el jardín en bicicleta, estás tronchando todas las plantas. Aunque tus amigos vayan en ese trasto, tú eres ciego y no lo puedes hacer. Si te veo otra vez tendré que expulsarte...". Nunca más volví a coger la bicicleta en el instituto...En seguida todo el instituto me conoció, no solo por mis carreras que ganaba en bicicleta, ya que siempre iba por la línea recta y otros no, sino porque con otro compañero tocábamos el armonio en la capilla.
El capellán estaba desesperado con nosotros, cuando menos se lo esperaba tocábamos una canción lenta de moda y eclesiásticamente interpretada en mitad de la misa. Él dejaba la patena y nos regañaba entre latinajo y latinajo. Era muy divertido.
Como el director no era muy de misa, más que perjudicarnos, nos beneficiaba. Otros ciegos vinieron después, aunque ninguno o casi ninguno de ellos terminó el bachillerato. Era un esfuerzo, aunque gratificante... Años más tarde otros compañeros ciegos se examinaron en el Ausiàs. A veces los ciegos hacemos cegadas, y asín... la c... .
Estaba en uno de los descansos entre clase y clase dirigiendo a todos los chicos en una canción dedicada a un profesor de dibujo, don Fernando Quero. Los chicos me seguían bastante bien. De pronto, se hizo un silencio total. Yo insistía cantando para 'que ellos se la aprendiesen. No hubo modo alguno, nadie cantaba. Noté unos golpecitos en la espalda, y el mismo señor Quero me dijo: "Lo hace usted muy bien. Ahora salga de clase y no vuelva más". Le di la mano y salí de clase muy dignamente...
14. MI PIANO
Tal y como he dicho ya, en cuanto perdí la vista mi madre se preocupó rápidamente por saber dónde había un colegio de ciegos y allí que me llevó. Era la escuela municipal de ciegos de Barcelona.
En aquel tiempo todavía estaba muy arraigada la idea de ceguera y amante y practicante de la música. Esta popular y arraigada creencia, de alguna manera, todavía existe. Posiblemente venga avalada, seguramente, por el ancestral sistema de ganarse la vida el ciego: vendiendo rromances por las calles, cantando canciones y, sobre todo, tocando cualquier instrumento de cuerda........Por tanto, bien pronto me enseñaron solfeo. Pienso que no digo mentiras si aprendí el alfabeto Braille y la musicografía Braille al mismo tiempo. He dicho el alfabeto Braille y no a leer y escribir, ya que eso lo había aprendido en la escuela normal, solo me faltaba conocer los signos y agudizar el tacto.
Dado que en mi familia habían sido muchos y buenos violinistas, la madre se empeñó que yo también tenía que ser un buen violinista.
Muy pronto toda la familia se movilizó para encontrar el viejo violín que había tocado mi abuelo en su infancia. No pasaron muchos días cuando, arrumbado en la buardilla de uno de mis tíos, apareció aquel instrumento sucio y lleno de mugre y que limpito y bien arreglado venía a mi medida.
Un día apareció por casa uno de mis tíos y me dio aquel 'pequeño instrumento, diciéndome con voz campanuda y con toda solemnidad que aquel violín había sido el primer instrumento que mi abuelo había tenido entre sus manos, por lo que yo lo había de honrar haciendo buen uso de él, lo cual significaba que yo debiera igualar o mejorar la maestría depurada de mi abuelo.
Ni que decir tiene que todo aquello a mí me sonaba a músicas celestiales y, además, aquel violín no me hacía ninguna gracia y menos el estuche, era exactamente la reproducción de un sarcófago de un reyezuelo egipcio. Era horrorosamente feo, me daba un miedo fantasmal. También creo recordar que el estuche era totalmente negro, recubierto de una especie de piel que desprendía un olor raro y desagradable. Si realmente no era negro, tenía todas las condiciones para serlo...... Era tanta la obsesión que por las noches soñaba que el estuche me perseguía por los pasillos de la escuela. Creo que no llegaron a media docena las clases de violín dadas. el arco me bailaba descontroladamente por encima de todas las cuerdas, cuando solo tenía que rozar una de ellas,. Os puedo asegurar que aquello no eran sonidos musicales, parecían mejor gritos de gatos maltratados y relinchos de caballo aburrido y fastidiado.
Era imposible.......el Señor no había llamado a ese niño a ser ni buen ni mal violinista. mi carrera artística no iba por aquellos caminos tortuosos de rascar arriba y abajo el arco triunfal de la músicac. mi madre insistía y mi padre quería hacerme un nuevo estuche para evitar mi animadversión. Mi tío me reprimía y me aconsejaba acerca de las virtudes del buen violinista. Llegó un momento en que hasta los vecinos me recriminaban mi poca destreza frente a aquel pequeño y juguetón violín. Yo estaba ya muy harto del violín, del estuche, del maestro y de toda la familia entera. Por din, un día reunida toda mi familia, se tomó la decisión unánime de que el niño dejaría el violín para siempre. Creo que no es necesario decir que mi madre se disgustó profundamente. En cuanto yo perdí la vista, llamándome Francesc como su padre, ella albergó la esperanza de verme con el violín a cuestas. Yo hubiese sido el fiel retrato, la reproducción calcada de su padre por quien sentía una gran devoción y cariño.
Suponngo que aquella fue la primera de las desilulsiones que mi pobre madre tuvo conmigo. Y es que va muy mal y no debe hacerse nunca que los padres perfilemos la imagen de nuestros hijos; casi siempre pretendemos que los hijos sigan nuestros pasos mejorándolos si cabe, llegando hasta donde nosotros nos hubiera gustado llegar.
Aconsejada la familia por el Sr. Arenas, profesor de violín y piano de la escuela, devolvieran el instrumento al lugar originario, donde estaría mucho mejor tratado por el polvo y el tiempo que no en las manazas *violinísticamente* de su hijo.
Era del todo necesario que el niño estudiara música, un instrumento naturalmlente. ¿Cuáles eran los instrumentos que podía estudiar en la escuela? El violín y el piano. Si con el violín había resultado un verdadero fracaso, pues,que estudie el piano. No quedaba otra alternativa. Negado para el violín, probemos, pues, con el piano a ver si tenemos más suerte! Ya tenemos al niño estudiante de piano.......No puedo recordar cuál fue la primera lección sentado frente al piano, supongo que sería, como todos, la de: do, re, mi, fa, sol....... Aquello tan pesado para propios y extraños.
Aquel instrumento sí que me iba muy bien. las notas estaban ya hechas, no era como el violín que tenía que hacerlas yo: solo tenía que apretar una tecla y aquello ya sonaba. Era mucho más fácil y menos trabajo para el intérprete. Muy pronto hice grandes progresos si lo comparamos con los estudios de violín. El Sr. Arenas se sentía muy complacido con mis progresos musicales. Aquello iba como si fuese miel sobre hojuelas........
El nene prometía, eso sí, siempre que ffuese posible que el *niño* tuviese un piano en casa para poder estudiar. Mis padres se plantearon la posibilidad de comprar o alquilar un piano. Aunque mis antepasados habían tenido piano en casa, a nadie se le ocurrió buscar y rebuscar por los desvanes un piano, al igual que habían hecho con el dichoso violín. Era evidente que por mucho que buscaran nunca lo encontrarían.
Aconsejados por aquel santo varón, el Sr. Arenas, me alquilaron un piano fuerte y resistente para poder estudiar cuantas más horas mejor. No puedo recordar el día en que trajeron el piano a casa hace tantos años-¡ pero supongo, y no creo equivocarme, que mi madre, que de joven había hecho sus pinitos con el instrumento, debería hacer una brillante demostración pianística, que debió ser lucida, loada y aplaudida por todas la matronas del barrio. Es natural que hiciera una espléndida actuación recordando sus mejores tiempos y toda su juventud, añoorando las veladas musicales que tan a menudo se organizaban en su familia. Si mi madre, por su cultura y refinada educación había sido distinguida por aquella buena gente, imaginaros ahora verla sentada majestuosamente frente al piano interprentando algo que nadie comprendía pero que todo el mundo admiraba.
El piano se instaló en la sala junto a la alcoba de mis padres, único lugar disponible en todo el piso. En aquella sala y alcoba pieza inprescindible en las viviendas de finales del siglo XIX y principios del XX-, había además del piano, un armario ropero de dos cuerpos, un mueble peinador con la encimera de mármol, unos cajoncitos y un espejo, mueble que la abuela utilizó durante muchos años para ganarse la vida peinando a las señoras.
Había también una mecedora, el taburete del peinador y, por si fuese poco, de ninguna manera podía faltar en una sala y alcoba que se preciara de serlo, la gran cómoda llena de cajones que guardaban lo mejor de la familia.
Al llegar el piano a casa se tuvo que trasladar la cómoda a otra habitación, oscura, pequeña y sin ventilación. El traslado fue forzoso pues en la sala ya no cabían más cosas....... Los padres son capaces de cualquier sacrificio por los hijos, hasta el de trasladar la cómoda de la sala, mueble estimado e inprescindible para un matrimonio que desee guardar los más ancestrales principios de su familia.
He de confesar que la música me agradaba en demasía, tal vez porque mi educación musical había sido cuidada desde la tierna infancia. La música y las desavenencias conyugales en casa habían sido el pan nuestro de cada día.
Los últimos días de aquella guerra *incivil* que devastó nuestro país, una bomba segaba la vida del Sr. Arenas, gran músico y pedagogo que dedicó toda su vida a la enseñanza musical de los ciegos barceloneses. Al finalaizar aquella inútil guerra, la escuela municipal de ciegos cerró momentáneamente sus puertas, aunque ya nunca fue lo que fue en otros tiempos.
Serían los años 45 o 46 la escuela cerraba deflinitivamente.
En febrero del año 39 mi familia estaba totalmente desorientada: el niño sin escuela, la derrota del país, las tropas franquistas invadiendo mi patria, las instituciones democráticas borradas, las libertades fundamentales anuladas y las vidas rotas teniendo que empezar desde cero....... La situación era caótica. Nadie podía saber y ni siquiera presumir cómo acabarían aquellos inciertos primeros días de la invasión. Momentos difíciles para todos; el pueblo asaltaba los almacenes repletos de comida. Mi padre llegó a casa, un día, arrastrando un saco de lentejas que había *robado* de un almacén. El aceite hacía acto de presencia en casi todas las calles, la gente se llevaba bidones de aceite que, durante el trayecto hasta su domicilio, se reventaban. Los tanques y la soldadesca patrullaban por plazas y avenidas principales de la ciudad.
No he podido olvidar que, paseando, mi padre me llevó a la plaza Cataluña donde había gran número de tanques vigilantes, con el fin de mostrar al pueblo que si alguien pretendía moverse ya sabía lo que le esperaba. La intención de mi pobre padre era que yo pudiera tocar una de aquellas máquinas infernales. Puedo aseguraros que no nos dejaron ni tan siquiera acercarnos, bajo la amenaza de detenernos.
Sería el mes de abril del mismo año 39, yoo asistía como alulmno al instituto para ciegos que "la Caixa" tenía en la calle Rosellón esquina Casanova. Alllí fue donde conocí a Tete Montoliu, con quien he mantenido una gran amistad aparte de la admiración que le profeso como excelente pianista de jazz. Era un niño de seis años, reflexivo, callado y la música como alma.
En el instiytuto las clases eran mucho mejores que las que dimos en Vila-Joana durante los meses de la guerra.
Mis progresos pianísticos fueron notables. pronto interpretaba Schumann. Aquello no eran los gemidos de gatos escaldados! Era música, música bien hecha! Al constatar mis padres la favorable evolución musical de su hijo dijeron: "Este chico necesita un maestro particular; prrogresará más......." Dicho y hecho......
No sé, cómo mi madre, se las arregló para encontrar un profesor de la Escuela Municipal de música, el Sr. Esteve Marjenat, quien venía dos veces por semana. Era un hombre extraordinario, un trozo de pan bendito nacido al Enpordá. Un auténtico pedagogo de la música, ahora bien, nunca había visto un ciego tan de cerca. Ello no fue obstáculo para aceptar el reto que se le presentaba; la experiencia bien valía la pena.
En un principio tuve que ser yo quien le enseñara la musicografía BVraille y demás signos para realizar una buena clase.
Nosotros, los ciegos, no tenemos pentagrama. El sistema Braille consta tan solo de 64 signos diferentes. El signo generador del sistema consta de seis puntos; imaginaros la mitad del seis doble en el juego de dominó.
La combinación de esos puntos forman las letras. Con estos 64 signos hemos de hacerlo todo: letras, números, notas musicales. Por ejemplo: las corcheas son: la *d* el *do*; *e*, el *re*; *f*, el *mi*; *g*, el *fa*, *j*, el *sol*; *i*, el *la*, *h*,el *si*. Las blancas: *n*, el *do*, *o*, el *re*; y así sucesivamente. Para determinar la altura de la nota o, mejor, la octava, lo indicamos mediante un signo delante de la nota.
Lógicamente escribimos música como si fuese literatura. Cuando se trata de escribir música para piano, primero escribimos una frase musical de la mano derecha y acontinuación la misma frase para la mano izquierda. Os aseguro que es una lata, pero no nos queda otro remedio.
La memoria es como la fuerza: cuanto más la practicas más la tienes.
Pasadas unas semanas el Sr. Marjenat sabía el sistema Braille y toda su musicografía. Era ya imposible poderlo engañar.......
Transcurrido un año en la familia sucedió un hecho importante. el *niño* dejaba de dar la monserga con escalas y ejercicios para interpretar una pequeña obrita: la "Melodía" del álbum de la juventud de Schumann. Todas nuestras amistades ya sabían que el *niño* sería un gran pianista porque ya tocaba aquella tontería de "Melodía". Al cabo de ocho días, los vecinos estaban ya hartos y cansados de oír aquella obrita y, po rqué no también, de las escalas y arpegios.
Por vidas que tuviese, no serían suficientes para agradecer la paciencia que tuvieron aquellos sufridos vecinos. Si no, que lo digan aquellos que tengan por vecino un estudiante de música. No podré olvidar cuando, con cara de asco, los vecinos más valientes decían a mi madre con voz triste y suave: "Sra. Asunción, su hijo tiene la puñetera virtud de no tocar nada bien. Cuando después de muchas horas consigue tocar bien una pieza que ya todos gozamos, va y vuelta otra vez a empezar otra canción mal tocada".......
Mi madre los miraba y les ofrecía una sonrisa. Eso sí, rápidamente aquella buena gente añadían: "Hágalo estudiar mucho, hemos de hacer de él un hombre de provecho".
No sé si en alguna parte he dicho que en la casa donde nací pasé los primeros 25 años de mi vida. Era una casa de gente obrera, construida a mediados del siglo XIX, con paredes delgadas a través de las cuales podías escuchar las conversaciones de los vecinos. Imaginaros pues, cómo se oía el piano en los demás pisos, casi mejor que en mi propia casa y las horas de estudio eran varias cada día.
El piano de alquiler duró muy poco tiempo. En vista de que el *niño* prometía, pronto mi padre decidió comprar un piano. Él decía que pagar un dinero mensual era una tontería, ya que pagabas y pagabas y nunca era tuyo. El Sr. Marjenat les orientó y muy pronto teníamos piano nuevo o de segunda mano pero en condiciones. Aquel apetecido instrumento hizo una entrada triunfal en casa. Me explicaré:
Mi única hermana, Mercedes, que tenía quince años más que yo,- mujer extraordinaria y luchadora-, el año 1935, cuando tenía 21 años, se casó con un muchacho muy buena persona, gran bailarín de tangos, jardinero de profesión y empleado municipal.
Al año él marchó a la guerra, tuvo la suerte de que le nombraran "cabo furriel" encargado del avituallamiento. A los pocos meses mi cuñado procuró que mi hermana y una hijita pequeña se trasladaran a la retaguardia donde él estaba, estarían juntos y al mismo tiempo comerían bien, cosa que no se hacía en Barcelona.
Ella y la hijita acabada de nacer emprendieron camino del frente. Hacia la Fuliola, un pueblecito en la retaguardia donde lo pasaron bastante bien; pero la guerra, aunque lejos estaba demasiado cerca. muy pronto, la Mercedes y su hija regresaron a Barcelona, las cosas se complicaban demasiado Manel, que así se llamaba mi cuñado, asistió al terrible frente del Ebro, en cuanto el ejército republicano se dio a la desbandada, mi cuñado vino andando hasta Barcelona. Después de tomados unos días de descanso de nuevo se incorporó al frente para luchar contra los rebeldes, de donde ya no regresó hasta después de unos meses de acabada la guerra y visitando forzoso diversos campos de concentración. La única manera de liberarse del campo de concentración era presentando un aval o bien de la falange y, sobre todo, del clero que fue quien ganó la batalla *incivil*. No podemos olvidar que según Franco aquel desastre de muerte lo denominó como "cruzada de liberación nacional" y él mismo se autodenominaba "caudillo por la gracia de Dios" y por si fuese poco entraba, cuando le parecía, a las iglesias, "bajo palio". Seguro que a Dios le daba tres patadas en la tripa que fuese nombrado por la gracia de Dios........
Una vez en casa venido del último campo de concentración, tuvo que esperar, como todo el mundo, a ser depurado al integrarse a su puesto de trabajo en el ayuntamiento.
Como es de suponer la economía familiar estaba bajo mínimos. Por lo tanto decidieron que mi hermana, mi cuñado y una sobrinita, vinieran a vivir con nosotros. Allá donde caben tres caben seis............
El mes de septiembre de 1943 mis padres me compraron un piano de segunda mano, un piano grande con candelabros y todo; un señor piano. Recuerdo bien la fecha de la compra y entrada triunfal del piano en casa, por un acontecimiento concreto y muy chusco que ocurrió aquellos días.Y, si no, juzgad vosotros mismos.
Mi hermana esperaba un segundo hijo que vino al mundo el día 8 de septiembre. Era otra niña; nacía en la sala de casa, tal y como era costumbre entonces. El día siguiente era el fijado para entregarnos el piano. He aquí que los acontecimientos se precipitaron, y no fue el hijo que apareció antes de hora, sino que llamaron a la vez la hija y los transportistas del piano. Mi hermana estaba en plenos dolores de parto. En aquella sala y alcoba se vivieron momentos de gran tensión, y no era para menos!
En aquella sala y alcoba por lo general llena de muebles, ahora teníamos que añadir el gran y nuevo piano con sus candelabros a cuestas, una gran y reforzada silla de madera que mi padre me hizo como taburete para tocar el piano, la comadrona yendo y viniendo sin parar con instrumental pertinente preparatorio del parto, mi madre que a menudo aparecía con una gran olla de agua hirviendo, -no sé bien para qué-, los transportistas enrollando las cuerdas utilizadas para la entrada del piano por el balcón, la sobrinita removiendo la cola por allá en medio, y por si fuera poco, el *niño* que daba la lata ya que pretendía probar el nuevo instrumento. En medio de la sala estaba el viejo piano de alquiler a punto de ser recogido por otros hombres que aparecieron de inmediato.
Mientras tanto, mi cuñado, junto a la cama de su mujer intentando que no pariera en aquel momento inoportuno y caótico.
Un par de días después, las cosas volvieron a su cauce. Mi hermana tenía la segunda hija muy bienvenida, el piano de alquiler salía ya de casa, la comadrona ya se había despedido señal que todo marchaba correctamente, la madre ya no iba y venía moviéndose impaciente y, el niño, ya volvía a dar la lata con sus escalas y arpegios, eso sí, ahora con su piano nuevo.
Recordado con la perspectiva de los años, resulta gracioso y divertido, entonces pasaron muy malos días, pero aquel día el malhumor y los nervios estaban a flor de piel, y con razón.......
Debo confesar que la música cada día me gustaba más y por lo tanto me entregaba más a ella. Tal vez influyó también, que cada domingo mi familia me llevaba al Palau de la Música Catalana a oír el concierto matinal que daba la orquesta Municipal de Barcelona que, si mal no recuerdo, la dirigía el maestro Eduard Toldrá. Por concesión especial a los ciegos, íbamos al pasillo del órgano, encima mismo de los músicos. Mi padre se dormía!
Yo estudiaba cada día con más interés, hasta que un día descubrí, que, sin estudiar partitura alguna, era capaz de tocar cualquier canción que oía por la radio. Fue un maldito descubrimiento ya que a partir de entonces perdí todo interés por el estudio.
El año 39, conocí a Tete Montoliu, cuatro años más pequeño que yo. Era ya un excelente pianista. fuimos grandes amigos, en aquella época cada domingo nos visitábamos, un día en su casa y el otro en la mía. A fin de no ser menos que él, yo quería hacer lo mismo con el piano, qué ilusión.......
He dicho anteriormente que, tete Montoliu, ha llegado a ser una verdadera estrella mundial del *jazz*, sin embargo, yo he sido un estrellado *jazzista* mundialnente desconocido. Tete un auténtico fenómeno musical,con una retentiva excepcional y una musicalidad fuera de serie. De mí, mejor no hablar....... Nuestra amistad ha durado siempre, Tete ha sido un niño crecido, un alma sencilla escondida bajo una coraza de hierro.
Creo haber dicho también, que mi padre, dentro de su oficio, era persona muy estimada por todos los dueños de tallerres de automóviles, era un hombre responsable, trabajador y muy dúctil con cualquier de las especialidades del oficio.
A principios de los años cuarenta, entró a trabajar en el parque móvil militar, ganaba bastante más y eso era importante en aquel tiempo de escasez, pero más importante aún era que los talleres contaban con un economato en el que no faltaba de nada. imaginaros lo que significaba en la postguerra.
Tendría yo unos quince años cuando, un día, dijo solemnemente a la hora de cenar: "he hablado con el comandante y ha accedido a que el niño toque dos canciones en la gran fiesta que se organiza en Montjuic, con motivo de san Cristóbal, patrón de los automovilistas". Todos nos quedamos petrificados. No podíamos llevarle la contraria, se hubiese organizado la de Dios es Cristo!
A medida que nos acercábamos a la gran fiesta, mi padre hablaba y hablaba de la gran expectación que, entre sus compañeros, había levantado la actuación de su hijo que, a pesar de ser ciego, hacía cosas que ninguno de los hijos del Sr. Comandante, hacían. yo cada día estaba más preocupado! Dios mío, qué podría interpretar, qué compromiso! En medio de una fiesta alegre, no podía salir el *nene* interpretando bach, Mozart o un estudio de Clementi.......La gente no lo entendería y sería un verdadero fracaso. Pasaban los días y yo cada vez más nervioso; mi padre cada vez más entusiasmado e ilusionado. No dejaba de pensar qué cosa tocaría que tuviese éxito. Por fin un día se me encendió la bombillita y dije: Tocaré y cantaré un par de canciones de las que están de moda. Era natural, a mi madre no le entusiasmó la idea, mi padre, aplaudió encantado mi decisión. Su hijo, no tan solo tocaría el piano, sino que también cantaría. Para él, aquello era el summum de la felicidad paterna. como podéis suponer el Sr. Magenat nada supo de mi primera aparición en públilco, supongo que no le hubiera hecho ni pizca de gracia.
Los días corrían veloces y cada vez estaba más cerca el gran debut.
Mi padre dijo sentenciando: "Aquel día el niño estrenará traje, zapatos, camisa y corbata", nada dijo de la ropa interior...... De vez en cuando decía: será la figura de la tarde. Un niño ciego tocaría y cantaría; aquello no pasaba cada día, ni tan solo cada año en la gran fiesta cristobalina.......
La esplanada frente a la fuente de Montjuïc estaba totalmente vallada y llena de mesitas en donde se serviría la merienda para todos.Solo hicimos que llegar y mi padre me fue presentando a todos sus amigos y conocidos, la cosa fue que hasta me presentó al Sr. Comandante y demás jefes con graduación. Yo estaba avergonzado aunque, no lo digáis a nadie, pero en el fondo me sentía complacido. A media tarde y cuando el recinto estaba lleno de bote en bote, llegó el momento tan esperado.......
Mi padre, muy orgulloso de su hijo, me acompañó hasta el entarimado donde estaba el piano y el micrófono. En aquel momento se produjo un silencio expectante y el *nene* empezó su brillante actuación....... Que recuerde interpreté dos canciones: "Oh, Rosalía", y "corazón corazón", dos canciones de rabiosa actualidad.
No es necesario que diga que el éxito fue total y absoluto. Un niño ciego sentado frente al piano y cantando, no podía tener otra cosa que éxito. Mi progenitor que no paraba quieto,al finalizar mi* encuentro con la fama*, fue calurosamente fellicitado por todos los presentes. Pienso que fue uno de los días más felices de su vida.
A pesar de las múltiples felicitaciones yo no estaba nada satisfecho. ¡Qué diría el Sr. Marjenat si lo supiese! Tal vez alguien de los presentes le conocería, se lo diría y ¿cómo quedaría yo?
Los largos aplausos del público, debo confesar que me agradaron mucho y sentí la necesidad de que, muy pronto, tenía que escucharlos de nuevo.
Realmente no sé como fue pero, transcurridos no demasiados meses, fui invitado a tocar un par de piezas en una de las muchas entidades de Gracia,hoy día conocido por "el tradicionarius", entonces era conocido con el nombre de "los casados". Era un festival benéfico en el que participaban buen número de artistas de la radio, de los que guardo un gran recuerdo y una muy buena amistad. Entre ellos estaban los actores rafel Anglada, Albert Nadal, Joan LLuís Suári, Isidre Sola, etc. etc. De resultas de aquel festival benéfico aquellos artistas me incorporaron al grupo que mensualmente íbamos a las salas de los enfermos de tuberculosis del hospital de Sant Pau.
Éramos un grupo que bajo el paraguas del Ateneu de Sant Gervasi, llevábamos un poco de alegría a toda aquella gente que sufría en una sala comunitária de un hospital, actuación que hacíamos en directo y no por la red de altavoces hospitalarios.
Permitidme que abra un pequeño paréntesis para declarar humildemente, que jamás he vuelto a cantar solo, en primer lugar porque mi voz se ha hecho para hablar y a veces demasiado, y, en segundo lugar acostumbro a ser muy consciente de mis limitaciones.
Mientras tanto, el Sr. Marjenat iba viniendo a casa dos veces por semana. El piano sonaba tres o cuatro horas diarias y no siempre tocando estudios de Czerný, herz o sonatas de Mozart, Clementi y de Beethoven. Gracias a mi retentiva musical me resultaba mucho más fácil y gratificante tocar melodías de actuallidad armonizadas por mí mismo, que no tocar aquellos *rollos* que me mandaba estudiar el paciente Sr. Marjenat.
Como anécdota de persona aficionada a la música permitidme que os cuente la siguiente: Por casa venía un joven, hijo de una buena amiga de la familia que, casi siempre hacía lo mismo: llamaba a la puerta y casi sin saludar decía: ¿puedo pasar a escuchar al chico?, pasaba a la sala sin abrir boca ni hacer ningún ruido. Se sentaba a mi lado casi sin respirar y, luego de trascurridas dos o tres horas, hacía la misma operación a la inversa. Asomaba la cabeza al comedor y casi sin voz decía: "Adiós, hasta mañana". A temporadas venía cada tarde y yo sin enterarme...... Era un verdadero amor a la música....... Creo que no hay cosa más aburrida que oír cómo estudia un aprendiz de músico......
Lo chocante y curioso es que el joven en cuestión se llamaba *modesto*.......
Después de cuarenta y tantos años vendí el piano. Lo tocaba tan poco que tal vez no valía la pena tener un *trasto* más en casa. pero curiosamente debo decir que a mí me faltaba algo, un trozo de mi vida. No pasaron ni seis meses que Marisa y yo otra vez teníamos un nuevo piano. Esta vez más pequeño, más coqueto. De vez en cuando paso las manos por el teclado, lo acaricio....... Con eso, tanto él como yo, ya tenemos suficiente.
15. LA PINOCHO
Mucho antes de conocer yo el famoso personaje cinematográfico italiano del pequeño Pinotxo, corría por mi barrio y de boca en boca el nombre de "Pinotxo", aplicado a una mujeraza alta, entrada en bastantes carnes, de gruesas facciones y nariz bien dotada: la "pinotxo".
Resulta curioso que no he sabido el nombre verdadero con que fue bautizada hasta unos cuarenta años después de conocerla. Tenía una mirada tierna y ojos generalmente tristes.
Desde mi más tierna infancia había oído decir a mi madre, que la "pinotxo" era un "cuatro reventado", expresión que, en multitud de veces, me había hecho cavilar, buscando la posible relación que existía entre el número cuatro, que jamás había visto reventado y aquella mujer de voz gruesa y muy afable. Una voz dura pero dulce, grave pero bien modulada y simpática, profunda pero voluptuosamente sutil.
Del mismo modo que para cualquiera de mis lectores videntes, la primera impresión que se lleva al ver una persona es el rostro y la figura, para nosotros, los ciegos, es la voz. No es tan solo la cara el espejo del alma, sino que también es la voz. La voz refleja fielmlente el estado de ánimos de una persona. Diría más. Por lo general las personas pueden y, a veces lo hacen, disimulan con un gesto o una buena cara el estado interior del esppíritu, descuidando involuntariamente la flexión de voz que realmlente delata la verdadera situación anímica. mediante la voz, los ciegos, podemos darnos cuenta de multlitud de cosas que a las otras personas con vista les pasan desapercibidas.
Cuallquier persona con visión normal da una extraordinaria implortancia a este sentido que, según muchos, lo califican de primordial. Lo que sucede es que nosotros damos importancia a todas las manifestaciones humanas, excepto a la vista, ya que no la tenemos.......
No olvidemos que, también los que gozan de visión, perciben las mismas sensaciones e influyen las mismas percepciones, pero ellos las marginan o desatienden en favor de lo visual. Yo que perdí la visión casi a los ocho años, conservo, aunque ciertamente desdibujadas,imágenes visuales bien concretas. Imagino que mis imágenes deben ser como las de aquellas personas que recuerdan un paisaje u objeto visto hace muchos, muchísimos años,de verlo de nuevo transcurridos los años, pienso que no corresponderían fielmente a la imagen conservada. Para mí y para aquellos que hemos visto poco o mucho, las voces van unidas a imágenes reales que normalmente concuerdan con la realidad.
Yo guardo en el cajoncito de mis recuerdos visuales una serie de imágenes bien definidas, aunque tal vez pasadas de moda.
Digo eso, porque cuando imagino un avión, es el avión que vi en los años treinta. lógicamente, la información recibida ya sea táctil o intelectual hacen que modifique la imagen adecuándola a la realidad actual. Y así sucede con todas las cosas vistas o vividas. recuerdo perfectamente los colores, aunque algunos son difícilmente vistos por mí. Algunos de los colores que hoy día están de moda, Marisa tiene que asociarlos a algún objeto visto por mí aquellos tiempos. El color butano, por ejemplo, en mi infancia el butano no existía por lo tanto ningún objeto podía tomar el nombre de las botellas que contienen el gas.
Pero volvamos a la "pinotxo". Ella vivlía con su madre, una mujer de edad avanzada,aunque disimulaba sus arrugas con pinturas y porquerías cosméticas, a mí me resultaba chocante ver aquella cara pintarrajeada.
Nunca supe si eran originárias del barrio o venían de otro lugar de Barcelona o bien de Cataluña. Nunca se las veía por la calle ni tampoco por ninguna de las tiendas que *adornaban* el barrio por lo que la comunicación con el vecindario era poco o nada fluída y muy escasa.
Aquellas dos mujeres llevaban una vida misteriosa y espesa, al menos eso era lo que se decía por casa. Vivían en un pisito que, desde nuestra galería, divisábamos un pequeño balconcito que daba al interior de la manzana. Lo recuerdo como si fuese un sueño....... Haquel balconcito estaba situado encima mismo del patio de una carpintería en la que trabajaban bastantes hombres. De vez en cuando se producía un hecho extraño e insólito que me tenía sumamente intrigado: La "Pinotxo" hacía su aparición en el balconcito ataviada con una ancha bata de colorines, abría coquetamente la bata, acompañaba el gesto con una sonrisa maliciosa, torcía su cabeza y con unos pasitos lentos se iba hacia el rinconcito del balcón. Inmediatamente, uno de los hombres de la carpintería acercaba una escalerilla de madera a la baranda del balconcito y trepaba nervioso cual gato que le persiguen y. Saltaba, saludaba a la "Pinotxo" y desaparecían tumultuosamente.
Alguna vez había visto la operación a la inversa: un hombre con su vestimenta desarreglada bajaba por la escalerilla que casi siempre hacía guardia al pie del balcón. El caballero desaparecía engullido por el fragor del taller. Cada vez que yo inquiría a mi madre una explicación a aquel hecho tan curioso, que por repetido ya dejaba de ser insólito, exclamaba sin darle ninguna importancia: "No hagas ningún caso, hijo mío, esta mujer es un cuatro"....... Otra vez salía el cuatro!
Qué cosas tan extrañas me decía la madre; para mí todo aquello era totalmente inexplicable. si mi perplejidad la consultaba con mi hermana, la respuesta era peor: "Mira, nene, a estas señoras se les ha estropeado la puerta del piso y, por eso, esos hombres han de entrar por la galería para poderles arreglar la cerradura......."
Aquella explicación todavía me compklicaba más la vida. O bien tenían un piso con una cantidad enorme de puertas o tenían el cerrojo hecho una verdadera olla, en cuanto fui un poco más mayor creí que la segunda hipótesis era la verdadera.......
Conociendo después la profesión de la más joven, intenté averiguar alguna cosa más acerca de aquellas dos vidas a fin de saber cómo vivían y qué era de aquellas dos vidas desgraciadas.
Tanto la "Pinotxo" como su madre resultaron no ser hijas del barrio, habían aparecido unos veintitantos años antes. Nadie conocía su procedencia aunque por su forma de hablar se les ubicaba nacidas en Barcelona. cuando llegaron la "Pinotxo" tendría unos once o doce años.
Decían que la madre era soltera y tenía su lugar de trabajo por las Ramblas, cosa muy mal vista en aquella época. Mi madre siempre contaba que un buen día apareció un hombrre en aqellas dos vidas, un hombre que, según parecía, iba con muy buenas intenciones. Parecíia que estaba enamorado de la madre y quería retirarla de las esquinas....... La gente decía que aquella mujer, veinte años antes, estaría de muy buen ver y muy atractiva. Los que la habían conocido se hacían lenguas del señorío que gastaba aquel redentor deovejas perdidas. En apariencia formaban una ejemplar familia. Raro era el día que el hombrecito no aparecía con un paquetito en la mano, sería un regalito o bien para la madre o bien para la hija. La hija día que pasaba se la veía más mujer, redondita y lustrosa, ojos saltones, labios sensuales y mejillas rojuelas;
Las comadres diplomadas del barrio intentaban saber, sin éxito, en qué se ganaba la vida aquel señorón que, según parecía tenía mucho dinero. Cada una de las "gacetillas" publicaban su tesis: unos que si era banquero, otros opinaban que resultaba ser un millonario cargado de puñetas y dinero....... Y así pasaban el tiempo aquellas chisposas de mi calle.......
El tal fulano desapareció del barrio de la misma manera que había llegado, como una aparición fantasmagórica que dio trabajo, y mucho, a las lenguas de siempre. No creo que durara más de un año aquella felicidad tripartita.
Un buen día, mejor aún, un mal día aquellas dos mujeres volvieron a verse juntas,con sus caritas tristes, la jovencita con vestidos tirados y más bien anchos, baja la mirada y la sonrisa rota. En seguida corrió el siguiente comentario entre malicioso y satisfecho: "Aquel *tío* ha dejado preñada a la criatura y ha puesto los pies en polvorosa....... Sinvergüenza....... Esto ya se veía venir, estas mujeres no pueden tener suerte. Lo peor es que este hombre debe tener esposa e hijos y esas malas pécoras han roto una familia para siempre......
Pasada como es natural la primera efervescencia en la que cualquier historia se comvertía en puro chismorreo, las aguas volvieron a sus cauces y la "Pinotxo" y su madre perdieron todo interés vecinal. Se las veía muy poco y cuando resultaba forzosamente necesario, se las veía tristes y demacradas.
Después de una muy larga temporada, de nuevo aparecieron,como nacidas de la nada. De nuevo madre e hija paseaban cogiditas del brazo. La madre un poco más vieja, con alguna arruga mal disimulada; la hija, una mujer más hecha, más redondita con un rictus en la cara entre amargo y desaffiador. Ahora, eran las dos mujeres las que cada atardecer se las veía encaminadas hacia las Ramblas a trabajar. Si alguna vez se cruzaban con algún vecino, vajaban los ojos al suelo y con una triste sonrisa saludaban con un ligero movimiento de cabeza...... En el fondo mi madre siempre las había compadecido.
Es un trabajo muy duro y penoso! Pobres, las que tienen que vivir de esta manera......!
Cada vez que recuerdo el episodio de la "Pinotxo" no puedo sustraerme a otro hecho totalmente distinto y muy gracioso.
En casa teníamos un gato de pelo blanquísimo, suave y muy afectuoso; todos le queríamos mucho, al cual le pusimos de nombre "Espuma", por aquello del color. El *Espuma" como buen gato, temporalmente tenía la necesidad de echar *una canita al aire*. Se escapaba nervioso de casa hacia los tejados y terrazas próximas a nuestra galería. La ida fantástica, la vuelta era todo un drama, se nos ponía a maullar en la baranda más próxima de casa. Qué cosa hizo mi madre.......
Imitando las correrías de los pretendientes de la "Pinotxo", en la época sabida, ponía una escalera de mano entre la baranda de nuestra galería y el borde de la terraza más próxima. Fue la gran solulción, el Sr. "Espuma" iba y venía según sus necesidades sexsuales.
Os dais cuenta de que no hay mal que por bien no venga.......
Transcurridos treinta-y-cinco o cuarenta años, estando comiendo con mi familia en un hostal perdido por las tierras del Bergadá. Se acercó a mi mesa una señora mayor, elegante pero sencillamente vestida, bien peinada y con gesto distinguido, me dijo:
-Perdonadme, caballero, vos sois Francesc Miñana, ¿verdad?
Era una voz gruesa pero bien timbrada, su voz tenía un ligero deje extranjero que le daba un agradable toque de distinción.
-Sí, le dije, soy yo mismo.
-Estás igual que entonces-.
Yo dibujé una leve sonrisa escéptica y de agradecimiento.
-Para ti los años no pasan, querido, -y siguió- cuando me marché del barrio tú todavía eras un niño.
No tenía ni la más remota idea de quien era aquella buena mujer.......
-Tu madre habrá muerto ¿verdad? ¿Y la hermana, Mercedes es su nombre, verdad? Tú debes estar casado y esta debe ser tu mujer.......
Todo eran preguntas y más preguntas a una rapidez tal que yo casi no tenía tiempo de contestarlas todas.
-no me debes haber conocido, naturalmente, yo soy más del tiempo de tu hermana.
Seguramente mi cara sería un verdadero poema entre desorientado y curioso. Ella siguió hablando.
-No, no, ya veo que no sabes quién soy. Me llamo Carmina....... Yo vivlia encima de la carpintería.......
-Ah, ya te recuerdo ahora; tú eres la P...... Ella se apresuró a decir.......
-La Carmina. La Carmina. Se acercó un poco más y con voz emocionada me dijo:
-Estoy muy contenta de volverte a ver, muchas veces he pensado en ti. Hace muy pocas semanas que he regresado de la Argentina. He venido de vacaciones. Hacía treinta y seis años que no había pisado tierra catalana. Allá tengo un hijo casado que es con quien vivo. No he visto a nadie del barrio. Vivo con una familia amiga de mi difunto marido.
Acercándose mucho de dijo:
¿Me permites que te dé un beso?
-Naturalmente. Ahora soy yo quien se lo pido.
Me abrazó y me dio dos emocionados besos. Al retirar la cara sentí sobre mi frente que corrían dos lagrimones vertidos que, Dios sabe, todo lo que se escondían detrás de aquellas lágrimas.
Tal vez una vida triste y equivocada,el recuerdo de una infancia que jamás tuvo.
Aquellas lágrimas escondían todo un mundo y toda una vida difícil y demasiado dura.
¡pobre mujer!...
16. NI ESTAN TODOS LOS QUE SON, NI SON...
Nunca he sabido por qué en aquel barrio, y quizás también en los otros, la gente tenía tantos motes. Cuando alguien no tenía ninguno era buena señal, queriendo decir que aquella familia no se destacaba por nada en concreto, ni bueno ni malo.
Quisiera, con un par de pinceladas, dibujar una serie de personajes chocantes y peculiares que nos visitaban en casa o bien andaban por el barrio, cargados de humanidad y sencillez, trabajadores y dedicados a los demás. Así pues, uno de los amigos de mi padre que a menudo venía por casa era conocido entre nosotros como "el Sípia", un buen hombre que, un día, subiendo por la escalera de casa, mi madre lo anunció gritando a mi padre:
Batista, "el Sípia", que viene a verte.
El pobre "Sípia", dijo subiendo la escalera:
Condenada mujer, qué me ha dicho ahora...
Mire buen hombre, Batista tiene un amigo que es igual que usted y que se hace llamar "el Sípia", y le había confundido...
A otro amigo de mi padre lo conocíamos como el "Tetereté", total porque tartamudeaba. Incluso cuando hablaba de él mismo decía: "Eso no lo has hecho bien, tetereté...".
Otro personaje conocido por el barrio era el "Soy yo", dado que todos los días, cuando me venía a buscar para ir a la escuela y llamaba a la puerta de la calle, decía: "Soy yo". A veces los vecinos me decían: "Ayer no vino el Soy yo, ¿no?".
Todo esto se ha perdido y ahora casi no conocemos ni a los vecinos de la escalera ni por su verdadero nombre. Tal vez lo de antes fuese demasiado, pero lo de ahora es demasiado poco. Se ha perdido el espíritu de barrio y de calle, esa bien o mal entendida solidaridad entre todos y esa rivalidad entre calles y barrios. De ningún modo quiero valorar si era o no buena, solo quiero dejar constancia de su existencia.
Uno de los también etiquetados era el "Saltaterrats", de quien se decía que su ropa estaba marcada con las iniciales de los hombres del barrio. Eso era porque, saltando de terrado en terrado, iba recogiendo la ropa tendida que le parecía buena y que le fuese bien. Esa familia tomaba la precaución de no coger nunca los vestidos ni la ropa que les pudiese comprometer cuando la exhibiesen en público. A los niños nunca nos afectó, pues se trataba de un matrimonio sin hijos. A nadie le extrañó el motivo, pues no tenían vergüenza cuando tendían la ropa y se veían las sábanas y las toallas con letras azules que decían "Baños populares de Barcelona".
El "Nas de plátano" era otro hombre a quien Dios no tuvo cuidado cuando le hizo la nariz, larga, roja y puntiaguda. Era un personaje campechano, simpático y querido por todos, que siempre decía: "Ya lo sé que tengo una nariz de plátano, pero me la trae floja...". Él era el primero en reírse de su nariz. Esta es una buena filosofía para que los demás no se metan nunca contigo; algo no ocurría con Jordi, "Cap de zepelín", pues agarraba unos cabreos de Padre y muy Señor mío. Cuanto más se enfadaba, más le repetíamos el mote. De verdad que su cabeza era igual que un zepelín. Se decía que lo tenía así de los fórceps al nacer. Los forceps eran como unas grandes pinzas para coger a la criatura que no quería nacer y lo estiraban de la tierna cabecita. Pobre chaval!
Pared con pared con el mudo había un chatarrero, figura curiosísima y que se hecha de menos. De buena mañana ataba el burrito a un carro pequeño y amable que llevaba una campana como un gong chino, pero más agudo y escandaloso. Salía de casa gritando el típico grito del chatarrero y dando fuertes golpes de gong o campana. Las mujeres bajaban todo lo que quisiesen tirar y el lo compraba. El regateo era la pieza fundamental en aquella compra-venta. Al mediodía volvía a casa, descargaba el contenido del carrito en la tienda y luego, tras haber comido, vuelta a empezar. La familia le hacía la criba entre lo que se pudiesen aprovechar y las que no pudiesen interesar a nadie.
Uno de los gloriosos días del barrio se armó un escándalo fenomenal, pues la "Rosita sense calces", una criatura de unos diez años que siempre se levantaba la falda para que todos le viésemos el culo, llegó a casa con unas manos negras de carbón marcadas en el trasero... Una calle más allá había un carbonero típico, con su tradicional tienda cargada de carbón, separado por unas planchas de madera y la pala para poderlo coger. "Rosita" tenía la costumbre de hacer unas visitas a la carbonería. La madre, al ver ese culo y los muslos marcados por la mano del carbonero, organizó un escándalo monumental implicando al carbonero, su mujer, los hijos mayores del carbonero y quién sabe Dios. El revuelo del escándalo duró varios días y semanas. Desde entonces, "Rosita" se puso bragas; ¡lástima!
Otro de los personajes peculiares que corrían por Gràcia eran unas mujeres bien arregladitas que los domingos al mediodía se plantaban en medio de la calle con una torta en mano, y lanzando un par de gritos bien lanzados, se sacaban unas cartas pequeñitas de un mazo y las vendían a dos reales cada una. Una vez vendidas las cuarenta y ocho, se sacaban otra del bolsillo y hacían un espectacular sorteo. Cuando aparecía la persona agraciada, se despedían con un saludo colectivo y venga, a la calle de al lado para repetir la operación.
Punto y aparte eran los pianos de manubrio. Las calles del barrio se alegraban con el sonido de aquellas máquinas musicales. Los pianos de manubrio... una máquina añorada por mí; en alguna capital europea aún se encuentran por la calle organillos muy parecidos a aquellos pianos que tanta personalidad daban a Barcelona... Cuando lo oíamos, todos los niños salíamos a las ventanas y balcones para escuchar esas notas metálicas acompañadas de campanillas afinadas. La gente también salía a los balcones y les tiraba monedas. Años más tarde ya iban acompañadas por una batería. Ya no era lo mismo. Incluso un piano normal, encima de un carrito, tocado por Gitanito -gran pianista- que un año lo tuvimos como músico en la fiesta mayor.
Se trataban de personajes entrañables que hemos perdido para siempre, borrados por la civilización, al menos así dicen. Antes los mendigos tenían que ganarse lo que recibían haciendo girar la manecilla del manubrio, cantando canciones de moda y vendiendo los cancioneros, tocando la guitarra o cualquier instrumento. Recuerdo incluso que en casa me contaban que los "cieguitos" que pedían limosna en la puerta de las iglesias, se ganaban el pan con el sudor de su lengua. Un ciego conocido de la familia pedía limosna en la puerta de las iglesias, eso sí, tú le encargabas los rezos a este o a aquel santo para darle las gracias o pedirle un favor. Según los rezos, él cobraba unas monedas u otras. Dicen que tenía tanto trabajo que se pasaba la noche rezando. Durante el día no daba abasto. A eso le llamo honradez profesional...
17. EL "SAMARRETA"
Aquella noche el "Samarreta" volvía del trabajo preocupado porque le parecía que las cosas no iban del todo bien. A uno de sus amigos, Cinto, lo habían metido en prisión esa misma tarde. Cinto fue acusado de estraperlista. Durante los años de la larga posguerra cualquier espabilado se dedicaba a estos quehaceres poco legales, gracias a los cuales podíamos comer algo más que los demás ciudadanos, que por miedo o falta de oportunidades, nos teníamos que fiar del Cinto de turno.
Cinto venía cada noche a casa para traernos un par de barras de pan blanco, pan que no sé de donde lo sacaba, pero tampoco nos interesaba demasiado, lo importante era tener pan comestible. Posiblemente, como tantos otros, hacía alguna que otra irregularidad para poder vivir y sacarse algún dinero para ir tirando. Pero Cinto no era un delincuente, al menos eso creía el "Samarreta", los de casa y todos los que le conocíamos.
Cinto era uno de los componentes del coro claveriano donde el "Camiseta" iba para cantar y participar como miembro de la junta. Muchos eran los coros de Clavé que en aquel entonces había en el barrio de Gràcia y en Barcelona en general. Eran muy curiosos los nombres que adoptaban esos grupos de hombres que cantaban después de la jornada de trabajo: los besugos, el rap, la Violeta, els tranquils, los bombites y leones... Nombres todos ellos que nada tenían que ver con su formación. No soy yo quien tiene que descubrir la figura de Josep Anselm Clavé y su gran labor que en el mundo obrero hizo cantando, pero sí que quisiera exponer la trascendencia que tuvieron esos coros en el barrio de Gràcia.
Casi podría asegurar que en cada taberna o bar del barrio se encontraba un coro de Clavé. Cabe decir que en esos tiempos no había tanta profusión de filiales de Baco como las hay hoy en día, ni la televisión 'embadurnaba los hogares como lo están haciendo hoy.
El "Samarreta", de quien siempre he desconocido su nombre verdadero, cuando salía de trabajar hacía una parada obligada en "Los Cantores", un bar donde se reunía el "Rap" coro al que pertenecían los hombres del barrio para saber las últimas novedades del día. Esa tarde le comunicaron que la policía había cogido a Cinto y que se lo habían llevado al Palacio de Justicia. Él confiaba en la inocencia de Cinto; a lo mejor sí que tenía algunas cosillas no demasiado claras, pero no era suficiente para infligirle tal vejación: esposado y llevado al Palacio de Justicia. Una vez más se libraría de lleno para ayudar a su amigo, algo habitual en él.
El "Camiseta" era un hombre especialmente diferente a los demás hombres del barrio. Su misma figura ya era del todo singular y significativa. Era alto, un poco relleno, con cara de bofetón, sonriente y siempre alegre; dispuesto a acudir allí donde fuere, casi siempre vestido con una camiseta tanto en invierno como en verano y con la armónica en los labios. Era un personaje pintoresco.
Trabajaba en un taller cerca de su casa y desconozco cuál era su sistema de información, pero al menor suceso en la calle, él ya estaba allí, en cinco minutos,... Que un niño se hacía daño, pues allí estaba el "Samarreta" y era él quien lo llevaba a la casa de socorro. Si un enfermo empeoraba, antes aparecía el "Samarreta" que el médico; seguro que sería útil para ir a la farmacia o para cualquier otra tarea. Donde nunca estaba presente nuestro amigo era en las fiestas y festejos que los vecinos organizaban para celebrar algo. Si no lo llamaban por algo en concreto, él no aparecía... En el momento de la juerga, el "Samarreta" se esfumaba. Era hombre de poco ruido.
Faltaban pocos días para el sábado de Gloria, la noche en que los coros salían a cantar por la calle y recogían dinero para poder salir de excursión en pascua Granada. Cada coro llevaba su traje con barretina y una serie de símbolos que identificaban su nombre: unas parrillas, unos tenedores y unas cucharas, unos trapos para coger la carne... todo en grandes proporciones. Todos los coros, por así decirlo, recorrían el barrio de Gràcia parando en todos los sitios donde les había invitado. La mayoría cantaban popurris de canciones de moda con letras alusivas al momento actual; nunca de tipo político, eso hubiera conllevado un problema a quien se hubiera atrevido a hacerlo.
De la noche hasta a la mañana, la gente corría de un lado para otro a poder oír la mayor cantidad de coros y poder gozar de esos momentos de ocio. Aquel año sería otra cosa sin Cinto. El "Samarreta" se puso rápidamente en acción. Corrió para casa y buscó en el armario el único traje que tenía. Era el mismo que utilizó el día de la boda y seguramente sería el mismo con el que lo enterrarían. Se puso hecho un pincel y salió a la calle. Yo no sé a dónde fue ni qué hizo, pero al cabo de unas horas aparecía por el barrio cogido del brazo de Cinto. Las mujeres del barrio decían que el "Samarreta" tenía tratos con el demonio...
El "Samarreta" ya llevaba la americana en el brazo y la armónica en la boca, Fueron derechos a la taberna donde lo celebraron con un buen plato de judías secas, un trozo de bacalao y un porrón de vino para echar unos sabrosos tragos, levantando el porrón cuanto más arriba, mejor. Ese ritual resultaba sorprendente y se precisaba de una gran habilidad para no echarlo todo a perder...
Al día siguiente y a la hora de siempre, Cinto volvió a casa con dos barras de pan blanco debajo del brazo, como si no hubiera pasado nada.
18. L'ESCURA-BUTXAQUES
En uno de los pequeños pisos del barrio vivían una madre con sus dos hijas. Una, Irene, seria y muy de su casa, como decía la madre; la otra, Julieta, muy achispada y hecha un cromo, pintada y un poco fulana, como también la llamábamos en casa. En los barrios y los pueblos la gente tiene mucha afición a calificar a diestro y siniestro a cualquier persona que tuviera a tiro.
Esas tres mujeres eran enigmáticas y misteriosas. Nunca hablaban con nadie. Cerradas siempre en su casa. Los vestidos que llevaban eran tristes, casi siempre de luto, serios y circunspectos. Altas las tres y bien peinadas, aunque pasadas de moda, y de escasas carnes y paliduchas. Un buen día, sin saber cómo ni de qué modo, Irene apareció casada con Romualdo, un hombre que había llegado hacía poco al barrio. Dios sabe dónde vio la primera luz. Como era de esperar estaba cortado por el mismo patrón. ¡No podía ser de otro modo! Ese hombrecillo seguía la misma trayectoria que las mujeres de su alrededor. Serio, callado, nada comunicativo y vestido siempre de negro. Irene trabajaba en la fábrica, hecho muy común entre las mujeres de Gracia, pues se encontraban diferentes fábricas por la zona, fábricas de ropa y género de punto. Era muy frecuente ver a las mujeres salir a las cinco de la mañana para ir a trabajar. Por la tarde casi todas estaban en casa o por la calle. A pesar de vivir en unos bajos, en verano nunca se las había visto sentadas tomando el fresco. Era una familia muy extraña, a la cual ya nos habíamos acostumbrado...
A Julieta, haciendo honor a su nombre, los amores le eran propicios y dicen que todos los días los tenía diferentes y bien pagados. Según las malas lenguas un día uno de los amantes la retiró de su fogoso trabajo y se casó con ella. Nadie supo nada de ese matrimonio. El marido, según decía ella, era policía nacional y lucía el uniforme por la calle.
Romualdo nunca cayó del todo bien en el barrio.
El policía nos daba más bien miedo que otra cosa...
En aquel pequeño piso ya había cinco: la madre, Irene, Romualdo y Julieta con su marido policía.
También las malas lenguas decían que cuando la madre entraba en una tienda, todas las mujeres cerraban los bolsillos y los monederos, por si acaso a l'escura-butxaques le daba por hacer alguna de las suyas y las dejaba bien limpias y sin blanca...
En una ocasión la pillaron con la mano dentro de un monedero; la víctima cerró el monedero y le dañó un dedo, que le quedó torcido para siempre.
19. EL TRANVÍA
Uno de los elementos entrañables que hemos perdido, por desgracia, estos últimos años por decisión de los políticos, ha sido el tranvía. Aquel maravilloso medio de transporte, tal vez arcaico, pero simpático y muy ciudadano. Entrañable vehículo que vio la luz en la ciudad de Nueva York el año 1842, arrastrado por tracción animal. En los Países Catalanes, el primer tranvía primero también del Estado Español por tracción animal, fue el de Carcagent a Gandía, proyectado por la compañía Sociedad Anónima Tramway en 1861 e inaugurado tres años después. En Barcelona, el primero fue en 1864, también por tracción animal, e iba desde la ciudad hasta la villa de Gràcia. El de Mollet a Caldes de Montbui se puso en marcha el mismo año.
Posteriormente se convirtieron en tranvías a vapor, medio bastante molesto para circular en medio de las ciudades. La generación anterior a la mía, aún se acordaba del tranvía a vapor que circulaba por toda la calle Balmes de Barcelona echando una cantidad de humo impresionante.
En 1900 se convirtieron en transportes eléctricos. El flujo les llegaba mediante una catenaria aérea. El trole llevaba la corriente eléctrica de la catenaria al mismo tranvía. En 1902 se inauguró el Tranvía Azul (Tranvia Blau), el único superviviente que une la plaza John Fitzgerald Kennedy, principio de la avenida del Tibidabo, con el pie del funicular que sube arriba de la montaña. El mes de marzo de 1971 desaparecían de nuestra ciudad los últimos tranvías. Los argumentos para la defunción fueron la lentitud, el ruido y los atascos de tráfico que ocasionaban... Fue matar un poco nuestra identidad y nuestra historia romántica.
Esos vehículos majestuosamente lentos, donde la gente podíamos charlar mientras viajábamos, estaban formados por dos plataformas, una delante, otra detrás. Las plataformas tenían una barra justo en medio de donde nos cogíamos todos, entrecruzando amistosamente nuestras manos. La controla del conductor, con su manecilla con nueve puntos de velocidad, era como el cambio de marchas de un coche de hoy en día. Una rueda con forma de volante, colocada al lado de la controla, era el freno manual del vehículo, rueda que animaba a todos los niños cuando íbamos en la plataforma posterior a intentar frenar el tranvía, hecho que nunca conseguíamos, naturalmente, porque esa controla quedaba bloqueada cuando no se utilizaba. Un pequeño dedal al lado de la controla servía para los días lluviosos. El conductor lo chafaba y salía una arena que iba directamente a la vía, impidiendo que las ruedas resbalasen demasiado en la frenada.
Un botón grande en el suelo, accionado por el pie del tranviario, servía de aviso a los peatones. Con cada golpe sonaba una campana bastante curiosa. También los niños anhelábamos tocarla cuando íbamos detrás, siempre involuntariamente, claro...
El cobrador, con la cartera colgada al cuello, iba arriba y abajo del tranvía intentando cobrar todos los viajes. Eran personas generalmente muy simpáticas y con ganas de charlar con cualquiera que hiciera a menudo el trayecto... Dos largas correas cruzaban en paralelo de punta a punta el tranvía, como guirnaldas haciendo forma de panza. Estaban, lógicamente, colgadas del techo. Era el modo por el cual los señores pasajeros podían avisar al conductor que tenían que parar en la próxima estación. Al tirar de la correa sonaba una campanilla encima del conductor y él se daba cuenta de nuestras necesidades... Aún los recuerdo pintados primero de amarillo y, cuando la guerra, de rojo y negro, colores de la FAI... Esos días todo estaba pintado con estos colores revolucionarios; rojo de sangre y negro de tristeza y funeral...
Era curioso poder ver que cuando el tranvía llegaba al final del trayecto y el conductor sacaba la manecilla de la controla, se bajaba y se iba detrás. Cogía la cuerda que llevaba ligada el trole, daba un golpe seco y el trole cambiaba de dirección. Subía a la plataforma contraria, encasquetaba la manecilla en la otra controla y ¡venga! otra vez a correr... se trataba de todo un ritual.
Otra cosa muy chocante era la barra de hierro que siempre llevaban al lado de la plataforma activa por si llegaban a un desvío no automático. Era bajar, poner la barra de hierro entre las vías, dar un golpe de gracia y el tranvía cambiaba de dirección e iba hacia la vía deseada. Y si el desvío era automático, a veces también lo tenían que hacer, porque el golpe de gracia que se daba a la manecilla no era adecuado... Era toda una ceremonia, la que hacían esos hombres, con gran eficacia y destreza.
Para nosotros, los ciegos, el tranvía tenía muchas ventajas: siempre hacía las mismas curvas, siempre el mismo traqueteo, siempre se paraba en el mismo sitio... era ideal. No tenías ninguna dificultad de orientación. Casi todos los ciegos cogíamos por costumbre siempre el mismo tranvía y a la misma hora, charlábamos tranquilamente con el conductor o el cobrador, que te ayudaban a bajar indicándote si había algún obstáculo o alguna dificultad en la acera. Eran otros tiempos... tanto para mí como para otro ciego, incluso, si nos veían por la calle, se habían detenido fuera de la parada, preguntándonos si queríamos subir... Sin duda, eran otros tiempos...
¡En los tranvías me ocurrió todo tipo de cosas! Recuerdo que un día, mejor dicho, una noche, dado que yo era un ave nocturna me retiraba más allá de las dos, volvía de trabajar con la orquesta. Subí al remolque del tranvía para ir a casa. Al llegar a la parada, al menos así lo creía yo, bajé tranquilamente e hice el camino de siempre. Como podéis suponer, iba completamente solo por la calle. Es por eso que, después de haber dado un par de pasos, me di cuenta de que el suelo de la calle no era el que yo estaba acostumbrado a pisar. Sin preocuparme demasiado, empecé a poner atención a lo que hacía y a dónde iba... Seguí adelante, giré a la derecha como siempre; la calle seguía siendo diferente. En la segunda calle, a la izquierda, todo muy diferente y, encima, olí un aroma a verduras y a otros productos semejantes del campo. Estaba completamente perdido y no podía preguntar nada a nadie porque yo era el único ser vivo en aquellos parajes. Di un par de palmadas bien sonoras y apareció el vigilante del barrio. Otra figura entrañable, perdido... La conversación fue así:
Buenas noches, buen hombre, le dije.
Buenas noches, chico. ¿Qué te pasa?
No sé dónde estoy.
Si no hubieras bebido tanto, lo sabrías.
Mire señor vigilante, soy ciego y me he perdido.
Llevas una turca como un piano y la borrachera te ha dejado ciego, ¿no? Necesitas una buena ducha de agua fría y sabrás dónde estás.
No, no señor. Soy ciego por un desprendimiento de retina.
Venga ya, chico, no me tomes el pelo; tú has bebido como un cosaco...
No tuve otro remedio que quitarme las gafas negras y abrir los ojos... En aquel momento la reacción fue casi peor. Pienso que ese hombre, incluso, quiso ponerse de rodillas y pedirme perdón. Casi me subió en hombros y medio volando me llevó por no sé qué calles. Yo tan solo pedía que fuese tan amable de decirme en qué calle estaba y ya estaría más que orientado. Ni hablar, me quería llevar hasta donde pudiese... Fue una situación enojosa... Cuando llegamos al fin de su demarcación, se sacó el silbato del bolsillo y dando un par de silbatazos me dijo:
Ahora vamos a esperar a que llegue el otro vigilante.
Volví una vez más a reclamarmi independencia. Que no, de ningún modo; por mucho que insistiese, no había tutía... Pasaron un par de minutos y allí a lo lejos se oyeron los golpes de bastón contra el suelo del otro vigilante. Madre de Dios, otro drama... Esta vez, no fue así. En cuanto el otro servidor de la seguridad nocturna me vio, dijo sonriendo:
Oye chico, ¿qué haces aquí?
Este chico se ha perdido y te lo llevo para que lo acompañes a casa.
Este ya irá solo, si quiere...
Me saqué un peso de encima; ese vigilante era el de mi barrio, una persona bien conocida y muy querida por mí. Amistad nacida después de largas charlas nocturnas mantenidas en diferentes y demasiadas frecuentes ocasiones. Fumando y charlando llegamos a casa, pero aún hoy sigo sin saber dónde bajé de aquel tranvía solitario...
Siempre que en esas horas subía equivocadamente al remolque, me sucedían cosas extrañas. Otro día me encontré, bien dormido, en las cocheras de la plaza del Nord.
Un empleado me despertó y, después de dialogar un rato contándole sobre mi ceguera, me indicó el modo de poder llegar a mi casa tranquilamente.
He sido un gran viajero de tranvías. Aquellos imperiales... tranvías con un piso descubierto, vehículo interesante para poder dar un buen paseo por Barcelona en verano, sentado en el piso de arriba, donde las hojas de los árboles te acariciaban suavemente y, si te despistabas, la punta de una rama te daba un sopapo de lleno en la cara. Las jardineras, tranvías sin pasillo en medio, con los bancos que iban de lado a lado y que todo el mundo debía subir por un lateral, según el sitio vacío. Con un estribo largo a cada lado, por el cual iba el cobrador haciendo de las suyas para poder cobrar el billete al personal. Eran vehículos muy familiares, la gente hablaba con el cobrador y se establecían verdaderas amistades tranviarias. Las chicas descaradas decían que siempre era mejor pasar un rato debajo de un cobrador que debajo un tranvía...
En la esquina de la calle de mi casa pasaban tranvías que rebajaban la velocidad para poder girar en la curva de Travesera. Siempre me apeaba en marcha cuando frenaba un poco y así no tenía que andar tanto desde la parada de la calle Bailén hasta mi casa. Sé que era una imprudencia, pero los años podían más que mi sensatez...
El día de Santa Lucía, día del año glorioso como reza la canción, las modistas celebraban con ruido su patrona y también, no sé por qué motivo, la celebrábamos los ciegos. Siempre oí decir que "santa Lucía te conserve la vista", por lo tanto, no sé qué es lo que me tiene que conservar. Da igual, no iba por aquí la cosa... Hecho un pincel como cada año en ese día, cogía la línea treinta para ir a misa en la basílica de Nuestra Señora de la Mercè. Subiendo a la plataforma, oí un gallinero de chicas dentro del tranvía. Con prudencia, me quedé en la plataforma, de pie, recostado contra los cristales y en un rincón. Estaba solo en la plataforma. Cuando arrancó otra vez el tranvía, aumentó el gallinero con más risas y jolgorio. Cuando una de esas chicas hizo correr la voz de que había un chico joven, todas empezaron a silbarme, llamarme, a echarme piropos insistentemente y a pedirme que me girase para ver qué cara tenía. El jaleo duró todo el trayecto. De vez en cuando, el conductor me decía: "Esto va por ti, ¿eh, chico?". En ningún momento me giré, incluso ni llegué a pestañear. En el fondo pensaba que si me giraba, ellas se darían cuenta de que yo no veía y ese jolgorio de risas y palabras animadas terminaría. Me dijeron de todo, cosas bonitas y cosas feas; cosas picarescas y otras que me hicieron enfadar, pero yo ni me giré ni me moví de mi rincón. Al llegar a las Ramblas, bajé y cuando estaba justo en medio del paseo una de ellas dijo: "Ostras, chicas, era un ciego...".
Cuando llegaba el verano, para ir desde la esquina donde yo bajaba del tranvía hasta la puerta de mi casa, tardaba por lo general entre quince y veinte minutos. Los vecinos, sentados tomando el fresco, me paraban para charlar un rato, aunque nunca he sabido si lo hacían por simpatía o porque no los tumbara de lo rápido que iba. A lo mejor eran los dos motivos: por simpatía y para mantener la integridad física del vecindario...
20. EL GENÍS (EL VIGILANTE DEL BARRIO).
Seguramente que la mayoría de mis estimados lectores, si es que tengo alguno, conocerán la existencia de dos figuras entrañables que pasaban la noche en vela guardando nuestros bienes, nuestros sueños y nuestras personas: los vigilantes y los serenos.
Un domingo al mes, aquel par de hombres, visitaban piso por piso, para que las familias les diesen las diez o quince pesetillas que conformaban su mensualidad, y, como gentileza por su parte, daban unos comfites para endulzar la vida de los pequeños de la casa. Era un gesto simpático y a la vez agradable; gesto que humanizaba la autoridad de aquellos dos hombres cercanos a la gente y queridos por el vecindario. Hace muchísimos años, los serenos, cada hora, repetían a gritos la hora que era y el tiempo que hacía. personalmente yo no he conocido esos cantares en Barcelona, pero sí, en algún pueblo de la provincia de Valencia. De aquí venía el nombre de "sereno": "Las cinco y sereno". Yo diría que el vigilante estaba más al servicio del barrio, y el sereno era más una autoridad municipal. El vigilante te abría la puerta de la escalera en el caso de que hubieses olvidado las llaves, era tu despertador en caso de pactarlo, etc. El vigilante llevaba un largo bastón que iba arrastrando por el suelo y, de vez en cuando, daba unos golpecitos para que los vecinos supiéramos que estaba ya a nuestro servicio. Llevaban, también, un farolillo siempre encendido para iluminar la calle. Además, en el caso de una urgéncia por enfermedad o cualquier otra circunstancia, ellos se desvivían para servirte. Iban a buscar al médico, a la farmacia y, si ellos lo consideraban, hasta hacían un ratito de compañía a la persona necesitada. Eran unos amables servidores del barrio. Evitaban escándalos callejeros, procuraban la tranquilidad de los vecinos a la hora del descanso.
Era curioso ver reunidos de nueve a diez de la noche, a todos los del distrito en el *cuartelillo* de la casa de la villa, desde donde se repartían por la zona que les correspondía.
Salían todos a la vez uniformados y con su bastón y su farolillo, asemejaban un ejército de paz dirigiéndose hacia su lugar de trabajo.
Puedo asegurar que Genís y yo llegamos a tener una muy buena amistad. Cuando venía de trabajar con la orquesta, de estudiar con Puig de morales, o bien del Liceo, teatro o cine; sí, he dicho cine, los ciegos también vamos al cine. Estamos convencidos que perdemos parte muy importante del espectáculo, la fotografía, pero seguimos perfectamente el hilo argumental de la película. Cuanto más frecuentamos nuestras idas al cine, poco tiene el acompañante que describir algún escenario ya que los efectos especiales nos sitúan casi sin error los fotogramas. En algunos momentos realmente necesitamos alguna indicación de lo que ocurre en la pantalla. Os aseguro que todo es cosa de acostumbrarse........
Influye, tambvién, el clímax de la sala y el entorno que se crea; la compañía también.
He oído protestas por parte de los cinéfilos que les molesta que siempre sean las mismas voces de los dobladores, a nosotros nos favorece ya que son voces conocidas y así podemos ubicar bien los diferentes personages. Es bien cierto que nunca llueve a gusto de todos.......
El Genís tenía una señal un tanto repelente en una de las mejillas, dicen que fue hecha por una rata rabiosa. A la hora de llamar a la ventana de un vecino para despertarlo, la rata le saltó encima y le destrozó la cara. A pesar de la señal decían que tenía cara de buen hombre, afable y muy servicial pero sin servilismo.
Eran muchas las madrugadas que el Genís y yo las pasábamos sentados en el poyo de la escalera de casa, charlando de lo divino y de lo humano. Era un hombre culto que podías tocar cualquier tema y siempre daba su opinión. En aquel tiempo era relativamente fácil andar por las calles de Barcelona casi sin bastón; muy pocos coches eran los que circulaban por mi barrio y casi nulos los obstáculos que impedían el deambular solo, aunque reconozco que tal vez era una imprudencia.
He hecho tantas en este mundo, que ya no venía de una más.
Si el vigilante me veía venir allá a lo lejos, pegaba un par de bastonazos al suelo, yo aflojaba la marcha y él aceleraba el paso hasta encontrarnos y así, ibamos paseando hasta casa departiendo amigablemente.
Casi siempre yo cogía el último tranvía; ya nos conocíamos con los cobradores y conductores de los mismos. Más de una vez me sentaba en el remolque que, generalmente, iba vacío. cuando menos lo esperaba me encontraba dentro de las cocheras. Entonces, el conductor me indicaba el camino y, andando andando llegaba hasta casa.
Quiero reiterar la amabilidad y sentimiento del deber cumplido que aquellos hombres tenían con la gente, a veces eran tan cumplidores de su deber que se extralimitaban hasta lo infinito.
En otro momento del libro daré fe de su servicialidad.
Pobre el que caía en sus manos.......
21. LOS ANGELITOS
Hablando no hace mucho con una "feminista", al decirle que todas las mujeres eran unos verdaderos y encantadores angelitos, me dijo indignadísima que todos los hombres eramos iguales: unos tontos presumidos, lo cual quiere decir que si nosotros también somos iguales, ella ya establecía una diferencia notable entre los unos y los otros. Nosotros somos todos iguales, ellas también; por lo tanto, unos angelitos. Nosotros, ¡Dios sabe lo que somos, nosotros!
Como es de suponer esta entrada me da pie para hablar del amor. ¡Qué pretensiones, las mías, de hablar del amor! No pretendo definir el amor, ni siquiera hacerle un canto; para eso existen los poetas, los refinados de espíritu y la juventud llena de amor y deseo de vivir. Yo solo quiero hablar del amor de los ciegos. Mejor dicho, del amor entre las personas que no ven. Eso es otra cosa...
Si antes decíamos que el ciego es un hombre normal que no ve, es estúpido hablar del amor entre ciegos; hablaremos de cómo el amor juega y se distrae entre aquellas personas con deficiencias visuales y sin visión.
Quiero decir, por adelantado, que siempre he sido un hombre apasionado, con un corazón como una catedral, como corresponde a un artista, aunque sea fracasado frente a la sociedad. Pero eso sí, siempre fiel a un gran amor... Que yo sea un hombre apasionado no quiere decir que todas las personas ciegas sean apasionadas, ni mucho menos.
He conocido unos que eran fríos, gélidos y distantes al amor que mueve el mundo; otros normales, entendiendo como tales aquellos que son como la mayoría, pues la normalidad se midesegún mayorías y minorías. También he conocido a otros que eran alocados carnalmente y travestidos. Lo que sí que está estadísticamente probado es que los matrimonios se dan más entre hombre ciego y mujer vidente, y no al revés. Nunca se han estudiado las causas seriamente, pero este fenómeno podría ser debido a que la mujer tiene un sentimiento maternal más agudo que la inmensa mayoría de los hombres. Normalmente a ellas les interesa más el fondo que la forma, o tal vez que el hombre siempre ha provocado menos compasión que una chica ciega. Los hombres somos más bestias frente a la mujer, nos gusta lucirla y la tenemos en un concepto absolutamente equivocado.
No sé por qué un joven vidente nunca, o casi nunca, ha dicho un piropo al encontrarse por la calle a una chica sin visión, cuando realmente las hay que están para comérselas. Casi todas las chicas ciegas se casan con chicos también ciegos o con grandes deficiencias visuales. He llegado a conocer matrimonios en los que la mujer se queda ciega al cabo de unos años, y el marido la abandona diciendo que no puede soportar la pena que ello le produce. ¡Qué poco la debería de querer!
Lógicamente también he conocido a otros que las han tratado como antes, les han dado ciertas ayudas y no demasiadas protecciones. De todo hay y en abundancia...
En más de una ocasión ya he comentado que yo era muy enamoradizo, pero siempre pensando que la mujer era igual que yo pero diferente en muchas cosas, algunas muy bonitas. Siempre he admirado su ternura, la gran capacidad para querer, el alto grado de inteligencia, la intuición, la agudeza y la gran capacidad de resistencia frente a las adversidades y las grandes decisiones.
Nunca he pensado y Marisa lo puede decir, que haya trabajos específicos de hombres y de mujeres. Ellas pueden hacer cualquier cosa igual que nosotros, y nosotros podemos hacer casi lo mismo que ellas, y digo casi porque nosotros no podemos parir. Sublime trabajo que solo pueden hacer ellas; desgraciados de nosotros si tuviésemos que parir, al menos es lo que dicen ellas...
Las tareas del hogar, cuando ella trabaja, se deben compartir. Antes, cuando un hombre ayudaba a la mujer en estas tareas, lo llamaban afeminado. Qué estupidez... Por eso me entristezco un poco cuando se habla de los problemas de la mujer, de los problemas de los disminuidos... Creo que son problemas de todos, porque al fin y al cabo somos seres humanos con derecho a ser diferentes los unos de los otros, y todos juntos formamos parte de lo que llamamos sociedad.
Después de la tierna ilusión de la Teresina Pineda llegaron otras. Siempre que fuese posible, prefería salir con una chica que con un chico. Es natural, y como siempre es mejor ir acompañado que solo, así me iba la vida... Pero hay algo que quiero dejar bien claro: teniendo en cuenta mi modo de ser y siempre convencido de que los otros se merecían todo mi respeto, nunca me excedí con ellas; a lo mejor las respetaba demasiado. A veces, y según a cuales, les gustaban un poco los fanfarrones... Para mí la mujer nunca ha sido un objeto de placer, sino más bien una persona con unos valores complementarios a los míos y por eso podemos andar juntos por la vida, haciendo el camino y enriqueciéndonos juntos, dando a los que nos rodean nuestro enriquecimiento.
Mediante uno de los músicos de la orquesta, conocí a una mujer de las clasificables como extraordinaria, enigmática, ardiente y absorbente; una gran mujer, no obstante. Además, guapa, de las que llamaban la atención. Con unas ideas claras sobre las cosas y profunda en sus convicciones. Al cabo de unas pocas semanas de conocernos, ya nos habíamos prometido. La cosa fue muy deprisa. Llevaba un perfume fuerte y embriagador. Se me comía vivo, me hacía sufrir demasiado, pero me gustaba. Era todo un enigma. Lo que en español se llama una "mujer fatal". Me hacía sufrir de un modo extraordinario, pero tenía su encanto. Me había sorbido el cerebro. Era una experiencia del todo nueva. Recuerdo que una vez, saliendo del cine, me dijo: "Tú eres tonto..."; gracias a Dios, sí. He sido tonto toda mi vida. Mis mejores amigos siempre me dicen que me van a enterrar en cajita blanca. ¡No me sabe mal!
El padre de esa mujer de bandera era chófer en una empresa multinacional. Una noche fui a su casa para pedir el consentimiento de nuestro noviazgo. Fue brutal la conversación que mantuvimos hasta las tres de la madrugada. Es justo decir que los padres ya me conocían. Al principio, el padre se opuso duramente. Yo argumentaba que, si bien es verdad que era ciego, tenía un futuro claro y un jornal seguro cada mes. Llegó a amenazarme que, de seguir con su hija, me pasaría la camioneta por encima cuando me encontrara por la calle. Yo insistía y no quería aceptar sus argumentos, repitiendo que el único obstáculo que ellos podían ver era mi ceguera. Así estuvimos hasta altas horas de la noche. Por fin, en un ataque de sinceridad, el padre exclamó con dureza: "Cesc, te quiero como a un hijo. Tú has hecho mucho por nosotros. ¿Quieres que te diga por qué no quiero que te cases con mi hija?" Tras una larga pausa dijo: "Mi hija es una puta..." Se produjo un inmenso silencio de toda la familia; solo oíamos los sollozos de la hija que lloraba amargamente, callada y hacia dentro. "Es una puta", decía en voz baja, "nosotros te queremos como a un hijo". Me quedé mudo y completamente desorientado. Al cabo de un rato me levanté y fui hacia la puerta. La madre se me acercó y me dio un beso húmedo cargado de lágrimas. Un fuerte abrazo del padre me despidió en silencio. Fue un momento muy duro que si alguien me dijera que duró un siglo, me lo creería...
Nunca más vi a nadie de esa familia. Años después supe que se casó y que luego se había quedado viuda. ¿Era verdad lo que me dijo el padre, que el silencio familiar había dado por bueno? Daba igual, ella no se defendió frente a esa grave acusación.
Imaginad, con la orquesta, cuántas chicas iban detrás nuestro. Ninguna de ellas me hacía tilín. Yo quería conquistarlas. Incluso una vez quedé con dos chicas a la vez para ir al Palau de la Música. Puedo asegurar que fue del todo involuntario; fue por una confusión. Ellas no se conocían y fue para mí una sorpresa cuando, bajando del tranvía, me encontré con las dos esperándome. Había quedado con las dos en el mismo sitio. Una comprendió la situación y no pasó nada; la otra se enfadó mucho, muchísimo. Días después me dijo en plaza de Cataluña: "Olvida a una mujer que ha pasado por tu camino sin dejar nada...".
Me supo mal, lo sentí mucho, y la ayudé en todo lo que pude sin que ella lo supiese. Más tarde llegó a ser una persona conocida en el mundo del espectáculo. No ha tenido suerte en la vida. ¡Lástima! Era una buena chica y bien preparada para hacer su trabajo y, además, llena de ilusión para llegar a triunfar.
Siempre he sido un gran entusiasta de la sabiduría popular, pues, según dicen, se trata de la filosofía del pueblo más pura y auténtica. Por lo tanto, un clavo saca otro clavo. Poco tiempo después me enamoré locamente de una chica que ya sabía que dentro de poco se iría a América. Pienso que todo aquello fue una locura. Fue un amor de sufrimiento, un amor intenso, muy intenso, ilusionado y maravilloso. Un año después embarcó hacia América. La madre le dijo: "Si quieres, quédate con él.". Fue débil o tal vez demasiado responsable y se marchó. Decían que no se podía subir al barco para despedirse. A lo mejor los otros no, pero yo, sí. Fui al Diario de Barcelona y, comprometiendo a un amigo periodista, este me hizo una carta solicitando de la Comandancia de Marina que me permitiese subir al barco para hacer un reportaje. Cuando ella subía para irse, yo lo hacía con ella para aprovechar los últimos minutos en su compañía. Nunca más nos volveríamos a ver; América estaba demasiado lejos y yo era un pobre chico sin una perra para poder ir. Cuando el barco hizo sonar su tercer silbido, nos fundimos en un fuerte abrazo que, de no estar atento, casi me dejan en cubierta. ¡Hubiera sido un polizonte!
Durante un año nos escribimos cada día. Me leía las cartas una amiga de los dos bajo una farola en la Gran Vía. La lectora era una buena amiga que me permitía que llorase sobre su hombro. Una mujer excepcional. Le daba igual hacer teatro que cantar en una fiesta mayor; lo mismo limpiaba platos en casa cuando los padres se iban, como leía las cartas de amor bajo una farola. ¡Era como una hermana! Nos queríamos el uno al otro sin esperar nada a cambio. Una amistad pura y sincera.
Antes, sin embargo, había ido detrás de una compañera de trabajo, una chica desconcertante. Cuando yo la buscaba, ella se escapaba. Cuando no esperaba verla, aparecía de sopetón. Un día fuimos juntos a la escollera. Aproveché, como era lógico, para dejar ir mi disco que, siendo sincero, era bastante conocido. Me respondió que me quería mucho, pero que quería preguntarme algo: "¿Como saldrían nuestros hijos?". Esa pregunta no me la había hecho nunca ninguna chica. O se trataba de una persona demasiado consciente o no me quería tanto como decía. Frente a esto me enfrié; aquella chica no me quería del mismo modo que yo a ella. Para mí el amor debe ser ciego e irreflexivo, sino no me vale...
Por fin apareció Marisa. Hacía tiempo que estaba triste y desengañado por haber perdido a la americana. La vida no tenía ningún interés para mi, había sido un golpe demasiado fuerte. Incluso, había pensado en desaparecer de este mundo. Quedaba un vacío difícil de llenar, hecho extraño en mí, pues todas me gustaban.
En Barcelona, en el desaparecido teatro Comedia, se presentó una obra de Buero Vallejo, uno de los dramaturgos más grandes en los últimos cincuenta años que, según nosotros, dejaba muy mal la ceguera. Triunfaba el ciego pesimista. Era una desgracia de obra, viéndolo desde nuestro punto de vista. Me llamaron para capitanear un escándalo en el teatro que hiciese cancelar las representaciones. Como podéis comprender me apunté sin pensarlo. Gente mayor de la ONCE me apoyaban, sería divertido y al mismo tiempo creíamos que hacíamos un servicio a la sociedad. No podía ser que el pesimista triunfara por encima del optimista. De todas todas creíamos que perjudicaba la idea de la ceguera.
Esa noche tuve suerte por mi falta de visión. Nos reunimos un buen grupo de ciegos acompañados por amigos míos de la Universidad dispuestos a hacer jarana. Fuimos entrando al teatro en grupillos. Los empleados del Comedia tuvieron una gran deferencia hacia nosotros; por las malas o por las buenas nos hicieron subir al segundo piso, en ascensor hasta la localidad, mientras nos decían que esa obra nos gustaría mucho porque hablaba de nosotros. Íbamos a darles una buena propina, por si acaso después se ponía todo feo. Llevábamos los bolsillos llenos de silbatos de latón que habían hecho con zinc los trabajadores de la imprenta Braille.
En mitad del segundo acto y a mí señal, estalló el escándalo. Gritos, silbidos, pataleo... más que gritos se trataba de bramidos. Lógicamente se interrumpió la representación que llevaba a cabo de un modo magistral Luis Prendes. Parte del público se puso en nuestra contra; eso fue peor. La gente había pagado y no estaban acostumbrados a que pasasen esas cosas. Desde El centro del escenario el pobre Luis Prendes iba diciendo: "Que hable Miñana y que callen los demás...". Era imposible.
Yo intentaba hablar, pero era inútil. Se me escapó de las manos y todo aquello se convirtió en un verdadero gallinero. Como era de esperar, acto seguido llegó la policía haciendo una entrada triunfal. Al darse cuenta de que la mayoría eramos ciegos, frenaron el impulso y la fuerte carga. En seguida vinieron a por mí. Me querían hacer seguir zarandeándome fuertemente. Yo, alegando mi falta de visión, decía que no me podía creer que fuesen policías y, por lo tanto, no seguía. Decían que buscase a alguna persona de mi confianza que pudiera confirmar mis palabras. Yo decía no conocer a nadie de los que allí estaban. Al fin, me invitaron a que les tocara el correaje. Les dije que también podrían ser bomberos y que no me creía que fuesen policías. Llegaron un par de furgones para sacarme de allí. Mientras, los ciegos iban marchándose, como también los compañeros de la Universidad que me habían acompañado para el jolgorio. Eso fue lo convenido.
Uno de los agentes del orden me dijo que yo era un rojo y que pretendía desestabilizar el orden público. Me reí... De no ser ciego me hubiera ganado un par de sopapos. Siempre he dicho que nosotros, los ciegos, tenemos más inmunidad que los parlamentarios. Por fin, casi a las tres de la madrugada, seguí a esos hombres que ya no sabían a donde ir. Me llevaron, entre unos cuantos, a la comisaría de la calle París. Hasta que el comisario no vino, me tuvieron metido no sé dónde. Me llevaron a presencia del comisario y, después de una larga ronda de estúpidas preguntas, me dejaron en libertad.
Gracias a aquel hecho entablamos una buena amistad con Antonio Buero Vallejo, que ha escrito obras en que intervienen ciegos de un modo simbólico.
Una vez me enviaron para que llamase la atención a un ciego que, de rodillas, pedía limosna en medio del paseo de Gracia y, por poco, la gente me pega. Me lanzaron los más duros calificativos porque quería echar a aquel pobre ciego que pedía caridad para poder vivir. Él vendía cupones y se ganaba bien la vida. Yendo acompañado, nadie se dio cuenta que yo también era ciego. Otra vez, bajando alocadamente las escaleras de la delegación de ciegos de la calle Ancha, tiré a una pobre vieja por las escaleras. Era un cuadro divertido y macabro. Ella fue rodando y yo, detrás y casi en cuclillas, intentando detenerla. Cuanto más bajaba yo más la buscaba por el suelo, ella más abajo se iba. Pasados unos meses una señora me paró en medio de la calle y me dijo:
Joven, usted es abogado, ¿verdad?
Hacía poco que había terminado la carrera y pensé "¡ ya tengo mi primer cliente!"
¡Ay, hijo! continuó pues usted fue quien me tiró escaleras abajo. He estado un mes en el hospital, cuando salí pregunté quién me había tirado y me dijeron que se trataba de un joven abogado.
Lo siento mucho, señora.
Da igual hijo, para mí ya pasó y usted en cambio será ciego toda su vida...
Eso fue un auténtico bofetón moral.
Ese escándalo salió en todos los periódicos y emisoras de radio de la ciudad y de fuera. Días más tarde, llamé a Radio Nacional para hablar con mi tío, el gran actor Emili Fàbregas, y al escuchar la vocecita de la chica que respondió al teléfono, el corazón empezó a latir con más fuerza. Qué vocecita más dulce, qué simpatía tan poco habitual en aquellos sitios... Al día siguiente volví a llamar y al cabo de ocho días fui a esperarla. Ella estaba prometida; se casarían en poco tiempo. Se estaban haciendo una casa para estrenarla cuando se casasen. Yo le dije: "Te casarás conmigo y no con ese chico". Rió y en menos de dos años se celebró nuestra boda en la capilla de "La Caixa", donde ahora se encuentra el Palau Macaia. Fue un día señalado, mis compañeros universitarios quisieron vestirme, negándome del todo. Me convencieron porque al menos, les dejase ponerme los zapatos. Decían que traía buena suerte. No sé como lo hicieron, pero los zapatos me hacían un daño horroroso, no podía resistirlo. Cuando llegué a casa por la noche...¡llevaba los zapatos con unos cartones dentro! Podéis imaginaros si me hubieran vestido... Y hasta hoy, aunque no esté de moda, hace cuarenta y ocho años que vivimos juntos, en paz y con cariño.
Siempre hay excepciones....
Cuando me enamoré nunca vi los ojos de mi querida. Eso quiere decir que si algún día me hubiera enamorado de una chica sin vista, también hubiera llegado hasta el final. Se desenvuelven fantásticamente bien. Conozco bastantes chicas ciegas que han formado una familia, que en casa cocinan, planchan... hacen las tareas del hogar como cualquier otra mujer. Tal vez se sirven de pequeños trucos para saber cuando una olla está lo bastante llena o si el planchado es el correcto, pero esto también lo hacen las mujeres que ven.
Permitidme que os confiese un pequeño secreto. Cuando nació mi hija, a pesar de que todos me decían que tenía bien la vista, cuando me quedaba solo con ella, encendía una cerilla o el encendedor y se lo pasaba por delante de los ojos para comprobar si lo seguía bien con la vista. Le tocaba la cabecita para saber los movimientos que hacía. Pequeñas flaquezas de un ciego sensible...
Marisa trabajaba y se iba antes que yo de casa, por lo tanto yo me encargaba de la niña por las mañanas. Nunca tuve problemas, aunque eso sí, ella tuvo que espabilarse antes que sus compañeros de edad. Fijaos como los hijos de los ciegos acostumbran a ser muy espabilados; no les queda otro remedio...
22. LA ORQUESTA
Si algún día una persona benévola decide terminar de leer estos desorganizados recortes de una vida, que quiere como hilo conductor que se conozca un momento histórico de la vida de un barrio y saber que el ciego es un individuo igual que los otros, pero con una limitación que lo hace diferente de la mayoría (aunque, por suerte, de hecho todos somos diferentes...) comprobará con facilidad que he sido, siempre, una persona creativa, trabajadora, inquieta, un catacaldos, siempre en busca de nuevos caminos para poder dar a los demás lo que Dios me ha dado gratis. No siempre he conseguido transmitir mi buena intención. Seguramente me ha llevado a ser alguna vez un incomprendido y catalogado de egocéntrico y ambicioso. No ha sido este mi objetivo principal, ni tampoco mi planteamiento de vida. Y pienso que es así porque en diferentes ocasiones he renunciado a propuestas importantes de dirección donde el poder pasaba por encima de todo.
Toda mi vida he sido un romántico soñador aferrado a unos ideales y, para servirlos, he sacrificado dinero, mando y bienestar social, o lo que la gente entiende como bienestar social. La vida me ha enseñado que esta postura conlleva disgustos y desengaños, pero si lo analizamos en profundidad, este modo de ser enriquece espiritualmente, siendo una de las cosas más importantes en el mundo.
Nunca me he planteado lo que hacía la mayoría, no me interesa para nada lo que hacen los demás. He intentado dar el máximo posible y si no me han entendido, me ha sabido mal que no hayan valorado lo que les ofrecía y nada más... Las mayorías solo son buenas en la democracia. Cuando dicen: la mayoría de ciegos hacen esto y aquello, no lo creo. Me decía un día uno que estaba recluido en un manicomio, que en esta vida todo se resume en mayorías y todo es relativo: "Si nosotros a los que llamamos locos, fuésemos la mayoría, hoy los que estarías cerrados aquí seríais vosotros y no nosotros". La condición humana acostumbra a generalizar; es un error. Cada uno es como es, mejor aún, cada uno es como los otros lo ven y él quiere que lo vean. Todos juzgamos a los otros sin tener elementos suficientes para hacerlo, pero qué le vamos a hacer si tenemos este vicio...
Hay que decir que la falta de visión y lo que puedan decir, nunca me ha frenado para realizar algo que yo haya valorado como bueno para los demás. Poder hacer llegar la cultura a todo el mundo ha sido mi obsesión. Prueba de ello es el haber organizado cientos de festivales, obras de teatro, ser el fundador de las compañías El carro de Tespis y el Taller de teatre de Barcelona. Por también haber ideado y potenciado la revista catalana sonora Monsonor, que durante más de diez años llenó un vacío, programas de radio y la orquesta. Pero dejemos de hablar de mí, hablemos de los otros.
Como es de suponer, toda la vida he sido el mismo: un curioso sin remedio. Cuando aún no tenía los dieciocho, formé una pequeña orquestina melódica con los compañeros de la escuela. Joaquim Molero y Blas Sanjosé, violines, Juan Zapata, trompeta, Joan Gàlvez, bajo y Carles Barreda voz y acordeón. Yo siempre sentado al piano... Zapata era un chico extraordinario. Cuando tenía seis o siete años se encontró cerca de su casa un hierro incontrolado y a la hora del almuerzo jugaba con él encima de la mesa. Ese hierro resultó ser una bomba de mano que estalló, lo dejó ciego y se cobró su mano derecha. Con el muñón cogía la trompeta y con la izquierda tocaba los pistones... Era un ejemplo de voluntariedad... Hicimos unas cuantas actuaciones y todas con éxito: fiesta mayor de Gracia, de la Teixonera, el hotel Florida del Tibidabo y muchas otras.
Ese grupo llevaba el nombre de "Franz Miñana y su conjunto". Todos estábamos orgullosos y satisfechos de nuestras actuaciones, éramos jóvenes. Ensayábamos en casa. "Eso ya es otra cosa" decían los vecinos. Admiraban que un grupo de jóvenes ciegos pudiera hacerlo tan bien, según ellos.
Manel, mi cuñado, jugó un papel importante en todo aquel movimiento musical. Para él yo era como el hermano que hubiera querido pero que no tuvo nunca; eran cinco hermanos y él era el único chico.
Manel nació en Xilet, un pueblo cerca de Sagunt, pero ya de pequeño la familia se trasladó a Barcelona, donde el padre entró de guarda forestal en el parque Güell. Por lo tanto, su familia vivía en una casa del municipio en el mismo parque Güell. Esa casita que se encuentra perdida entre matorrales, junto a la puerta que conocemos como "la puerta del Cotolengo". Tenían un buen trozo de huerto detrás de la casa, lo cual hacía que esa familia no sintiera tanto el cambio de la gran ciudad. Naturalmente, Manel creció entre árboles, flores y naturaleza, sin estudios. Era un excelente persona, creo que una buena piedra sin pulir. Introvertido y poco hablador. Al yo nacer, Mercedes ya era su prometida; se conocieron en la cooperativa de los Teixidors a mano, de donde mis padres eran casi los socios fundadores.
Estas instituciones culturales y recreativas hicieron una gran labor en nuestro país, unían las familias haciendo teatro, excursiones, baile... ¡Pero cuántos y cuántos matrimonios han salido de las cooperativas y las entidades de ocio! Dice Mercedes que Manel era un gran bailarín y, sobre todo, de tangos. En aquella época estaba de moda Gardel, el trío Irusta, Fugasot y Demare. Los más jóvenes, como ahora, vestían igual que sus ídolos, llevaban el pelo cortado del mismo modo y las expresiones habladas eran las mismas. A veces nos estremecemos al ver la juventud de hoy día, y siempre ha sido lo mismo..
Es curioso cómo las imágenes de aquel entonces permanecen grabadas en mi cerebro: me parece ver aún a Manel cargado con dos grandes cestos llenos de flores, dirigiéndose hacia el Ayuntamiento, flores que irían en los jarrones de las primeras autoridades municipales de Barcelona. Se trataba de un viaje que hacía dos veces por semana, desde el parque Güell hasta la plaza Sant Jaume; era un largo trecho... Lo que no puedo recordar y me extraña, pues fue muy importante, fue la boda de Mercedes. Tuvo lugar en 1935, lo sé que hace ya años, pero imágenes anteriores las recuerdo y esta no. El porquè, lo ignoro...
Cuando terminó la guerra y después de un período no demasiado largo y de una exhaustiva depuración, Manel volvió al Ayuntamiento, esta vez como funcionario. Había perdido la condición de jardinero. Tenía dos hijas, necesitaba dinero y el Ayuntamiento pagaba muy poco. Mercedes trabajaba como modista en casa Paulita, una tienda de ropa blanca cerca de casa. También tenía clientes privados, todo era poco. ¡Cuántas veces yo había sacado hilos de las faldas que cosía, la Mercedes!
Manel trabajaba por las tardes en una fábrica de cristales, sin ningún tipo de precaución. Al cabo de unos años tuvo una perforación de pulmón por culpa de los ácidos utilizados para grabar el cristal. Llegó a estar a las puertas de la muerte, pero gracias a los médicos y a su voluntad sobrevivió unos años más, aunque siempre tocado. Una vez recuperado de aquella monstruosa enfermedad, pidió que lo trasladaran a unos ambientes mejores que los que hay en un edificio. Lo nombraron guarda forestal del Tibidabo. Casi como el padre siguió la tradición. Es en esta época cuando recuerdo haber comido como nunca alcaparras, alcaparrones, higos chumbos y una gran variedad de hierbas para ensaladas: lechuguilla dulce, entre otras. Manel llegaba todos los días cargado de cualquier cosa de la montaña. Para él, yo era como un hijo. Le cogía el tabaco y se enfadaba, pero lo dejaba en el mismo sitio para que pudiera cogerlo. Me tapaba mis flirts...Me quería mucho y yo a él también.
En sus paseos por el Tibidabo hizo amistad con un grupo de empleados del parque de atracciones, aficionados a la música y al teatro. Él les hizo un elogio desmesurado de mis cualidades artísticas y humanas y, como es natural, quisieron conocerme. En seguida, un atardecer, subimos a la montaña y tuvimos una larga reunión con esa gente. De este encuentro nació la Societat Escènica Atalaia, bajo el patrocinio de la misma empresa explotadora de la montaña... Rápidamente montamos un espectáculo: canciones, poemas, fragmentos de zarzuela... Me nombraron director artístico del grupo, aunque había otro pianista profesional, Josep Maria Parellada, con quien me unió una gran amistad que ha durado siempre. Era un buen músico y una gran persona, ex-escolanet de Montserrat y por lo tanto llevaba el sello de sinceridad montserratino, la bondad, dedicación y cordialidad, nacida de la raíz de una humildad y una sencillez de un pueblo que para bailar se dan las manos. Montserrat imprime carácter, no solo a sus "escolanets", sino también al pueblo catalán. A Parellada lo he visto en varias ocasiones y siempre ha sido él mismo: bien como músico, bien como vendedor de instrumentos, bien como participante en el coro de ex-escolanets.
Durante un par de años o tres, las subidas al Tibidabo se repetían dos o tres veces por semana. Cuando no ensayábamos, preparábamos nuevas programaciones y, siempre, de la mano de Manel. Escribí un himno al Tibidabo que cantaba toda la compañía al terminar las quincenales funciones. Como tantas y tantas cosas que he escrito, no guardo nada; solo están en la memoria de los que lo han cantado, oído o leído. Entiendo que no se puede ser tan desordenado, pero puedo asegurar con firmeza que la humanidad no ha perdido nada por que no se haya guardado toda la música y literatura que he hecho...
Manel realizó una de sus ilusiones: el niño ya triunfaba. Ahora solo le quedaba otra: que pudiera triunfar su hija mayor, la Mercè. Lo quería conseguir. Un día lanzó la idea, que fue recogida con cierto recelo por los de casa, pero inmejorablemente por sus compañeros. Y no sé cómo, Mercè empezó a ensayar una canción. A su padre se le caía la baba... Llegó el día del estreno... La niña de doce años cantó una "folclorada": Francisco Alegre. La niña afinaba bien, muy bien, pero nada más; le faltaba eso que les sobra a las folclóricas: el descaro, el atrevimiento... Allí empezó y terminó su carrera. Ella era muy consciente de ello, a pesar de la edad, pero su padre quedó muy contento y satisfecho. Valió la pena hacer aquel sacrificio...
Esas idas y venidas al Tibidabo fueron una agradable experiencia, llena de recuerdos y muy enriquecedora para una 'persona como yo, así como para aquellos que participaron de un modo tan directo. Además del hecho artístico, la amistad contaba por encima de todo, un hecho precioso.
Cuando formamos el conjunto, Manel intercedió para que incorporásemos a uno de los buenos amigos de Tibidabo: Joan Gàlvez, carpintero de la compañía y gran amante de la música, según reconocía él mismo. El hombre solo rascaba un poco la guitarra, e incluso mal. Ese instrumento no encajaba con mis esquemas y, por lo tanto, era de difícil incorporación. Nos hacía falta un contrabajo y para salir del paso le dije:
Lástima, Gàlvez, que no sepas tocar el bajo, si supieras, hoy mismo ensayarías con nosotros.
No pasaron ni quince días cuando, de repente, apareció Gàlvez muy contento y me dijo:
Ya lo tengo...
Pero, ¿qué me dices?
¡Ya tengo contrabajo! Me lo he comprado en el mercadillo. Tiene la tapa de delante medio hundida y el palillo de las clavijas roto, pero con unas maderas lo voy a remendar y.... ¡ya podré tocar con vosotros! A lo mejor tiene algo más, pero este fin de semana me voy a emplear a fondo para que esté a punto. Te he hecho un gran favor, ¿no?
Ay mi padre...a ver quién le decía que no. A lo hecho...
Con cuatro maderas viejas, mucha cola y una buena capa de barniz, el hombre se quedó más contento que unas castañuelas...Y no pasaron ni ocho días que ya ensayaba con nosotros... Eso sí, pero, con la firme promesa de que cuando tuviera tiempo iría a clases de música. Naturalmente todos estábamos convencidos de que eso nunca llegaría, pero era tan buen hombre, tan amable... Nos faltaba un batería, que salió espontáneamente del barrio de Gràcia; ya eramos bastantes y no sonábamos mal, que dicen los músicos.
Fue una pena que Carles Barreda no siguiese con la música, tenía grandes aptitudes, una gran intuición y un refinado espíritu de artista. Los instrumentos musicales no le eran extraños, con algo que hiciera ya tenía suficiente para que sonase el instrumento y que sonase bien. Dicen que le venía de familia.
Otro de los músicos natos, era Blas Sanjosé, demasiado modesto en todas las cosas que ha hecho. Un hombre poco brillante pero eficaz. Tuvo siempre una gran voluntad y predisposición para el trabajo, solo ha vivido para la ONCE, siendo ésta su única preocupación y objetivo importante en la vida.
Gàlvez, fue un buen carpintero...
La otra orquesta
Aquel grupo me era demasiado pequeño, tenía ganas de más. Hacía tiempo que ya había saboreado la droga del público y me gustaba demasiado. Por otro lado, me daba miedo de que tantos ciegos juntos tocando pudiera dar una sensación de lástima al público. No me gustaba demasiado. En aquella época, el solo hecho de ser ciego ya conllevaba connotaciones tristes y poco agradables. Hoy, es diferente.
Miquel Gracia, batería del grupo, y yo, conectamos con rapidez con el mundo de la música, atrayendo estudiantes aventajados para formar una buena orquesta. Renuncio a explicar la saliva y las horas que empleamos para encontrar a gente de nuestra talla y lo bastante válida para llevar a cabo nuestro proyecto, eso sería demasiado largo y poco interesante. Un buen día nos encontramos ya siendo una sólida orquesta..
Saxos: Rex, el Coco, el Tirillas, Tomàs y el Pajarote. Metales: el Palangana, Jordi, el Coyote y Pere. Más tarde se incorporaron como trompetas Enguix y el Mosquito. Ritmo: Josep Vives; bajo: Masot, batería que sustituyó a Gràcia, y yo mismo al piano. Una pareja de baile espectáculo, Titi and Rouse, y muy a menudo un acordeonista showman, Don Chimbilico. La mayoría se habían ganado la vida como músicos profesionales. Eran muy buena gente. No recuerdo el nombre de todos, pero sí el mote con el que los conocíamos. En honor a ellos, permitidme que recuerde unos cuantos: Alfons Sarasà, Josep Fernàndez, Jordi Casulleras, Joan Enguix y Ramon Làzaro, trompetas; Joan Masot a la batería; Pere Baldomà, trombón; Lluís Sànchez, Tomàs Guirau, Joan Rex y otros, saxos. De los otros, siento mucho no acordarme de los nombres completos. Los "vocalistas" recuerdo que fueron Simón Walesky y Joaquim Egea, que tenía la virtud de cantar en inglés sin saber ni una palabra. Seguro que me olvido de algún músico de los que pasaron por la orquesta, pero les pido mil perdones; la memoria me empieza a fallar.
Fernando Calabuig era nuestro representante, era como el abuelo del grupo y si no nos doblaba la edad, casi. Poseía una garganta privilegiada y hacía imitaciones de diferentes artistas del cine, como: Faty y el flaco, la mula Francis y otros muy difíciles de imitar.
Durante el tiempo en que la orquesta "Franz Miñana" funcionó, recorrimos muchas de las salas de baile de Barcelona y alrededores, la mayoría ya desaparecidas, por desgracia. Se trataba de salas donde se bailaba y no se hacía gimnasia rítmica, como pasa hoy en día.
La "Franz Miñana" trabajaba mucho para las cooperativas familiares: La Lleialtat de Gràcia, donde hoy se encuentra el Teatre Lliure, Els Teixidors a Mà (hoy Teatreneu), también de Gràcia; La Lira de Sant Gervasi; La Vanguardia obrera, de Horta; el Segle XX, el Casino de la Barceloneta; el Rellotge, situada en la calle Urgell, la Aliança y las Flors de Maig, al Poble Nou, el Club Palma y la Germanor Barcelonina, entre otras. Permitidme una intimidad: en esta última sala fue donde besé los labios de una mujer por primera vez y en una situación no demasiado romántica. Era una galería por la cual pasábamos los músicos para ir al escenario, había caballos en aquel patio y aprovechamos el momento para besarnos llenos de ilusión... ¡Venga! ¡Basta ya de intimidades....!
Como profesionales trabajábamos diariamente en lugares también desaparecidos, de lo cual no tenemos ninguna culpa. Tocamos mucho tiempo en el "Metropolitano", llamado antes el "Ocell de Foc", situado en la calle Consell de Cent, entre Aribau y Muntaner. Estuvimos un tiempo trabajando en el Rialto de la Ronda Sant Antoni, donde había un piano muy machacado que el amo de la sala no quería arreglar. Un buen día cogimos unas pinzas de casa y, un rato antes de empezar la actuación, nos dedicamos a cortar todas las cuerdas del piano. Fue el único modo de mover el bolsillo del amo, entonces no había sindicatos... El que había, no valía para nada...
Diferentes fiestas mayores: Gràcia, Horta, Sants, Can Tunis, etc. Son muchas las anécdotas que guardo de aquellos tiempos, pero harían demasiado largo este capítulo. Pero no puedo resistir la tentación de transcribir algunas de las más importantes.
Tocamos un domingo en la "Paloma", sala en la que solo actuamos una vez, dado que la orquesta no era adecuada para ese sitio ni para ese público. Era una sala llena de viejos y mujeres pasadas y muy sobadas por todo el mundo, que aún necesitaban trabajar para poder vivir. Nosotros tocábamos mucho Jazz y música afrocubana. Ellos, aquel público solo quería música lenta y poco ruidosa. Recibimos una pitada ensordecedora, pero nosotros a lo nuestro. En la media parte se me acercó un vecino casado y con cinco hijos más mayores que yo y me dijo:
Hola chico, no le digas a mi mujer que me has visto aquí, bailando.
¿Que no sabe usted, buen hombre, que soy ciego y que si no me hubiera dicho nada, yo no sabría que se encontraba aquí haciendo el pendón....?
Perdona, perdona.
Se fue con la cola entre las piernas, y nunca mejor dicho. Ese hombre era de una inocencia inconmensurable. También eso quería decir cómo había asumido el vecindario mi ceguera, al menos así lo creía yo.
Mientras nos vestíamos los de la orquesta, en un pequeño cuarto del Club Palma, donde casi no cabíamos, saqué la llave de la cerradura y eso nos dejó encerrados dentro de la habitación. A mí también, por supuesto. Cuando llegó la hora de empezar el baile, todos buscábamos la llave. La tenía en el bolsillo. Con seriedad propuse que para no comprometer a nadie, apagaríamos las luces y quien la tuviera, podría tirarla al suelo. Entonces abriríamos la puerta e iríamos a trabajar. Al apagar la luz, dejé la llave en otro bolsillo, por lo tanto la llave no fue al suelo. Repetí la advertencia y cuál fue mi sorpresa cuando, a oscuras, oímos que la llave rodaba ventana abajo, hacia el patio del edificio. El encargado de sala tuvo que reventar la puerta para que pudiésemos salir. Empezamos media hora tarde. Nadie sospechó del pobre ciego por dos razones: primero, por pobre ciego, y segundo, por ser el director de la orquesta.
En una fiesta mayor, en una calle del barrio de Can Tunis, donde desde el entablado de los músicos se veían los nichos del cementerio, al llegar al descanso pedí a un "trompeta" que me acompañara hasta algún sitio apartado para orinar con tranquilidad. El hombre me llevó hasta un campo abierto cercano y dejándome en el buen sitio me dijo: "Cuando termines, llámame". Él también fue a vaciar un poco más para allá. Cuando terminó, se abrochó la cremallera, dio media vuelta y se fue satisfecho sin acordarse de mí, pobre de mí, yo que hacía lo mismo que él pero a pocos metros. Cuando terminé, dije: "He terminado, ¿y tú?" Se produjo un profundo silencio... Lo llamé un par de veces más; era evidente que el tío se había largado bien satisfecho, que se había olvidado de mí. ¿Qué podía hacer? Ante todo, mantener la calma y no ponerse nervioso; después solucionarlo con desenvoltura y, para terminar, ponerlo en marcha. Pero, ¿cómo solucionarlo con maña? No lo sabía. A lo lejos, se oía el gentío que esperaba que reanudase el concierto para seguir la fiesta. No podía ir, no sabía qué había en medio, entre ellos y yo. Podría haber agujeros, zangas o cualquier cosa que impediría que llegase. El sitio era muy amplio y nosotros, los ciegos, no se nos da demasiado bien cuando no tenemos ningún punto de referencia cercano. Allí no había ninguno... No me quedaba otra alternativa que esperar los hechos, esperar a que empezase la segunda parte y me echasen de menos. Tal y como lo pensé, sucedió... Cuando empezaron, todos preguntaron por mí, dónde estaba. De golpe, aquel hombre exclamó pegando un bote de la silla y saliendo como alma que lleva el diablo: "Coño, si lo he dejado meando...". No quiero imaginarme si esta escena se llega a producir al terminar la velada. Estaría allí hasta el día siguiente. Desde entonces, cuando un neófito me acompaña a un lugar desconocido, me agarro a su brazo sin dejarlo por nada del mundo. Si se va al baño, yo también, si él quiere un café, yo también; soy obediente con quien me acompaña... Gato escaldado...
La orquesta "Franz Miñana" llegó a tener bastante prestigio entre la gran cantidad de orquestas de su categoría. Éramos jóvenes y también hacíamos un espectáculo que tenía una buena acogida entre los sentados. Contagiábamos el swing y la alegría a todos los seguidores que teníamos. Trabajábamos mucho y nos divertíamos aún más. De dinero ganado, poco, teníamos que pagar las partituras, los dos conjuntos de vestidos, las pancartas... Éramos un buen grupo de instrumentistas cargados de buena voluntad, lo cual nos daba éxito y que nos contratasen.
Es curioso cómo al oír hablar de la "Franz Miñana" por otra gente, me parecía algo totalmente ajeno a mí mismo. La "Franz Miñana" se había escapado de mí y ya era un ente diferente a lo que creía mío.
Pasados tres años, nos creíamos importantes e insustituibles, creando un malestar en el seno de la orquesta. Como buenos músicos de aquella época, sabíamos mucha música, pero nada más, haciendo difícil la conducción de todas aquellas formas de ser y de creernos los mejores. Fue por eso que un día nos peleamos y la orquesta se fue al traste. Con un gran esfuerzo me quedé con media docena de músicos y formamos un pequeño conjunto orquestal que durante unos meses tocamos en diferentes salas y en la radio. Pero eso tenía que morir, y murió como lo dije... Fue una verdadera pena.
Seguramente alguien puede pensar que mi capacidad de retentiva musical era y es extraordinaria, al conocer todas las piezas que la orquesta tocaba. Confieso que tenía un pequeño truco que nunca he contado a nadie. Cuando llegábamos para ensayar y debíamos tocar una pieza nueva, mi truco consistía en hacer pasar primero la caña, es decir, los saxos, lo repetían alguna vez más hasta que salía como nosotros queríamos, después ensayábamos los metales, luego y de forma conjunta los saxos y los metales y, por fin, todos. Cuando "todos", me lo sabía de tanto oírlo; no era difícil... Eso me daba una gran credibilidad entre los mismos músicos de la orquesta.
El conjunto
Una vez dimos sepultura a lo que quedaba de la orquesta, y frente al hecho que mis relaciones en el campo artístico eran del todo buenas, encontré unos músicos ilusionados en formar un conjunto, conformado habitualmente por Jordi Ball, persona de refinado gusto artístico, a la guitarra eléctrica; fue uno de los primeros músicos que tocaron este instrumento incorporando un pequeño micrófono y un amplificador. Joaquim Soler, impresor que había tocado el contrabajo en diferentes buenas orquestas y que ahora quería empezar un nuevo camino; Antoni Sànchez, practicante que tocaba de maravilla el acordeón y tenía una gran intuición para el Jazz con su instrumento predilecto. Formamos un pequeño conjunto con el mismo nombre y trabajamos sin parar en todo tipo de boites y pequeñas salas de fiestas, como también en casas particulares y hoteles de primera categoría. Ganábamos más dinero que con la orquesta, éramos menos y los sitios altamente escogidos.
Hicimos buenas temporadas en el Hot-Club de Barcelona, coincidiendo con las primeras veces que la marina norteamericana llegaba a nuestra ciudad. No sé cómo se enteraban de la existencia del Hot-Club. La casa se llenaba de americanos con sus instrumentos de orquesta y nosotros dejábamos de tocar para que ellos se divirtieran. Eran verdaderas jam-sesions en las que gozábamos todos y terminábamos con las coca-colas de todos los bares de los alrededores. Bebían como cosacos...
En algún sitio u otro he dicho que la ceguera a veces da más inmunidad que la que tiene un parlamentario, porque sino... Trabajábamos en una boite distinguida, "Posada Jamaica", una verbena de San Juan. Los músicos nos cambiábamos de ropa en una habitación de arriba, por donde se llegaba por una escalera de caracol muy estrecha. Justo en medio de la escalera bajaba una cuerda muy tentadora. Subiendo una vez a la habitación se materializó la tentación tirando de la cuerda para ver si sonaba una campana. Verdaderamente parecía la escalera de un campanario románico... Fue estirar la cuerda y dejar a todo el mundo a oscuras. Era el cable general de la corriente eléctrica de toda la casa... ¡Dios mío! Qué disparate... Apareció el amo enseguida, cagándose en nosotros... Mi reacción: "Bajando la escalera he caído y mi primer instinto ha sido alargar la mano para agarrarme a algo y ya lo ve... Perdóneme, ha sido del todo involuntario...". Al oír que había caído, incluso llegó a pedirme perdón...
Fueron casi quince años los que estuvimos tocando juntos y no puedo ocultar que lo echo de menos hoy día. Al final, Antoni Sànchez se fue a Suiza y Jordi se dedicó de lleno a su trabajo: pintor y dibujante. Cada uno tomó un camino diferente y nuestras vidas se distanciaron por motivos de trabajo y no por otra cosa. Eran, también, gente extraordinaria y muy profesional. Es triste, pero hoy, cuando me siento de frente al piano los dedos no corren. Las ideas van más deprisa que los dedos. Me cabrea, cierro el piano y pongo un disco. Suena mucho mejor...
23. LA UNIVERSIDAD
Tuve que hacer el bachillerato del plan del 38, es decir, siete cursos y el examen de Estado. No fue del todo difícil, yo era mayor que los demás alumnos y eso me daba cierta ventaja. El examen de Estado se realizaba en la universidad durante algunos días; eso ya nos daba importancia académica, pero a la vez nos hacía temblar el hecho de encontrarnos en frente de esa estructura de tribunales y aulas.
La universidad de aquellos tiempos era otra cosa. Aquel edificio majestuoso construido en el siglo pasado por Elies Rogent abuelo de una arquitecto municipal de hoy en día con quien he tenido la suerte de tratar no hace mucho tiempo; aquellos patios tan peculiares, húmedos, oscuros y tan cargados de historia; esas grandes aulas con bancos de madera reseca, poca luz y con olor a sabiduría contenida. Los estirados bedeles como capitanes generales precediendo, con la llave en la mano como si fuera un bastón de mando, al catedrático. Dos personajes respetuosos y llenos de mayestática postura. Los jardines tranquilos, perfumados de verde y arropados a lo lejos por el ruido de la ciudad... Cuántos recuerdos me traen esas paredes, esos bancos y, por qué no, ¡aquel bar cargado de alegría y picaresca estudiantil!
El bar era otro evento. Allí se cocían ilusiones; la política se hacía a escondidas teniendo entre los dedos un vaso de vino tinto por dos reales y no mucho más. Ya teníamos bastante. Era curioso ver en la entrada del patio de derecho, el bar enfrente de la capilla o la capilla enfrente del bar. Era como si un símbolo nos dijera a aquellos hombres en proyecto, que la vida no es otra cosa que la relación entre lo divino y lo humano y que para acceder a la sociedad, antes debíamos de pasar por la capilla para encomendarse a Dios y por el bar para encomendarse a los hombre. Dos columnas imprescindibles para ir por la vida: Dios y los hombres...
Yo era el cuarto ciego que se enfrentaba a todo ese nuevo ambiente. El examen de Estado fue toda una experiencia. No podía hacer los trabajos por escrito, dado que esa tropa de catedráticos no conocían el Braille. Era natural. Habría que hacerlo oral. Aconsejado por otros ciegos que ya antes habían pasado por ese mal trago, me llevé a mi sobrina mayor que hacía comercio. La niña era como mi brazo ejecutor, en los exámenes. Yo debía multiplicar y decir qué número iba. en cuanto al latín, el profesor Font y Puig me hacía de diccionario, pero yo debía decir a la niña cómo escribir todo lo que él me decía.... En el momento de las preguntas, éstas tuvieron que ser orales. Dicen que es toda una ventaja; no lo creo, siempre he preferido hacerlo por escrito; puedes pensar mucho más y rectificar. Pero qué le vamos a hacer...
Una vez pasó el mal rato del examen, llegó otro momento difícil, y no fue el saber la nota final, eso era normal. El momento difícil consistía en saber cómo aceptarían mis compañeros, desconocidos por completo, mi llegada al aula. La nota me fue bien, obtuve un notable; no está nada mal. Había hecho un bachillerato en cuatro años, lo cual quería decir que me había saltado cursos en verano y los compañeros siempre habían sido diferentes.
Llegó el día de empezar el curso y debía enfrentarme a una nueva experiencia. No me importaba lo que dijesen, me importaba lo que pensasen y no dijesen. Entré en la universidad y mi madre se dirigió a la puerta del aula que nos habían dicho. Un grupo de chicos y chicas hablaban animosamente, la mayoría se conocían del instituto o de las escuelas generalmente religiosas. Yo no conocía a nadie. Enseguida mi madre se acercó a un grupillo que hablaban alegremente y les dijo: "Escuchad, allí está mi hijo que no ve; podéis ayudarle cuando entre..." La reacción fue positiva. Me quedé con ellos y me incorporaron al grupo sin problemas. Se hizo cargo de mí una chica: Montserrat Castelló, que no me dejó en todo el rato. Es curioso el sentimiento maternal de todas las chicas en estas situaciones. Enseguida me espabilé... De todos modos, esa chica no me perdía el rastro, aunque no me diese cuenta de su mirada.
Pasaron pocos días y yo ya tenía mi grupillo hecho. Pronto nadie se extrañaba de que yo no pudiera ver. Los catedráticos no se mostraron para nada preocupados, antes que yo ya habían tenido a algún que otro ciego: Jaume Pineda; eso sí, los exámenes eran orales y no escritos. No había libros en sistema Braille y, por lo tanto, era muy difícil casi imposible estudiar. Debías utilizar muchas estrategias: la familia debía leerlo, pero lo mejor era que tenías que estudiar en grupo, con los compañeros de clase. Montserrat Castelló me leía bastante en el jardín de la universidad. También, pronto, encontré la solución en un compañero: Alfonso Puig de Morales. Entablamos una fuerte amistad, comprendió mi problema y se ofreció a leerme y a estudiar juntos. A él le iba bien y para mí fue la solución. Por otro lado tuve que contratar a un señor para que todos los días me leyese dos o tres horas. Mientras yo tomaba apuntes con la regleta Braille y así iba pasando los estudios. La gran solución fue la incorporación del magnetófono en el estudio. Un aparato de cinta abierta, marca Ingra. Fue una ayuda increíble. Ese hombre leía delante del magnetófono, estuviera yo o no en casa, y en cualquier momento podía estudiar. Ese hombrecillo lector era muy espabilado; me leía pausadamente porque decía que así no se cansaba y realmente lo hacía porque así duraba más rato y cobraba más. Otra cosa que también me dio un gran resultado fue las chicas que salían conmigo o yo con ellas que me leían cuando tenía exámenes. ¡Cuántas y cuántas muchachas hay en este mundo que han leído derecho sin haber hecho la carrera!
Tengo un muy buen recuerdo de aquellos años que pasé en la universidad... El tercer o cuarto día de clase de historia del derecho, que impartía el doctor Estapé, tuve la mala suerte de que me preguntó. Yo no había estudiado. Él me dijo: "Chico, te pongo un cero por no estudiar, otro para que escarmientes y un tercero para desnivelar la bicicleta". Al terminar la clase vino y me dijo: "No me había dado cuenta de que no veías, pero me da igual. El que no estudia tiene ceros, ¿sabes, chico? Yo se lo agradecí mucho; eso quería decir que no hacía ninguna distinción entre alumnos. En tercero el doctor Semir me suspendió de derecho político; con razón. Eso no significa que a nosotros a los ciegos no nos han regalado nada, al menos en esa
universidad. Ahora ya no lo sé... Supongo que tampoco...
Para mí era un esfuerzo: por la mañana iba a la universidad, por la tarde a trabajar a la ONCE dando clases y, muchas noches, iba a hacer de músico. Fue una época difícil pero muy enriquecedora.
Mi condición de músico también tuvo mucho que ver con el hecho de poderme situar entre los compañeros estudiantes. Yo hacía todos los pasos del Ecuador y en cualquier fiesta organizada por cualquier curso universitario, allí participábamos nosotros con la orquesta. Era conocida por todos. Eso me dio una gran movilidad y desenvoltura en el campo estudiantil. Como es lógico en el curso se crearon tres grupos bien definidos: los aplicados, entre los que estaba: Lluís Octavi Saltor, Faixes de Climent, Montserrat Castelló... los menos aplicados pero divertidos y encantadores recuerdo a Mario Cortés, Lluís Jiménez y yo mismo, entre otros y un tercer grupo, de indiferentes, que contaban demasiado. No era ni una cosa ni la otra, pero era buena gente...
Las chicas, que no las había en cantidad, iban como mariposas, de un grupo a otro. Sería injusto olvidarse de un chico que durante todos estos años me ayudó extraordinariamente: Josep Rochina. Vivía cerca de casa y todos los días me venía a buscar y me acompañaba a todos lados. Fuimos muy buenos amigos; por desgracia padecía una grave enfermedad que años después se lo llevó al cementerio. Puede decirse que tuve grandes amigos: Puig de Morales, mi padrino de boda, Llàtzer, un hombre extraordinario que no terminó la carrera pero creo que tampoco le importaba demasiado. Creo que de aquella época puedo considerarme amigo de todos ellos, amigos que cada año nos reencontramos un día para cenar y pasarlo bien; parecemos críos...
Como ya he dicho, yo tenía un lector que cobraba cinco pesetas por cada hora leída. Leía muy despacio porque decía que así le iba a durar más tiempo el libro y ganaría más dinero...
En algunas clases, los catedráticos pasaban lista como si aún fuésemos alumnos de un colegio de primaria o de monjas; otros profesores nos pedían que les dejásemos una tarjeta al finalizar la clase. Por suerte no todos lo hacían.
Recuerdo que una vez el doctor Luño Peña, director general de "La Caixa" y rector de la universidad, en mitad de una clase me preguntó qué quería decir "ONCE". Después de un repaso mental de todas las lecciones dadas, le dije que no lo sabía. Él, extrañado, dijo que era igual y que lo dejara...Yo, aún más extrañado, le dije a mi compañero que no tenía idea de lo que me había preguntado.
Al hacerte la pregunta, él tenía tu tarjeta en sus manos.
¡Madre de Dios, ahora sí que sé lo que quiere decir "ONCE"!
En mi tarjeta, después del nombre ponía: Profesor de la O.N.C.E. Al terminar la clase me acerqué a la tarima del profesor y le dije:
Mire usted doctor, O.N.C.E. Significa Organización Nacional de Ciegos Españoles.
Ya me parecía que no era usted tan imbécil como para ponerse algo en la tarjeta y que no supiera su significado...
Durante los años en la universidad, participé con la tuna y con los movimientos de estudiantes que se organizaban. Compañero de curso fue el malogrado Juan José Hidalgo, hijo del director del Banco de Santander que no estaba casi implantado en Barcelona. Juanjo un día nos reunió a un puñado de amigos para pedirnos si queríamos ayudar a su padre a hacer clientes para el banco, para así según el número poder abrir unas cuantas oficinas más en la ciudad. Recuerdo que aquella media docena de amigos nos lanzamos a hacer clientes. Teníamos mil pesetas de su parte y asaltábamos a cualquiera para abrirle una cuenta de cinco pesetas. Incluso Puig de Morales y yo conseguimos que un guardia urbano que hacía el servicio en la plaza Universidad se hiciera cliente.
El mes de marzo del año 1951 participaba activamente en la huelga de los tranvías. En la resistencia catalana ya estábamos hartos del régimen franquista y de los recortes de libertad a los cuales estábamos sometidos. Una excusa para demostrar a los políticos nuestro rechazo al régimen fue una huelga ejemplar en masa a no subir a los tranvías. El detonante, la gota que colmó el vaso, fue la subida del precio del billete del tranvía. La orden era que nadie cogiese un tranvía bajo ningún pretexto. El pueblo de Barcelona decidió de manera absoluta no subir a ningún tranvía de la ciudad. Grandes ríos de trabajadores iban a pie a trabajar, sin disturbios, y sin dejarse enredar por la policía de paisano que circulaba como pasajeros de los vehículos. Fue una huelga ordenadísima y con un gran sentido de ciudadanía. La gente salía con el tiempo suficiente para ir andando al trabajo, con alegría y sentido del humor. Nunca más veremos una huelga en las mismas condiciones de orden y sin la necesidad de que los piquetes informativos salgan a la calle. Un buen número de estudiantes sabíamos el porqué de esa huelga y por eso la policía, indiscriminadamente, arremetía contra nosotros, que nos reuníamos en la puerta de la universidad, puesto que nos era prohibida la entrada en las aulas. Pues como ya he dicho, delante de la puerta de la universidad había una asamblea permanente de estudiantes para valorar la marcha de la huelga y para dar consignas que pudiera hacer mella en aquel régimen no querido por los catalanes, asamblea que era permanente disuelta por la policía a caballo; aún recuerdo cómo corría, con dos compañeros, desde la plaza Universidad hasta el Paseo de Gracia y vuelta. En más de una ocasión noté el aliento caliente de los caballos detrás de mi nuca. Esos hombres eran como máquinas, pegando fuerte a diestro y siniestro sin mirar a quien le daban... Pasados casi quince días, el gobierno renunció a la subida del precio y la gente volvió a utilizar el tranvía. Todo, de un modo de lo más ordenado. De todas formas el gobierno había recibido un buen golpe, aunque era insensible a cualquier manifestación de rechazo y desacuerdo por parte de los ciudadanos, No hablaré de las barbaridades que sucedieron, dado que otras personas con más autoridad que yo ya lo han hecho y además muy bien.
Entre los compañeros se encontraba gente republicana, monárquica, comunista y también, por qué no, afín al régimen. Era difícil, por no decir imposible, conocer la afiliación política de cada uno de nosotros. Un pequeño descuido con uno de los compañeros podía significar que te acusasen de "rojo separatista", grave etiqueta colgada que podía acarrear la entrada en prisión o cualquier peligro vejatorio, la expulsión de la universidad y la retirada de la resistencia activa.
En aquella ocasión la ceguera era un salvoconducto frente a las fuerzas públicas. ¡Alguna ventaja hemos de tener!
24. LOS DE LA PANDA DE LA "MANGUELA"
Es preciso decir que en el lenguaje del hampa el verbo "mangar" se utiliza con frecuencia. Son varios los verbos que se emplean para pedir a otro algo que nosotros no tenemos y que deseamos tener. Pedir es solicitar algo deseado a alguien, aportando o no, nosotros, alguna contraprestación. Mangar significa pedir a un desconocido dinero para satisfacer alguna necesidad, sin contraprestación alguna a cambio. "Pedir limosna" es captar repetidamente a una misma persona para poder satisfacer una necesidad o un deseo, y por último, "mangar" es captar chapuceramente dinero con engaño o malas artes para satisfacer nuestros vicios primarios y secundarios... El mendigo y el que pide limosna es un señor que pide; el que se dedica a la mangancia es más bien un chorizo que pide para luego reventárselo en vicio...
En 1961, por razones de trabajo, me pusieron al frente de un nuevo departamento laboral para controlar los más de dos mil afiliados a la ONCE que ejercían la venta de cupones en Barcelona. Durante cinco o seis años tuve que entrevistarme, diariamente, con setenta vendedores de cupones. Más tarde redujeron la cantidad a la mitad. Yo hacía de árbitro en los conflictos laborales entre ellos. Aquel departamento se creó después de una debacle sucedida en la Delegación Provincial de Barcelona, cuando fueron a desbancar a los catalanes, que éramos la mayoría, de los cargos de directivos de Cataluña. Aquel rinconcito, mi despacho, se convirtió en un confesionario de asuntos personales y familiares, de persecuciones a empleados y lloros desconsolados de chicas trabajadoras. Las pasé moradas, las pasé negras... Hasta aquel momento yo sabía muy poco de temas "cuponiles" y de toda la problemática que conllevan...
Después de unos días haciendo ese trabajo de la puñeta, tuve la sensación de que cargaba con el muerto, un ingrato trabajo que ninguno de mis compañeros había querido hacer, aunque eran pocos, muy pocos, los compañeros que quedaron limpios frente a Madrid después de la debacle ocurrida. Por otro lado yo creía que ese era un puesto de confianza, que tanto y tanto se había confiado en los catalanes. Al mismo tiempo pensé en que las duras órdenes que daban los superiores, tal vez podría aligerarlas y suavizarlas desde mi puesto de trabajo. Por lo tanto, acepté la responsabilidad y me lancé a hacer de árbitro y confesor. Me metieron en algo parecido a un despacho al lado de los urinarios públicos de la empresa. Así pues en más de una ocasión la gente entraba en aquel "despacho" abrochándose aún la bragueta. Aquel era el sitio donde los señores Girona antiguos propietarios del edificio habían guardado el carruaje. Mal enmaderado y con una ventana con barrotes en el patio interior; lugar húmedo y que olía mal. Si protestaba, el mandamás me decía: "Si bien es verdad que el lugar no es muy digno, sí que está al alcance de todos". Cuando decía "todos", se refería a los ciegos, inválidos con muletas y sillas de ruedas, viejos y otros personajes poco favorecidos por la madre naturaleza, personal que yo tenía que ver a diario y en un buen número: setenta por día.
Como ya he dicho antes, aquel rinconcito en seguida se convirtió en un confesionario de penas, lástimas y otras bajezas humanas, como por ejemplo denuncias imaginarias de fechorías, acusaciones sin fundamento, recelos, malentendidos, explicaciones de cómo habían ocurrido las diferentes mutilaciones... Puedo asegurar que las primeras semanas fueron muy duras para mí. Yo era joven y recién llegado en aquellas luchas para sobrevivir, venía del ámbito de la enseñanza; imaginaos... Pasaba las noches en vela... Eran demasiadas desgracias atropelladamente juntas para un cachorrillo recién llegado a este mundo...Debíamos rellenar una larga ficha con los datos personales y laborales de todos los vendedores, lo cual les animaba a que nos contaran la vida con pelos y señales. ¡Y qué vidas, Dios mío! Estoy hablando del año sesenta y uno; hoy es diferente. Los vendedores son personas normales, con un trabajo digno y procedentes de diferentes ámbitos, todos con preparación y dignidad personal. Entonces era totalmente diferente, aunque no todos, lógicamente.
Aquel trabajo me llevó a conocer muchos hombres y mujeres dedicados, durante mucho tiempo, a pedir limosna de un modo profesional, no a mendigar, que eso ya hemos visto que es harina de otro costal. El mendigo corresponde a otra retahíla de viejos y pegajosos personajes, los cuales, según dicen, nada quieren pero siempre piden. Todos conocemos aquel amigo que cuando te lo encuentras dice: "Hace mucho tiempo que no llevo mis niños al Tibidabo. Cada vez está más caro. ¿No tendrías, nada, seis entradas para ir?" O también ese otro que como quien no quiere la cosa, te encuentra y dice: "Hombre, ¿no tienes por casualidad un par de butacas gratis para ir al Liceo? O ese otro: "Tú que conoces a tanta gente, te va a ser fácil conseguirme unas invitaciones para el estreno del jueves..." Este es el mendigo enmascarado, tenemos que huir de él. Es aquel que bajo la capa de la amistad abusa de nosotros. Acostumbra a ser una verdadera pesadilla... Es curioso, aquellos que más necesitan, son los que menos piden. La pobreza económica se acostumbra a llevar con rica dignidad, nunca con soberbia.
En mi rinconcito, oí y conocí en profundidad a las personas, sabiendo entender y justificar muchas actuaciones del género humano. Quiero dejar bien claro que entre aquellos hombres y mujeres, la mayoría eran personas como Dios manda, si bien, de siempre, media docena de revoltosos o gritones, hacen más ruido que todo un grupo entero. Por lo tanto, digo que la mayoría eran excelentes personas que se avergonzaban frente a según qué hechos y reacciones, dado que la gente los calificaría a todos por igual. Otra debilidad humana.
Dejadme que recuerde algunos de esos personajes llenos de una vida extraña, tumultuosa y demasiado penosa: la "siete hombres", mujer poco agraciada y bastante grandota, de la que no voy a decir el nombre, me confesó un día que su marido "el millones", también ciego, se pasaba las noches con la hermana más joven de ella y que tenían la poca vergüenza de poner un colchón a los pies de la cama de matrimonio, donde descansaba la mujer, mientras los otros dos se dedicaban a lo que ya sabemos. Ella presenciaba a diario la escena entre el marido y la hermanita. Molesta y humillada, al cabo de unas cuantas sesiones ella también llevó a su amante y, unos en la cama y los otros en el suelo con el colchón, ¡pasaban la velada bien entretenida! Tanto el uno como el otro iban cambiando a menudo de amantes, todo según las circunstancias y el momento. A pesar de vender el cupón, ella nunca tenía dinero, ellos los despilfarraban dejando dinero a todo el mundo y que después no le devolvían y se dejaban engañar por el primero que pasaba. Necesitaba afecto y por eso se daba toda ella, entera, también con el dinero, a quien le mostrase cariño, aunque falso. Ella estaba agobiada y esa vida no le gustaba, pero no sabía como salir de ella. Él, "el millones", le medía las costillas cuando le venía en gana. Era triste escuchar las dos versiones por separado. Él la trataba de cualquier modo y cuando le decías que él también hacía lo que quería, salía diciendo que era un hombre y que los hombres, pues ya se sabe.... Ella vivía resignada a su suerte y si alguna vez podía pasar un buen ratillo, eso que ganaba... Eran una pareja proveniente de otras tierras y la única forma de vida había sido la "manguela" hasta que la ONCE no apareció y les dieron cupones para vender.
En aquellos tiempos la ONCE adoptaba un sistema poco recomendable: cuando un vendedor hacía una travesura de las buenas, lo castigaban con un traslado a Barcelona; decían que aquí se vendía menos que en un pueblo pequeño o en una ciudad mediana. Fue una mala época...
Nos llegó el Pajuel, el Barquero, el Trini, el Brujo, junto con otras "joyas". No solo las "joyas" llegaban de afuera, aquí también las había: El Boi-boi, el Parroquia, el Gitano, el Madriles, etc. Un día el delegado me envió para que hiciera una redada por el barrio chino; alguien le había dicho que allí había un vendedor muy pintoresco. Realmente lo era... Encontré uno de los vendedores de cupones que, encima de un burro y haciendo ruidosos redobles de tambor, iba vendiendo los cupones por la calle. Es de suponer que tuve trabajo para convencerlo de la urgente necesidad que había para que dejase de realizar la venta de ese modo tan peculiar. Degradaba la venta y nuestra imagen...
Curioso también era aquel hombre que nació en un pueblo del Pirineo, que vino a Barcelona a vender el cupón y que era muy amante de los animales. En el hombro derecho llevaba siempre como una manecilla y encima un loro. Aquel animal le ayudaba a vender con gritos. En los bolsillos siempre llevaba ratoncillos y otros animalillos inofensivos... Era un caso. Un buen día vino a verme para enseñarme una cría de quince o veinte pollitos que traía encerrados en una caja de zapatos. Dejó la caja encima de mi mesa y, como es natural, los pollitos pegaron un salto y salieron de la caja. No os podéis imaginar el lío que se formó con los pollitos saltando y escapándose. Todo el personal corría detrás de los malditos pollitos. Al día siguiente aún encontramos a uno debajo del armario. Eso fue una fiesta de pollitos....
Nunca he podido saber por qué cuando uno de esos alcornoques pillaba una borrachera, venía a pasarla a la delegación. Lógicamente entonces había una gran movida entre el borracho y sus compañeros y conocidos. Yo siempre tenía que poner paz e incluso sanciones para devolver la calma y la tranquilidad a la situación. Imaginad pues, la cantidad de anécdotas y de hechos desagradables que he vivido. Hechos que en el fondo me dolían y que iban dejando huella en mí.
Hablábamos de la profesionalidad que ponían y ponen hoy los que piden limosna con su trabajo; si bien en nuestros días existe una anarquía absoluta y para nada seria. Digo esto, porque hoy se utilizan a los niños desnutridos y martirizados para hacer más lastimosa la forma de "mangar". Dicen los profesionales que eso es falta de imaginación y abuso de los niños para tocar la fibra sensible sin necesidad.
Mis amigos, los de la panda de la "manguela", el Marsellés, el Pirata Bailarín y el Robert Táilor, estaban muy indignados al ver cómo había degenerado el oficio....
He conocido a fondo al Marsellés, un hombre extraordinario, serio pero afable, amigo de los amigos y guardián de las reglas del juego, cosa difícil hoy en día en este turbio mundo. Buen jugador de cartas, dominó y sobre todo de boliche, cuando aún este juego era casi desconocido en España. Un "mangui" que tenga en buena estima su oficio, será siempre un buen jugador; reporta muchas ventajas el serlo. El boliche trajo turismo francés a Cataluña y en seguida se expandió. Entre los diferentes recuerdos queridos que tengo, se encuentran dos o tres trofeos de campeón de boliche, logrados por mi amigo el Marsellés, de quien hace ya mucho tiempo que no sé nada. A lo mejor está muerto. ¡Quién sabe! Siento mucho haberle perdido la pista, pues un día me prometió que me contaría sus tribulaciones y desvergüenzas para poder vivir, pues no lo hacía porque yo era su jefe y me tenía un cierto respeto. A menudo le preguntaba, pero él solo me respondía con cuatro pinceladas y aún así después de que yo casi se lo pidiera de rodillas.
El fulano había nacido casualmente en Marsella, de padres aragoneses, vascos o navarros, eso no lo recuerdo, pero sí que eran de una pasta parecida, a juzgar por él mismo. De jovencito se vino a Cataluña en busca de aventuras. Cuando estalló la indecente guerra incivil, se inscribió como combatiente en la quinta del biberón. Él, como muchos, se fueron contentos, o mejor aún, animados, a defender la libertad que unos sublevados querían arrebatar de sus manos. También como a muchos otros, en seguida le hirieron en ambas piernas. El hombre se lanzó convencido por todo aquello que les habían dicho antes de empezar a luchar. El ímpetu, las ganas y la fe de vencer lo condujeron como loco a la primera línea. Cayó acto seguido, y de la trinchera a un perdido hospital lleno de piojos, chinches, quejidos, muertos y suciedad. No recordaba cuántas semanas pasó en aquel improvisado hospital, ni tampoco por qué tuvieron que amputarle la pierna derecha y con la izquierda no tuvo bastante. Una vez estuvo medio recuperado, empezó una dolorosa peregrinación por hospitales y sitios poco adecuados para un enfermo, pero los facciosos, así llamaban a las tropas de Franco, avanzaban y ellos tuvieron que retirarse. No cabe decir que las pasó canutas, de todo tipo, aunque según decía, al ser un montón de enfermos, la peregrinación se hacía menos dolorosa.
Durante los primeros días de enero del 39, los cargaron, apiñados, en fétidos camiones hacia Francia. Durante el trayecto él se iba encontrando peor. Yendo para Francia, en aquel sucio y apestoso camión, pensaba que si había visto la luz por vez primera en tierra francesa, ahora la vería por última vez, lejos de sus amigos, solo y abandonado a toda situación desfavorable.
Cuanto más avanzaba por la carretera ese cúmulo de despojos humanos, más cerca estaba la idea de morir en la tierra donde había enterrado a su madre. Como es de suponer, los presentimientos no se cumplieron ni mucho ni poco, y el marsellés sigue dando tumbos por el mundo con su pierna chunga y las ilusiones marchitas por culpa de una estúpida guerra.
Del tiempo pasado en los campos de concentración franceses y españoles, de la vida que allá hicieron, así como de la vuelta a Cataluña, nunca me dijo ni una palabra. Decía que era agua pasada y que era mejor no recordarlo.
Bien, pues ya lo tenemos en la calle con la soñada libertad, pero no la libertad que un día fue a defender; forastero en su casa, sin familia, cojo, endurecido y más pelado que una rata; si lo hubiera puesto bocabajo, no habría caído ni un céntimo... Con un hato en la mano, se dirigía hacia el barrio donde encontraría una cama más económica, el barrio chino... Cuándo comer, ya hablaríamos al llegar. Para él, todo esto era fácil, después de todo lo que había vivido... Al meterse en la cama, durmió hasta reventar... estaba muy cansado. Había andado kilómetros y kilómetros. Durmió tanto que perdió la noción del tiempo... Salió a la calle sin rumbo. Le daba todo igual, tenía que buscarse la vida. En seguida conoció al Bailarín pirata, el Robert Táilor y a otros compañeros que le echaron una mano para vivir, eso sí, siempre al límite de la ley. Sus compañeros eran hombres marginados, escupidos por la sociedad, sin oficio ni beneficio, que vivían gracias a la "manguela" y a otros trabajitos y estrategias poco recomendables. En el fondo él no era así, pero la vida lo empujaba. No sabía hacer nada, pasó los mejores años de su juventud en el frente, en el hospital y al final para nada. Una vida rota y unas ilusiones perdidas... Tenía 25 o 26 años; perdido por las calles de un barrio portuario de una ciudad que quería pero que lo rechazaba... En más de una ocasión lloró por los rincones de estas calles, escondido de los suyos, para luego ser fuerte y sobrevivir...
Entre estos, aprendió a pedir caridad, algo que parece fácil pero que tiene su truco... Funcionaba así: cuando en invierno salía de casa, iba directo a la taberna para tomarse un par o tres de "barreges". Se sacaba la americana que dejaba en el bar. Buscaba un sitio donde la luz de la farola fuese tenue, se apoyaba en la pared teniendo detrás un taco de periódicos. La cara embadurnada con dentífrico, bien blancuzca, se subía el pantalón hasta el muñón de la pierna para que se viera, y empezaba la letanía, que nunca era la misma según se ponía a pedir. La luz de la farola, reflejada en la cara embadurnada con dentífrico, le daba un tono enfermizo y cadavérico, perfecto para la ocasión. A su lado y en el suelo, un periódico donde la gente dejaba las monedas. Cuando había unas cuantas, rápido sacaba otro periódico de su espalda, lo ponía encima para tapar la abundante recaudación. Y así hasta la madrugada. Curiosamente se ganaba más de noche que de día. Si la clientela era distinguida, la letanía también lo era. Si la clientela era de putas y hombres que las buscaban, era de otro tipo... Por vergüenza no puedo reproducirla... Estos últimos eran más generosos que los primeros.
A menudo se encontraban encerrados en prisión o en cualquier comisaría de policía. En más de una ocasión varias mujeres iban a verles con paquetes con comida, diciendo todas que eran sus mujeres... Vivían bien, según él, eran unos machos y podían satisfacer a más de una la misma noche... El secreto del éxito...
El marsellés no estaba satisfecho con esa vida, pero no tuvo otro remedio. Después de hacerse muy pesado, un día el gobernador civil de Barcelona obligó a la ONCE a aceptar a aquellos inválidos para vender cupones. Mi amigo aceptó sin pensárselo. Los demás prefirieron la mangancia y nunca más supimos de ellos.
Aquel hombre se rehabilitó gracias a la venta de cupones; se casó, formó una familia y vivió como cualquier ciudadano, no queriendo recordar nada de aquel tiempo penoso vivido y habiendo de poner la cara para recibir bofetones de la vida.
Hoy en día, todo ha cambiado, gracias a Dios...
25. EL SINDICAT DE CECS DE CATALUNYA
No pienso hacer un historial de los ciegos de Cataluña; este no es el mejor sitio ni el más oportuno, pero sí que quiero remarcar unos cuantos rasgos importantes dentro del movimiento de los ciegos en nuestra casa.
Durante el primer tercio del siglo XX surgieron diferentes asociaciones de ciegos y para ciegos. Una de ellas fue la Federación Ibérica de Ciegos, entidad española en la que no estaban de acuerdo la mayoría de ciegos catalanes, hecho por el cual se agruparon alrededor de Roc Boronat, comisario municipal de Beneficencia perteneciente a Esquerra Republicana, aunque este partido no tuvo nada que ver con el movimiento social que promovió Roc Boronat.
Enseguida elaboraron unos estatutos e hicieron un reglamento constituyendo el Sindicat de Cecs de Catalunya. Se ha polemizado mucho sobre dónde se vendió el primer cupón; no lo sé ni me interesa; sólo sé que en Cataluña se institucionalizó por primera vez la venta de una lotería diaria, como soporte económico de una gran labor social que giraba alrededor de tres ejes:
a) El cupón es una salida laboral al alcance de aquellos ciegos incapacitados para llevar a cabo otro trabajo.
b) Obligatoriedad de culturizarse bajo pena.
c) Limitación de los ingresos diarios, siempre un poco por encima del salario medio de un obrero. Ser ciego cuesta dinero y naturalmente tenemos unos gastos adicionales comprensibles.
El Sindicat avanzó y el día 18 de junio de 1934 se vendió el primer cupón a diez céntimos cada papeleta. Los dirigentes también vendían. Por la mañana, todos a vender; por la tarde, unos a dirigir y los otros a la escuela. Roc Boronat solo fue el motor, el orientador, el hombre que en esa época entendió a los ciegos y les tendió la mano para que hiciesen camino.
Se constituyó como entidad social, no empresarial; como una entidad que daría salidas profesionales a los ciegos del país y eso lo demuestra la incorporación en aquellos años en el Ayuntamiento, al menos de un telefonista y más de una masajista, los cuales desarrollaban su profesión fuera de la entidad de los ciegos. La Generalitat contrataba cuatro o cinco maestros ciegos para la enseñanza de los adultos ciegos catalanes. El Sindicat tenía previsto un plan de trabajo admirable, plan que podemos decir que la ONCE no ha llevado a cabo en su totalidad, aún. Esta última entidad creemos que va por buen camino para llegar a culminar los propósitos que el Sindicat hizo ya hace años. El año 39, las tropas franquistas en Cataluña borraron del mapa todos los colegios de ciegos que había, todos menos el de "La Caixa", que durante muchos años sobrevivió como pudo. Al frente de la Delegación de Barcelona se puso al señor José Ezquerra de la Federación Ibérica de Ciegos, aunque los demás cargos quedaron en manos de ciegos de nuestro país. En el 49, el señor Ezquerra fue promovido como Jefe Nacional y a Fortuny, el hasta entonces secretario, lo nombraron delegado en Barcelona. Hablando de este hombre, recuerdo la anécdota que él siempre contaba. Un día, yendo unos niños por la calle dijeron: "cuidado, que viene un señor". Rápidamente otros exclamaron: "no es un señor, es un ciego"...
Podría asegurar con total rotundidad que en Cataluña los diferentes cargos de responsabilidad estaban en manos de ciegos de aquí; eso no gustaba demasiado a la Jefatura, pero no podían hacer nada al respecto. En el 58, en una de las visitas del general Franco a Barcelona, el entonces delegado provincial Josep Fortuny Noguera al frente del órgano administrativo, visitó al dictador para pedirle formalmente un colegio de ciegos en Cataluña, colegio que había sido arrebatado por sus mismas tropas. Eso sentó muy mal a Madrid y el pobre hombre recibió un buen tirón de orejas. Era natural......
No pasaron ni dos años que la Jefatura envió una inspección a Barcelona. Una inspección para encontrar irregularidades, que seguro que las encontraban, pues las había en todas las delegaciones de España, y no porque la gente fuese mala y obrara con mala intención, sino porque la entidad se había agrandado demasiado en manos de gente poco preparada y aún creían que el organismo era de estar por casa y suyo.
En Cataluña nadie se había enriquecido con la ONCE, todo lo contrario, el delegado muchas veces perdía dinero para que la entidad quedara bien. Me consta que vinieron con mucha mala gaita y con ganas de destrozar al personal. Llegaron con la idea de echarlo todo por tierra, y lo que no habían conseguido, que los catalanes no dirigiésemos la entidad, ahora lo harían por las malas. Ciertamente, aquellos dirigentes solo tenían buenos sentimientos y muchas ganas de avanzar. LA preparación, lógicamente, era nula, pero eso pasaba en todos los sitios. Fue ignominioso y vejatorio lo que llegaron a hacer con el señor Fortuny. Incluso el padre Parés, asesor religioso de la casa, persona que había recibido infinidad de favores, lo dejó de lado. Vinieron los inspectores con una idea preconcebida: en Barcelona todos somos una panda de ladrones y, por eliminación, vamos a saber quién es honrado. Demostraron todo el odio y la mala leche que les aupaba. Fortuny fue desterrado a Figueras y le prohibieron la entrada a la Delegación de Barcelona. Ignominioso......
A partir de entonces empezó a llegar gente de fuera para regir los destinos de nuestras cosas, incluso jefes administrativos. "España es una y no podemos hacer diferencias......" Palabras que yo mismo oí esos días......
No solo el delegado fue apartado del cargo, sino también el secretario, el señor Ortells y otros. Fortuny murió de tristeza y de nostalgia poco después. Eso sí, de escuela, nada......
Debilitado el régimen fascista, nos dieron cuerda alquilando una torre en Esplugas, donde instalamos un pequeño colegio para veinte o treinta niños. Los padres formaron una asociación capitaneada por Josep Lluís Serrato y Josep Lluís Pena, y empezaron a a tocar las narices.
Tuvieron que pasar muchos años aún para que pudiéramos ver realizado el sueño de todos los ciegos que nos sentimos catalanes. El colegio llegaba de las manos de Antonio Vicente Mosquete y Miquel Duran, en 1985. Carme Guinea, gran pedagoga, llevaba a cabo una revolución educativa dentro de los esquemas de la entidad. Eso solo lo podía hacer una persona que tuviera las cualidades extraordinarias de Carme Guinea, quien ya trabajaba con los ciegos des del 76, con nuevas ideas en el mundo educativo de los ciegos, vidente y ajena a la entidad. De proponerlo cualquiera de nosotros, nos habrían dicho que habíamos caído en la locura. Nunca se había hablado de la estimulación temprana, tan necesaria entre los ciegos de pequeños, ni de la integración bien entendida, hasta que llegó la señora Guinea. Conceptos, todos ellos, que asumí de lleno, aunque nunca había sabido expresarlos con la profesionalidad y el convencimiento de un auténtico experto.
Tres entidades trabajaban en Cataluña en la enseñanza del niño ciego, la ONCE, "la Caixa" y la Generalitat. Era una verdadera estupidez. Nuestra entidad, haciendo gala de sentido común y raciocinio, aglutinó las tres instituciones, hecho difícil en principio porque hacía tiempo que se había intentado sin éxito, y nació el Centro de Recursos Educativos, que llegaba para revolucionar toda la enseñanza de los ciegos y los deficientes visuales de toda España.
Algún día se escribirá la historia de los ciegos de Cataluña y veremos que no es demasiado diferente a la historia de mi país y que las luchas son las mismas. La catalanidad y el sentimiento de país es un "defecto" poco recomendable, también......
26. EL MIRADES
La gente acostumbra a afirmar con cierta rotundidad que los niños son crueles con los que ellos ven más débiles o con los que consideran diferentes o no tienen algo porque se sale de la normalidad conocida. No es del todo cierto. Los niños son curiosos y por lo tanto quieren saber cuál es la diferencia entre los parámetros que ellos conocen y las demás personas que se les cruzan en el camino. Si nadie es capaz de explicar cuáles son estas diferencias, ellos intentan averiguarlo con los medios que tienen a su alcance. ¡Qué más quisiéramos los mayores que parecernos a los niños! Ellos, como nosotros los grandotes, son simplemente una maravilla, un brillante en bruto. Cuando los hombres se constituyen en multitud, pierden su identidad y son otra cosa del todo diferente. Las multitudes tienen una psicología diferente a cada uno de nosotros, pero ahora no voy a ponerme filosófico: quisiera contaros una historia real que me dejó boquiabierto y que siempre recuerdo. No quiero valorarla, sólo relatarla. Se trata de una amarga experiencia vivida en un pueblecito muy bonito cerca de Gandía, ciudad del reino de Valencia donde pasaba algunos veranos para visitar a mi abuela paterna. Por la noche salíamos a sentarnos a la puerta de casa de mis tíos, donde nos habían acogido. Era una casa de pueblo perfumada por la mazorcas de maíz y por otras frutas del campo, colgadas en el techo; perfumada por el olor del pan hecho a mano y en casa, y por qué no, también perfumada por el aroma del montón de estiércol, bien querido y deseado estiércol, que llenaba el corral de esa casa de campo. Era una mezcla de olores diferentes, evocadores de un no sé qué ancestral y muy agradable.
Una de esas noches en las que estaba tomando el fresco, oí a lo lejos un ruido de agua desenfrenada, junto con los gritos horrorosos de un hombre que daba bramidos entre risas. Me puse maquinalmente en pie, impulsado por el griterío y extrañado por el tumultuoso ruido. Medio alarmado, pregunté a la mujer de la casa:
¿Qué es tanto ruido?
Sacó la cabeza y echando una ojeada me dijo sin preocupación:
Ah, es el Mirades. Tranquilo, no pasa nada.
Y volvió para adentro.
¿El Mirades? ¿Quién es?
Es el cieguito del pueblo, entre todos lo mantenemos; está un poco loco, mejor dicho, es un poco tonto.
¿Cómo se llama?
Joan Perud, pero todos los del pueblo le llamamos el Mirades.
¡No hay insulto más flagrante! Un ciego conocido por todos con el mote de "el Mirades"! Es del todo evidente que este mote no le fue adjudicado por ninguno de los pequeños de ese pueblecito con reminiscencias claras de los antecesores árabes... Cuando giraron la esquina el griterío fue más fuerte. El Mirades llegaba rodeado de chiquillos que con crueldad se burlaban de él, como si fuese una masa coral estrepitosamente desafinada que gritaban al unísono: "Mirades buñuelo, baila para mí" y "El ciego Mirades hace grandes bailes". Perud iba bailando rítmicamente haciendo grotescos movimientos y cantando canciones que yo desconocía. Perud se sentía feliz y contento. Los que en general lo trataban mal o solían reírse de él, ahora estaban bien con él, riendo y cantando a su alrededor mientras él hacía monerías y ponía caras... Llevaba un pantalón gris que nunca se había planchado, lleno de manchas de diferentes medidas y procedencias, una camisa que tal vez en algún tiempo fue de un color concreto, pero que era imposible saberlo, una gorra puesta medio de lado, sandalias, un viejo bastón de nudos en la mano y una colilla apagada que le colgaba de aquellos carnosos labios que mostraban todo el rictus de amargura y alegría. Aquel rictus contrastaba mucho con su cara inexpresiva, eso sí, mantenía los ojos siempre abiertos, una mirada vacía, fija, inexcrutable... De vez en cuando uno de esos malditos niños le tiraba una piedra pequeña en la cara para que se enfadara. El Mirades rabiaba mucho, meneaba el bastón a diestro y siniestro, daba dos o tres vueltas sobre sí mismo y con voz ronca y llena de rabia decía: "Maricón". Los pequeños diablos reían y daban palmas entusiasmados. Este espectáculo dantesco me removió lo más profundo de mi alma y me revelé gritando como un lobo al que le quitan la anhelada presa:
Animales, más que animales, si os acercáis os saco los hígados, animales primitivos.
Al verme ahí de pie y muy pero que muy cabreado, gesticulando como un loco, salieron pitando dejando aquel hombre desamparado a su suerte, sorprendido y asustado... Con voz temblorosa dijo:
¿Quién es usted y qué queréis de mí? Habéis asustado a los chiquillos, ellos no os han hecho nada.
Pero a usted, sí.
¿Quién sois?
Eso da igual... Sólo os voy a decir una cosa, que soy ciego como usted...
No me dejó terminar la frase, cuando imagino que se le iluminó la cara, abrió los brazos y exclamó:
¡Hermano mío!
Nos fundimos en un fuerte abrazo que, de no estar atento, habríamos caído por el suelo. Cuando pude recomponerme, lo invité a sentarse a mi lado para hablar un rato. Estaba relajado y muy contento. Se sentó en el poyo y de pronto me soltó:
No tienes un cigarrillo,¿ no?
¿Y por qué no?
No lo sé.
Ten amigo, toma el paquete...
No sé hacérmelo...
Ya están hechos, tranquilo.
Estos son más caros.
Fuma y no te preocupes de nada más.
De un modo torpe sacó el cigarrillo del paquete, se lo puso en la boca y sacando uno de esos encendedores de mecha corta llamados chisqueros, se encendió el cigarrillo y fumó con gran gozo, dejando grandes bocanadas de humo.
¡Ché, cojones, qué tabaco más bueno!
Quédate con el paquete, tengo otro...
Cojones, pues muchas gracias.
Nos quedamos un buen rato callados. Él le daba al cigarrillo haciendo exclamaciones de placer. Imagínate aquella vida tan dura, que para él debía ser normal, pero inimaginable para mí...
Aquí, en este pueblo vivo bien, la gente me quiere y me da de comer; no necesito nada más. Cuando quiero fumar le pido a cualquier persona que me haga un cigarrillo y fumo tan contento. Aunque haya visto a los chicos jugándomela, eso es normal. Hago ver que me enfado, se ríen y son felices... Todos hacemos comedia y nos lo pasamos bien. La gente cree que soy idiota, pero no es así, así la vida es más fácil para mí. Aunque a vece pienso que estoy un poco p'allí... Mi vida ha sido dura y poco alegre, ahora es cuando estoy mejor.. Aquí en este pueblo nunca habían visto un ciego, creen que estoy más loco que ellos, pero eso es cuestión de mayorías, si ellos fuesen ciegos y yo no, los normales serían ellos y el anormal, yo. Pero es al revés. Qué le vamos a hacer, chico, nos a tocado... Mi mejor amigo es el garrote, con él ando tranquilo y seguro; con él vivo y con él me moriré.. Vivo solo con mi bastón y el recuerdo de mi madre. Mis padres también eran de este pueblo, nunca salieron de aquí. La familia de los padres era muy pobre; la madre, de joven, fue criada por una familia ricachona del pueblo, el padre era jornalero de la tierra. La madre de joven agarró una enfermedad y estuvo a punto de morir, mejor le hubiera ido... Mi padre iba detrás de ella desde pequeña, pensando que la familia tenía dinero y por eso la buscaba. Era una chica muy educada, honrada y modosita, por eso mi padre pensaba que era de buena familia. Siempre he pensado que el dinero no hace que la gente sea más educada; hay otras cosas que dan al hombre una dimensión más grande... Ché, esta filosofía no viene a cuento, ahora. Perdóneme, amigo.
Escuche, buen hombre, me interesa mucho todo lo que me cuenta. Siga, siga contándome su vida, es importante lo que me dice.
La mujer de la casa, secándose las manos con el delantal, salió por la puerta diciendo:
Mirades, deja de dar la lata a este chico...
No, tía, es muy interesante hablar con el Mirades. Déjelo aquí a mi lado y si podéis, traedle una silla para que esté a mi lado.
La mujer trajo una silla y se sentó satisfecho dando una calada. Después de una ligera pausa volvió a hablar de todas sus cosas...
La madre de jovencita era una chica muy guapa según dicen. En seguida el padre fue detrás de ella. La familia no lo quería, era demasiado joven, pero mi padre insistió, insistió... Se casaron en seguida, mi madre tenía diecisiete años, mi padre veintinueve. Siempre pensé que esa boda fue una farsa. Mi padre bebía mucho, le gustaba demasiado el moscatel. Ella lo sabía pero era demasiado galante, tenía maña... A veces se hacen disparates que se pagan toda la vida. ¡Bebía demasiado, cojones! A usted, ¿le gusta el vino?
Todo me gusta, pero con medida y a su tiempo...
Aquí no tenemos medida, sabe.
No diga eso porque no es verdad, en todas partes hay buena gente.
Esos son los ricachones. Los pobres no tenemos medida para nada, cuando pasa una cosa buena hay que aprovecharla al máximo. Dice la gente del pueblo que mi madre fue muy pero que muy desgraciada con aquel hombre ruin. Él quería un hijo que ella no le daba. Creo que eso no solo es culpa de la mujer. Aunque yo de eso no entiendo, porque ¿sabe lo que le digo?
Se me acercó al oído y me susurró:
Nunca he visto una mujer soltera ni casada. Una vez, hace años, una mala mujer quería hacerme no sé qué cosas malas. Tuve miedo de hacer el ridículo y no quise saber nada más de ella, aunque tenía muchas ganas... Ella me decía cosas feas; pero yo tenía miedo, mucho miedo, sabe... ¿Usted ha ido con mujeres?
Siga, Mirades, siga...
Luego me arrepentí, pero nunca más una mujer me ha vuelto a decir nada; seguro que esa mala pécora contaría a todas que yo no servía como hombre. Desde entonces me arreglo solo y tururú...
Ahora reía aplaudiendo.
Padre trabajaba en el campo y cuando terminaba pasaba por la tienda a ver a los amigos, a jugar a cartas y a tragar litros de vino. Al llegar a casa ya iba borracho perdido. Pasaba las fiestas en la tienda, todo el santo día, mi madre lavando la ropa y trabajando en casa sin parar, este es el trabajo de la buena mujer. Eso es lo que pienso, ¿sabe?
Eso no es verdad. No hay ningún libro que hable de cuáles son las tareas de la mujer y las del hombre. Eso lo han dicho y hecho los hombres para hacer lo que quieran y punto...
Un día mi madre dijo: Vicent, llevo un niño en el vientre... Al oírlo, mi padre se volvió loco de alegría; se fue de casa vociferando: mi mujer está embarazada. Tendremos un niño, hermoso y todo un hombre, como su padre. La he preñado.... La he preñado... Como os podéis imaginar se fue directo a la tienda, donde cogió un pedal como nunca se había visto en el pueblo. Llegaba a cuatro patas cuando salía el sol. Mi madre le recriminó, y después de armar un gran escándalo, se lanzó sobre ella dándole una fuerte paliza. Era un animal, una bestia salvaje.
Amigo Mirades, no olvides que aquel hombre te dio la vida. No hables así de tu padre.
Yo estoy loco y puedo decir la verdad. Sólo los locos podemos decir la verdad.
Reía ruidosamente como si fuera feliz de que la gente lo tomase por loco.
Este hombre nunca demostró que fuera mi padre; dejó preñada a mi madre y basta. Ella sí que era mi madre; me dio la vida y dio su vida por mí; murió al nacer yo... Yo soy ella. De no morir, hoy sería como usted, no estaría loco. A veces hablo con ella. Ella me hubiera enseñado qué es una mujer. A lo mejor la hubiera dejado embarazada, ¿no?
Se levantó de pronto y dando una patada al suelo dijo con dureza:
Porque yo soy un hombre, sabe...
Y se dejó caer sobre la silla no sin antes tocarla para estar seguro de que estaba allí.
¿Puedo saber por qué has tocado la silla antes de sentarte?
A veces los niños me la quitan.
¿No confías en mí?
En usted sí porque también es ciego. ¿No tendrá un poco de vino? Me he quedado seco de tanto hablar.
¿Quiere algo de comer, también?
Sólo vino...
Entré a casa y le traje un vaso de buen vino. Al ponerle el vaso en la mano dijo:
Usted no es "Cota", no. A la familia de mi padre les llamábamos los "Cotas" porque todas las palabras que contenían la letra jota la convertían en el sonido fuerte de C y además eran bastante agarrados y chapuceros.
A medida que iba bebiendo hacía unos sorbos y unos suspiros entrecortados y desagradables. Para romper aquel concierto de sorbos, eructos y demás sonidos guturales, se me ocurrió decirle:
¿No te emborracharás, ahora, verdad?
Se produjo un largo silencio, interrumpido sólo por una especie de aullido seguido de un...
¿Emborracharme yo?
Hizo estallar el vaso en el suelo rompiéndolo en pedazos.
Ya no quiero más...
Cuando nos despedimos y al hablar con la familia supe que cuando había lanzado el vaso, ya estaba vacío, contrariamente a lo que yo pensaba. El Mirades había aprovechado el largo silencio después de mi observación para bebérselo de un solo trago y dar un golpe de efecto de hombre. Otro día que hablamos, le dije que no lo volviera a hacer, de lo contrario dejaríamos de ser amigos. A un ciego no se le debe de engañar, nunca, y menos por otro ciego. Sé que le dolió mucho. Pasado ese incidente, continuó la narración de su pobre existencia.
Al morir la madre, mi padre me dejó con los abuelos, mi única familia que me cuidó hasta que se fueron al cementerio. Entonces tenía... No lo sé, sólo recuerdo que había el rey don Alfonso en España: ya no recuerdo nada más, han pasado tantos años...
Suspiró y siguió compungido con la narración.
Tengo el orgullo de haber cuidado a la abuela hasta el día de su muerte.
La enterraron en la fosa común como a todos los de mi familia; en casa no teníamos ni una perra.
Por la inflexión de la voz pude adivinar que lloraba, aunque en silencio. Imagino que unas lágrimas gordas bajaban por sus mejillas tostadas por el sol y llenas de pobreza.
Siento mucho haberte hecho recordar esto tan triste, amigo Mirades.
Cojones, soy una mujercita llorando así...
¿Nadie os ha dicho que los hombres también lloran?
Los hombres no deben llorar, por algo tienen los cojones.
Está muy equivocado, Mirades, pero da igual. ¿Quién os cuida?
Yo solo. Muy pocas veces como en casa, siempre lo hago en la tienda. Son buena gente. Cuando tengo dinero pago, si no mañana será otro día...
¿Querrías cenar conmigo esta noche?
¿Iremos a la tienda?
No, a mi casa.
Como con las manos y a veces parezco estúpido.
Yo también como con las manos.
¿De verdad?
Yo hice una leve sonrisa y volvió a abalanzarse sobre mí para abrazarme, tambaleándonos encima de la silla...
Pasamos la hora de la cena juntos. Estaba tan contento que mientras cenábamos no se dio cuenta de que yo comía con tenedor y cuchillo y si lo hizo, lo disimuló muy bien. Era un personaje muy pintoresco, carente de afecto y comprensión. Pero qué es lo que dice, Dios mío, desde ese día no me dejó ni un momento tranquilo, me perseguía todo el tiempo. Pobre Mirades... Esa gente era muy buena gente aunque un poco primitiva. No es extraño que Mirades perdiese la cabeza e incluso más. Un pequeño ejemplo servirá para mostrar esa buena gente aún por civilizar.
En uno de mis viajes, uno de mis primos guaperas pero muy animal, tenía de guapo tanto como de bestia, y guapo decían que sí que lo era y mucho, me dijo un día:
¿Te vienes a coger hierba para los animales?
Era para mí una nueva experiencia y un modo de matar el tiempo.
Hala, vamos.
Nos subimos cada uno encima de un macho y fuimos hacia la huerta para coger hierba para los animales. Lógicamente íbamos a pelo encima de aquella bestia y parecía que se le rompería en breve el espinazo. Anduvimos media hora o tres cuartos a caballo de un macho. Al llegar a la huerta, bajamos y mi primo me dijo:
Mientras cojo la hierba, siéntate aquí al lado. Enseguida vuelvo...
Fue sentarme y de pronto me invadió un picor por todo el cuerpo. Me levanté y no paré de rascarme aquí y allí; fue un baile sin parar... De golpe volvió el chico y me dijo:
¿Qué te pasa?
No lo sé, me pica todo...
Rompió a reír y me dijo el muy bestia:
He hecho que te sentaras encima de un hormiguero para ver si los ciegos tenéis sensibilidad...
Yo ni me inmuté, solo pensé: cuando te coja, ya verás, ya... Un día, cuando menos se lo esperaba me tiré encima de él y le di una soberana paliza mientras le decía que yo tenía curiosidad por saber si los cafres tenían las costillas muy duras o no...
La mayoría de la gente de aquel pueblo aún estaban por civilizar. Una vez al año, uno de los ricachones invitaba a comer a los pobres de la villa, ponía una mesa en medio de la calle delante de su casa. Les daba todo el vino que quisiesen; ya podéis imaginaros qué borracheras. Él se divertía mucho y todo el pueblo iba a verlo. Hoy en día ya han pasado muchos años y creo que ya no debe ser lo mismo.
A pesar de que el padre se fue cuando tenía pocos meses de edad, algún ramalazo debía permanecer en sus genes. Creo haber dicho que tenía unos pequeños bancales de naranjos. Cuando se jubiló. Él y mi madre fueron a vivir al pueblo. Duró muy poco la estancia en aquel pueblo, mientras, él intentó hacerse cargo de los naranjos, trabajando la tierra y yendo a regar. A pesar de que las canalizaciones eran buenas, tenía casi setenta años e iba a la ciudad, lo cual quiere decir que ese no era su ambiente, a pesar de la buena voluntad y sus ganas de vivir. Una madrugada se le puso en la cabeza ir a regar, quería aprovechar el agua y ahorrarse el jornal de un hombre. Cuando tenía un trozo bien regado levantaba la compuerta del canal y la ponía en otro canal para desviar el agua. Así fue haciendo hasta que una compuerta se encalló... ¿Cómo desviar el agua? Muy fácil. Sentandose en medio del canal para parar y desviar el agua con su espalda y sus riñones... No pagó el jornal pero le costó ocho días en cama y tomar la decisión de no volver nunca más.
Así era la gente de aquel pintoresco pueblo a principios de los cuarenta...
27. LA MARISA
Llamaba yo un día por teléfono a una emisora de Barcelona para dar un encargo a un conocido actor, cuando me respondió una vocecita encantadora y muy dulce. Al oír esa voz angelical me dije en un segundo: tengo que conocer a este ángel viviente. Yo salía de un gran desengaño amoroso y necesitaba un angelito que me devolviera a la tierra de la que había perdido cualquier esperanza. Dos o tres veces repetí la llamada con diferentes excusas absurdas y locas. Supongo que la intuición femenina le hizo ver que mi interés era el de hablar con ella. El actor era un tío mío y ella lo sabía, por lo tanto mis llamadas no eran de uno totalmente desconocido. Transcurridas veinticuatro horas me encontraba en la emisora para conocer aquella mujer a quien Dios había dado esa simpatía y esa dulzura. Era Marisa, la que después sería la madre de mi hija y la que sería capaz de renunciar a sí misma para seguirme. A partir de ese día la llamaba todos los días por teléfono para hablar con ella. Ella no quería salir conmigo, no por otro motivo que el hecho de estar prometida formalmente y porque se tenía que casar cuando tuvieran hecha la casa. Muchas veces salíamos juntos porque yo le decía que no tenía a nadie que me pudiese acompañar y ella, como quien hace una buena obra, salía para acompañarme.
Un buen día volviendo de un concierto que hicimos en el Teatro Apolo, me decidí y le lancé la caña. Como es natural me dijo que no... Yo le prometí que muy pronto nos casaríamos... Me trató de loco y de soñador, de tonto y de niñato. Aparte de llamarla todos los días, le escribía una carta a diario. Un día pude comparar la mía con la del otro. ¡No había color! ¡Gané la batalla! Esa alegría fue mía y de nadie más... Realmente fue la voz lo que me enamoró. Es natural, para cualquier persona vidente el físico cuenta en estas ocasiones, para nosotros la voz, aunque, para ambos, el verdadero amor nace a medida que descubrimos cualidades y nos vamos conociendo. Marisa reunía todas y cada una de las virtudes de las chicas que yo había conocido, no la podía dejar escapar, hubiera sido una tontería y prueba de ello era la cantidad de pretendientes que tuvo a lo largo de su vida anterior y posterior a mí. A veces la gente es impertinente y cabeza-hueca con ganas. Poco después de casarnos siempre que íbamos a comprar, la gente me decía: "¿Cómo lo ha hecho para casarse con una mujer tan guapa siendo usted ciego? Harto de tanta tontería, un día respondí con poca educación, lo reconozco: "Mire señora, tocando, ¿sabe?, tocando... Terminaron las preguntas estúpidas y de mala educación.
Marisa nunca mostró su preocupación por si nuestros hijos tendrían o no la vista dañada; todo lo contrario. Cuando nació nuestra hija, imagino que ella tendría y sentiría el agobio típico de una madre, pero nunca, jamás de los jamases, lo dijo. Pienso que en algún momento los ojos de la hija serían el objeto de una exhaustiva inspección, es natural. Ella nunca me lo dijo. Creo que mi inquietud era superior a la suya; digo esto porque cuando me encontraba solo con la niña, me acercaba a la cuna, encendía una cerilla y poniendo mi mano sobre su pequeña cabeza, iba moviendo la llama y observaba los movimientos de su cabecita. La niña seguía, naturalmente, la llama, por lo tanto, veía.
Eso me tranquilizó por completo. Cada vez alejaba más la llama de sus ojos, eso quería decir que su vista estaba perfecta...
Marisa había trabajado siempre y mucho. Mi salario era muy pequeño y necesitábamos lo que ella ganaba. Salía de casa entre las siete y las ocho, a media tarde volvía y entonces debía atender las tareas de la casa, a la niña y a mí mismo. Quiero decir, sin vergüenza, que cuando aún no estaba de moda, yo ya lavaba los platos y la ayudaba en todo lo que podía. En casa siempre vi que el hombre ayudaba en las tareas del hogar. Marisa doblaba turnos, trabajaba sin cesar.
A pesar de creerme un ciego espabilado y un hombre como Dios manda, mi hija, de pequeña, me hizo alguna travesura ?como ya he dicho, su madre trabajaba y por lo tanto yo debía de encargarme muchas veces de la niña? como por ejemplo: una tarde, cuando Marisa se iba a trabajar, me dijo que me dejaba cien gramos de chorizo encima de la mesa para que merendara y un plato con pan con tomate y jamón cocido para la niña. Llegó la hora de tomar la merienda y yo, como buen padre, le di de migaja en migaja el pan y el jamón. Se puso muy contenta. Cuando se terminó todo lo que le había puesto su madre, se bebió un buen vaso de leche y se puso a dormir, que era su tarea más importante. Una vez terminada la "paternidad responsable" y con la hija bien dormida, empezó mi peregrinaje por la mesa y por el suelo en busca de mis cien gramos de chorizo, mi merienda. El chorizo no aparecía, yo iba a tientas por el suelo, por encima de la mesa, por la cocina, los armarios y los cajones donde se guardaba el embutido... Había desaparecido... el demonio se lo había llevado... Aburrido y asqueado de buscar sin parar, llamé a Marisa para preguntarle dónde puñetas había dejado el chorizo, a lo que me respondió que encima de la mesa, envuelto en un papel. El papel sí que estaba, pero el chorizo, tururú. Al fin, y después de hartarme de tanto palpar, lo dejé correr y me conformé en quedarme sin merienda. ¡Qué le íbamos a hacer! Pasada media hora, la niña se despertó llorando como una descosida... Le dolía la barriga...Le pregunté receloso:
?¿Dónde está el chorizo?
Señalándome su boquita me decía:
?Aquí.. aquí..
?Madre de Dios, esta criatura se me va a morir. Se ha metido los cien gramos de chorizo y ahora va a morirse.
Alarmado, llamé rápidamente a Marisa:
?La niña se muere. Se ha comido el chorizo y ahora llora porque se le ha perforado el estómago...
Como os podéis imaginar, Marisa cogió un taxi y como un rayo apareció en casa; la niña aún lloraba desesperada...
?¿Dónde está el chorizo?
?Aquí.
?¿Dónde?
?Aquí.
Sin pensárselo dos veces, cogió un vaso, lo llenó de agua con bicarbonato y se lo hizo beber completamente. Minutos más tarde dormía como un angelito y nunca más supimos de aquel maldito chorizo...
En más de una ocasión salíamos los dos muy orgullosos de casa para ir a la escuela, cuando la portera nos hacía ver que la pobre niña llevaba los zapatos al revés...
Para estropearlo aún más, la niña quiso bailar y su madre la llevó al estudio del maestro Joan Magrinyà, primer bailarín y coreógrafo del Gran Teatro del Liceu. Marisa aún iba más ajetreada, como una peonza. Una lesión cardíaca hizo que la niña no pudiera seguir con el baile después de haber debutado en algunas óperas del Liceu. Con todo esto, tuvimos a mi madre durante tres años en casa. Se estaba quedando ciega por culpa de las cataratas y una fuerte pelea con mi padre hizo que mi hermana nos la trajera a casa, alejándola del infierno que representaba vivir con aquel hombre...
Hay cosas, bastantes, que no he comprendido en esta vida: una de ella es que mis padres siempre estaban a matar estando juntos, y no podían vivir el uno sin el otro estando separados... Durante estos tres años en que vivió en casa, cada día mi padre se pasaba horas y horas debajo de la ventana, a ver si podía ver a su mujer...
Puedo asegurar, sin miedo a equivocarme, que los ojos de Marisa han sido mis ojos en el sentido más amplio y estricto de la palabra. Decidme entonces si no debo homenajear en agradecimiento y rendirme a los pies de una mujer que negándose a sí misma se ha dado a mí, para ser madre, esposa, compañera, hermana... Todo, ella lo ha sido todo. Gracias Marisa, muchas gracias.
28. LA NIÑA
A pesar de que los años pasen, la niña siempre será para nosotros la niña. Cuántas veces llamando a una puerta preguntando por el señor Martínez, se oye una voz de mujer diciendo: "Niño, ven, que te llaman...". Y aparece el tal Martínez, alto y grandullón... Así pues, la niña es y será siempre la niña, por muchos años que viva, o mejor dicho, que vivamos nosotros.
¿Me permitís hablar de mi hija? Es la única que tengo y no porque no quisiera más...
Una de las veces que lo pasé peor como ciego, fue cuando Marisa tuvo un aborto al año de estar casados. Ella me venía a buscar a la parada del tranvía, cuando un día... al poner el pie en el suelo, me gritó desde la acera diciéndome: "Acércate que no puedo andar. Tengo las piernas cruzadas porque estoy perdiendo, creo que estoy teniendo un aborto...". Enseguida la subí a hombros y fuimos, guiándome ella, hacia la casa de su madre. El camino fue largo y difícil. Al fin llegamos y de allí hacia la clínica. Esa noche yo tenía una actuación, éramos cuatro en el grupo y no podía fallar; después de la clínica tuve que ir a hacer bailar a esa gente. ¡No tenía ni pizca de ganas de hacerlo!
Un año después nacía mi primera y única hija; se llamaría como su madre. Desde pequeña la niña ha sido siempre muy, pero que muy espabilada. Tenía más o menos unos tres años cuando me soltó una de las buenas. Como ya he dicho en alguna ocasión, Marisa trabajaba por las mañanas y por lo tanto era yo quien se encargaba de la niña, tenía que despertarla, que se vistiera, lavarla y peinarla; es decir, todo lo necesario para que la niña saliese maja de casa. Un día, mientras la vestía, me preguntó:
¿Eres bueno, papá?
Mujer, creo que sí; no tanto como querría, pero vaya, sí.
¿Y la Madre de Dios, también es buena?
Del todo, hija, la Madre de Dios es toda ella bondadosa y debemos intentar parecernos a ella.
Pues, ¡qué cosa más extraña, papá! Si tú eres bueno y la Madre de Dios también, ¿por qué cuando fuiste a Lourdes la Madre de Dios no hizo que vieras, si los dos sois buenos?
Le respondí:
Huy, huy, huy, me parece que nos hemos puesto los calcetines al revés y los tenemos de cambiar de pie, ¿verdad?
¿Que le podía responder yo, a esa niña llena de un razonamiento lógico y contundente? Era muy pequeña y no me podía entender...
Cuando volvía de las clases de ballet con el maestro Joan Magrinyà, me enseñaba los pasos de baile aprendidos ese día, y ya me tenéis a mí haciendo Rodazán, destaque y cuna, demi plié y otras cosas parecidas. Ella tenía interés en que yo lo hiciera, por mi ceguera. A su madre nunca se lo pedía, ella ya lo veía... A ella, no le era necesario, ya lo veía.
Cuando bailaba en el Liceu yo estaba dentro del escenario, en unas escaleras o en un rinconcito, escondido detrás de una columna. En más de una ocasión una tonta lagrimilla bajaba por mi mejilla; ¡la niña bailaba y no podía verlo! Oí Aida unas treinta o cuarenta veces en un par de años. Podría cantarla toda entera yo solo...
Es curioso: cuando una vez le preguntaron por el momento en que se dio cuenta de que su padre era ciego, dijo convencida que de muy pequeña se había dado cuenta, no de que su padre fuese ciego, sino que los otros padres veían. Era natural: para ella lo normal era que el padre no viera, lo anormal era que los otros sí.
Es una persona excesivamente sensible, aunque eso no es malo si bien poco recomendable en esta vida tan dura; llena de vitalidad y demasiado comprensiva, y se da a la familia y a los demás. Con dos hijos, Aina y Oriol. Aina, reflexiva y reposada; Oriol, travieso y simpático. Un par de chicos encantadores... Los abuelos no somos quiénes para hablar de los nietos, pues, por lo general, nos "pasamos". Al nacer mi primer nieto, los amigos sólo me dejaban hablar de él cinco minutos cada ocho días. Ahí está, cómo doy la lata....
A pesar de ser una niña, tiene una fortaleza de espíritu impresionante. Cuando Aina tenía cinco años, los médicos le dijeron que iba a quedarse coja para siempre, al no crecerle el hueso del fémur. Delante mío, el médico por teléfono le dio la mala noticia. Ella se me hecho al cuello llorando desesperadamente. Entre sollozos decía: "Aina no va a quedarse coja si eso depende de su madre...". Durante dos o tres meses vivió intensamente en busca del mejor médico, los análisis más convenientes y la mejor clínica para llevar a cabo la operación. Buscando cómo podía hacer frente a los costes... Al fin operaron a Aina y ella no se movió ni un segundo de su lado. Después vino otro batacazo: Aina debía estar un montón de meses enyesada desde la cintura hasta los pies y eso era algo que a la criatura podía quedarle como trauma. Luchó con la hija hasta que lo asumió como algo normal en la situación. Jordi, su marido, es un hombre reflexivo, incluso serio, cerebral, una gran persona, en cierto modo introvertido. Son dos posturas bien diferentes frente a la vida. Dos posturas que se complementan, aunque a veces choquen. Él es reposado, ella movida; él callado, ella habladora; él demasiado realista, ella demasiado soñadora... Creo que eso es bueno; uno corre mientras el otro frena. Él triunfará en la vida, ella también. Son conscientes y responsables, algo poco habitual hoy en día.
Pasaron cuatro años y parecía que el equilibrio emocional de "niña" se había restablecido, cuando otro evento la destrozó. Un mediodía, su marido tardaba demasiado, algo un poco raro en él. Entonces llamó a la guardia civil para saber si había ocurrido algún accidente de tráfico. Recibió la noticia de que un accidente se había llevado la vida de los acompañantes del coche que conducía Jordi. Iban Jordi, su padre y su hermano. Salió a la calle y se fue a Granollers donde habían sido internados en una clínica. El suegro y el cuñado, muertos, el marido muy malherido, debatiéndose entre la vida y la muerte. Otra vez no se movió de la clínica para saber la evolución de su marido... El dolor familiar es inmenso... Cuando Jordi supo la desgracia, ella estaba a su lado.
En fin, para qué seguir... "La niña" parecía haberse recuperado de tanta desgracia; entonces... siente unas molestias en los ojos y rápidamente acude al oftalmólogo. "Usted, señora, tiene debilidad en los ojos y eso le podría producir un desprendimiento de retina". Imaginaos cuál fue la reacción de la chica. Yo ciego, mi familia con problemas de visión. Eso fue otro golpe duro. Siempre vive con temor, un temor que ha podido superar aunque no se olvida fácilmente.
Ella es extravertida y ayuda a todo el mundo, extremadamente sensible.
¿Ya os lo decía yo, que ella es fuerte, no?
29. ¿TAMBIÉN TEATRO?
Pues sí, también teatro. Nunca he dejado algo por hacer...... Ya mi madre no se cansaba de repetirme que yo era un catacaldos, un auténtico culo de mal asiento. ¡Cuánta razón tenía, mi pobre madre! Realmente, en la vida todo me ha interesado. La cultura, los problemas sociales, el arte sobre todo. Tan sólo hay una cosa que jamás de los jamases me ha preocupado: el dinero. He vivido según lo que tenía. La mejora de la calidad de vida de los que me rodean ha sido siempre una constante preocupación. El hombre ha perdido su identidad como ser humano. La tecnificación lo ha robotizado. Por lo tanto debemos luchar sin tregua para devolver al individuo los valores eternos que lo distinguen como hombre.
El afán de saber y ser útil allí donde pueda serlo han hecho que me metiera en diferentes quehaceres, de los cuales, estoy seguro, no hice ninguno bien, pero al menos impulsé numerosos proyectos. Todo esto me ha enriquecido espiritualmente sobremanera. Gracias al contacto con las personas y con la vida misma, el hombre puede ser más hombre y la humanidad avanza enriquecida y fundamentada en sí misma.
No hacía demasiado que había empezado a trabajar como profesor en la ONCE, cuando organizaba el primer festival de fin de curso. Corría el año 1949, aún recuerdo el programa: Emili Vendrell, acompañado al piano por el maestro Molins, Ricard Palmerola y Encarna Sànchez, primeros actores de Radio Barcelona, El trío Guadalajara, mis vecinos que animé a constituirse como grupo y otros artistas que estaban en el candelero.
Aquel festival organizado con motivo del fin de curso de la escuela de adultos de la aquel entonces Delegación Provincial de Ciegos, dirigida por Alfonso Medina, recientemente desaparecido, me dio la oportunidad de tratar de cerca a un hombre que representaba tánto para Cataluña, Emili Vendrell. Recuerdo haberlo visitado media docena de veces en el piso de la calle Bruch, donde vivía. Era un hombre sencillo, con quien se hablaba agradablemente, aunque un poco seco, preocupado por la situación del país, animado no obstante por el fin de aquella situación del todo anormal. En aquel momento escribía una pequeña obra teatral que una tarde me leyó cerca del balcón, teniendo como telón de fondo el runrún de los tranvías que bajaban por su calle. La campanilla del cobrador indicando la salida de la parada, daba un tono íntimo y simpático a la lectura.
Cada vez que le visitaba, me prometía un ejemplar de su pequeña obra. Siento mucho que se fuera de este mundo con mi pequeña obra bajo el brazo.
Años después, su hijo quiso que se recordara su figura, tan querida por los catalanes, cantando su repertorio, pero si bien es cierto que el éxito lo acompañó, sus actividades laborales no le permitieron seguir el camino del cante. De todos modos y a pesar de todo, no era lo mismo.
Prat, un compañero de trabajo del que algún día hablaré por méritos propios, decía siempre que "en casa de comunidad no demuestres tu habilidad......". Cuánta razón tenía......
Eso quiere decir que desde aquel día y hora, todos los festivales, conciertos, teatro o cualquier manifestación artístico-recreativa, pasaba siempre por mis manos, a pesar de no ser mi trabajo específico, pues yo seguía siendo profesor de adultos de la sección de educación de la Delegación Provincial de Ciegos de Barcelona.
Durante los veinte largos años de desarrollo de esa apasionante labor como profesor, más veinte más en diferentes puestos de responsabilidad, he tenido la ocasión de conocer y tratar de cerca con gente del mundo artístico más o menos importante en su momento, que han vivido o pasado por Barcelona.
En una larga temporada organizaba sesiones de teatro-fórum en la sala de actos de la ONCE y en la que leíamos y discutíamos sobre unas obras más que prohibidas. Naturalmente con la ignorancia querida o no del delegado. Nunca me había preocupado por la censura. Pensaba que esa gente, poco o para nada se preocuparían de "los pobres cieguitos, como son tan buenas personas y tan desgraciaditos, los pobres"...... Yo, de vez en cuando, compraba un libro de poemas a un buen poeta y aún mejor persona que estaba de censor, aunque creo que lo era por accidente. Tenía, el pobre hombre, un montón de hijos que mantener. Estoy hablando de Sebastià Sànchez Juan, poeta al que pienso que no se le ha hecho justicia como tal. A lo mejor la historia es aún demasiado reciente.
Aún me pregunto cómo conocí a un joven "loco" por el teatro. Era Antonio Joven Peiró; vivía con su madre, que parecía una gran señora venida a menos, altiva y a veces maleducada. Residía en una tienda oscura y llena de humedad. La parte de delante estaba dedicada a una pequeña imprenta. Eran tres socios, dos trabajadores y un capitalista. Francisco Meseguer, joven trabajador, muy sincero y despreocupado por la cultura. El otro, Mariano Gimeno, secretario de juzgado y persona vinculada a la Cadena Azul de Radiodifusión, Radio Juventud. El tal Gimeno se vendía su parte del negocio y yo se la compré haciendo un gran esfuerzo. El tercer socio era el tal Antonio Joven, actor fracasado y maltratado por la vida. Como negocio fue un auténtico fracaso, como experiencia fue muy buena; aprendí que nunca más debía de meterme en negocios, era del todo evidente que yo no servía ni he servido para esto. A veces me pregunto: ¿el mejor negocio es el de la eternidad? Desde el punto de vista terrenal, no; pero hay mucha gente que vive muy bien aquí y supongo que también lo hará "allí". Siendo realistas quiero decir que fue un verdadero fracaso porque el teatro primaba por encima de todo. Tanto mi mujer como yo ya lo veíamos, pero a mí también me gustaba aquel ambiente. Mientras pudiese ir viviendo Antonio y Paco, y a mí me pagasen el recibo del teléfono cada mes, ya me iba bien...... Salí como avalador por la compra de una guillotina y otras herramientas de trabajo. Los pagos iban cada vez peor...... Eso sí, allí se cocía un proyecto que creíamos que era muy interesante para el teatro de nuestro país.
Enseguida publicamos un manifiesto en toda la prensa de Barcelona y un llamamiento para dar impulso al "taller de teatro de Barcelona". La respuesta fue extraordinaria. Aparecieron una gran cantidad de jóvenes interesados en hacer teatro y trabajar de lo que fuera en el proyecto. Durante más de quince días tuvimos que hacer pruebas de voz y declamación. También vinieron autores, algunos conocidos y otros totalmente anónimos. Se interesaron por el proyecto, como por ejemplo Xavier Fàbregas, una persona que ha sido, en mi opinión, uno de los más grandes conocedores del teatro catalán, Francesc Candel, Rodríguez Méndez, autor vanguardista y Joaquim Arnal Arana, abogado del Estado, con quien perdí la amistad por una tontería. Me explicaré: durante una larga temporada, quincenal en casa, nos reuníamos en tertulia todo un grupo de amigos literatos, pintores, músicos, a los cuales nos movía una inquietud, la de ir para adelante y revolucionar, tanto como pudiésemos, el teatro y la cultura de nuestro país. Un día apareció el señor Arnal con una obra de tres largos actos bajo el brazo. Se llamaba Paulus; era la segunda llegada de San Pablo a la Tierra dirigiéndose a la ONU. Al principio todos pensábamos que nos íbamos a aburrir soberanamente, pero nuestra educación nos obligaba a escucharla con todas las precauciones habidas y por haber. Empieza la lectura. Al poco rato, me llegó un plácido y profundo sueño. Todos me miraban con envidia, ellos no llevaban gafas negras como yo y no podía permitirse aquel lujo. El señor Arnal sabía de mis estudios de derecho y, por lo tanto, me dirigía sus comentarios. Yo, callado como un muerto, más aún, como un dormilón que perdió la noche. Todos estaban impacientes para ver como me las arreglaría para salir de esta... En una larga pausa en la que el lector, Arnal, cogía aire y reposaba, dijo con una voz más potente y convencido de su rotunda sentencia: esto está muy denso, señor Miñana. Se refería al contenido, naturalmente. Al escuchar esa afirmación al oído, me levanté de golpe y porrazo, diciendo con rotunda seriedad: si usted quiere, don Joaquim, abro la ventana. Todos estallaron en una carcajada histórica, estruendosa. El tal don Joaquim cerró el manuscrito y con voz campanuda dijo a la hija que lo acompañaba: vayámonos niña, no se hizo la miel para la boca del asno. Se despidió de todos y se fue dignamente... De verdad que no puedo opinar sobre la comedia, pues no la oí casi nada, aunque después todos me agradecieron mi espontánea intervención. Les había liberado de una lectura que nadie sabía cómo terminarla.
A las tertulias venía un chico, pintor, del que nunca más supe nada. Se llamaba Joan Subatella... Siempre había presentado obras en bienales y exposiciones diferentes y nunca recibió ningún galardón. Un día sólo le colgaron un cuadro en uno de estos certámenes. Desde aquel día, en sus tarjetas decía: Joan Subatella, pintor colgado.
Quien también iba a todas las reuniones era Francesc Candel, un escritor que por aquel entonces empezaba y que salía de un verdadero escándalo al publicar su primera novela Cuando la ciudad cambia de nombre, y muchos otros que no cito por no hacer una lista de nombres demasiado larga y que pudiera cansar. Entre ese grupo nació una buena amistad que duró y creció con los años. Casi todos pasaban por la imprenta a darle a la sinhueso. Los martes por la mañana, unos cuantos íbamos a almorzar a un bar de la plaza Villa de Madrid, cerca del Ateneo Barcelonés. Allí nació una pequeña revista, hecha con papel de periódico pero muy digna, llamada La Pipironda y dirigida por Àngel Carmona. Colaborábamos casi todos. Lógicamente era clandestina. Fue una época maravillosa, creo que también hicimos un buen trabajo.
Entre todos y después de largas conversaciones, confeccionamos un programa de trabajo y unas obras para montar. Con nuestra propuesta, y creo que lo conseguimos, queríamos conseguir hacer un verdadero taller de teatro, donde se pudiesen discutir las obras, la escenografía, el repertorio y el montaje.
Estoy seguro de que la mayoría de los que tengáis la paciencia de leer estas páginas que solo quieren ser el reflejo de un tiempo perdido y los pedazos de una vida que sirva para dar coraje a quien el poco y el mal gusto de quedarse a oscuras os estaréis preguntando (y con razón): ¿pero que carajo pinta un ciego dirigiendo teatro entre videntes? Con anterioridad ya lo había hecho con un grupo de alumnos ciegos de la sección de enseñanza de la ONCE; esos eran ciegos y ahora se trataba de hacerlo con videntes, más o menos experimentados.
A ver si me explico: una de mis tareas era la de situar el autor de la obra en su contexto social, biográfico y destacar los principales rasgos de la obra. La otra tarea, también muy bonita, se trataba de cuidar la vocalización, la expresión oral y la correcta dicción del intérprete. Es algo que no se tiene en cuenta demasiado y tiene una gran importancia. Los que ven, creéis que toda la información solo entra por los ojos. Craso error. Nunca negaré que los ojos den una mayor información, pero los otros sentidos lo complementan y lo amplían. Podéis estar seguros de ello. La información visual únicamente, es incompleta, incluso no real. Ya sé que las demás informaciones, sin la primera, también caerían en la irrealidad. Pensad que hay sensaciones sensitivas que se pueden explicar a otras personas y la visual es una de ellas. A mí, me pueden describir un cuadro, siempre que la explicación provenga de un experto, la imagen hecha por mí será bastante real y aproximada. Las sensaciones del tacto, el olfato, el gusto y el oído, se deben experimentar... Me gustaría saber cómo se puede contar a un ciego una maravillosa sinfonía de Beethoven para que la sienta dentro. Es difícil por no decir imposible... Pero... ¡otra vez me he ido por las ramas!
El día de la representación debía hacer una tarea que nadie más podía llevar a cabo. He dicho antes, que la censura no nos preocupaba para nada. Mi tarea consistía en entretener a los censores de turno, algo a veces difícil. Recuerdo que una vez estrenábamos en un teatro de Vic la obra Opositor a cadáver, obra en tres actos de Xavier Fàbregas, en la cual se ridiculizaba al Régimen. Imaginaos los brutales recortes hechos por la censura. La dejaron irrepresentable. Eso no tenía ni pies ni cabeza, pero a nosotros nos daba igual. La haríamos tal y como Xavier la había escrito. ¿Pero cómo hacerlo? Ya lo veríamos... y nos fuimos para Vic.
Al llegar al teatro, los de allí nos presentaron a un hombre de mediana edad, educado y con aires de intelectual decimonónico. En aquel instante recoerdé las palabras de mi madre: "hijo mío, si te dejan hablar no van a matarte nunca". Aquel hombre era el censor. Pues a por él y adelante con mi labia. El presidente de la asociación teatral me presentó al hombrecillo: "Francesc, te presento al señor X, crítico de la revista de Vic, censor y vendedor de libros. Cuidado, por que si te descuidas, te irás para casa con uno de sus libros gordos". Nos reímos. Así pues, me colgué del brazo de aquel fulano, cogiéndolo con fuerza para que no se me escapara. Él no lo haría, a un hombre ciego ni se le debe ni se le puede dejar solo... Mientras, mis compañeros iban a ponerse a trabajar. Al tiempo que preparaban la función, le invité a tomar un café en el bar del centro y la conversación duró más de tres horas. Al finalizar la charla, él pagó el carajillo, yo no le compré ningún libro y la obra se representó toda entera. Hice que se interesara por las cosas que hacemos los ciegos. Durante mi discurso él tomaba apuntes constantemente. Yo hablaba sin parar. Cuando le dejaba un huequecito, decía como si descargara un lastre: "¿ya terminó el primer acto?; "¿ahora el segundo?". A lo que le respondía: "hombre, cómo no va a ir rápido, si la habéis cortado por la mitad". Él sonreía como un conejo; mientras yo me sentía como un triunfador. Al finalizar la comedia hicimos todos un poco de fiesta, incluso el censor. Luego, ya tarde, nos fuimos todos para casa.
Transcurridos ocho o quince días, recibimos la revista de Vic. Rápidamente echamos una ojeada a la página dedicada a la crítica teatral para ver qué crítica había hecho de una obra que no había visto. Pues de comentario, ni uno... Había una larga entrevista a mi persona en la que me dejaba extraordinariamente bien. En un pequeño recuadro había un nota disimulada donde ponía: "El pasado día... el Taller de Teatro de Barcelona ha representado en nuestra ciudad Opositor a cadáver de Xavier Fàbregas. Eso figura en el archivo de la revista de Vic. Así íbamos por el mundo.
Llevábamos el teatro a las escuelas mayores universitarias, a los barrios populares, a las tabernas o a cualquier sitio que fuera posible remover las conciencias de los que iban a vernos. Os puedo asegurar que las tertulias eran lo mejor de estas sesiones, al rededor de una mesa en una bar después de las representaciones. Cuatro cacahuetes salados y un porrón de vino peleón eran todas nuestras armas. Aquellos hombres vivían plenamente lo representado y daban sinceramente su cruda visión de la vida y sus propuestas para mejorar globalmente el hecho social, sin egoísmos y bastante bien encauzadas. Hay que reconocer que fueron esos unos momentos muy enriquecedores y llenos de formidables experiencias, como ciego y también como hombre en busca de la verdad en la vida.
Fue una época bastante dura pero muy divertida. Conjugaba el teatro con las actuaciones musicales, la radio y el trabajo como profesor en la ONCE. Como es de suponer, la gente de la entidad de ciegos me tomaban por un bohemio, como a una persona un poco alocada y poco corriente. Rompía con los esquemas tradicionales de un ciego, es algo que siempre he hecho, pero sin ningún propósito de superioridad y sin ninguna mala intención hacia nadie. Yo soy así y creo que no puedo hacer nada para cambiarlo, aunque ahora ya sería demasiado tarde para hacerlo... Lo que realmente me sabía mal era tener que esconder alguna vez mi personalidad para no ser demasiado "mal visto por los ciegos". ¡Por suerte, hoy en día esto ha cambiado un poco!
Reconozco que siempre he sido una oveja descarriada del rebaño. De no ser así otro gallo me cantaría dentro de la entidad. Eso sí, mi consagración ha sido total y absoluta a todo aquel que me necesitara. Dado que la idea que tengo de la entidad de ciegos nunca ha coincidido con la oficial, mi papel nunca se cotizó demasiado. Debo decir que no me arrepiento para nada. Aunque acepto que me haya equivocado, pues afortunadamente no todo el mundo es como yo.
En aquel tiempo un terremoto agitó una ciudad del norte de África. Agadir. La sociedad, frente a tal cantidad de víctimas, se puso rápidamente en movimiento. Nosotros, los del teatro, no podíamos quedarnos atrás. Nos ofrecimos a la Cruz Roja y nos tomó la palabra y en menos de un mes abríamos las puertas del Teatro Romea representando la comedia Cándida de Bernard Shaw. Faltaba media hora para levantar el telón y aún no habíamos vendido ni veinte localidades. Era desesperante... dentro del escenario todo querían cobrar por adelantado: los tramoyistas, utilleros, zapatería y sastrería, escenógrafos,... Nosotros no teníamos ni un duro. Los actores no lo sabían, pero yo sí... Xavier Fàbregas me consolaba, aunque estaba tan asustado como yo. De golpe, nos visitó un amigo y nos dijo como si nada:
Ahí fuera hay cola para las entradas, ¿cuándo empezáis?
Xavier y yo nos abrazamos ante el estupor de nuestro amigo. Nos habíamos librado de un escándalo y, quien sabe, a lo mejor incluso de terminar entre rejas...
Con la compañía recorrimos bastantes pueblos de Cataluña, siempre haciendo temática social y cuanto más cerca del pueblo mejor. Se podría decir que a casi todas las representaciones venía Candel, Fàbregas y un montón de amigos que ayudaban física o moralmente a poner en funcionamiento la obra y, eso sí, a promover el debate una vez terminada la función. Un debate que se hacía dentro y fuera de la sala de espectáculos.
Ni cabe decir que mientras el teatro iba para arriba, la imprenta iba para abajo. En los ratos que Antonio estaba en el taller, se dedicaba a contactar por teléfono o bien a confeccionar los programas y los folletines teatrales. Solía salir para ver salas donde teníamos que actuar o a visitar a algún autor para pedirle una obra. Yo ya lo veía, que eso iba de mal en peor; pero si yo no le pasaba dinero, ese hombre y su madre terminarían pidiendo limosna. Marisa no paraba de recordarme que no podía continuar así, y tenía razón. Nosotros trabajábamos para comer y la imprenta era un saco roto. Él me daba mucha lástima: era un hombre fracasado, el teatro era toda su vida, a pesar de ser un actor más bien mediano que había pasado mucha hambre por aquellos pueblecitos de España, donde las compañías se hacen y se deshacen por falta de dinero. Tal vez por eso su salud era tan frágil. Tenía una lesión pulmonar que de vez en cuando daba señales de vida.
A los treinta y tantos años sentó la cabeza. Se casó con una chica que también hacía teatro, aunque de muy bajo nivel.
Desde entonces nuestra relación fue perdiendo el calor amistoso hasta terminar siendo fría y distante.
La imprenta se fue a pique, se cambiaron de casa y al cabo de un mes murió su madre. Le acompañé en el sentimiento y nunca más nos hemos visto, aunque sé que vive en Madrid trabajando en el mundo del teatro, pero de cortinas para dentro. Durante estos años he tenido noticias que hubiera preferido no saber, pero que tampoco he constatado.
Aquella época fue un interesante recorte de mi vida que aunque los pedazos existentes, creo que valió la pena vivir. Los amigos que aún conservo de entonces son maravillosos. El poso del tiempo cribó las amistades y los que quedaron nos hicimos más amigos.
Querría rendir un emocionado homenaje a todos aquellos que nos han dejado andar solos por la vida y especialmente a Xavier Fàbregas, un hombre bueno que lleva el teatro dentro y con sentimiento.
30. LA POLÍTICA
ELEMENTO IMPORTANTE EN MI VIDA
Siempre he creído que la vida del hombre se sustenta en dos grandes pilares: La religión, que da alimento a nuestra alma para superarse cada día un poco más y la política, que regula el marco de convivencia en la sociedad en la que vivimos. Política para avanzar hacia la sociedad ideal que todos llevamos dentro y Religión para avanzar hacia el ideal espiritual que todos soñamos para un más allá mejor. Por lo tanto, yo no podía hacer oídos sordos a ninguna de estas dos bases existenciales. También creo que tanto en una como en la otra, aparte de las prédicas que siempre son buenas si están bien hechas, lo importante es que nuestros actos se correspondan con nuestras creencias. Que cualquiera de nuestros actos, por pequeños que sean, concuerden y den fe de todo aquello que somos y queremos ser. Sin duda el hombre es una suma de cuerpo y alma, por lo tanto debe ser también una simbiosis de religión y política, las dos en mayúsculas, por supuesto. Fijaos bien que cuando hablo de los dos pilares lo hago de forma ambigua, no hablo de catolicismo, ni de budismo, ni de ningún otro sistema religioso, de igual modo que tampoco lo hago de monarquía, república ni de ninguno de los tipos de sistema político que conocemos. Cada cual es cada cual y según su saber podrá juzgar e ir hacia un lado o hacia otro. Tampoco creo que debamos cerrar puertas y no creer en aquellas personas que por convicción y no por conveniencia rectifican sus convicciones después de un minucioso estudio o, por qué no, el transcurrir del tiempo aconseje otra postura. Debemos ser respetuosos con nuestros conciudadanos y con las personas en general. No podemos hacer valoraciones sin ton ni son. Siempre recuerdo que cuando Isaías dijo al señor que enviase fuego a esos pecadores, Dios le respondió que no lo haría. También eran hijos suyos. ¿Queremos una mejor respuesta para ser respetuosos y condescendientes con los otros? El mundo es grande y todos cabemos en él.
Valgan estas líneas para volver a situar al lector en el contexto de mi vida y poder comprender de este modo el motivo de mi actitud frente a los hechos vitales de todos los días.
No es por méritos propios que soy así. Creo que ya mencioné alguna vez que en casa vivíamos de lleno estos dos pilares de la vida humana. Por un lado la religiosidad, bien o mal entendida, y por otro lado, la política. Mi madre era republicana a ultranza, antifranquista e independentista. Mis antepasados, por vía materna, levantaban adoquines durante el siglo diecinueve para defender las luchas obreras y la catalanidad. No es pues tan extraño que una familia tan religiosa fuera tan revolucionaria. Cuando se cree ciegamente en unos principios, se daría la vida por ellos. Tal vez sean planteamientos demasiado simplistas, pero la vida no deja de ser simple y normal. Querer complicarla es un disparate. Sigamos adelante entonces y dejémonos de teorías que no vienen a cuento...
Lógicamente en casa siempre recibí lecciones de política, por supuesto partidista, siempre contra Franco y echando de menos el gobierno de la Generalitat y la república. Mi vida transcurría entre ests parámetros: el trabajo, la música, la radio y todo aquello que significase la defensa de la lengua y la identidad de mi pueblo.
A finales de los 60 conocí al que sería mi segundo maestro en lo que se refiere a política catalana: Ferran Solà i Fort, un personaje anónimo de mucha importancia en los movimientos catalanistas de toda la vida y de la resistencia más feroz. Un hombre sencillo, inseguro de sí mismo siempre que no fuera en defensa de la tierra de una gran valía poco reconocida, catalán hasta los huesos, arrebatado, con la locura que da el convencimiento de unos principios, buen escritor aunque perdido e incomprendido por mucha gente, pero querido por todos. Priorizaba Cataluña por encima de todo y de todos, amigo de sus amigos, con una afabilidad como no he conocido en nadie más. Ferran Solà fue uno de esos hombres que ayudaron a escribir páginas inolvidables de la historia de Cataluña, sin que su nombre saliera en ningún sitio. No creo que esto le preocupara demasiado. Hasta el último momento de su vida tuvo mala suerte. Murió recién estrenada la democracia, murió en la residencia que aún llevaba el nombre de Francisco Franco y el funeral se lo hicieron en lengua castellana, a pesar de las iracundas protestas de los asistentes. Fue un funeral triste e incómodo. Las protestas llegaron a tal extremo que el mismo capellán oficiante tuvo que pedir excusas por no hablar nuestra lengua. Sólo conseguimos que el nombre fuese dicho en catalán: Ferran, en lugar de Fernando. La firmeza de mujeres y hombres como estos han logrado que nuestro país siga siendo como es y como será siempre.
De la mano de Ferran me incorporé al Partido Federalista Europeo, presidido por Gilbert Grau, que residía en Elna, una pequeña población de la Cataluña Norte. No sé cuál fue el destino de aquellas personas llenas de ilusión por una Europa de etnias y no de estados. Nos agrupábamos hombres y mujeres que, por encima de todas las ideologías, teníamos a nuestro país, Cataluña, y un ideal: la libertad. Otro de los hombres con quien aprendí mucho fue Manel Mon, un farmacéutico incombustible, trabajador, arrebatado también, una gran persona.
Ferran me abrió caminos que hasta entonces permanecían cerrados para mí; sólo tenía la teoría, no la práctica que también puede ser buena, pero no toda. Asistíamos a reuniones tanto en Elna como en Barcelona; reuniones clandestinas y con el irresistible miedo de Marisa. Se trataba de otra época. Todos éramos uno; las ideologías no contaban para nada: Cataluña por encima de todo. Los nostálgicos dicen que aquel tiempo era bonito y mejor; yo sólo digo que era otro tiempo, nada más. A nadie le parecía raro ver a un ciego en medio de aquel lío político. Lo que sí que puedo decir es que frente de la fuerza pública tenía alguna ventaja. En la guerra y en el amor, todas las armas son lícitas.
Recuerdo la cantidad de horas que pasé con Ferran, soñando y hablando de nuestro país, de las humillaciones recibidas, de la continua sumisión de nuestras libertades y planificando acciones puntuales para que sirviera de granito de arena en el gran contexto político de Cataluña. Entré en contacto con un montón de personas que trabajaban por el país, arriesgando su trabajo, la libertad y la vida. Habían transcurrido muchos años de la derrota y todo el mundo estaba más ilusionado que nunca para sacar el país adelante. Era de una fortaleza admirable; Cataluña no podría nunca morir, a pesar de los golpes provenientes del exterior.
Un día recibí en casa una llamada telefónica: se trataba de la secretaria de Jordi Pujol. Pujol quería hablar conmigo. Alguien le había hablado de mí; era un verdadero honor. Para mí Pujol era como un símbolo de nuestro país, era Cataluña viva, él que había luchado tanto en la sombra por todos nosotros. No quiero ahora descubrir la figura de un hombre que lo ha dado todo por la libertad de un país hundido y deshecho. Un hombre que podemos estar de acuerdo o no con su política, pero nadie le puede cuestionar su consagración total a una causa: Cataluña.
La entrevista fue entrañable y muy cordial. Después de hacer un repaso a la situación catalana de aquel momento, Pujol me pidió que le hiciera un informe amplio y detallado de las diferentes minusvalías de Cataluña, dado que la situación dictatorial llegaba a su fin y, junto con otras personas que querían a Cataluña, estaban elaborando un modelo de sociedad que ellos querían para nuestro país. Una sociedad donde no valiese la pena vivir era imposible si no se contaba con el apoyo de la gente que, por diferentes razones, habían quedado marginadas en la cuneta. Aquel planteamiento serio y socialmente globalizador en unos momentos de incertidumbre y sin ninguna campaña electoral a la vista, me parecía de una honestidad y buen talante fuera de ninguna duda. Por lo tanto no sólo hice el informe sino que también pedí de un modo insistente la posibilidad de formar parte de aquel grupo de personas que trabajaba para devolver a Cataluña al lugar que le correspondía en el concierto internacional. Pocos días después firmaba el ingreso como militante de un partido al que llamábamos Centro de Documentación Catalana o Control de Cuentas, pero para todos nosotros se trataba de Convergencia Democrática de Cataluña.
Cuando le conté a Gilbert mi decisión, le supo mal que fuera a engrosar las filas de los de Pujol. Él era más radical, directo y amigo de rupturas. Pujol era todo lo contrario. No voy a descubrir a estas alturas la política de Pujol hacia la vertebración y el resurgimiento del país. Hay que decir que por sentimientos seguiría a Gilbert Grau, pero por eficacia y convencimiento debo creer y seguir a Pujol. "Si alguna vez te dan un dedo, no lo rechaces. Podrían cerrar la mano y darte un puñetazo".
En el año 1977 tuve el inmenso placer de formar parte de las listas del Pacto Democrático por Cataluña. Digo placer porque fueron muchos años de oscuridad para nuestro país y estar en una lista cuando se votaba por primera vez era un verdadero placer y un gran honor. Aquellas fueron unas jornadas inolvidables: cursillo de programa electoral, cursillo del Dale Carnegie, vivir intensamente un hecho nuevo y anhelado. Fueron unos días en los que convivimos todos juntos un buen grupo de amigos llenos de ilusión por un futuro que teníamos al alcance de nuestras manos. Miquel Roca, Ramon Trias Fargas, Macià Alavedra, Trias de Bes, Verde Aldea, Joan Majó, Àngel Parera, Josep Maria Cullell... Fuimos tantos que se me hace difícil acordarme de todos los nombres de los que aún hoy en día considero como buenos amigos míos.
Poco después fui nombrado presidente de la Sectorial de Acción Social, donde aún por confianza de los militantes y de la dirección del partido estoy orgulloso de poder llevar a cabo la coordinación.
Los hechos ocurridos durante estos años en el partido, no creo que interesen a nadie; son cosas mías que no considero necesario airear. Lo que sí que debo decir es que el partido, muchas veces, me pidió que le representara en diferentes lugares y situaciones. Durante los años de la transición estuve en la comisión interpartidos del Ayuntamiento de Barcelona, miembro del Comité Ejecutivo de Barcelona. Eso quiere decir que nunca nadie del partido vio en mí una persona con disminución sino una persona más o menos válida, según el tema, independientemente de mi carencia. Si hubiera sido así, pobre de él, yo sería el ciego, pero él sería corto de luces.
¡Dejad que me ponga un poco romántico! Mejor aún, un poco más "tonto"... Mi madre murió en octubre de 1974 sin ver la muerte del "criminal", como ella llamaba a Franco. ¡Cómo me hubiera gustado que ella desde la tierra pudiera seguir mi trayectoria! Yo, hijo de una familia obrera, humilde y sin relevancia en el panorama del país, además de ciego, me había podido situar en el lugar donde ahora me encuentro, tampoco demasiado relevante, pero apreciado y querido por muchos. ¡Bueno, ya basta! ¡No volveré a ponerme así!
Otro día, no sé cuándo exactamente, hablaré de las otras elecciones, las de 1973, bien diferentes por cierto, aunque bastante apasionantes...
Competir contra la Falange era darse de cabeza contra un muro inexpugnable. Era del todo necesario llegar a debilitar aquel régimen opresor. Cuando hago balance, pienso que la vida me ha dado más de lo que yo esperaba. Mi madre desde el cielo estará contenta, aunque no del todo... Aún me falta algo...
31. UN MICRÓFONO Y UNA MÁQUINA
La radio llegó muy pronto a mi casa. Mis padres siempre recordaban que mi madre se pasaba horas con los auriculares puestos y con los codos encima de la mesa escuchando las dos emisoras, casi las únicas que había en Barcelona: EAJ 1, Radio Barcelona y EAJ 15, Radio Asociación de Cataluña. Mis primeros recuerdos son los de haber visto y oído en casa uno de esos históricos aparatos con forma de pequeña capilla. Los recuerdos radiofónicos más antiguos que tengo pertenecen a los primeros días de la guerra, cuando sólo tocaban Amor Brujo de Falla y otras piezas españolas, y las palabras de una locutora después de un bombardeo que decía: "catalanes, la Generalitat vela por vosotros". Y entretanto iban cayendo las bombas por doquier.
Es después de la guerra cuando me engancho de lleno a la radio; estando en la escuela Vila-Joana, cuando después de comer y con un solo auricular dentro de una caja de cartón, escuchábamos todos aquella radio de galena. Aún oigo la voz de aquellos míticos locutores: Enriqueta Teixidó y Pilar Montero; Josep Miret y Joan Ibáñez. Al mediodía, de dos a tres de la tarde, tocaba el famoso sexteto de Radio Barcelona que, si no recuerdo mal, estaba formado por Octavi Cunill al piano, Domènech Ponsa a la viola, y otros que, muy a mi pesar, no consigo recordar. A las siete y media de la tarde todas las emisoras locales debían conectar con Radio Nacional para dar el "parte informativo". Con las tropas franquistas también entró en Barcelona un hombre que más tarde sería maestro radiofonista, Gerardo Esteban. No sé con quién, pero hacía un programa infantil que se retransmitía por unos altavoces situados en el paseo de Gracia y en otros sitios concurridos; eran dos personajes, Pinturitas y Carablanca, más malos que la quina... Gerardo Esteban llegó a ser un profesional del medio, lástima que una enfermedad se lo llevó siendo muy joven. Fue el primero que retransmitió un combate de lucha libre y otros derivados de este deporte; retransmitía, como nadie, películas y obras de teatro; hizo un reportaje metido en una jaula llena de leones; era una persona muy culta y un poco caradura. No había nadie como él, llevó con éxito una emisión llamada Los siete sabios de la radio, en la que se hacían preguntas cada vez más difíciles de una materia escogida por el mismo concursante. Él, sin libro ni apuntes, preguntaba sobre cualquier cosa y en profundidad. Eso sólo se puede hacer si se tiene una gran cultura.
La radio no era sólo información, sino que también y sobre todo, era espectáculo. Las emisiones rivalizaban por tener el mejor cuadro escénico y a fe que eran excepcionales. Voy a citar como ejemplo el de Radio Barcelona: Ricard Palmerola, Isidre Sola, Antoni Crespo, Josep Sospedra, Josep Llasat, Joan Ibàñez, Adolfo Marsillach, Carmen Illescas, Encarna Sánchez, Maribel Casals, Coral Díaz, Isabel Monasterio entre otros, todos dirigidos por Armand Blanch, un hombre agradable, cortés y muy educado. Se puede decir que casi todos habían salido de la parroquia del Carmen. También Radio Nacional llegó a tener una buena plantilla de actores y actrices: Juan Manuel Soriano, Emilio Fàbregas, Josep Maria Angelat que antes estuvo en Radio Barcelona, Felipe Peña, Jesús Menéndez, Carmen Lombarte, María Victoria Durá, Enriqueta Sevillano, Montserrat Carulla y muchos otros dirigidos por Juan Manuel Soriano.
Todas las semanas echaban una obra diferente y de todo tipo, excepto catalanas.
Las emisoras comerciales ya se alimentaban de la publicidad para poder mantenerse económicamente. Daban un diluvio de publicidad con los anuncios, donde se podía ver la profesionalidad del locutor. Otros anuncios se hacían musicales con canciones que tuvieron bastante buena acogida entre el público: los de Casa Ramona, la sastrería de la calle Hospital o los de Pío Rupert Laporta de la Ronda Sant Antonio.
Radio Nacional llevaba a cabo una labor españolista descarada, dando unas crónicas exultantes firmadas bajo el seudónimo de Juan de la Cosa, firma que escondía el nombre de Carrero Blanco.
Radio Asociación de Cataluña era una estación radiofónica creada por un grupo de socios que amaban a nuestro país y querían hacer cultura catalana mediante las ondas hertzianas. Colaboraba Joan Alavedra con los "Hechos del día", Teodor Garriga, y otros escritores de nuestra tierra. Como locutores recuerdo a Mercedes Laspra y a Carmen Brito, creadoras de la señora Fortuny, consultorio femenino patrocinado por Eupartol y que después fue sustituido por la señora Francis, un consultorio en el que en los últimos años era responsable el buen amigo y periodista Juan Soto Biñolo.
En poco tiempo apareció una gran figura de la radiodifusión, Joaquín Soler Serrano, quien había hecho en el año 1939 o 1940 oposiciones para entrar a trabajar en la administración de la Delegación de ciegos de Barcelona. Cuando estaba a punto de conseguir la plaza, le avisaron de Radio España, que así se llamaba la emisora de las Ramblas después de la guerra y, tal como se ha visto, esa fue su vocación y en la que triunfó. Obtuvo grandes éxitos radiofónicos; de los cuales, los que me vienen a la cabeza son Programa Estelar, los sábados por la tarde gran programa de estrellas de todo tipo y en el que promocionó al barman Boadas con su cóctel de la semana; también Café de la tarde, un programa diario de entretenimiento y, estando en Radio Barcelona, la gran campaña en favor de los damnificados por las lluvias y en el que durante veinticuatro horas estuvo pegado al micrófono. También hizo televisión, pero no con tanta aceptación. Es una lástima que este y otros grandes profesionales de la radio hayan sido separados y olvidados con tanta facilidad.
Permitidme hacer un homenaje a todos aquellos hombres y mujeres que llevaron la ilusión y la fantasía a nuestras casas, dándonos horas de felicidad y alimentando nuestra creatividad e imaginación. Hoy en día se ha perdido y es una verdadera lástima, eso nos estimulaba la imaginación y ayudaba a encontrarse a uno mismo, aunque fuera por boca de otro.
Otro éxito rotundo fue el programa Fantasía, que llevaban Federico Gallo y Jorge Arandes, ayudados por Matilde Almendros y Maruja Fernández. Era un programa de entretenimiento por el cual pasaban lo mejorcito del mundo artístico en aquel entonces. No puedo olvidar al pitoniso Pito que encarnaba Josep Maria Angelat y que escribía el buen periodista Ricardo Pastor. Era una caricatura graciosa del Barça y del Español. Locutores como Maria Ester Jaumot, Ester Perot, María Victoria Lucio... eran verdaderas señoras del micrófono, aportando además de una espléndida forma de hablar también un modo de hacer impecable. Otros programas de Radio Nacional que se escuchaban mucho eran: España para los españoles, que conducía Maria Matilde Almendros, dedicado a los emigrantes españoles; otro que también tuvo renombre fue La campaña benéfica magistralmente llevada por Joan Viñas y el señor Dalmau, encarnado por Emili Fàbregas.
Hoy en día la radio es diferente. Quién no se acuerda de Taxi Key, programa de detectives escrito por Lluís G. de Blain, programa alegre, que esperábamos todos los sábados por la noche. Taxi Key, interpretado por Isidre Sola, Glosop, por Antoni Crespo y el personaje de Nora por Encarna Sánchez...
El inspector Nicols, interpretado por Fernando Forga en Radio España y muchos otros. Uno de los actores radiofónicos que, a mi entender, poseía una voz privilegiada, era Joan Lluís Suàri, un buen amigo que un día, al bajar del tranvía en marcha, me dijo: "si te vuelvo a ver haciendo esta estupidez, te arreo una sarta de bofetones que se te pasarán las ganas". Al día siguiente se mató en un accidente de moto. Son tantos los nombres que me vienen a la cabeza que la lista sería interminable; pero no querría dejar sin mencionar a un buen hombre y aún mejor actor de los escenarios catalanes, Rafel Anglada. Su padre tenía una imprenta en la calle Nilo Fabra, imprenta que él no mantuvo demasiados años, pues como era de esperar el teatro le atraía demasiado.
Éramos un grupo de jóvenes que no teníamos ni diez céntimos para hacer cantar a un ciego. Por aquel entonces la ONCE tenía un palco en el Teatro del Liceo que dejaba un benefactor, el señor Julver. Se trataba de un palco al que casi nunca iba ningún ciego y que yo aprovechaba siempre que podía y tenía un acompañante. Por allí pasó media Gràcia, aunque nunca repetían, se aburrían demasiado. Una vez mi padre quiso acompañarme para ver el teatro y tuvo la mala suerte de escoger un día que hacían Parsifal; nunca más quiso saber nada de óperas ni del Liceo.
Anglada y Albert Nadal, otro buen radiofonista, eran unos entusiastas de la buena música y estos siempre iban juntos. Anglada tenía novia, Mercè. Nos encontrábamos en la parada del tranvía más cercano al teatro. Al salir, primero íbamos a acompañar a Mercè hasta el barrio de Sant Gervasi, luego íbamos caminando hasta mi casa y otra vez él volvía andando a Sant Gervasi. Eso es amor por la música y nada más.
¿Qué relación hay entre la radio y yo? Pues bien, siempre fui muy atrevido y nunca he reparado en los obstáculos cuando he tenido un objetivo; a lo mejor he sido poco reflexivo y así me ha ido la vida... La radio me enganchó y por lo tanto debía de hacer algo. Escribiría un guión. Escribí un guión inspirándome en la conquista de Mallorca del rey Don Jaime. Lo puse dentro de una carpeta y fui a Radio Barcelona para visitar al jefe de programas, el señor Jaume Torrens, autor de la música del himno de Radio Barcelona, de las sardanas La Pepa maca, Princesa de Barcelona, entre otras, estas dos cantadas por el tenor del Orfeó Català y seguidor de Emili Vendrell, Gaietà Renom, amigo a quien la ciudad le debe un gran homenaje por su labor realizada durante los años difíciles, cantando siempre nuestras canciones y siendo un enamorado de nuestra música. El señor Torrents me recibió en su despacho juntamente con Antoni Nogués, secretario de la revista Ondas. Después de contarle el motivo de mi visita, me dijo:
Escucha chico, ¿qué se necesita para llenar un cántaro?
Menuda tontería, pensé, y rápidamente respondí:
Que esté vacío.
Esa respuesta era la que él estaba esperando y levantándose me dijo:
Así es; tú tienes sentido común. Ya puedes dejarme el guión, me lo leeré. Ahora, vete.
Al cabo de unos días me llamó por teléfono:
Lástima que sólo sea un capítulo. Si me lo alargas, por cada capítulo te daré cien pesetas.
Y así empecé a hacer radio en la emisora decana de España.
Creo que en la radio, aunque a lo mejor mal, hice de todo. Poco después de estrenar ese guión que alargué hasta sacar diez capítulos fue posible participar en un programa musical haciendo de pianista, junto a Ros Marbà, en un programa que se llamaba Simpatía, escrito por Josep Maria Lladó y presentado por Pere Molas y Elda Margot.
Posteriormente tuve la ocasión de conocer a Adolfo Hernández, realizador de programas en Radio Nacional, quien me propuso trabajar con él en un programa de media tarde que llevaba el nombre de Cita de media tarde. Allí escribí diferentes guiones que obtuvieron una buena acogida. Un programa musical que hablaba de los orfeones de Cataluña y otros pueblos de España y fuera de ella. Programas diversos de ciegos, patrocinados por la ONCE, hechos y presentados por mí mismo en casi todas las emisoras de Barcelona. También toqué el género juvenil en un programa semanal llamado Diana Juvenil y transmitido en Radio Juventud. Se trataba de un programa semanal de una hora realizado en diferentes colegios de la ciudad. Fue un programa bastante interesante. Argimiro Lozano, director de programas de Radio Juventud, creyó en mí y lo hizo posible. Uno de los últimos realizados y escritos por mí y de los cuales estoy más orgulloso, fueron los hechos en Radio Pont Nou, vinculada a la fundación Pere Bergés. Uno de los programas diarios fue La volta a Catalunya en Tartana. Rosinyol la hizo en carro, yo siendo sólo un aprendiz la tenía que hacer en "tartana". El otro fue el guión de la vida de un gran hombre de nuestra tierra, titulado Gent de Casa. Fue una gran experiencia, realizada bajo la maestría de una mujer inquieta y extraordinaria: Isabel Valls.
Cuando escribo estas líneas me vienen a la memoria los nombres de grandes personajes de la radio que nos hicieron vivir tantas horas de fantasía e ilusión: Antoni Losada, revolucionario de las ondas y Enric Casademon, creador de Pau Pi, personaje de ficción que vino a reemplazar a Emili del señor Toresky; Josep Torres, uno de los primeros locutores de Radio Barcelona, junto con Josep Miret, decano de la radiodifusión española y que terminó su vida casi ciego del todo y con una pierna amputada por culpa de la diabetes... Son tantos, pero tantos, los nombres que me vienen a la cabeza que vale más dejarlo, pues de ellos han hablado personas más cualificadas que yo. Pero sí que puedo decir que todos o casi todos puedo considerarlos como amigos y conocidos.
En lo que se refiere a mi intervención frente a un micrófono, nunca tuve problemas por ser ciego; sólo he hablado de temas conocidos o de los que tuve que documentarme mediante la lectura en Braille o bien a través de los ojos de mi mujer. Así, por ejemplo, El mundo visto por un ciego, que era un programa de entrevistas y comentarios de Radio Quatre, dentro del magazine D'ací y d'allÁ conducido por Fèlix Benito Guitar, donde no había ningún impedimento para poder llevarlo a cabo. Eso sí, cuando se trataba de escribir guiones o cualquier programa, siempre lo hacía por la noche. Me explicaré: los guiones siempre los he hecho a máquina; sólo consiste en conocer perfectamente el teclado y escribir sin poder leer lo que se escribe. Por lo tanto siempre debía hacerlo de noche, cuando nadie podía interrumpir mi trabajo. De lo contrario, si debían interrumpirme por algo, debían leerme las últimas palabras para volver a situarme de nuevo en la narración. Hoy en día esto ya no es un problema, escribiendo con el ordenador que, como instrumento complementario lleva una voz sintética que a medida que escribes va diciendo las palabras escritas, pudiendo mover el cursor y él va leyendo lo que tú quieras. Es tan sofisticado que con tan sólo tocar una pequeña tecla puedes leer con voz masculina o femenina.
32. YO
Como epílogo, dejadme que os diga cuatro cosas sobre mí. Sólo cuatro, pues las demás han sido las verdaderas protagonistas de estas pequeñas pinceladas de la historia cotidiana. Yo sólo he sido el hilo conductor o el soporte para dar a conocer la vida de un barrio de mi querida Barcelona y, al mismo tiempo, para mostrar la vida de un ciego hecho y derecho, tal y como salió de su madre. Lo que no sé es si he logrado lo que pretendía. Pero ojo, no todos los ciegos son iguales. Por desgracia algunos han crecido y vivido siempre entre ciegos; para ellos el mundo es pequeño y reducido; otros han crecido y vivido con el mundo y para estos la vida es otra cosa.
A lo mejor, después de haber leído las páginas precedentes, alguien podría creer que soy una persona inconsciente o extraordinaria. Ni una cosa ni la otra. Soy como soy y no de otro modo. Ya cuando era joven tuve que aceptar la ceguera como algo irreversible y diferente. Me había tocado, a mí, eso toca a quien le toca y ya está... Siempre he tenido muy claras y reales las imágenes del mundo que me rodea, confieso mi religiosidad en el sentido conceptual más amplio posible y creo firmemente que Dios no ha tenido nada que ver con mi ceguera, es un hecho absolutamente transitorio. Llegará un día que yo veré, aunque no sé si voy a hacerlo aquí o allá, pero veré. Entonces, desde el otro mundo voy a divertirme en gran manera, viendo a todas aquellas personas que durante años han estado a mi lado y que no las "conozco". Es por eso que deberé esperar a que primero hablen para poder identificarlas. La pena será por aquellas que ya no están.
Por otro lado, creo que soy como las demás personas, pero con una limitación. Ya me gustaría saber quién de este mundo no tiene alguna limitación, lo que pasa es que la mía, siempre la llevo en la cara y se ve mucho, hay quien la lleva más escondida, en el cerebro... Querría dar ánimos a cualquiera de mis lectores, si es que alguien va a leer esto alguna vez, si un día pierde la vista o se queda con una disminución para que no se preocupe demasiado y busque soluciones, poniendo en funcionamiento la inteligencia y el sentido común, aprovechando al máximo todos los demás sentidos. En esta vida todo es relativo y efímero, no vale la pena preocuparse demasiado por las cosas materiales: dinero, ¿para qué? ¿Poder? ¿Gloria? Todo pasa; el que se queda es el "yo", sencillo y puramente despojado de todo.
Hablando de mí, debo decir que gracias a Dios que soy un poco alocado; un poquito listo, nada más; un poco bohemio; sentimental y demasiado romántico; para nada ambicioso ni vanidoso en cantidad; enamorado de la vida y de la verdad; dándole siempre vueltas a algo, inseguro, temeroso, paciente y demasiado comprensivo; dispuesto a ayudar y por lo tanto inestable; fiel conmigo mismo y con mis principios; religiosamente un poco de manga ancha; políticamente enamorado de la tierra; un poco burro para mí mismo; amigo incondicional, la amistad es un algo sagrado para mí; enemigo a ultranza de juzgar a los demás; revoltoso frente las injusticias y muy diferente de como me ven los otros; soy todo esto y muchas cosas más que no quiero decir... Muchas veces no he sido comprendido porque todos creen que cuando hablo, siempre tengo una carta escondida bajo la manga y eso es totalmente falso. Siempre digo lo que pienso sin ánimo de molestar. Los íntimos siempre me dicen que me enterrarán en una cajita blanca... Es un reproche que me honra.
Por nada querría que alguien pensase que la falta de visión es un regalo magnífico y que en la ceguera todo es coser y cantar, pero, por favor, ¿podríais decirme quién ha encontrado la plena felicidad en esta vida? Si alguien lo ha hecho, que levante la mano.
No sé muy bien por qué, pero todo el mundo cree que la ceguera es la peor de las desgracias. A lo mejor sí, pero no es verdad. La gente empieza con una falsa premisa. Cuando cerramos los ojos y queremos dar un paso adelante o hacer cualquier cosa, somos incapaces. Entonces decimos: así están, los pobres ciegos. No es verdad. En la vida todo tiene un aprendizaje y esto es lo que nos falta cuando hacemos esta prueba. No es una desgracia, es una limitación, lo cual se entiende con este ejemplo de mi vida personal:
Íbamos Marisa y yo un día por la calle Porta Ferrisa, cuando de golpe y porrazo un taxi se nos echó encima a gran velocidad. Pasó rozándonos. A causa del susto grité desde el fondo de mi alma:
¡Imbécil, más que imbécil!
Una vez que había gritado me quedé muy a gusto. Al cabo de un momento se me acercó un hombre muy enfadado y, agarrándome por la solapa de la americana y zarandeándome me dijo:
¿Quién es un imbécil, eh?
Con total naturalidad y pensándome que aquel indignado ciudadano era uno de tantos viandantes que pasaban por allí, le respondí fríamente:
Un bestia de taxista, que ha pasado como un animal...
Él, aún más indignado, me dijo:
Pues aquel taxista soy yo.
Cuando levantó la vista y vio que se trataba de un ciego, dijo sumiso:
Perdone señor, perdone; realmente he hecho una locura. Le he visto de espaldas y no me he dado cuenta, perdone...