Semana Santa
Mariano Poyatos
Desde hace muchos años, el hombre estaba encargado de ultimar los detalles del paso de la virgen.
A unos metros, se iban congregando los costaleros, algunos hablaban entre susurros sobre la adversidad del tiempo; el capataz, con mucho aplomo iba impartiendo las indicaciones de cómo sacar a la virgen por la puerta cuidando, el palio y los varales. Luis, inclinado sobre la virgen de ojos morenos, mientras suavizaba algunos pliegues le dirigía una humilde sonrisa:
-Señora, usted sabe que siempre ha sido mi madre… Nunca conocí a la mía…y desde pequeñito me acercaba a su camarín y le hablaba de mis cosas de niño; desde entonces, me prometí que yo intentaría cuidarle lo mejor posible.
-No te preocupes, ahora que nadie nos escucha, te digo que siempre has sido una persona muy servicial, y por eso me siento muy orgullosa de ti- Al hombre de ojos azules, le temblaba la barbilla de emoción.
-¡Luis!, ¿le queda mucho?- dijo el mayordomo con impaciencia.
Finalizados los preparativos, el capataz comenzó a dar las primeras indicaciones a los costaleros para que tomara cada uno su puesto correspondiente.
-Mira Luis,- le comentó el mayordomo con cierto sigilo- te agradecemos, el arte y la fantasía que le pones al paso, eres el único, el mejor, cada año le incluyes detalles nuevos, y la virgen cuando procesiona por las calles, la gente llora de emoción; pero, tú sabes que ahora toca retirarte, tu tendencia personal, no está bien vista entre algunas señoras y caballeros que protagonizan la hermandad.
Mientras los costaleros, en equilibrio prodigioso sacaban de rodillas el paso, Luis escondido tras una columna, veía con dificultad los ribetes del manto.