Arpas de amanecer vierten sus pétalos
en copas de cristal y de guitarra,
y esta piel se me puebla de alas vírgenes
y de limpios mensajes sin palabras.
Arroyuelos se luz se abren las venas
e inundan el añil que los separa.
Manos de viento joven siembran pájaros
en paisajes de Génesis, el alba
proclama íntimamente su liturgia:
Y el hombre fue. Y olió a leña quemada
por las albas de todas las aldeas,
a pan recién nacido y a retama,
a honradez germinal de aliento madre,
trasunto del puchero y de la cuadra,
a hierba fecundada de rocío,
a plenitud de mies y de parábola.
Huele a huella de Dios por todas partes.
Creo en la Redención que se derrama
con la Resurrección de cada día,
en las arquitecturas de campanas
cuando enervan las bóvedas azules,
en los espejos de noticias claras
cuando copian los sueños de los hombres;
y creo en la alegría iluminada de los niños que juegan al futuro;
aunque sea un misterio lo que pasa
detrás de las gargantas de los pájaros,
o detrás de la máscara pintada
del payaso, labriego de la risa;
aunque sea un misterio lo que pasa
detrás de las palabras de los monjes
o de los labios de una enamorada,
o detrás de los brazos de un amigo,
o en las entrañas de las rosas blancas.
A pesar de las nieblas del misterio
necesito creer en las mañanas
para andar los caminos de mis días.
Necesito paisajes de esperanza
sin lagos de suicidio en sus praderas,
necesito manzanos con manzanas
que no sepan a duda ni a desierto.
Quiero mi pan, mi vino y mi programa
y ofrecer lo que crea y lo que sepa,
dejándole al misterio que se vaya
por parajes ajenos a mi sangre.
Quiero plantar más viento en mis terrazas
y más copas de luz y de alas nuevas.
Quiero lavar mi sueño y mi palabra
donde beban mañana las alondras
y que broten retoños en mis ramas
que huelan a oración de primavera,
a labios frescos, a caricias claras.
(Extraído de su libro viajero al pie del alba).