Rapsodia Zíngara
Fini sarrió
Sevilla bullía de fiesta, vino y flores, en el castizo barrio de Triana estaban las paredes encaladas, los balcones engalanados de flores, gardenias, hortensias, la flor de la cera, cuyo perfume se aspiraba sólo de noche, jamás daba fragancia durante el día, claveles, rosas, tulipanes, todo un batiburrillo de luz, alegría y color.
Tú vestías el traje típico de zíngaro, varias miradas femeninas te desnudaban con osadía y descaro, haciéndome sentir como la mejor, para ti.
Me sentía plena, eufórica, pletórica, henchida como un pavo real.
Sentí un ramalazo de deseo en las entrañas, me pasé la lengua por los labios y desvié la mirada a mi alrededor.
Yo vestía una blusa blanca sin mangas, con los hombros al descubierto, una amplia falda de vuelo dorada, por media pierna con cintas de colores entrelazadas en el borde.
Unos grandes pendientes de aro adornaban mis orejas, varias pulseras de cuentas de colores emitían un sonsonete agradable a mis movimientos.
Sentí tus manos en mi cintura, obligándome a volverme hacia ti.
Frente a frente, sin dejar de mirarnos empezamos una danza suave, rítmica, cadenciosa, sensual, era como si hiciéramos el amor en público, muy pronto empezó a sonar más alto la música, lanzándonos ya sin descanso a un frenesí imparable.
La gente a nuestro alrededor nos miraba hipnotizada, extasiada, sin despegar la vista de nuestro candente abrazo.
Levanté la cabeza hacia ti, y tu sonrisa me enardeció, mientras tu miraba me taladraba el alma.
Sonreí, solo para ti y me besaste hasta dejarme sin aliento.
Mis labios se volcaron en la esencia de tu fuego, sintiendo tu hombría a punto de estallar.
Cuando finalizó el baile, sin aliento, felices, alguien nos acercó una copa de vino.
Sentía tu mirada recorrerme entera, y se fundieron las estrellas con mis sensaciones.
Me sentía muy mujer a tu lado, eras como una droga sin efectos secundarios.
Caminamos bajo la noche clara y serena, cogidos de la mano, sin rumbo.
Llegamos a nuestro destino empapados de sudor, dicha y alegría, me volví hacia ti, desabroché lentamente los botones de tu camisa y cada centímetro de piel que dejaba al descubierto, era sellado por un beso.
Te desnudé despacio, lentamente, y quedé maravillada ante la magnitud de tu dureza, excitación, calidez, fuerza y ardor.
Sonreí, y ya no pude parar.
Dibujé tu cuerpo en cada rincón de tu piel con mis besos ardientes, atrevidos, dulces a veces, exigentes también.
Acaricié tu pecho, tu espalda, tus hombros, tus piernas, tu masculinidad descarada y vigorosa con mis manos, mis labios, mi lengua, te hice mío y te amé y sentí más que nunca.
Mi boca atrapó tu pecado y deslicé fantasías por la dureza de tu victoria, no quise que te vaciaras fuera, sino en mi interior.
En mi glotona boca primero, y en el interior de mi cuerpo después grité de rabia, de amor, de deseo, de anhelo, de furia, sentí como me elevabas a las alturas una y otra vez, hasta que ya sin fuerzas ambos quedamos derrengados, pero satisfechos y felices, llenos el uno del otro.
Siempre.
Verano de 2016