Querido hermano Ángel:
Cuando te conocí, se produjo un delicioso terremoto de reencuentro en mi interior. Fue y sigue siendo, un cataclismo; pero de amor.
Antes de referirme a detalles concretos, déjame darte las gracias por existir; por haber hecho que te conozca. Cada paso que das en tu vida, muestra sin lugar a dudas, mi propio libro vital completamente abierto. Cada una de tus palabras es como un rayo de luz que ilumina las mías.
Cuando estabas infatuado por esa revolución y por los aduladores que se decían amigos, se dejaba entrever en todos esos excesos, lo que luego muestras abiertamente; ese deseo de que las aguas turbulentas del mar de tu espíritu, se evaporaran en gotas refrescantes, que fuesen capaces de calmar la sed de paz profunda y del amor más tierno y dulce.
Creías que querías sólo volver a la niñez. Anhelabas la sencillez de aquellos años y pensabas que lo ideal era rezar por rutina, por pura fe y sin ningún tipo de pregunta. Sin embargo, la humildad que querías encarnar, no era otra cosa que un deseo ferviente de descubrir el Amor del Padre divino. Reconocías y llamabas a dios, porque él a su vez te estaba requiriendo. Nadie salvo Felipe, supo acercarse a ti y aliviar ese ansia de descanso. Ni si quiera Pepe fue capaz de soportar tu tremenda y honesta sinceridad. Nadie percibía tu petición desesperada de socorro, porque diste muchos pasos en uno.
Cuando dejaste la niñez, en lugar de quedarte en la infatuación revolucionaria o simplemente en el cotidiano amor de cada día, tu espíritu te hizo volar y descubrir de golpe, tu derecho al supremo Amor del Padre. Entonces surgieron las contradicciones entre tu más genuino deseo y el yo para vivir aquí, que pesaba como una losa y te trataba de llevar con la ayuda de tu Eufemia y de tus amigos, hacia supuestos senderos de gloria. Pasabas por loco, al mostrar con claridad tu diálogo interno. ¡Qué terrible es, cuando tu gente te toma como apoyo y se te niega el derecho a llorar o si quiera descansar en el hombro de alguien! ¡Cuánto pesa la responsabilidad por ese pobre pueblo y cuán egoísta y falto de comprensión, puede llegar a mostrarse! ¿No es cierto, querido hermano?
He tenido la suerte yo también, de tener a mi Don Pascual, cuando era pequeño. Me lo has recordado al escucharte. Mi Don Pascual, se llamaba Don Valeriano y me confesaba todos los sábados en el colegio. También él me decía que me portara bien y su sencillez, fue el primer acercamiento que tuve, a lo que ha de ser esa deliciosa relación cercana, con el padre Divino. Después, mi Maestro espiritual me mostró la misión que se me encomendaba. En tu caso fue, predicar el Evangelio por todas partes y en el mío, someterme al fuego de la meditación, para abrir el ojo interno y realizar trabajos que honraran al padre. Tú volvías a preguntar y yo también. la respuesta sí coincide para ambos. Ya he dicho lo que querías oír. ¿Por qué quieres saberlo otra vez? Tu historia, tu abrazo, me hace adoptar una actitud más firme en mis deberes como ser humano. Gracias por enseñarme esto.
Lo más importante y entrañable, sin duda son esas primeras palabras de Don Pascual, en mi caso de Don Valeriano, que fueron la semilla sobre la que se sustenta todo el cielo de Amor que deseamos. Con que: a ser bueno.
Maravillosa frase,que más allá de su significado concreto, rezuma la tonalidad entrañable de un Amor ligero y perdurable a la vez. la pobre Eufemia no creía en ti y trataba de convertirte en su obra. Trataba de curar lo que ella creía que era una enfermedad, para darte y darse a sí misma, la bebida embriagante de la gloria. Tú sólo querías que ella te acompañara en tu viaje. Desgraciadamente, no todos los seres humanos están dispuestos a dar el salto y no siempre el fuego del anhelo por el Amor del Padre, incendia el corazón.
Tuviste a tu Felipe. Todos deberíamos ser Felipe para nuestros hermanos. Todos deberíamos acoger con Amor, la esencia de lo que ese hermano trata de ser. Tengo la suerte de gozar de algún Felipe cuyas palabras son agua del Padre que acaricia mi vida y te pido que también tú, me abraces todo el tiempo y me guíes, puesto que ya te despojaste de ese traje de tu ego, que tanto te pesaba. Sé que estás ahora como querías; con la cabeza recostada en el pecho del padre y volando por ese aire silencioso de paz. Estás respirando libertad y confío en que ese Amor que ya gozas, lo proyectes sobre todos. confío en que no dejes de hablar con tus hermanos, como tú querías que lo hiciera Eufemia contigo. Confío en que me cuides cada vez que muerda la manzana venenosa del deseo de prestigio o de cualquier otro tipo de pasión engañosa, y que de tu mano me lleves otra vez al propósito sencillo y genuino.
No dejes de ser mi Felipe, para que no olvide el camino de la Santa Libertad.
Con que: a ser bueno, hermano, y recibe mi más fuerte y cariñoso abrazo.
Roberto.
Tu voz es voz amiga del Dios vivo,
que me llama con corazón amante,
a ser libre y humilde. a despojarme,
de etiquetas del yo, bajo o altivo.
El traje de ese yo, me hizo cautivo,
de soledad llena de acompañantes
cuyas loas silencian a ese Padre,
que es la razón de todo lo que escribo.
Enséñame a volar, querido hermano,
por el aire vacío del silencio,
que se llena de Amor con nuestro canto.
Descubriremos juntos ese llanto,
que existe más allá de los milenios
y que busca ternura en cada abrazo.
En tu viaje evocaste al ladrón bueno,
que humilde, pide a Dios que le perdone.
Lleno de compasión, él te responde.
Su caricia destruye tu veneno.
Entraste ya en su Edén. Ríes sin miedo.
Te abandonas a aquel que no se esconde
y que infunde su aliento en cada nombre.
has saciado tu sed de Gozo Eterno.
la Santa Libertad es la promesa,
que se vuelve real con tu palabra.
Nuestro Amor brillará en todos los mundos.
Embriagados de Ser, aunque desnudos,
nos vestirá la Luz que nos señala,
como hijos de Dios, ante su mesa.